miércoles, abril 30, 2008

Populismo perfumado



A estas alturas del atraco neoliberal, casi en la serie de penaltis del destripamiento a la nación, el hombre que usurpa el poder ejecutivo del país quiere dar lecciones sobre lo que es y lo que no es el populismo en relación al combate a la pobreza. Como escriben sabiamente los mocosos en el chat: jajaja. Qué agravio a la verdad, qué insulto a los pobres, qué puñalada al corazón de las palabras contiene el discursillo del lunes en el que Calderón puso a caminar el programa Vivir Mejor, la propuesta del actual gobierno federal, siempre en cuestionables funciones, para abatir la marginación y lograr que todos en este país vivan, vivamos, en efecto, mejor. Por lo que se ve, Carlos Salinas de Gortari no ha muerto, subsiste en las políticas antimiseria de (Zedillo, Fox) Calderón, programas que ya van para veinte años sirviendo de diques al estallido social y que ni maquillándolos con plastas de Max Factor logran dejar de ser lo que son: una película de embellecimiento a la horripilantez de la numerosísima pobreza nacional.
Hay que decir, en descargo de Calderón y su versión reciclada del populismo pronasolero, que para él y para el grupúsculo en el poder no hay de otra sopa y juegan según las reglas de su malévolo librito: o tiran mendrugos disfrazados de programas para combatir la pobreza extrema, o de plano dejan que se pudra de indefensión la enorme capa de la sociedad que ha sido sistemáticamente marginada por la voracidad de unos cuantos. El detallazo del choro, lo que hizo simpático el discurso de Calderón, fue de forma, no de fondo: frente a la cúpula política del país sostuvo que Vivir Mejor atacará las causas de la pobreza, no los efectos, y como argumento estrella se lanzó a la yugular de los antiguos programas de asistencia social, tildados con frescura de populistas, de paternalistas. Calderón, entonces, quiso mostrarse revolucionario al menos en lo verbal, de a mentiritas por supuesto, ya que es materialmente imposible acabar con los estragos de la miseria si antes no es desarticulado, o ya de perdida moderado, el curvo esquema impuesto por la oligarquía (¿se le puede llamar de otra manera al puñado de patanes que gobierna con espots?) que como gusano sigue devorando la manzana de la riqueza nacional. Si han pasado gobiernos y gobiernos que lejos de modificar en algo la inercia depredadora la han acentuado, es lógico, obligatorio, indispensable, que Calderón mantenga el tinglado de los programas sociales, que son asimismo como los alfileres con los cuales se mantiene la paz mínima indispensable para seguir sangrando al país. Llámele como le llame, haiga dicho como haiga dicho, el populismo perfumado del michoacano es populismo aunque él lo quiera denominar como se le antoje. Es populismo y opera como tal, con toda la carga de atole digital, de clientelismo al corto plazo y de ineficacia al largo.
Para los actuales dadores de migajas no hay entonces remedio: tienen que tensar la cuerda de su falacia hasta donde sea posible: ahora Calderón dice que su programa no es asistencialista y con eso llega al último grado del cinismo, a la negación en la que quedó arrinconado luego de que Salinas, Zedillo y Fox ya le dieron vueltas a lo mismo sin más resultados que los meramente paliativos. Todavía, empero, estamos en la primera fase del control: con morralla para la base de la pirámide social es posible crear un borde que impida la inundación de descontento; cuando eso no alcance, y esto lo han insinuado sobre todo en tiempos electorales, vendrá la segunda fase del control, las campañas de miedo y los sobresaltos violentos que intimiden a la gente. La última de las etapas es la que también, de alguna forma, ha coexistido con nosotros en el calderonato: el ambiente de militarización que termine por establecer quién manda aquí, chingada madre.
“Vivir Mejor”. Suena lindo. Igual sonaban “Pacto de solidaridad” y “Bienestar para tu familia” y ya ven: aquello no sirvió ni para echarnos un taco de sal.

domingo, abril 27, 2008

Sobre Ojos...



Leí el siguiente "itinerario" el miércoles pasado en el foyer del Teatro Nazas. Gracias a More Barret, directora del Nazas, y a Bertha Flores, directora de Difusión Cultural de la UAdeC Torreón, por organizar tan bien la presentación de mi libro. Más de 200 personas de público no las tengo a diario, de ahí que yo siga sin salir del asombro. Gracias también a Daniel Lomas y a Gerardo Segura por sus textos de presentación. La foto que encabeza este post es la que aparece en la solapa del libro. Ojos en la sombra está a la venta en la Librería del Fondo de Cultura Económica, al lado del Teatro Isauro Martínez, y en la Librería Universitaria de la UAdeC, Comonfort y bulevar Revolución, todo en Torreón.

Itinerario de Ojos en la sombra

Jaime Muñoz Vargas

Los cuentos apiñados en Ojos en la sombra son producto de la fiebre cuentística que me acosó en el primer lustro del nuevo milenio. Antes de pasar a explicaciones debo recordar que mis primeros engendros de palabras fueron cuentos. Comencé a trabajar con este género, si la memoria no me da la espalda, en 1984, hace casi 25 años. Los primeros que escribí se quedaron atorados por allí, en el pasado de mi prehistoria literaria. Si bien me enseñaron algunas destrezas, los tengo ya completamente marginados, jamás los releo, y hago hasta lo que no para evitar que la gente los conozca. Hace poco un ex alumno me cayó, muy sonriente él, como si localizarlo hubiera sido un logro, con el primero de mis libros, con aquellos diez cuentos que constituyeron mis primeros trastabillantes pasos en el oficio de narrar. Me pidió una dedicatoria; se la di con una condición: de que no propalara ese libro, de que por favor lo leyera y lo escondiera. Ese título fue publicado en 1989.
Pasaron muchos años, como quince, y mientras practicaba otros géneros periodísticos y literarios me hacía el desentendido con el cuento. Le saqué la vuelta. Escribía reseñas, crónicas, artículos, entrevistas, editoriales, ensayitos, ingresé a la novela y no me fue tan peor, tejí de vez en vez esa poesía muy prosística que es la única que me sale, me hice medio pendejo con una columnita y otra más, eso hasta el año 2001. Mientras yo volteaba para otro rumbo, el cuento me miraba, retador, con cara de asesino a sueldo: estaba esperándome de nuevo, listo para volverme a sacudir con sus mandarriazos. Yo le tenía mucho miedo, pues el primer intento había sido, si no un fracaso (pues no se le puede pedir mucho a un joven de 22 años), sí una especie de coscorrón: el cuento me había demostrado que era un género fascinante, hermoso, pero endiabladamente difícil de manejar, tanto que durante quince años me distraje en otros géneros y a él sólo le dediqué modestos ratos, dos o tres o cuatro o cinco intentos temerosos, nada que pudiera llamarse dedicación tenaz, oficio de cuentista.
Entre 1987 y 2001 escribí tres novelas, dos de ellas publicadas. Gozaron buena recepción, cierto, pero yo tenía una deuda secreta con el cuento. Era mi mayor reto: escribir cuentos bien armados, profesionales, maduros, trabados con mano firme, con mano de Cortázar o de Ribeyro, por citar sólo a dos figuras totémicas. Escritos, para decirlo sin rodeos, según la preceptiva saulrosalescarrilleana, la primera que sobre el cuento conocí en mis tiempos de mayor aprendizaje. Con la llegada del 2001 mi familia se agrandó: en un par de años llegaron dos de mis tres hijas. Hubo necesidad de trabajar más en chambas alimenticias, de enajenar mi tiempo aquí y allá para que el barco de la supervivencia no zozobrara. Ya no podía darme el lujo de la concentración prolongada que exige la novela, pero quería seguir narrando obsesivamente. Entre todas las ocupaciones que me abrumaban, me quedó muy poco tiempo, nomás retazos, para escribir. Ere urgente aprovecharlo, usar hasta el último mendrugo del día para avanzar de a una, de a dos, de a tres cuartillas sí era posible. Había llegado entonces la hora del cuento, el momento más importante, más desafiante, hasta ese punto, de mi vida literaria. No tuve escape: o escribía cuentos, o adiós a la literatura. Y empecé, no sé cómo, allá por el 2001. En dos años escribí como enfermo, escribí poseído por una fuerza que ya me abandonó o que al menos no he vuelto a sentir en los años recientes. Recuerdo que durante meses acuñé un cuento por semana o casi por semana, de manera que a la vuelta de cuatro años el producto de aquella fiebre tenía mucho de inexplicable para mí: siete libros de cuento, como 700 u 800 cuartillas llenas de historias, muchas de las cuales, cerca de veinte, aun permanecen inéditas y forman otros libros.
Los cuentos de Ojos en la sombra fueron compuestos junto con los de Las manos del tahúr. Entre los dos suman veinte historias. Son, en realidad, un solo libro, pero para hacerlo manejable desde el punto de vista editorial, tuve que separar a los siameses. Así, en 2005 Las manos del tahúr ganó el premio nacional de Sonora y fue publicado allá; luego, en 2007, los que restaban de esa tanda los reuní en el manojo que hoy conforma Ojos en la sombra, que ofrecí a la Universidad Autónoma de Coahuila, institución que generosamente los aceptó para una de sus colecciones. En extensión, en temáticas, en atmósferas, en casi todo este libro se parece al de Sonora. He dicho ya, cuando me lo preguntan, que de todo lo que he escrito esto es lo que menos me sonroja. Creo que los cuentos de ambos libros esconden alguna malicia, muestran a una persona que ha trabajado lealmente con este género latoso, problemático, traicionero que es el cuento. Creo que los seguiré haciendo de aquí a los sesenta años, fecha en la que deseo terminar mi carrera literaria y mi carrera vital, pero el vuelo que agarré en el lustro que va de 2001 a 2005 ya no volveré a tenerlo, pues no me siento con la fuerza de esos años para liarme a puñetazos con el cuento, género que siempre exige tener la guardia arriba y hacer bending (movimiento oscilatorio de boxeador), si uno desea evitar la derrota por nocaut.
Ojos en la sombra es un libro que aprecio, que no me apena. Lo puedo firmar sin sentir que defraudo a los lectores. Ojalá que ellos, al leerlo, sientan algo similar; si eso ocurre, habrá valido de algo el esfuerzo depositado en sus voluntariosas páginas.

sábado, abril 26, 2008

T-shirt del cardenal



Como lo comuniqué en su momento, fui a la Feria Internacional del Libro 2007 y al final mis hijas, mi mujer y yo nos dimos una escapadita turística por Guadalajara. Desayunamos unas delicias mantecosas en la fonda “Las hermanas Coraje” y después, en plan de chacharear, caminamos hasta dar con un parquecito coyoacanoide, un lugar donde se reúne buena parte de la fauna tapatía para vender cualquier cantidad de baratijas artesanales. Un tipo como yo (amante improvisado, ordinario, con la ropa y la apariencia más convencionales que uno pueda imaginar), se veía, supongo, desconcertante entre los seres que pululaban en aquel sitio: darketos, emos, metaleros, punketos, jipitecas. Mis hijas, mi esposa y yo recorrimos los tenderetes para ver qué comprábamos. Pocos objetos eran de nuestro gusto, pues todos los locales ofrecían productos de estilo ad hoc al pedo según esto underground: llaveros de monitos como de brujería, playeras con motivos satánicos, prendas de piel con incrustaciones cromadas, cadenas y correas para el rollo bondage, coloridas boinas de jamaiquino, botas con tacón kissesco, morrales folklorosos, accesorios jotolones leather, velas y esencias para alcanzar relajaciones bien acá, etcétera. En una de las tienditas me detuve a ver playeras impresas en el pecho con frases e iconos pretenciosamente insolentes, de esas que ostentan ingenio literario de mozalbete que se cree méndigo. Me retuvo la atención una de tela negra, sin texto, sólo aderezada con el rostro de Juan Sandoval Íñiguez. Las dudas me asaltaron: como después de todo la estaba viendo en territorio cristero, pensé que podía tratarse de un homenaje. Pero no, era difícil que en una tienda de esa índole alguien fuera a celebrar la figura de ese sujeto mochilón, el más importante vestigio del medievo en México. Más bien, pensé, el potencial usuario de esa prenda iba a ser algún joven cábula que, al portarla, se ganaría varios deseados insultos de sus amigos, burlas que lo colocarían como falaz estandarte de un religioso polémico a causa de su censura a todo lo que se aparte aunque sea dos milímetros del dogma ultramontano. La imagen de esa playera sobrevivió en mi memoria porque en el fondo no dejé de pensar que se trataba de una hermosa contradicción: entre T-shirts obscenas, demoníacas, albureras, el rostro de Sandoval Íñiguez parecía fuera de sitio, decolocado, ajeno al contexto como un ornitorrinco entre perros chihuahueños. En definitiva, ése no parecía el lugar de un cardenal.
Pasados algunos meses, estremeció a México la noticia de que Emilio González Márquez, hoy conocido como el “góber piadoso”, donaría una buena billetiza del erario jalisciense a la edificación de un santuario en loor de los mártires cristeros. Lejos de amilanarse ante las críticas que lo ubicaron como torcido favorecedor de la iglesia en la que cree y de uno de los religiosos más macizos del país, el ejecutivo estatal toreó el bochinche mediático con la elegancia de un clown de rodeo, es decir, a grotescas maromas. El colmo del cinismo y/o la impreparación política del ensotanado de clóset que hoy ocupa la gubernatura de Jalisco se dio cuando hace algunas horas, nomás porque se le hincharon sus reverendos tejocotes, mandó a chingar a su madre a quienes lo critican por su falta de escrúpulos en el manejo de los dineros públicos, declaración que merecería el Premio Polo-Polo a la desfachatez verbal, pero que ha sido usada para solaz y esparcimiento de la prensa sin oídos castos.
El amasiato Estado-Iglesia en Jalisco es una realidad endemoniada y evidencia cuán sucio es el proceder de algunos políticos empanizados que con una mano se golpean el pecho y con la otra amasan marranadas de todo linaje. Después de todo, concluí ayer, la playerita con el rostro de Sandoval Íñiguez no estaba tan fuera de sitio. Convivía sin desentonar con otras estampadas a lo maldito, con calaveras y chamucos y barbajanadas.

Lustro de Nit



Tuve noticias del grupo Nit prácticamente desde su nacimiento. Al promediar el 2003, Ivonne Gómez Ledesma, una joven, entusiasta y lagunera promotora de poesía me hizo llegar, no recuerdo exactamente cómo, tres ejemplares de un tríptico austero, sencillo, modesto si se quiere, pero visiblemente decidido a darle voz no tanto a los poetas, sino a la poesía en este páramo ajeno por lo común a la literatura y particularmente a la hechura/lectura de versos. Desde el primer contacto con Nit y su publicación en soporte de papel, me asombró que todavía pudiera darse el fenómeno de la solidaridad, primero, y, segundo, que tal fenómeno fuera propiciado en este caso por la poesía. De inmediato le hice saber a Ivonne que contaba con mi apoyo en lo que humildemente yo pudiera hacer para que Nit siguiera en marcha.
Por suerte, los años han pasado, cinco para ser exacto, y Nit mantiene su energía inicial. Sé que algunos de sus miembros han abandonado la nave, pero sé también que otros la han abordado en los años próximos, de suerte que siempre ha llevado pasajeros. Ignoro cuáles son sus mecanismos de afiliación, cuáles son sus directrices de trabajo (si las hay), de dónde obtienen los recursos para subsistir. Ignoro mucho de Nit, y me da la impresión de que este proyecto es una suma de voluntades solidarias que no necesita una estructura tiesa y bien parcelada para mantenerse en pie.
Noto que cuatro son los mecanismos habilitados por Nit para salir al mundo: el tríptico en soporte de papel, el correo electrónico, la página web (www.nitonline.tk) y las presentaciones directas frente al público. En todos los casos, nunca he visto que cobren absolutamente nada para ofrecer lo que ofrecen, como si con esto quisieran expresar que la poesía no tiene código de barras ni es posible mercadearla como quien comercializa cajas de refresco. Nit es, por eso y por lo que ignoro, un proyecto grupal que merece todo el apoyo de los laguneros, pues es el único enclave dedicado con estrategias novedosas a la defensa de la poesía moderna entre los laguneros.
En sus anteriores aniversarios, los “nits” han convidado a personalidades que “vistieron”, como se dice, la celebración. Así, han traído a José Vicente Anaya, Coral Bracho, José Manuel Aguilera y Alejandro Otaola. Para el aniversario quinto, el grupo contará con la participación de Armando Vaga-Gil. Será una lectura de “poesía sonorizada”, como ellos la denominan. El “palomazo” poético-mágico-musical se dará en el Canal de la Perla (entrada por la Cepeda) a las 20:00 horas, y la entrada es libre.
La ficha de Armando Vega-Gil es rica: estudió antropología social y formó parte a mediados de los ochenta del grupo Botellita de Jerez, una referencia fundamental para el rock hecho en México. Colaboró en la Revista La mosca en la pared con una columna que posteriormente fue editada en forma de libro bajo el título de Diario íntimo de un guacarróquer. Colabora escribiendo en Eme-Equis y Dónde ir; además participa en el proyecto musical El Palomazo informativo al lado de Martín Durán y Fernando Rivera Calderón. Ha publicado libros de poesía, cuento y sátira, y tiene en su haber alrededor de 14 títulos. En 2006 fue ganador del Premio de Cuento San Luis Potosí, con el libro Cuenta regresiva. En cine ha participado como realizador y guionista de cortometrajes y videoclips. Como director ha trabajado con Roberto Sosa, Monocordio, Francisco Barrios “el Mastuerzo”, Regina Orozco, Arturo Ríos y Yucatán a Go-Go. Fue guionista y colaborador del programa El Güiri-Güiri durante siete años, y ganador del premio a mejor guión escrito para cortometraje en el festival internacional Expresión en Corto, 2003, en Guanajuato. Ocasionalmente imparte talleres de guión para corto.
Allí estaré yo también, con el micrófono y mi apoyo. Nos vemos.

miércoles, abril 23, 2008

Otra opinión sobre el Monterrosaurio



Otro comentario sobre el Monterrosaurio, librito que salió a rodar en febrero de este año; mi agradecimiento para Angélica López Gándara, quien publicó esta reseña el sábado pasado en la revista Siglo Nuevo:

El dinosaurio ya no estaba allí

Angélica López Gándara

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Es la expresión a la que han llamado el cuento más breve de la literatura. Son las siete palabras del guatemalteco Augusto Monterroso. La primera imagen que obtuve del cuento “El dinosaurio” fue la de un cavernícola adormilado al lado de un dinosaurio. Me vino esa idea a pesar de saber que los dinosaurios y el hombre no vivieron en la misma época. También pensé que Monterroso expresaba cómo los sueños se pueden hacer realidad: Alguien había soñado al dinosaurio y cuando despertó todavía (fuera del sueño) estaba allí. Por supuesto estas interpretaciones son muy simplistas comparadas con las vastas elucubraciones que existen sobre “El dinosaurio”. Y a pesar de haber leído varios ensayos sobre “El dinosaurio”, nunca he logrado asimilar que esa miniatura sea un portento literario. Por más que trato de buscar algo que me quite el escepticismo, no lo logro. Siento frustración porque no percibo lo mismo que Vargas Llosa o Muñoz Vargas. Más bien me parece una broma de Monterroso. Me intriga saber porqué a escritores sobresalientes sí les parece la gran cosa. ¿Acaso me faltan neuronas o sensibilidad? Tal vez, pero no veo que cumpla con ser una historia redonda que se acerque a lo que estableció Edgar Alan Poe al describir las características del cuento. ¿Por qué le llaman cuento si igualmente se le podría llamar crónica, ensayo o poema? Hasta ha sido calificado como novela por Noe Jitrik (citado por Muñoz Vargas en Monterrosaurio). Es cierto, hay un narrador y dos personajes, pero ¿dónde se desarrolla la historia? ¿Dónde está el nudo y el desenlace? ¿Tiene un final feliz o triste o incierto? Deja demasiados cabos sueltos para llamarse cuento. Sin duda “El dinosaurio” es una línea interactiva e intrigante y quizá por eso ha provocado que se escriban páginas y páginas sobre ella.
Y precisamente un libro lagunero se ha unido al estudio de “El dinosaurio”; se trata de Monterrosaurio, ensayo escrito por Jaime Muñoz Vargas que forma parte de la colección 101 años y que consta de nueve libros; publicaciones recientes recopiladas por los hermanos Javier y Gilberto Prado Galán bajo el sello editorial Arteletra. El ensayo de Jaime hace un recorrido por varios autores que han celebrado las cualidades de la narración que ha hecho famoso a Monterroso. Pero no es la reafirmación de la genialidad de Monterroso (que sin duda la tenía) lo que hace que el texto de Muñoz Vargas sea valioso, sino la experimentación que hace al desaparecer al personaje y al dinosaurio escribiendo historias desprendidas de la estructura de su cuento. Y entonces cuando despertamos, el dinosaurio ya no está allí. Jaime Muñoz juega y establece una causa y un efecto a pesar de todo. Contrario al original, lo que surge es una idea concreta donde no existen dudas sino certezas. Por ejemplo: El fumador: “Cuando renunció, el enfisema todavía estaba allí”. La impopularidad: “Cuando publicó, el anonimato todavía estaba allí”. La calvicie: “Cuando brilló, el supertónico todavía estaba allí”. El inculpado: “Cuando negó, el Tehuacán todavía estaba allí”. Diana: “Cuando murió, el paparazzi todavía estaba allí”. El simio: “Cuando evolucionó, el simio todavía estaba allí”. La sexoservidora: “Cuando amaneció, el cinturita todavía estaba allí”. Pavarotti: “Cuando cantó, la Paulina Rubio todavía estaba allí”. Jackson: “Cuando emblanqueció, el cucurumbé todavía estaba allí”. Éstas son algunas monterrosaurias (así les llama Muñoz Vargas), ideas en las que destaca el buen sentido del humor y donde, como el original, el título es a la vez cabeza y cuerpo de la historia. En este experimento literario el autor nos invita a crear el propio cuento más breve de la literatura, el que tituló El self service: “Cuando ________, el ________ todavía estaba allí”. Sin duda el ensayo del lagunero Jaime Muñoz Vargas es muy ingenioso. (lopgan@yahoo.com)

Mis Ojos en la sombra



Ojos en la sombra es el título del libro que hoy presentaré en el foyer del Teatro Nazas. Allí reuní diez cuentos que da alguna manera son hermanos de los diez contenidos en Las manos del tahúr, libro publicado hacia 2005 por el Instituto Sonorense de Cultura. Por la extensión, por el tono, por las temáticas y por otros rasgos, los veinte cuentos de ambos títulos guardan afinidades que algún día me obligarán a juntarlos en un solo libro. Ojos en la sombra fue publicado en 2007 por la UAdeC en la Colección Siglo XXI Escritores coahuilenses. Me harán el favor de presentarlo Gerardo Segura y Daniel Lomas, y aprovecho este espacio para convidar a mis tres lectores de Ruta Norte. A mis enemigos no los invito, pues temo que no cabrían en el Nazas.
Al final de Ojos en la sombra dejé plantado un colofón. No sé todavía si fue un error, pero tales palabras testimonian lo que pensaba del cuento entre el 2000 y el 2005, periodo en el que urdí las historias de ese libro. Es, lo sé, una idea rígida, pero la sigo pensando necesaria en estos tiempos de indiferencia a las reglitas básicas de un género nacido, como el soneto, con lineamientos que lo hacen ser lo que es, de ahí que no acatarlos da como resultado otra cosa, no un cuento aunque le llamemos cuento. Traigo esas palabras finales y enfatizo la invitación a mis amigos; nos vemos hoy a las ocho en el Nazas. En este momento ya preparo los canapés. No falten.
“Sospecho que cunde en estos días cierto ruido en torno al perfil del cuento clásico. Las nuevas rutas de este género (eternamente abierto a la legítima experimentación, al refrescamiento de la forma y hasta a la temeridad del anticuento) han estimulado sin embargo la desordenada idea de que un cuento es cualquier historia más o menos breve, provista de una solitaria anécdota y surtida con pocos personajes. En efecto, tales rasgos son caros al cuento clásico pero también son —subrayo que para mí— insuficientes cuando pretendo abrazarlo a plenitud. Creo con Piglia y con muchos otros narradores/críticos que en todo cuento fluyen dos historias: una evidente y otra filtrada en los intersticios del asunto eje; creo también con el autor de Plata quemada que todo cuento camina hacia adelante pero tiene dos rostros o, si se prefiere, posee ojos en la nuca, lo que le permite avanzar sin dejar de ver un solo momento hacia atrás; creo en la imbatible maquinaria del principio, el medio y el fin incluso en los microrrelatos; creo que cada pieza brilla más si incorpora algún relente de cuidadosa ambigüedad; creo en el fabuloso poderío del recconto; creo que con sutileza deben sembrarse varios pormenores cargados de “proyección ulterior”, como recomendó otro argentino algo famoso; creo por último que en las líneas finales deberá apoyarse el brazo de palanca que empuje hacia la superficie lo maliciosamente enunciado en el corpus de un relato; lo demás —si hay ‘demás’— es encanto, intuición, lo que se trae o no se trae, el tempo, lo que no se puede explicar, el misterioso ‘no sé qué’. En esas cinco o seis ideas esquemáticas se alberga, a mi juicio, la modesta pero eficaz noción de esta estructura vigilada que en 269 páginas desmenuzó, mejor que muchos, Enrique Anderson Imbert (Teoría y práctica del cuento, Ariel, Barcelona, 1992) y que mi amigo David Lagmanovich —¡también argentino!— me enseñó a mirar con microscopio en su Estructuras del cuento hispanoamericano (Universidad Veracruzana, Xalapa, 1989).
No sé si esa sencilla preceptiva fue acatada, así sea parcialmente, en el caso de las diez piezas que configuran este libro. Al menos lo intenté, pues no deseo trazar historias deshuesadas, ‘prosa poética’, ocurrencias pasadas de contrabando como cuentos. Todo sea por reiterar(me) —sin moraleja, sin terquedad, sin afán didáctico— el carácter vertical, punzante y aerodinámico de este género hoy minusvalorado por el marketing editorial pero digno de todos los aprecios: el cuento, el cuento clásico (Comarca Lagunera, marzo y 2003)”.

domingo, abril 20, 2008

Dime con quién difamas



Dime con quién difamas y te diré quién eres. Así es. La derecha yunquísima ha mejorado su tecnología de punta insultativa con el espot que emplea a los héroes con los que al alimón se inspira y se avergüenza. Creo que es una innovación a la propaganda goebbelesiana: recurrir a los iconos del santoral político propio para zaherir al enemigo, eso a sabiendas de que tales imágenes no son nada rentables ante la gente. Es como si un americanista quisiera insultar a un seguidor de las Chivas diciéndole que tiene cara de Monito Rodríguez o cuerpo de Carlos Reinoso. Algo por el estilo, tan raro que es difícil de explicar. Una auténtica maravilla del autogol ideológico.
Apenas el jueves recordé la estratagema propagandista del PAN para recuperar terreno ante su evidente pérdida de simpatizantes en 2006, aquella campaña de estiércol que demostró la asfixia blanquiazul, cuando ya el viernes estaba en circulación el descerebrado espot que compara a los coaligados en el FAP con Hitler, Mussolini, (aquí les faltó Franco, pero Aznar se hubiera molestado) Pinochet y Huerta. En síntesis, se compara al FAP con cuatro gorilas totémicos venerados regularmente en lo oscurito por todo buen derechoso bien nacido.
Supongo que es incómodo para muchos políticos mexicanos con esvástica que su prócer del Tercer Reich sea usado para difamar al enemigo; quizá no hay de otra: ante la inviabilidad de sus agandalles reformistas y ante la movilización popular (que ellos no pueden impulsar, pues su poder de convocatoria es nulo) no han tenido más remedio que mostrar el músculo mediático otra vez gracias a papá Televisa y a mamá TV Azteca. Y otra vez han inventado el caballo de Trojan (de Trojan porque es más guango que un preservativo) de una asociación civil cocinada ex profeso y por un rato para “firmar” el espot autodenigratorio.
Lo podemos ver cuando queramos en You Tube, si es que lo retiran de la tele cualquier día de estos. Ya lo conocemos: Hitler, Mussolini, Pinochet y Huerta son usados para coscorronear al movimiento que ha salido a las calles con el fin de evitar el secreto negociazo con los hidrocarburos. Hace una semana hubiera sido impensable. ¿Cómo, nos preguntaríamos, cuatro dictadores de la peor ralea para asimilarlos a la figura, sobre todo, de AMLO? Es un disparate. Un disparate por lo errático de la comparación y por la muy diferente estatura histórica de los personajes muertos con el todavía vivo. Si hasta parece el trabajo escolar de un comunicólogo a mitad de la carrera queriendo hacer méritos frente a un profe cabeza rapada.
Un comentarista de You Tube, por cierto, da en el clavo y enseña sin querer lo que deseo explicar (hago copy/paste textual): “stricto sensu nunca menciona el narrador a AMLO sino a ‘PRD, PT y Convergencia’. sin embargo, la alusión es obvia con su imagen y la estructura del formato. ahora, ya quisiera AMLO encontrarse en la categoría de un Hitler, por ejemplo. pero no, es sólo un simple perdedor que no le queda otra en el panorama político que dar patadas de ahogado…”.
Tiene razón el que escribió eso. Desde el punto de vista de la gravitación histórica, nadie en México estará nunca a la altura de Hitler. Al mismo tiempo, el redactor de ese apunte insinúa con el ambiguo término “categoría” su admiración al Führer: ¿se referirá con “categoría” a nivel, estatus (“está en otra categoría”), o a “calidad” (“es de gran categoría”)? Sea lo que sea, queda claro que el espot es un disparate para cualquiera, incluso para quienes admiran al líder del Partido Nacionalsocialista Alemán, que son bastantes afiliados, por cierto, a las huestes del nazismo a la mexicana, algo así como el nazismo-diazordazismo-pensamiento Luis Pazos, “ideología” que afloró recién en muchos intelectuales que exigieron, mediante sesudos artículos, un pronto tlatelolcazo a los levantiscos.
Estaremos de acuerdo que en México hay poca participación política. Eso ha provocado que unos cuantos mastines se erijan dueños del país y hagan lo que se les antoja con la Constitución y con la cosa pública. Decimos que hay partidocracia, que ya no les creemos a los políticos, que padecemos el cáncer del escepticismo. ¿Y qué hacemos? Nada. Y cuando alguien hace algo, cuando se manifiesta, cuando se organiza, de inmediato pensamos que es un iluso, un romántico, un ocioso, un izquierdista, un comunista, un queseyó; ahora el gobierno de las manos sucias de fraude ha improvisado algo más, inédito en la historia de la comunicación réproba: usar a sus penates para injuriar al enemigo. Ya no hay principios, señores, ya no hay. O como decía Groucho Marx en aquella celebérrima boutade que ahora ilustra bien el proceder de la derecha chichimeca: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Todo sea por no perder lo importante: el poder y el platal.

sábado, abril 19, 2008

Una década sin Paz



¿Se fue volando o la edad me hace percibir ahora que el tiempo corre como atleta en la pista de cien metros planos? Una década entera ha pasado desde aquel domingo 19 de abril en el que murió Paz. Nunca tuve una buena relación con él y hasta la fecha lo siento un poco lejos, distante de mis gustos más habituales de lector. Lo conocí, como tantos, en la prepa o a principios de la carrera; algún maestro ambicioso, crédulo e ingenuo para más señas, nos dio a leer unos fragmentos de El laberinto… y todos quedamos igual, inconmovibles ante esa prosa llena de giros extraños, de rara sintaxis e ideas de difícil digestión. Éramos jóvenes sin inquietudes literarias, malos lectores, aunque no tanto como los de hoy, incapaces de entender hasta el Chanoc.
Poco tiempo después, gracias a Gilberto Prado (fan de Paz que también era y sigue siendo poeta y ensayista) la figura del escritor nacido en 1914 comenzó a crecer y a ser más clara para mí. En la serie Lecturas Mexicanas compré Libertad bajo palabra, y en la muchas veces editada versión austera del FCE me hice de El laberinto de la soledad. Así fueron llegando, poco a poco, un tanto al margen de mis prioridades bibliográficas, otros libros de Paz: El arco y la lira, Conjunciones y disyunciones, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y varios títulos más en los que Paz había vertido su pensamiento y su emoción.
Puedo decir que, pese a mi distancia, pese a que desde siempre lo que más me interesó fue la narrativa, el hombre ése que salía en televisión, que tenía una revista, que organizaba encuentros internacionales, que polemizaba casi todos los días contra quien se pusiera enfrente y que publicaba un par de libros al año se me impuso y me dejó muy buenas impresiones. Puse al margen, no sin incomodidad, lo que tanto se sabía sobre el ya viejo autor de El ogro filantrópico: su pasado de izquierda, su control de una estructura intelectual en la que fungía como mandamás incuestionable, su cercanía al poder, su odio a todo lo que padeciera la lepra del “estalinismo”, su enfermiza búsqueda del Nobel. A todo eso se impuso, en corto y con algunas reservas, la obra literaria de Paz, una obra sin duda espesa de valores, de momentos que son verdaderos relámpagos de eternidad.
De su poesía, que siempre leí a brincos, muy fragmentariamente, me quedo con todo lo guardado en Libertad bajo palabra. Será porque fueron los primeros poemas que le conocí, será porque corresponden a su etapa más fresca y menos intelectualizada; de allí, “Elegía interrumpida” y “Piedra de sol” son dos piezas que cualquiera puede calificar como perfectas. El paso del tiempo me acercó a sus ensayos literarios, y de ellos recibí los fogonazos de lucidez que tumban a cualquier lector. La sagaz mirada de Paz escarba en libros, en escritores, en ideas, y da con la almendra en cada caso, descubre, revela, saca a la superficie lo esencial de todo aparato hecho de palabras, y algo más: lo expresa con una prosa que en ningún párrafo renuncia a la poesía, es decir, a darse a entender con imágenes cuya cantidad y precisión aseguran el encantamiento del lector.
A finales de los ochenta, Enrique Krauze publicó “La comedia mexicana de Carlos Fuentes” en la revista Vuelta, ensayo incluido poco tiempo después en Textos heréticos (1992). Esa golpiza fue interpretada como la declaración de guerra de Paz en contra del único escritor mexicano que le hacía sombra rumbo al Nobel: Fuentes. Tal vez el affaire no haya sido tan turbio, pero el caso fue que en 1990 Paz fue premiado en Suecia y nunca más pudo reencontrarse con su ex amigo Carlos Fuentes. Lo que sí dejó ver, en esos tiempos de pugna entre los “vueltos” de Paz y los “nexistas” de Aguilar Camín, las dos “mafias” intelectuales más poderosas de México, es que el peso de Paz no era sólo literario, sino político, quizá principalmente político. Eso concluyó con su muerte, y ahora sólo queda su obra literaria, lo mejor que podemos encontrar de él. En suma: el derechizadote mandón de la cultura no importaba; importaba, importa, el poeta y el crítico de arte. Eso basta.

viernes, abril 18, 2008

Fragua de La Fragua



Karla Lobato, reportera de La Opinión, me preguntó ayer por el valor de colecciones bibliográficas como La Fragua; le dije aproximadamente esto: que una colección como La Fragua abre la posibilidad, sobre todo, para autores sin una trayectoria totalmente consolidada. Además, gracias a espacios como éste le podemos tomar el pulso a las tendencias (los temas, los géneros, los ambientes, los estilos) actuales de la literatura coahuilense. Por supuesto, esa respuesta se queda chica frente a la importancia que pueden tener los proyectos editoriales en provincia, ámbito en el que por lo general los escritores no tienen, como sí los del DF, las mismas posibilidades de publicar ni la misma resonancia para hacerse de lectores.
Soy, por ello, de los que saluda con optimismo, provenga de donde provenga, cualquier esfuerzo encaminado a publicar la obra de nuestros escritores y académicos. Sé que la calidad es heterogénea, que de un estado a otro varía mucho el aspecto de los libros y no se diga sus temáticas. En los años recientes he notado, sin embargo, que poco a poco las muchas provincias mexicanas mejoran sus propuestas editoriales, que, por ejemplo, los libros de Baja California suelen ser muy buenos, tanto como los de Sonora, Veracruz, Chihuahua, Zacatecas, Jalisco y otras tantas entidades abocadas, mediante sus instancias culturales, a la hechura de publicaciones. El panorama pinta claro y hay abundante producción, aunque todavía no es muy afortunada la distribución en ningún caso, de ahí que todo escritor mínimamente ambicioso intente alguna vez aventurarse a proponer libros a las editoriales situadas en la capital del país, sean oficiales (FETA, FCE, UNAM, UAM…) o privadas (Océano, Mondadori, Planeta…).
Descrito aquí de manera harto general, en ese contexto se instala el proyecto de La Fragua, colección de libros en formato de bolsillo (“cuarto de carta”) que viene recogiendo, desde hace poco más de cinco años, una parte significativa de la escritura coahuilense contemporánea. Tuve la suerte de haber puesto los ojos en toda la primera época de la serie; reseñé incluso, cuando pude, algunos títulos. A vista de pájaro destaco que el primer lote dio cabida prioritaria a los jóvenes, como lo testimonia el desfile de autores que, nacido en los setenta, tuvo en esa colección la oportunidad imborrable de ver impreso su primer libro: Luis Jorge Boone, Antonio Sonora, Carlos Reyes, Carlos Velázquez, Daniel Herrera, Jerónimo Valdés, Raúl Olvera, José Cruz Almonte... Puros jóvenes, todos menores de treinta al momento de verse incorporados a La Fragua.
La llegada de la segunda época prosiguió el trabajo en idéntico tenor; Nadia Contreras, Carmen Ávila, Julio César Félix, Marina Herrera, Gerardo de Jesús Monroy, Marco A. Márquez y otros han aprovechado el espacio. Junto a ellos, un poco en función de puntales, hallamos obras de escritores con trayectoria ya destacada: Gilberto Prado, Jesús de León, Gerardo Carrera. El caso es que la idea inicial de Julián Herbert ha combinado a jóvenes con no tan jóvenes para configurar un catálogo estimable de autores y publicaciones.
Hoy presentaré una tanda nueva, seis títulos, de la colección organizada desde Saltillo. Vendrán varios de los autores y Miguel Gaona, actual coordinador de literatura del Icocult. En la presentación estará Rodrigo Castillo, quien comentará los de poesía; yo haré lo propio con los de prosa. Castillo es actualmente jefe de redacción y editor de la revista Tierra Adentro del Conaculta. Dirige el proyecto poético-electrónico Las Afinidades Electivas/Las Elecciones Afectivas-México.
La noche promete ser interesante, pues pocas veces tenemos la oportunidad de despachar a tantos autores de un solo impulso. Es hoy a las ocho de la noche en Juárez y Colón. Hay que ir a sondear cómo andan estas islas de nuestro archipiélago literario.

jueves, abril 17, 2008

Diálogo con Yohan



Charlé hace poco con Yohan Uribe (en la foto), reportero de El Siglo de Torreón, sobre el premio que recibió el 9 de abril uno de mis alumnos del taller de narrativa del Cereso. Parte de lo dicho fue publicado el domingo pasado. Este es el diálogo completo que entablamos; aunque breve, señala lo que pienso en general sobre ese tema:

¿Como se llama el interno que ganó el concurso de literatura?
Su nombre es Eliseo Antonio Carrillo, es lagunero y tiene poco más de sesenta años de edad. El cuento con el que ganó lleva como título “Fuga a la nada”.

¿Cuánto hace que trabajas con él?
Desde hace cerca de dos años. Ha sido, sin duda, mi alumno más constante en el taller de narrativa que tengo en el Cereso.

¿Cómo ingreso al taller de literatura?
Como todos los demás internos; se enteró de que Renata abriría un espacio educativo (Imago) y que yo manejaría el taller de narrativa para los interesados en la literatura, y así comenzamos a trabajar como se acostumbra en mis talleres. Ellos llevan sus relatos, los escucho y leo y poco a poco, entre todos los asistentes, vamos viendo detalles de estructura y de estilo. Los aciertos y los errores de un participante sirven para ilustrar a la totalidad del grupo sobre las peculiaridades que vayamos encontrando en cada texto.

¿Qué cambios de actitud viste a medida que lo influenciaba la literatura?
Eliseo Carrillo siempre ha mostrado una actitud muy receptiva. Es un hombre serio, responsable, atento, educado. Tiene verdadero interés por aprender, y eso lo advertí desde el principio. Ya escribía un poco antes de que yo lo conociera. Me acercó sus primeras historias, las vi con atención y gradualmente le indiqué algunos detalles. Poco a poco ha adquirido más destreza para percibir los puntos finos del cuento como género literario. Está todavía en proceso de aprendizaje y creo que su avance ha sido notable de unos meses a la fecha.

¿Cómo son las historias que cuenta el señor? ¿Historias grises, melancólicas, fantásticas, más que nada estilo?
Como autor que inicia, todavía no podemos definir ni un estilo ni una temática precisos. Cada cuento suyo es un experimento, un tanteo hacia lo desconocido. Conozco de él como siete u ocho relatos; hay de todo en ese menú: uno fantástico, uno de aventuras, uno policial, uno indigenista. Sobre su estilo puedo decir lo mismo: está en proceso de definición. Lo fundamental es que no deja de buscar, de intentar, de escribir. La práctica y el tiempo fijarán sus temas y su estilo, como ocurre en casi todos los casos de escritores que no desisten de su empeño creativo.

¿Tú, como escritor, cómo te sentiste cuando un alumno tuyo del Cereso ganó un premio de esta naturaleza?
Me dio mucho gusto por Eliseo y por todos los que en el Cereso, como él, se sobreponen al desamparo y la dureza de la vida en el penal y se muestran abiertos al aprendizaje. Él es, de alguna forma, uno de los alumnos que más me enorgullecen en mi ya larga travesía por las aulas. Es la constancia de que no hay lugar en donde no pueda florecer el arte; todo es cuestión de ofrecerles la oportunidad a quienes nunca la han tenido. Ese es, precisamente, el espíritu que anima al proyecto de Imago que encabeza Renata Chapa, mi esposa.

Hablando de orejas



La gente todavía sonríe cuando alguien recicla el lugar común “el burro hablando de orejas”. Ese y muchos otros tópicos similares ya no me traen chiste, aunque es innegable que, bien mirado, es decir, mirado como no suele ser mirado, el tal lugar común condensa de manera jocosa lo que el usuario desea expresar: que no pueden dar lecciones sobre equis tema quienes cojean de dicho equis tema; cantado de otra manera, los perezosos no pueden aleccionarnos sobre la perniciosidad de la holgazanería, los depresivos no pueden instruirnos sobre el daño del pesimismo ni los tragones sobre el pecado de la gula.
Así entonces, Felipe Calderón no tiene derecho a discursear sobre el peligro de los divisionistas, sabida, bien conocida la estrategia electoral que lo llevó, fraude mediante, al sofá que actualmente usurpa. No tiene derecho, pero ayer se lució en Acapulco frente a Zeferino Torreblanca, gobernador “perredista” de Guerrero. Por una nota desparramada ayer en la tarde se supo que el blandengue (en este caso me refiero a Torreblanca) puso el balón en la olla para que llegara a rematarlo su visitante michoacano: “Los momentos por los que atraviesa el país, sin duda, no son momentos fáciles, pero (sic) por el contrario, pueden servir de ocasión y reto para la superación o de pretexto para la desmoralización, la división, el encono o el enfrentamiento”, señaló el ejecutivo estatal.
Ante esas palabras, Calderón vio de pechito la coyuntura para improvisar el Sermón de La Quebrada: “Sé que trabajando juntos, sé que construyendo y no destruyendo, sé que uniendo y no dividiendo, sé que poniendo la política al servicio de los ciudadanos y de la generación de bienes públicos, como ha manifestado el señor gobernador, sé que juntos conduciremos a México al futuro que queremos para los nuestros”.
O sea que Calderón ya olvidó, en menos de dos años, el histórico proceso electoral que partió en dos o en tres a México y a los mexicanos, la hazaña divisoria que hizo de un país más o menos unido, más o menos conciliador, más o menos apechugante, una nación de perrunos enconos, partida por una falla no tectónica (como la de San Andrés) sino política, una fractura que, se dijo desde aquellos meses, iba a ser muy difícil de superar, puesto que el descaro de la violencia verbal e icónica no tuvo límites durante las malhadadas elecciones de 2006.
Y aunque nunca fue precisamente un matrimonio, puede uno preguntar, como lo hace el juez en los casos de divorcio inevitable, quién empezó con las agresiones, es decir, quién inició la reyerta en casa, quién lanzó los primeros escupitajos. Creo que, si somos sinceros y revisamos paso a paso el desarrollo de aquella abominable campaña emprendida para basurear al enemigo, recordaremos a las claras que fue el PAN y sus colegas, muchos empresarios muy poderosos del país, los que machacaron aquello de que alguien era un peligro para México y todo lo demás, eso que lejos de parecer un discurso político “propositivo” fue una expresión palmaria de la abyección a la que se redujo el blanquiazul gracias a la pitecantrópica asesoría de un tal Antonio Solá, su ideador.
No se me oculta que el PRD y sus aliados respondieron en los mismos términos, que lanzaron una ráfaga sostenida de espots referidos a las “manos sucias” de Calderón. Es decir, la política se redujo a cero y los partidos que siguen ahora en pugna le cedieron el lugar al salvajismo. Luego vino el 2 de julio y todo lo que ya sabemos hasta el día de hoy, fecha en la que al ocurrente Calderón se le pone (así dicen las señoras) explicar que la unión, y no la división, hace la fuerza y blablablá. ¿Cómo se puede afirmar eso si él llegó a donde está gracias al arte de dividir, de enfrentar, de construir cuadriláteros para la lucha superlibre y, por supuesto, de defraudar? Por piedad: que no hable de orejas.

Mañana presentamos "lafraguos" en Torreón



Los seis títulos más recientes de la colección La Fragua (segunda época) serán presentados en el Icocult Torreón (Juárez y Colón) el viernes 18 de abril a las 20:00 horas. Estas publicaciones abrazan los géneros de poesía, cuento y ensayo.
La presentación correrá a cargo de Rodrigo Castillo y Jaime Muñoz Vargas, quienes estarán acompañados por cuatro de los autores y por Miguel Gaona, coordinador de literatura del Icocult. Rodrigo Castillo (Ciudad de México, 1982) es poeta, ensayista y editor. Él se encargará de comentar los libros de poesía. Ha publicado los Espacio de Resistencia, UACM, 2007 y Repiradero, Ediciones La rama de Ovidio, 2005. Premio Nacional de Poesía Joven “Jaime Reyes” en 2006. Ha colaborado en diversas revistas culturales de México y el extranjero. Actualmente es jefe de redacción y editor de la revista Tierra Adentro del Conaculta. Dirige el proyecto poético-electrónico en México Las Afinidades Electivas/Las Elecciones Afectivas México. Por su parte, Jaime Muñoz Vargas, quien es escritor, periodista, editor y actualmente coordinador de literatura del Icocult Laguna, hará comentarios sobre los libros de prosa.
Los autores y los libros de la colección son Gerardo Carrera (Saltillo, 1964) con Signos de viaje (poesía); Marina Herrera (Saltillo, 1977) con El cuerpo incorrupto (cuento); José María González Lara (Saltillo, 1963) con Ética y política universitaria (ensayo); Marco A. Márquez (Allende, Coahuila, 1977) con Canciones del búfalo (poesía); Gerardo de Jesús Monroy (Monterrey, 1977) con Algunas hojas (poesía); también será presentado, de esta misma serie, el poemario La división y otros muertos, de Joel Plata (Torreón, 1952).
La colección La Fragua suma seis títulos (7, 8, 9, 10, 11 y 12) a una serie que ha permitido, sobre todo, reunir las creaciones literarias de muchos escritores coahuilenses que gracias a esta iniciativa editorial son conocidos en la entidad y en otras partes de la república.

Colección Siglo XXI Escritores Coahuilenses



21 de abril
19:00 hrs.
Presentan: Jaime Muñoz Vargas y María Luisa Iglesias
Recinto del Patrimonio Artístico (Banco Purcell)
Hidalgo 211, zona centro
Saltillo, Coahuila

24 de abril
19:00 hrs.
Presentan: Gerardo Segura y María Luisa Iglesias
Audiovisual - Facultad de Administración - Universidad Autónoma de Coahuila
Avenida 16 de septiembre 214
Piedras Negras, Coahuila

25 de abril
19:00 hrs.
Presentan: Sanjuanita Torres y Claudia Berrueto
Sala de seminarios - Universidad Autónoma de Coahuila
Carretera 57, km 4.5
Monclova, Coahuila

miércoles, abril 16, 2008

De riqueza y podredumbre



La riqueza de América Latina ha sido la principal propiciadora de sus heridas. Desde la llegada de Colón, los europeos no vieron aquí, salvo escasísimas excepciones, más futuro que el de hincarle el colmillo para acaudalar así a las coronas del viejo mundo. La historia de América Latina es, desde la madrugada de Guanahani hasta hoy, una historia de saqueo, de barbarie, de rapacidad, una historia violenta y triste, terrible primero para los indígenas, atroz después para los mestizos que nacieron luego del choque cultural.
En un amplio artículo publicado ayer en La Jornada, el novelista Fernando del Paso ha recordado a vuelapluma los siglos de hurto padecidos por Latinoamérica que, como lo cita el autor de Noticias del imperio, fueron alguna vez mejor descritos que nadie por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina (1971). Sé que ese libro ha sido burlonamente desdeñado, minusvalorado, por muchos de los fundamentalistas del libre mercado y la simulación democrática. En su Manual del perfecto idiota latinoamericano y sus secuelas, los mercadólatras Montaner, Mendoza y Vargas Llosa hijo (prologados por Vargas Llosa padre) se cansaron de escupir rabiosas pestes contra todo lo que oliera, por tenue que fuera tal aroma, a comunismo. Su fanática defensa del libre mercado los llevó a publicar best sellers que pronto se convirtieron en dogma para la fauna neoliberal latinoamericana, y sus autores fueron felices para siempre.
Mientras, muchas naciones de América Latina siguen entrampadas en el deterioro. El peso del pasado, que no es poco, las ha rezagado tanto en lo tecnológico, en lo económico y en lo político que parece imposible remontar el cuesta arriba. El ascenso al bienestar social, luego del atropello multisecular, ha dejado al menos, como ganancia, cierta memoria compartida en esos países. Es lo veo en las luchas callejeras, muchas veces espontáneas y desorganizadas, que ora en la Argentina, ora en Venezuela, ora en Bolivia, ora en México, bullen en las plazas cuando algunos ciudadanos ven amenazados, así sea levemente, los bienes más preciados de su suelo. La protesta social, insisto que muchas veces espontánea y por ello algo desorganizada o con apariencia de, es la manera más impetuosa que tiene la población para articular movimientos de defensa cuando advierte peligro de que se repitan iniciativas de saqueo.
En ese gran contexto continental inscribo el caso de la reforma petrolera, de ahí que la moción de Del Paso, quien oblicuamente nos invita a releer a Galeano, es fundamental en este momento de polémica. Como en los tiempos electorales de 2006, hay básicamente dos bandos, hay polarización: unos están por la reforma, la defienden afirmando que no es “reforma”, que es apenas una reestructuración algo descafeínada, y lo vociferan en todos los medios de que disponen, es decir, en la mayoría; otros muchos, muchísimos, sin tantos medios de comunicación a su alcance, radicalizan el discurso, apoyan tomas del congreso y gritan su temor a un madruguete. En medio de estos dos entes habitan los indecisos, los que no tienen mucho interés en el tema, a los que da lo mismo que pase lo que tenga que pasar. Creo que a ellos les puede servir un viaje rápido a Las venas abiertas de América Latina (Editorial Siglo XXI; lo consiguen con cierta facilidad en librerías o por medio de internet). Como el artículo de Del Paso, el poderoso trabajo de Galeano quizá no los persuada, quizá no los convierta, pero al menos, sospecho, les sembrará dudas y les mitigará el apuro de venderlo todo al primer marchante. La historia de nuestro continente espiritual demuestra con sangre, con muertes, con pavoroso dolor, que muchos han deseado y todavía desean lo que tenemos. La urgencia no es vender. La urgencia es saber qué pasará si vendemos, quiénes se beneficiarán, a dónde irá a parar el usufructo de esa negociación. Hasta ahora, la ganancia siempre ha sido para muy pocos; o como dice don Ata: “unos trabajan de trueno / y es para otros la llovida”.

martes, abril 15, 2008

Invitación

Del Paso opina



El motivo de la desconfianza tiene, como podemos ver en el artículo de Fernando del Paso, una larga historia. ¿Vamos a creerle a Calderón y sus adláteres si ni siquiera han reparado en las razones donde se asienta el temor a la voracidad foránea? Ojo, pues, a los párrafos que vienen de Del Paso (La Jornada de hoy; la segunda parte, añadida en este mismo post, apareció un día después, el 16 de abril; la tercera, igual en este post, fue publicada el 17 de abril):
o
Los veneros del petróleo que nos dio el Diablo

Fernando del Paso

Con esta contribución me incluyo y me retiro al mismo tiempo del llamado debate sobre el petróleo. En un programa difundido la semana pasada en el Canal 11, el senador por el PRD Graco Ramírez afirmó —cito de memoria— que la gran mayoría de los mexicanos tiene una opinión definida sobre el futuro del petróleo en México. Es probable que, sin embargo, yo no pertenezca a esa gran mayoría: me retiro porque no tengo la capacidad, o en otras palabras, la preparación, los estudios necesarios para opinar sobre las implicaciones tecnológicas y económicas de una reforma energética. Coincido con lo que dijo Manuel Bartlett Díaz en la revista Forma del mes de enero-febrero de este 2008: “Nadie sabe qué es la reforma energética y todos saben qué es la reforma energética”.
Sí pertenezco, en cambio, a esa mayoría total —quiero pensar que lo es— de mexicanos que estamos dispuestos a defender a ultranza nuestro petróleo. ¿Quién no lo está? Pero pertenecer a esta mayoría, y formar parte de un grupo selecto en el que se mezclan simples novelistas —como un servidor— con expertos en politología, historia y economía, es otra cosa. En este caso, pienso que el escritor queda en desventaja. O al menos yo, por mi ignorancia.
Ampararse con la bandera de la ignorancia no es, desde luego, un motivo de orgullo y mucho menos un pretexto digno para retirarse de la arena. En las últimas semanas he leído con asiduidad y con cuidado una buena parte del material que se ha publicado sobre la reforma energética —o mejor dicho la petrolera—, y he tomado notas de los debates difundidos, sobre este tema, en el Canal 11. Lo menos que podía hacer, creo, era tratar de saber por qué no sé y, así, saber un poco más.

La mancuerna del Diablo
Defender nuestro petróleo de los intereses extranjeros implica, entre otras cosas —y cuando menos—, saber por qué lo hacemos. Algo en este sentido puede enseñarnos la historia y en particular la de América Latina, que no ha sido otra cosa, desde hace dos siglos, que la patética relación de los dorados auges y las caídas estrepitosas de sus productos, o en otras palabras la alternancia del milagro económico y la quiebra súbita y casi absoluta.
Desde 1810, cuando los países latinoamericanos bajo el dominio español comenzaron a independizarse, Inglaterra se propuso evitar que estas ex colonias cayeran en manos francesas o estadunidenses. En las siguientes décadas, los ingleses ya se habían encargado de construir en nuestros países varios ferrocarriles destinados no a beneficiar el transporte interno de materias primas y mercancías, sino a facilitar la salida de éstas al mar, con destino al Reino Unido. En 1850, estaban ya terminados el ferrocarril de Maná, en Brasil; el de Copiapó, en Chile, y el de Veracruz-El Molino, de México. Siguieron, pocos años después, en Colombia el de Aspinwall-Panamá y, en 1857, en Argentina, el de Buenos Aires-Suroeste.
Pocos años más tarde unas cuantas empresas inglesas se habían ya apoderado del cobre chileno y creado un imperio azucarero en el archipiélago de Sotavento, las Guayanas, Jamaica, Haití, Guadalupe, Puerto Rico, las costas peruanas y desde luego, Cuba, cuyo dominio no tardaría en pasar de las manos británicas a las estadunidenses; esta isla del Caribe no sólo le sería útil a Estados Unidos para hacer de ella un gran burdel en beneficio de la mafia, sino también para controlar la producción y el aprovechamiento de algo más que el azúcar y el tabaco: el níquel, el cobre, el hierro, el manganeso y el tungsteno.
Entre las fuentes y documentos a los que podemos acudir para ratificar las inmensas depredaciones que ha sufrido nuestro continente, destaca desde luego el libro del uruguayo Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, uno de los recuentos más lúcidos y completos y, diría yo, más dolorosos, de la expoliación que han sufrido nuestros pobres países al “asociarse” con empresas extranjeras representantes del capitalismo más puro y salvaje. Esto no hubiera sido posible, desde luego, sin la corrupción y la connivencia criminal de gobernantes latinoamericanos siempre dispuestos a asociarse con los intereses extranjeros para completar la mancuerna. Los casos han sido numerosos. Entre ellos, por ejemplo, el del presidente Castelo Branco de Brasil, quien le entregó a la US Steel el derecho de adquirir 49 por ciento de las acciones de los yacimientos de hierro de la sierra de Los Carajas. Esta empresa, nos cuenta Galeano, se encargó también de sacar, y transportar en sus propios buques, “todo el hierro que se extraía en cantidades gigantescas del Cerro de Bolívar el Venezuela”, como nos cuenta Galeano. Otro ejemplo es el del sanguinario dictador guatemalteco, Jorge Ubico, quien le otorgó a las empresas cafetaleras y bananeras extranjeras lo que Galeano llama “el derecho a matar”, al exentar a los finqueros de responsabilidad criminal respecto a la muerte de sus trabajadores.
Estos finqueros eran, por supuesto, representantes de la United Fruit, el gigante estadunidense que les hizo merecer, a los países centroamericanos por él explotados, el nombre de Repúblicas Bananeras. “Mamá Yunai”, como se llamaba a esta empresa —y tal fue el título de la novela del costarricense Carlos Luis Fallas— ejerció durante muchos decenios una explotación inmisericorde de sus trabajadores, corrompió gobiernos, organizó matanzas y puso y depuso a dictadores. Fue también la responsable, la United Fruit —y esto no lo dice un libro escrito por un comunista: lo dice la Enciclopedia Británica—, del asesinato del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán durante el Bogotazo de 1948.
Hubo, sí, mandatarios que lucharon contra estos intereses. Su destino fue trágico.
A fines del sigo XIX, el presidente Balmaceda, de Chile, anunció su intención de nacionalizar los distritos salitreros del país. Los barcos británicos bloquearon las costas de Chile y Balmaceda, derrotado y derrocado, se suicidó. Ya entrado el siglo XX, en 1930, cuando el Congreso Argentino estaba a punto de votar la ley que disponía la nacionalización del petróleo, el presidente Hipólito Irigoyen fue derribado por el general José Félix Uriburu.

Los veneros del Diablo
La frase que aparece en el poema La Suave Patria, del gran poeta zacatecano Ramón López Velarde, resultó profética: el petróleo es un regalo que nos dio el Diablo.
Casi no hubo materia prima importante producida en la América Latina: el salitre, el nitrato de sodio, el azúcar, el algodón de Marañao, el cacao “que alumbró las fortunas de la oligarquía de Caracas” —Galeano— que no fuera objeto de la codicia y del pillaje primero británico y después estadunidense: Estados Unidos comenzó a ganarle terreno al decadente imperio británico y comenzó así el reinado de Union Carbide, Cynamid, Minnesota Manufacturera, Dow Chemical, Lever Brothers, Westinghouse y una veintena más, estadunidenses primero, multinacionales después, que se encargaron de imponer y sostener a todos aquellos sátrapas que las apoyaron: dictadores de opereta, sádicos, carniceros, feroces, asesinos, histriones y dementes. La lista es muy larga.
Ya para entonces, también, el petróleo se había vuelto el rey de las materias primas. Descubierto en lo que es hoy Irak hace más de 2 mil años, fue en un país vecino, Persia –hoy Irán–, donde, en 1901, Gran Bretaña consiguió del Sha Muzafarr al-Din la concesión para la explotación de la región. En unos cuantos años siguieron Kuwait, Bahrein y la conquista de Bagdad, la ciudad que fue clave para los británicos en su camino a la India y sobre todo en la ruta hacia los campos petroleros iraníes. Tras la Segunda Guerra Mundial, fue Estados Unidos, no Inglaterra, el país que aseguró en su beneficio los suministros petroleros de la región saudita, cuando, a bordo del barco Quincy, en aguas de Suez, Roosevelt celebró un tratado con Ibn Saoud, el fundador de la moderna Saudiarabia.
Una quincena de años antes, dos empresas petroleras, la Standard Oil de Nueva Jersey y la Shell, provocaron la guerra de El Chaco, el conflicto más cruento de toda la historia de América Latina, en el cual se enfrentaron los dos países más pobres del continente en ese entonces: Bolivia y Paraguay. Más de 80 mil bolivianos y 40 mil paraguayos pagaron con sus vidas. Nuevamente, no fue un comunista el que denunció el siniestro papel que jugaron estos dos gigantes: lo hizo un personaje de la política estadunidense, Huey Long, senador y después gobernador de Luisiana.

El Diablo en México
Es de suponerse que los mexicanos conocemos bien la historia de nuestro petróleo. En 1938, la nacionalización realizada por Lázaro Cárdenas afectó profundamente los intereses petroleros de varias naciones como Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos. Entre las empresas nacionalizadas se encontraban, como lo señala la Enciclopedia de México de Rogelio Álvarez, la Huasteca Petroleum Co., la Sinclair Pierce Oil Co., la Standford y Cía., la California Standard Oil, la Consolidated Oil Co., la Atlantic Gulf Refining y la Transportation Co. A pesar de que México cumplió con el compromiso contraído para indemnizar a esas compañías, la estadunidense Standard Oil y la holandesa Royal Dutch bloquearon las exportaciones mexicanas de petróleo y abastecimientos para pozos y refinerías. Éstas y otras empresas ya se habían encargado de agotar, y llevarse consigo, la riqueza de la “Faja de Oro”, en los tiempos en que México cubría 25 por ciento de la demanda petrolera planetaria.
Pero el presidente Cárdenas no fue derrocado por los militares. No fue asesinado. No se suicidó. No acabó sus días en el exilio. A sabiendas de que a Estados Unidos le convenía tener a su alcance la riqueza petrolera mexicana para acaparar la producción e incluso apoderarse de ella si era necesario, obligó a México a declararle la guerra al Eje. México había sido neutral durante la Gran Guerra. Esta vez, esa posición era intolerable. Y fue entonces cuando se maquinó, de la manera más burda, el casus belli indispensable: el supuesto bombardeo, por parte de submarinos alemanes, de varios buquetanques petroleros: el Potrero del Llano, el Faja de Oro, Las Choapas y el Amatlán.
Con algo más pagamos: con la participación en la guerra de más de 15 mil mexicanos que vivían en Estados Unidos (Enciclopedia de México), y la muerte de cinco pilotos mexicanos del Escuadrón 201 en la guerra del Pacífico. Y también con el trabajo de decenas de miles de braceros mexicanos que exigían los agricultores del sur de Estados Unidos para levantar sus cosechas de algodón, uva, betabel, naranja, y otras frutas y verduras.
A pesar de que faltaban veinte años para que el carismático líder César Chávez creara una organización que defendiera los intereses de los inmigrantes en esas tierras, siempre humillados y explotados, los braceros mexicanos descubrieron algo en ellas que era un poco mejor que el infierno, y que les permitía llevar dólares a su país. Y éste fue el detonador de lo que se convirtió en la inmensa e incontrolable emigración de mexicanos hacia Estados Unidos.
Es, pues, la historia, y no la histeria, la que nos proporciona razones más que suficientes para desconfiar de nuestra asociación con cualquier empresa extranjera.
“La nacionalización del petróleo, simbolizada en el manejo absoluto de la industria por Petróleos Mexicanos, está herida de muerte…” “…cuando se está abriendo la puerta franca a los capitalistas y tiburones de las finanzas mexicanas, éstos [los mexicanos] les abrirán a aquellos [los extranjeros] el camino, sirviéndoles de pantalla”.
Estas palabras pertenecen a un artículo publicado en el mismo número de la revista Forma antes mencionada, fueron escritas hace más de 60 años por Narciso Bassols como una crítica a la propuesta hecha al Congreso por el presidente Ávila Camacho, en el sentido de hacer reformas a la Ley del Petróleo entonces en vigor.
Bassols agrega: “…carece por completo de justificación el Presidente de la República al decir que el cambio simplemente consiste en que ahora la colaboración privada debe realizarse dentro de formas jurídicas diversas de la concesión”.
Vemos así que el propósito de privatizar Pemex, o al menos parcialmente, nació casi al día siguiente de la nacionalización.
Hoy se habla de una conjura de los sucesivos gobiernos que hemos tenido —o más bien sufrido— los cuales, en mancuerna con la iniciativa privada, desde hace 25 a 30 años decidieron elaborar un proyecto para lenta, y progresivamente, arruinar a Pemex y, así, hacer inevitable su privatización. En lo personal, creo que la codicia y la ansiedad por el poder y la riqueza se presentan, en el ser humano, como una urgencia imperativa, y se me hace difícil imaginar que hace 30 años los políticos que entonces tenían 40 o 50 de edad hicieran planes a tan largo plazo para incrementar sus caudales.
Si esta confabulación fue verdad, y por tanto Pemex está arruinado, entonces no hay más remedio que admitir el ingreso de la inversión privada. Si, en cambio, Pemex no está arruinado, eso quiere decir que nunca existió esa confabulación o que por lo menos fracasó, y entonces no necesitamos de la inversión privada.
Pero la triste realidad es que Pemex está arruinado, y entiéndase por “arruinado” no que no tenga un centavo, sino su manifiesta incapacidad tanto para seguir desarrollándose, como para satisfacer la demanda actual y futura de hidrocarburos que requiere nuestro país. Y nadie ignora las tres causas principales de ese deterioro, al parecer irreversible e imparable si Pemex sigue como está: una, la onerosa y absurda carga fiscal que pesa sobre esa industria, misma que ha mutilado su crecimiento e impedido la reinversión de sus ganancias en la modernización de sus instalaciones y nuevas exploraciones. Dos, los exorbitantes salarios y prebendas que han gozado sus directores, ejecutivos y trabajadores en general, representados por un sindicato que constituye el ejemplo más acendrado de la más aberrante conquista de nuestro corporativismo. Si mal no recuerdo, en uno de los debates transmitidos por el Canal 11, María Amparo Casar se refirió a un fragmento de un informe de Pemex sobre “prestaciones diversas”, en el que se destinaba a éstas la cifra de 23 mil millones de pesos. Tres, la participación siempre presente —lo queramos o no, nos hayamos enterado de ella o no— de los empresarios nacionales sin escrúpulos, quienes durante muchos años —pero sin necesidad de esperar 30— han sido beneficiados por los magnánimos, espléndidos contratos y concesiones de Pemex y de los cuales (de esos empresarios, empresarios-políticos o políticos-empresarios) el caso del secretario Mouriño no es desde luego ni el primero ni el único, pero sí uno de los más cínicos. Y es aquí donde también la historia nos ha enseñado no sólo a desconfiar de las inversiones extranjeras: también de las inversiones privadas de nuestros tiburones locales.
Aun así, no hay que olvidar que durante una época se satanizó a las industrias nacionalizadas por su ineficiencia y sus consecuentes pérdidas, y que ahora se sataniza a las privatizaciones por lo mismo. Cabe preguntarse: si tanto unas como las otras fracasan en nuestro país, ¿no será en realidad que el fracaso es nuestro, de los mexicanos, y no de ellas, y que esto se debe nada más y nada menos que al triunfo arrollador de esa corrupción que corroe a México como si fuera un sida espiritual?

Lo que se entiende…
De los editoriales de diversas publicaciones, de los artículos de la revista Forma y de los debates de Canal 11 entendí muchas cosas y otras tantas, o más, no entendí.
Por ejemplo, en un largo y muy bien informado artículo publicado en el mismo número de Forma al que me he referido, y titulado “La reforma energética factible”, Francisco Rojas afirma que la desinformación posiblemente logre “ocultar la verdadera intención [¿del gobierno?], que es la desmembración de Pemex”. Rojas nos hace notar que “70 por ciento de las reservas mundiales de petróleo pertenecen a empresas estatales”, y que en 2007 la General Electric declaró que la tecnología necesaria para la exploración y explotación en aguas profundas estaba disponible en el mercado sin necesidad de acudir a alianzas estratégicas o compartir riesgos o reservas. Nos señala también que desde 1979 no se le ha autorizado a Pemex —el subrayado es mío— aumentar su capacidad de refinación, y que las refinerías que fueran construidas por capitales privados “venderían su producto a precios de mercado donde más les conviniere y no se comprometerían al abastecimiento interno en situaciones desventajosas”.
Por demás está decir que esa prohibición inexplicable impuesta a Pemex para restringir su capacidad de refinación, sí que se antoja parte de una conjura.
Pero todo depende, pienso, si con las empresas privadas (ya sea extranjeras, o las regenteadas por nuestros tiburones locales) se firman “contratos de desempeño” o “contratos de riesgo”, cuya diferencia fue una de las cosas que aprendí en los debates difundidos por Canal 11: en el primero, Pemex le pagaría a su asociado según, precisamente, el desempeño de éste: mientras más petróleo y de mejor calidad, mayor sería el pago. En el segundo, Pemex y su asociado compartirían el riesgo. O los varios riesgos, como serían no encontrar petróleo en las perforaciones, o encontrar poco, o encontrar petróleo de mala o mediana calidad. El pago tendería entonces a ser mucho menor de acuerdo con los hallazgos, o incluso nulo. El artículo 27 prohíbe expresamente los contratos de riesgo, pero no los de desempeño. ¿Por qué no, entonces, buscar contratos de desempeño con empresas nacionales?... después de todo, el propio Lázaro Cárdenas promovió la participación privada en la industria petrolera (Forma, Rogelio López Velarde Estrada) y en su libro Un proyecto de nación, editado en 2004 por Grijalbo, Andrés Manuel López Obrador expresó: “tampoco deberíamos descartar que inversionistas nacionales, mediante mecanismos de asociación entre el sector público y el privado participen en la expansión y modernización del sector energético o actividades relacionadas, siempre y cuando lo permitan las normas constitucionales”. Por otra parte, en uno de los debates del 11, se habló de refinerías de construcción privada, nacional o extranjera que serían “alquiladas” por Pemex, para que, por así decirlo, le “maquilaran” el crudo, y de esta manera el Estado conservaría el beneficio de la llamada renta petrolera.
Creo que esto queda claro, y también que la definición de “aguas profundas” comienza más allá de los 500 metros. Que las plataformas para explorar y explotar petróleo a profundidades de mil o 3 mil metros, son necesariamente plataformas flotantes cuyos desplazamientos, mínimos, están controlados por satélites. Que hoy México produce de 3.3 a 3.4 millones de barriles diarios que en 10 años se reducirían a 1.5, y en 20 años la producción sería deficitaria. Que la autonomía de Pemex no significaría que esta empresa pudiera hacer lo que le diera en gana porque el Estado seguiría siendo el rector de la empresa. Que estamos quemando gas desde hace 75 años. Que importamos 40 por ciento de la gasolina que se consume en México, incluso de Italia y Holanda, países que no tienen petróleo pero que sí tienen refinerías. Que no sería posible quitarle, 10, 20, 100, mil, 10 mil millones de pesos a los egresos del gobierno que hoy se destinan, por ejemplo, a salud o a educación, para dárselos a Pemex. Todo esto y muchas otras cosas quedaron muy claras, al menos para mí, en lo que leí, vi y escuché. Y también lo que dijo, en una de sus intervenciones, la licenciada Miriam Brunstein: que no conoce “ninguna otra empresa petrolera en el mundo que sufra el cinturón de castidad que se le ha impuesto a Pemex”.

…Y lo que no se entiende
Se atribuye a Carlos Monsiváis la frase: “Yo no sé si ya no entiendo lo que pasa, o ya pasó lo que estaba yo entendiendo”. Y es que lo claro se enturbia cuando uno comienza ya a no entender. O a ya no poder opinar. Hablan los expertos: nos recuerdan que Pemex tiene libertad para asociarse con una empresa extranjera fuera de México, pero no en México (Forma, Rogelio López Velarde Estrada): la referencia es la asociación de Pemex, en Texas, con la Shell, de la que obtiene una ganancia de mil millones de dólares anuales. Que es imperativo ir a aguas profundas (Carlos Morales Gil). Que no, que no es necesario ir a aguas profundas (Francisco Garaicochea). Que lo que se tiene que hacer rebasa la capacidad de Pemex. Que no, que nosotros mismos nos bastamos. Que la autosuficiencia de Pemex no es viable. Que sí. Que el marco jurídico de Pemex es obsoleto. Que no. Que el petróleo no se privatiza. Que no, por supuesto, que el petróleo no, pero que sí se privatiza el mercado petrolero. Que la iniciativa de Calderón viola el artículo 27. Que no. Que está en nuestra capacidad hacer perforaciones necesarias en aguas profundas. Que sí, pero que necesitaríamos 50 años para hacerlas. Que López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas no están de acuerdo. Que sí, que siempre sí.

En un hoyo sin petróleo
Y a uno —al menos a mí— le queda la amarga sensación de que entre Pemex, sus trabajadores y su sindicato, nuestros sucesivos gobiernos y nuestros tiburones nacionales, ya cavaron, juntos, la tumba de Pemex, y que hoy, y una vez más, para que nos saquen de ese hoyo, que no por profundo tiene una gota de petróleo, tendremos que acudir a la ayuda de los que siempre nos han explotado, porque siempre nos hemos dejado explotar.
Se propone un debate nacional. Aparte de los expertos en tecnología petrolera, los ingenieros, los economistas, politólogos y demás especialistas que pueden opinar —y que tan distinto suelen opinar—, ¿cuántos otros ciudadanos, entre las decenas de millones que somos, tenemos una idea suficientemente clara de lo que pasó, está pasando y podría pasar como para hacer una contribución coherente a ese debate?
La exigencia de un debate nacional es legítima, pero nada o poco tendrá de nacional si no es escenificado y difundido en los dos medios más poderosos y de mayor alcance de nuestro país, Televisa y Televisión Azteca. Mucho me temo que la pluralidad de voces sólo contribuya a una confusión aun mayor. Pero esta aspiración, reitero, es legítima. El gobierno debe intervenir en forma directa para que esto se logre, y a las dos televisoras se les presenta una muy valiosa oportunidad de demostrar su voluntad de cooperar en la discusión de uno de los problemas más graves a los que hoy se enfrenta nuestro país.
El bloqueo de las instalaciones del Senado por las adelitas, una protesta cívica pacifista –y sabia: un conjunto constituido únicamente por mujeres inhibirá cualquier tentación de una represión violenta— fue, en un principio, justificable: una vez presentada al Senado la propuesta del presidente Felipe Calderón, se temió que ésta fuera aprobada al vapor, y se eliminara así la posibilidad que la voz de la oposición fuera debidamente escuchada y tomada en cuenta. Sin embargo, tal vez ese temor era infundado. En el tercer programa de Canal 11, y según creí entender, cuando el moderador Ezra Shabot insinuó la posibilidad de que el Congreso prolongara con una sesión extraordinaria la sesión ordinaria actual (que se termina este mes de abril y que se reanudará hasta septiembre) con objeto de tratar a fondo la iniciativa de reforma de la industria del petróleo presentada por la Presidencia, el señor Graco Ramírez, senador por el PRD, respondió que en septiembre se podrá discutir con más calma y que no se debe actuar con prisa. Los otros dos señores legisladores, Fernando Elizondo Barragán, del PAN, y José Ascensión Orihuela, del PRI, guardaron silencio.
Esto pareció ser una clara indicación de que los señores legisladores estaban dispuestos a tomarse sus cuatro meses de vacaciones dejando colgado de la brocha el debate más trascendental que se ha suscitado en nuestro país por muchas décadas, cuando uno esperaría que estos señores que nos representan asumieran con plena responsabilidad –y con calma, desde luego, pero no tanta– el papel que les corresponde en el debate. Y, como tampoco el Senado dio señales de tener el propósito de prolongar la sesión ordinaria, no tendría ningún sentido, a partir del primero de mayo, que las mujeres del Frente Amplio Progresista continuaran el sitio de una instalación vacía.
Sin embargo, la toma de la tribuna de San Lázaro por los diputados del Frente Amplio Progresista se llevó a cabo, según se dijo, con la intención de desocuparla cuando se acordara realizar la consulta pública. No obstante, la invasión de las tribunas de ambas cámaras no se justifica tan fácilmente. Todos aquellos que votamos por un senador o un diputado perredista, lo hicimos para contar con un legislador que representara aquellos de nuestros intereses que parecían coincidir con los suyos, y no para que boicoteara las actividades del propio Congreso al que pertenece, en el cual, y no en ninguna otra parte, debe defender esos intereses. Sin embargo, si este patético despliegue no se justifica, sí se explica: sabemos que en este Congreso, como en todos los que ha tenido nuestro país —¿acaso ha habido una excepción?— nuestros legisladores nunca han actuado de acuerdo con su conciencia, sino de acuerdo con las consignas de su partido, y los perredistas, ante la coalición PRI-PAN, se saben derrotados de antemano.
Y es por eso que, de todas maneras, el debate nacional es necesario. Por lo pronto, si se inicia lo más pronto posible —con la cooperación imprescindible de Televisa y Televisión Azteca—, puede extenderse por varios meses, mientras nuestros legisladores disfrutan sus vacaciones o se dedican al manejo de sus negocios particulares. Pero, si se deciden a instaurar sesiones extraordinarias tan largas como sean necesarias, dejarán de tener sentido, y propósito, el bloqueo civil y las tomas de las tribunas. Habrá que dejar a los legisladores en paz y en libertad para que legislen donde deben legislar. Si de cualquier manera en una sesión extraordinaria se toma una decisión al vapor, que sepan de una vez los señores legisladores que el pueblo mexicano no lo va a tolerar. Se planteó la posibilidad de dedicar cincuenta días al debate. Esto y la apertura de sedes alternas es un buen comienzo.
Por otra parte, el debate no puede, o no debe, basarse en una posición maniquea donde todo es blanco o todo es negro. En mi opinión, cada uno de los puntos principales presentados por Felipe Calderón exige una consideración cuidadosa y, en la medida que sea posible, desapasionada. Sin gritos ni sombrerazos. Pero también sin bloqueos de calles o aeropuertos que no sólo servirán para exacerbar a los ciudadanos que estamos hartos ya de manifestaciones: también para multiplicar las divisiones no entre los perredistas que son miembros activos del PRD, quienes ya se encargaron ellos mismos de hacer pedazos su partido, sino las divisiones y defecciones que desde hace tiempo comenzaron a darse entre los ciudadanos comunes y corrientes, apartidistas, que en 2006 no votamos por el PRD como partido sino por sus candidatos, como individuos en quienes depositamos nuestra confianza.
Por otra parte, es absurda, en mi opinión, la pretensión de que este debate desemboque en un referéndum. Un referéndum sólo se hace para responder Sí o No a una sola propuesta sencilla y concreta. ¿Y cuál es la única posible? Sí, o No, a la privatización del petróleo. Conocemos desde ya la respuesta: No.
Pero este No no nos serviría para la perforación, en un futuro cercano que se nos echa encima, de más de 18 mil pozos, tal como lo asegura Georgina Kessel —y quiero creer que es verdad—, para garantizar que Pemex vuelva a ser la gran industria que fue en el pasado. O la industria grande, porque la grandeza que nos interesa no es la que cubra de gloria a la patria, sino la que solucione nuestro futuro. Si para esto no nos queda más remedio que acudir a la participación de la inversión privada —nacional y/o extranjera, ya Bassols nos recordó que es el mismo gato pero travestido— hay que apechugar y hacerlo, siempre y cuando, en verdad de verdad, el Estado mexicano continúe siendo rector de nuestra industria petrolera. Ésta es mi opinión, personalísima, y la asumo con la conciencia limpia. Si alguien o álguienes piensan que no, que me queda sucia, es problema de ellos, no mío. Más vale, pienso yo, compartir nuestra riqueza con los ladrones que nuestra miseria con nadie.
El petróleo y la soberanía
La noción que tenía yo de lo que es un “área estratégica” se enriqueció con el artículo al respecto publicado aquí, en La Jornada, el pasado lunes 14 de abril, por Bernardo Bátiz, quien nos dice: “el petróleo está dentro de las áreas estratégicas, las cuales, según reza el artículo 25 constitucional, estarán a cargo del sector público, esto es, del Estado y específicamente del gobierno federal, pero además lo estarán de manera exclusiva, esto es, sin posibilidad alguna de que otro sector, el social o el privado, pueda intervenir. Si Pemex comparte de cualquier manera, directa y abiertamente o con argucias, se vulnera un área estratégica de nuestro sistema económico y se pone en riesgo hoy y para el futuro la soberanía de nuestra patria”.
Entendido. Pero si hoy importamos el 40 por ciento de la gasolina que consumimos, y seguimos como estamos, y dentro de diez, quince años, vamos a importar el 60 o el 80 por ciento… ¿De qué clase de “soberanía” va a gozar el Estado mexicano? ¿Se podrá seguir llamando “soberanía” a la dependencia de otros países en algo tan vital para nuestra economía como es la gasolina? ¿Y cuando nuestra producción de crudo se vuelva deficitaria, vamos también a importar petróleo sin tener las refinerías y la industria petroquímica necesarias? ¿O vamos entonces a dejar de exportar petróleo y reducir los egresos del gobierno?
Durante la presidencia de Jimmy Carter se dijo que Estados Unidos había elaborado un plan secreto “de contingencia” que le permitiría ocupar militarmente los pozos petroleros mexicanos en un lapso de dos días. Si esto es verdad o no, poco importa. Lo que importa es que se trata de una operación factible y, en determinadas circunstancias, probable. Aun así, y por muy lejana y disparatada que parezca esta eventualidad, me pregunto: ¿no sería deseable la inversión en nuestra industria petrolera —controlada por el Estado rector, por supuesto— de otras naciones como Venezuela y de uno o dos países de la Comunidad Europea que no tengan petróleo, para que, dado el caso, Estados Unidos lo piense dos veces?

lunes, abril 14, 2008

Acuses bibliográficos 1




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Apuntes sobre la educación jesuita en La Laguna: 1594-2007, Sergio Antonio Corona Páez, UIA Laguna, Torreón, 2008, 106 pp. Un acercamiento al origen de la occidentalización de la comarca lagunera que quizá tuvo en los jesuitas a sus principales promotores. El doctor Corona examina nutrida documentación (fuentes primarias) para recorrer poco más de cuatro siglos de presencia educativa jesuítica en la región del Nazas. Me lo regaló su autor.

Carta a mi madre, Juan Gelman, Ediciones Monte Carmelo, Comalcalco, 2007, 69 pp. Un amplio poema escrito por el gran poeta argentino en referencia a su madre. La bellísima edición consta de dos partes: el poema en tipografía habitual y la versión digitalizada del manuscrito. Contiene además un epílogo de Marco Antonio Campos. Me lo regaló su autor.
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Menos de 100, David Lagmanovich, Editorial Martín (colección La Pecera), Mar del Plata, 2007, 121 pp. Ofrece 99 microrrelatos de un escritor que es, sin duda, uno de los más importantes cultores, teóricos e historiadores del género en nuestra lengua. Me lo regaló su autor.
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Los cuatro elementos, David Lagmanovich, Editorial Menoscuarto, Palencia, 2007, 160 pp. Otra reunión de narraciones breves compuesta por un narrador que entiende a la perfección las características de la ficción súbita. Me lo regaló su autor.

Miel de maple, Miguel Báez Durán, Universidad Autónoma de Coahuila (colección Siglo XXI Escritores coahuilenses), Saltillo, 2007, 177 pp. Doce narraciones atravesadas por una temática afín: los personajes viven, visitan, pasan, aman o aborrecen las realidades de Canadá y México. Me lo regaló su autor.

Dialéctica de la pasión, Saúl Rosales, Universidad Autónoma de Coahuila (colección Siglo XXI Escritores coahuilenses), Saltillo, 2007, 156 pp. Me lo regaló su autor.

El orden infinito, Rodolfo Naró, Planeta, México, 2007, 309 pp. Finalista en el Premio Planeta Argentina 2006. Fue presentada el 2 de abril en el Icocult Torreón. Es una novela con resonancias rulfogarciamarquianas, una especie de paseo por Comala-Macondo a la manera de Naró, escritor oriundo de Tequila, Jalisco, y radicado desde hace algunos años en el DF. Me lo regaló su autor.

Ese hondo suspiro de la noche (selección del premio nacional de cuento “Criaturas de la noche” 2007), Édgar London et al., Icocult, Saltillo, 2007, 189 pp. Once historias terroríficas entre las que destaca la que le da título al libro; con ella, London ganó el certamen mencionado en la portada. Me lo regaló Miguel Gaona, prologuista y coordinador de literatura del Icocult Saltillo.

Oficio: leer, Rogelio Guedea, Aldus en coedición con el Gobierno del Estado de Colima y Universidad de Colima, México, 2008, 133 pp. Un amenísimo recorrido por el vicio de la lectura descrito con buena prosa y tremenda erudición por el colimense Guedea, desde hace algunos años radicado en la ciudad de Dunedin, Nueva Zelanda. Me lo envió la editorial Aldus a solicitud de Guedea.

Partitura para mujer muerta, Vicente Alfonso, Mondadori, México, 2008. La novela, ganadora de un premio nacional de narrativa policiaca, es ofrecida al lector con cuatro espaldarazos de voltaje subido: “Además del misterio policiaco, la novela de Vicente Alfonso enfrenta al lector a un inteligente misterio literario: diversidad de voces narrativas, juegos con el tiempo, elipsis sorpresivas, erudición musical… Desenredar las madejas de la trama se vuelve tan apasionante como desentrañar su aparato formal. Partitura para mujer muerta dignifica el género y hace de Vicente Alfonso un escritor de altos registros. Desde ahora, será necesario seguirlo y perseguirlo. Es un novelista excelente” (Vicente Leñero). “En un ambiente de músicos, instrumentistas profesionales, se desenvuelve la historia de Partitura para mujer muerta. En esa atmósfera se comete un asesinato y entre un capítulo y otro, Vicente Alfonso va intercalando partes policiacas, informes en los que la mala ortografía y el anquilosado lenguaje judicial elevan el voltaje siniestro del crimen y la enajenación de la justicia. La novela cumple con la clásica premisa del género policial —un crimen como fuerza centrífuga desencadenante—, que permite entrever la descomposición social y la violencia que acongoja al México de nuestra época. Vicente Alfonso se presenta, así, como uno de los novelistas más prometedores de la narrativa mexicana” (Federico Campbell). “Partitura para mujer muerta puede leerse como un trío compuesto para una violinista que muere, un pianista que desaparece y una chelista que investiga y es investigada. ¿El asesinato como una de las bellas artes? Algo más cotidiano y perverso: una historia de obsesiones, sexo e ineptitud policiaca. Vicente Alfonso aborda un tema recurrente de la música clásica —el sacrificio de las doncellas— y lo narra con sangre en el México contemporáneo” (Juan Villoro). “Leer Partitura para mujer muerta, de Vicente Alfonso, es como escuchar una fuga interpretada con habilidad y fortuna por un excelente grupo de jazz en una taberna neoyorkina de mala muerte; incluso me atrevería a decir que no cualquier fuga, sino una de J. S. Bach. El contraste rotundo viene del asunto sórdido que sirve de fondo, el manejo de las voces y tesituras, y los temas relacionados con la música integrados a la novela con oficio y naturalidad” (Orlando Ortiz). Me lo regaló su autor.