Una tarde de hace dos o tres meses recibí un mensaje de
Whatsapp. En él, cierto amigo me sumaba a un grupo de ese ya ubicuo sistema de
comunicación. La idea (que se mantiene hasta hoy) era la de tratar de sumar a
todos los excompañeros de la sección C de la escuela secundaria federal Ricardo
Flores Magón de Ciudad Lerdo, generación 76-79. Es decir, cuarenta años después
el intento era reunirnos al menos, por ahora, en el ámbito de la digitalidad. Poco
a poco el grupo ha ido creciendo. De los más de cincuenta que egresamos, veinte
ya estamos en contacto whatsappero y hace dos semanas nueve pudimos reunirnos
en la vida real, tomar un café y recordar a pujidos aquel remoto pasado.
En la reunión real uno de mis excompañeros dijo una frase que
pareció cercana a lo terrible: no tenemos fotos de nuestro paso por la
secundaria. Sí hay, comentó alguien más, pero son pocas y muy malas, casi todas
borrosas. El mismo compañero (Gerardo Martínez Parada se llama) sacó su celular
y con expresión asombrada y triste dijo: “¿Se imaginan si hubiéramos tenido
esta cosa en aquel tiempo?” En efecto, el celular ahora es fábrica y bodega de
fotografías, tantas que un solo adolescente puede rebasar en tres días todas las
fotos que sesenta alumnos se tomaron en tres años hace cuatro décadas.
El registro total de la vida cotidiana no asombra a los
llamados centennials, pues ellos ya
nacieron capturando con fotos, videos y algunas precarias palabras todo lo que
hacen. Hoy no pueden vivir nada sin desenvainar el celular y tomar nota. El
cúmulo de registros que hacen al día será, si lo conservan, una especie de
memoria del Funes borgesiano: el recuerdo de 24 horas durará 24 horas, pues
prácticamente no hay acto, por minúsculo que parezca, que no quede archivado en
una memoria digital o en alguna red o en la nube o donde sea.
Quienes fuimos jóvenes en los setenta/ochenta/noventa
estuvimos a punto de tener un registro fotográfico decoroso de nuestro paso por
el mundo, pues ya había cámaras de uso no profesional. Lamentablemente, los
rollos eran caros para los jóvenes y a eso se sumaba el revelado y la
impresión, de suerte que las fiestas, las actividades deportivas, los viajes y
otras oportunidades nos pasaron de noche. Si acaso, alguna foto esporádica nos
detuvo en el tiempo, pero eso es nada comparado con todo el tiempo que nos tocó
vivir.
Nuestro grupo de Whatsapp no tiene, pues, muchas fotos para
testimoniar que en efecto fuimos compañeros; como a tantos adultos, lo único
que nos queda es el recuerdo convertido en palabras, la nostalgia sin imágenes.