jueves, noviembre 22, 2007

Desfile y reguetón



El 19 de noviembre me apersoné en la esquina de Matamoros y Colón para ver el desfile. Fue un fiasco. Lo vi casi completo, y no dudo en afirmar que es el despliegue de contingentes más chafa que he admirado. No sé a quién atribuirle lo soso del acto (¿a la SEP?), pero quien haya organizado esa vacua marcha de escuelas merece el más espectacular y revolucionario de los abucheos. Ciertos detalles llamaron mi atención, y los describo en seguida.

Se supone, sólo se supone, que el desfile sirve para reafirmar en la comunidad el recuerdo de la gesta armada de 1910. En los años de mi juventud, si la memoria no me traiciona, el paso de las escuelas alternaba lo deportivo con lo alegórico, y los alumnos se esforzaban por lucir buena coordinación, disciplina y seriedad. Ahora, en varios casos vi que el tránsito de los grupos era una pachanga, sobre todo en la presentación de numerosos contingentes compuestos por Lolitas embutidas en minifaldas sexosas. No sé a qué deformación cívica obedece que algunos maestros de educación física (quienes suelen orquestar los cuadros “atléticos” en cada institución) hayan disfrazado de porristas a las teenagers y, con enormes bocinas de sonido disco delante de cada grupo, las pusieron a bailar ritmos sicalípticos, cachondos, esa basura llamada reguetón que hoy está de moda gracias a pendejetes como Daddy Yankee. Se da, entonces, una especie de prematura teibolierización del gusto femenino, y no fueron pocas las chamacas que, lo observé con asombro ojicuadrado, desplegaban pasos de profesional del tubo.

No quiero sonar a padre Ripalda, y lejos estoy de creer que esos bailecitos de lupanar sean un peligro para México. Pero tampoco creo en lo contrario, en el fomento de la estupidez desde las “instituciones educativas”. Ya alguna vez escribí algo parecido en relación a los kínderes que en las presentaciones de fin de año visten a los niños de Mickey Mouse y de Pato Donald, como si no fuera suficiente el bombardeo que reciben los chiquillos y las chiquillas desde la televisión y el cine disneyanos. Lo mismo puedo señalar ahora de las porristas que con quince años apenas son arrojadas al desfile para que se retuerzan con coreografías de cabaret barato. ¿Acaso no bailan eso o algo parecido en sus fiestas o en los “antros”? ¿Acaso no ven eso todos los días en la televisión, en MTV o en cualquier otra mierda parecida como Videorrola o qué sé yo? ¿Qué pasa con los profes de educación física que en vez de impulsar las aptitudes atléticas de las jovencitas las ponen a enseñar piernón loco y a zarandear el bote como si fueran Niurkas sin credencial de elector? Pues sí, algunas muchachillas anuncian un futuro luminoso de neoShakiras, pero sospecho que no deben ser la secundaria ni la prepa las instituciones encargadas de afinar sus caderazos reguetoneros.

Eso por un lado. Por otro, las tablas gimnásticas “serias” cada vez lucen más pedestres. Un arito, un banderín, un mechudo movido a izquierda y a derecha parecen rutinas de estimulación temprana que humillan con su insignificancia motriz las facultades de la juventud. No sé qué pensarían Madero, Zapata, Villa, Carranza si vieran tal showcito. ¿Recibirán los jóvenes algún curso que les recuerde el sentido de la revolución y de la sangre derramada? Creo que no, creo que la tele y sus vacuidades se han impuesto incluso al civismo más primario. Por eso propongo una medida radical, novedosa, útil para los desfiles venideros: desaparecerlos.