jueves, febrero 25, 2010

El peluquero y los gandallas



Aunque no soy bueno para retenerlos ni para contarlos, siempre me ha interesado el mecanismo de los chistes. Tanto es así que tengo una especie de especulación inacabada (todo escritor es un animal de “inacabamientos”) sobre el tema; algún día, cuando de plano no me quede alternativa, discurriré frente a un público sobre esto, y diré con cierta seguridad lo que por ahora sólo es boceto, aproximación, tanteo a distancia segura. Por ejemplo, que el chiste basa con frecuencia su efecto en la enciclopedia del oyente/lector, de ahí que no produzca el mismo resultado un mismo chiste ante públicos formados en culturas diferentes. Eso ya lo sabemos, pero nunca está de sobra poner un caso claro. Leamos, para ayudarnos, un chiste que me llegó ayer al buzón; me lo envió, como cadena, mi amigo Carlos Ibarra. Lleva como título “El peluquero”:
Un día, un florista fue al peluquero a cortarse el pelo. Luego del corte pidió la cuenta y el peluquero le contestó:
—No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
El florista quedó agradecido y dejó el negocio.
Cuando el peluquero fue a abrir el negocio a la mañana siguiente, había allí una nota de agradecimiento y una docena de rosas en la puerta.
Luego entró un policía para cortarse el pelo, y cuando fue a pagar, el peluquero respondió:
—No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
El policía se puso contento y se fue. A la mañana siguiente, cuando el peluquero volvió, había una nota de agradecimiento y una docena de donas esperándole en la puerta.
Más tarde, un profesor fue a cortarse el pelo y en el momento de pagar, el hombre otra vez respondió:
—No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
El profesor, con mucha alegría, se fue. A la mañana siguiente, cuando el peluquero abrió, había una nota de agradecimiento y una docena de libros.
Entonces un diputado fue a cortarse el pelo y cuando fue a pagar, el peluquero nuevamente dijo:
—No puedo aceptar dinero. Esta semana estoy haciendo un servicio comunitario.
El diputado se alejó contento. Al día siguiente, cuando el peluquero fue a abrir el local, había una docena de diputados haciendo cola para cortarse gratis.
Esto, querido amigo, muestra la diferencia fundamental que existe actualmente entre los ciudadanos comunes y los miembros del “Honorable” Congreso. Por favor, en las próximas elecciones vota con más cuidado... Atentamente: el peluquero.
Si este chiste con moraleja fuera contado en Suiza u Holanda, no funcionaría, pues da por entendida una certeza previa que allá desconocen, un saber contenido en la enciclopedia del mexicano estándar: que un legislador es un vividor, idea arraigadísima, por desgracia, entre nosotros. Extraña que este chiste exima de abuso al policía (la idea de las donas es un estereotipo gringo, por cierto), personaje que sin duda parece desplazado por la figura harto deteriorada del legislador.
Lo dicho: vistos a contraluz, muchos chistes son más que chistes: son, a mi parecer, viñetas culturales, manifestaciones del corazón colectivo.