domingo, junio 08, 2008

Un encueradero periodístico



Al escribir esto, ayer sábado, lo hice con la conciencia clara de que serviría para reflexionar un poco en la celebración del día de la libertad de prensa. Nada mejor que hacerlo, pensé, con una reseña a vuelatecla de La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder (Debate, México, 2007), investigación de Jacinto Rodríguez Murguía que de golpe deja ver que en lo sustancial se trata de un encueradero acucioso a periodistas amamantados por el régimen en los tiempos no lejanos de la cerrazón despótica.
En el prólogo, Miguel Ángel Granados Chapa afirma que el trabajo Rodríguez Murguía examina “la parda relación convenenciera” que mantenían funcionarios y periodistas, “la cuatachería cínica con que emprendían negocios conjuntos algunos de ellos, el solapamiento de la corrupción y de la ineficacia, de la crueldad represiva, que permitía fingir que México vivía el mejor de los mundos posibles”.
Esa “parda relación”, el drenaje profundo del poder y los medios durante las décadas de los sesenta-setenta, es exactamente la que examina el autor a partir, sobre todo, de la cuantiosa documentación generada por los también numerosos agentes que la Secretaría de Gobernación tenía diseminados en el país para oler hasta el sudor de los comunicadores, más de aquellos que pudieran ser potencialmente propensos a informar más de la cuenta.
Rebanado en siete amplios segmentos (es un libro de 491 páginas), La otra guerra secreta espulga con lupa decenas de expedientes que testimonian la peculiar relación prensa-gobierno. El resultado es un balconeo tremebundo, el desnudamiento generalizado de empresarios y comunicadores que quedan exhibidos para la posteridad como paradigmas de corrupción y modelos de oportunismo: “I. Los laberintos del poder. De Gustavo Díaz Ordaz a Luis Echeverría Álvarez”; “II. Prensa: sombra y silencio”; “III. Revistas: el miedo a la memoria”; “IV. Televisión: los actos de fe I”; “V. Radio: los actos de fe II”; “VI. De nóminas, partidas especiales, premios y demás festejos para los periodistas (y otras estrategias)” y “VII. De libros y censuras”. Cada capítulo alberga a su vez “paréntesis” que son como subcapítulos en los que Jacinto Rodríguez abunda en pelos y señales útiles para mejor apreciar la maraña de intereses que ha distinguido al periodismo mexicano frente al ogro filantrópico.
En sus palabras introductorias, el investigador explica que el Estado mexicano de los sesenta-setenta se ufanaba de no ser, como otros países latinoamericanos, dictatorial. Era un gobierno “civil”, en efecto, pero el tiempo se encargó de develar que por debajo de la realidad operaban manos negras que cooptaban, secuestraban, torturaban, mataban a los opositores del régimen, todo sin que quedaran huellas en los medios de comunicación. Paradójicamente, señala el autor, lo que callaron los medios quedó muy bien resguardado en los archivos que el poder apiló y ahora están expuestos a la compulsa de cualquiera.
Rodríguez Murguía enumera las lecciones que a su parecer dejan ahora los expedientes del Archivo General de la Nación: que frente al poder y sus acciones, la mayoría de los periodistas optó por la conveniencia; que frente al miedo que imponía el poder a través de sus mecanismos de control, la mayor parte de los medios optó por la conveniencia; que frente al horizonte de perder la influencia que daba tener un periódico, una revista, una concesión de radio o televisión, la mayor parte de los medios optó por la conveniencia; que en muchos casos no fue necesaria la cooptación, el control de papel ni publicidad, ya que muchos asumieron las decisiones del poder como suyas.
Trazados esos cuatro caminos, La otra guerra secreta desmenuza historias, casos, situaciones, coyunturas que en su momento fueron reportes de espionaje y ahora, puestos a la luz, se convierten en documentos valiosísimos para trazar con mejores herramientas el mapa de aquellos años signados por una silenciosa persecución de lo que a ciertos políticos les resultaba inquietante o peligroso.
Por lo serio de la indagación, el libro de Rodríguez Murguía se erige, hasta donde puedo saber, como un referente fundamental del tema que aborda; lo es asimismo por el tono sabrosamente anecdótico que con un poco de morbo podemos hallar en su lectura. Por ejemplo, las partidas discrecionales y sin comprobación que se asignaban para labores de espionaje han quedado bien documentadas, como se puede ver en un “acuerdo” de Echeverría con Díaz Ordaz: “También suele ocurrir que la propaganda que en interés del país se realiza tanto en el territorio nacional, como más allá de las fronteras varias, es en condiciones tales (sic) que no es posible obtener comprobaciones de los gastos efectuados, y muchas veces, es necesario expresamente no pedir comprobación de algunas erogaciones… Se exime a la Secretaría de Gobernación de la presentación de comprobaciones”. Más adelante, y tal es otro ejemplo de los infinitos gastos que no requerían “comprobaciones”, una referencia a la compra de ediciones molestas: “… el 1º de julio de 1969 se anotó en gastos la adquisición de ocho mil ejemplares de la revista Por Qué?, lo que representó 14 mil pesos. Ese mismo día, pagaron siete mil pesos por cuatro mil ejemplares de La Garrapata…”.
Insisto: casos y personajes (políticos, empresarios de la comunicación y periodistas) desfilan por las páginas de La otra guerra secreta, libro clave para comprender mejor, y valorar más, la libertades de expresión que hoy todavía tensan los tratos entre el gobierno y los medios.

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Uno de mis alumnos del Cereso de Torreón requiere con urgencia la atención de un oculista. Si algún oftalmólogo quiere ayudarnos, favor de comunicarse conmigo al correo electrónico.