sábado, febrero 02, 2008

Dos cartas y un Yupanqui



No lo hago seguido, pero esta vez compartí mi texto del jueves con dos argentinos entrañables que me respondieron de inmediato; sus cartas son estimables. La primera, de David Lagmanovich, dice: “Sí, yo también he admirado y querido mucho, desde siempre (desde que venía a cantar a LV12 Radio Tucumán, cuando yo tenía unos 15 años) a Atahualpa Yupanqui. Recuerdo que entonces, a un muchachito que amaba la guitarra y no tenía plata para reponer cuerdas, sin conocerlo le regaló el juego completo; a otro hombre que conocí por entonces, le regaló una guitarra. Era un hombre de buen corazón, aunque tuviera rasgos de un carácter aparentemente hosco.
Además, lo que siempre me gustó de él fue la finura de sus canciones, que aunque tocaran lo social no lo hacían con estrépito ni panfletariamente: ‘Es mi destino / piedra y camino: / de un sueño lejano y bello, viday / soy peregrino’. Ese sueño lejano y bello correspondía a su vinculación con el Partido Comunista, pero lo ponía así, para que entendiera quien quisiera entenderlo, sin proclamarlo a grandes voces. Cuando la dictadura, su milonga campera que comienza ‘Yo tengo tantos hermanos / que no los puedo contar...’, y termina con ‘y una hermana muy hermosa / que se llama Libertad’ me pareció siempre una de las más bellas piezas de aquella época terrible.
Atahualpa era hombre de la pampa, como bien se sabe, pero su compenetración con la cultura popular del Noroeste argentino lo convirtió casi en un tucumano más. No sé si la gente se da cuenta de que los vocativos ‘viday’ y ‘viditay’, que aparecen constantemente en sus canciones, son quechuismos, no usados fuera del Noroeste: tienen el sufijo -y, que es el caso posesivo quechua (o quichua, como decimos por estos lados), de modo que ‘viday’ quiere decir ‘mi vida’, una forma entrañable de tratamiento en nuestro dialecto hispanoindio. Y sus versos para cantar (no los de El payador perseguido, que están en la tradición de la llanura) tienen la limpidez de las coplas populares del Noroeste. Él podría haber escrito esta copla salteña, que sin embargo es anónima: ‘Apenitas soy Arjona / nombre que no se ha'i perder; / y aunque me tiren al río, / sobre la espuma he'i volver’.
Así volverá siempre también Atahualpa Chavero Yupanqui (como firmaba al comienzo), después sólo Atahualpa Yupanqui o solamente Atahualpa: sobre la espuma del canto, aunque se lo haya llevado el río del tiempo”.
La segunda carta, igual de emocionada, es de Juan Pablo Neyret, quien escribe: “¡Dios mío, se me había pasado, a mí, que tuve que informar de su muerte cuando trabajaba en el diario La Capital de Mar del Plata! Don Ata + 100 hacen una excelente suma, cabalística sin duda. Gloria y loor, honra sin par, aunque algún día contaré mis reservas sobre Héctor Chavero. Pero no seré empañafiestas. Si al fin y al cabo, como siempre dije, Atahualpa (al que tuve el honor de ver en vivo tres veces, entrevistar en una conferencia de prensa y estrechar su diestra... aunque fuera zurdo... en todo sentido) refleja mi realidad, como lo hizo siempre, como cuando le preguntaron de dónde venía el estribillo de ‘El arriero’ y citó la frase de un paisano: ‘Aquí me ve... Ajenas vacas arriando, ajenas culpas pagando’. Mi abrazo por don Ata, claro que sí, si siempre lo dije: Atahualpa, ese Borges rural; Borges, ese Yupanqui urbano”. Creo que estas dos cartas no tienen desperdicio. Con ellas uno vuelve a tener fe en el género epistolar.