Todo el poder de los medios no ha logrado que lo liquidemos. Por más que nos hemos afanado en acabar con esa lacra, sigue como si nada, tan fuerte como siempre. El caso es que, igual que a Juárez, el viento de nuestros cíclicos linchamientos no lo ha frenado por completo, aunque hayamos logrado escamotearle lo esencial, la presidencia, tras el bochinche marrullero del 2 de julio.
El domingo pasado muchos esperábamos con avidez el espectáculo de la derrota, ora sí, definitiva, que nadie acompañara al tabasqueño en el zócalo. Pero otra vez nos hizo la travesura y terminamos reconociendo que su poder de convocatoria sigue casi intacto, acaso más fuerte que antes si pensamos que, se supone, no son tiempos electorales ni hay desafueros ni nada de eso en el camino inmediato. Tuvimos que aceptar, entonces, que el maldito Peje sigue en pie y es el único caudillejo capaz de atraer a muchedumbres en este preciso instante, en esta coyuntura en la que nadie, ningún habitante del país, ni siquiera Felipe Calderón, tiene el imán para reunir ni a la octava parte de los que se apersonaron en la Plaza de la Constitución.
Fue una fortuna, por ello, que los acelerados del pejismo mordieran el anzuelo de la provocación e irrumpieran en la catedral como si fueran hordas de San Miguel Canoa, pero al revés. Qué idea tan brillante la de monseñor Norberto Rivera Carrera, digna de su investidura de capo clerical, de gángster con mitra. Tal vez el arzobispo primado sólo quería hacer una pequeña maldad con la cual matar dos ángeles de un solo badajazo: estorbar los discursos bobos del zócalo y tender una cortina de humo, otra más, que oculte las acusaciones que lo ubican como santo patrono de pederastas, pero la jugada le salió que ni a Kasparov en sus mejores épocas: logró los dos propósitos anteriores y de paso nos dio a los medios una coartada inmejorable para escurrirnos del tema principal, para no hablar tanto del mugroso Peje y sí de la barbarie que sigue mostrando parte de la izquierda a la hora de respetar a los demás, principalmente a quienes han abrazado la verdadera fe, la que representan en la tierra, como dueños exclusivos de la franquicia, los miembros de un clero que habla de Iglesia cuando le conviene y de curia cuando se trata de repartir simonías.
El tema ha durado casi una semana, casi casi devoró la agenda informativa de estos días. Tanto es así que el borlote del enojo perredista (una verdadera nadería si la comparamos con el amor a la niñez mostrado por el padre Marcial Maciel) ante la andanada de campanazos catedralicios borró del mapa la crisis de Tabasco y la nueva hornada de ejecuciones narcas en el país, por citar dos casos más importantes que lo hecho y dicho por el incómodo Peje.
Pero a fuerza de ser francos ni siquiera el maquiavelismo de Norberto Rivera y de su siniestro patiño Hugo Valdemar (dos guapos) lograron desplazar del todo la jornada dominical de AMLO. ¿Qué vamos a hacer con este bicho? Tendremos que seguir en las mismas, yendo contra la realidad con tal de anularlo (o tratar de): si llena el zócalo, son los mismos de siempre; si no lo llena (lo que jamás ha ocurrido), que ha perdido fuerza; si habla de democracia, que se olvida del petróleo; si habla de petróleo, que no tocó el punto de la democracia. Tan fácil que sería verlo abandonado. Cuántas miles de personas viven engañadas.
El domingo pasado muchos esperábamos con avidez el espectáculo de la derrota, ora sí, definitiva, que nadie acompañara al tabasqueño en el zócalo. Pero otra vez nos hizo la travesura y terminamos reconociendo que su poder de convocatoria sigue casi intacto, acaso más fuerte que antes si pensamos que, se supone, no son tiempos electorales ni hay desafueros ni nada de eso en el camino inmediato. Tuvimos que aceptar, entonces, que el maldito Peje sigue en pie y es el único caudillejo capaz de atraer a muchedumbres en este preciso instante, en esta coyuntura en la que nadie, ningún habitante del país, ni siquiera Felipe Calderón, tiene el imán para reunir ni a la octava parte de los que se apersonaron en la Plaza de la Constitución.
Fue una fortuna, por ello, que los acelerados del pejismo mordieran el anzuelo de la provocación e irrumpieran en la catedral como si fueran hordas de San Miguel Canoa, pero al revés. Qué idea tan brillante la de monseñor Norberto Rivera Carrera, digna de su investidura de capo clerical, de gángster con mitra. Tal vez el arzobispo primado sólo quería hacer una pequeña maldad con la cual matar dos ángeles de un solo badajazo: estorbar los discursos bobos del zócalo y tender una cortina de humo, otra más, que oculte las acusaciones que lo ubican como santo patrono de pederastas, pero la jugada le salió que ni a Kasparov en sus mejores épocas: logró los dos propósitos anteriores y de paso nos dio a los medios una coartada inmejorable para escurrirnos del tema principal, para no hablar tanto del mugroso Peje y sí de la barbarie que sigue mostrando parte de la izquierda a la hora de respetar a los demás, principalmente a quienes han abrazado la verdadera fe, la que representan en la tierra, como dueños exclusivos de la franquicia, los miembros de un clero que habla de Iglesia cuando le conviene y de curia cuando se trata de repartir simonías.
El tema ha durado casi una semana, casi casi devoró la agenda informativa de estos días. Tanto es así que el borlote del enojo perredista (una verdadera nadería si la comparamos con el amor a la niñez mostrado por el padre Marcial Maciel) ante la andanada de campanazos catedralicios borró del mapa la crisis de Tabasco y la nueva hornada de ejecuciones narcas en el país, por citar dos casos más importantes que lo hecho y dicho por el incómodo Peje.
Pero a fuerza de ser francos ni siquiera el maquiavelismo de Norberto Rivera y de su siniestro patiño Hugo Valdemar (dos guapos) lograron desplazar del todo la jornada dominical de AMLO. ¿Qué vamos a hacer con este bicho? Tendremos que seguir en las mismas, yendo contra la realidad con tal de anularlo (o tratar de): si llena el zócalo, son los mismos de siempre; si no lo llena (lo que jamás ha ocurrido), que ha perdido fuerza; si habla de democracia, que se olvida del petróleo; si habla de petróleo, que no tocó el punto de la democracia. Tan fácil que sería verlo abandonado. Cuántas miles de personas viven engañadas.
Nota: Los apuros de siempre al escribir esta columna me llevaron a publicar, en la versión impresa de La Opinión, que Norberto Rivera es "nuncio"; se trata, obviamente, de un error: es el arzobispo primado de México.