domingo, noviembre 08, 2009

Leer con las orejas



El miércoles pasado publiqué aquí un comentario sobre la mesa redonda que se abrirá en la FIL 2009 para discutir el futuro del libro ante las nuevas tecnologías. Di allí mismo mi parecer sobre el destino del libro de papel, al que le auguro cada vez menos lectores y, por tanto, un irreversible proceso de extinción. Los lectores, creo, están migrando hacia todas las formas posibles del monitor, incluido el del Kindle o lector de e-books creado por Amazon.
Sobre ese texto recibí una carta que juzgo interesante y por ello deseo compartir; me la mandó Federico Ramos, y dice:
“Jaime: Muy interesante el artículo en el que haces un recuento de las circunstancias en las que se envuelve el futuro del libro impreso en papel. El tema es fascinante.
Tal vez gentes como tú, o yo, quienes crecimos junto a los libros, nos veremos obligados a ser anticuados si mantenemos esa costumbre maravillosa de convivir con el libro de tus preferencias, en una especie de diálogo continuo, o, incluso, de romance perenne, pues por lo menos a mí me pasa que ante una duda que surge, de inmediato resorteo de mi sillón y me acerco a mi librero para tomar la enciclopedia y ejecutar el acto de ‘consultar’ algo: una fecha, una biografía, un dato técnico; no así mi hijo o mi mujer, quienes se movilizan rápido a la computadora, si es que no tienen el artefacto portátil en la mano o sobre sus rodillas, como ya suele suceder (convirtiéndose en los nuevos bebés que acurrucas y meces y los cargas para todos lados).
O quizás seremos de los pocos que quedaremos con una pequeña dotación de libros en el buró de la recámara, para tomar alguno, antes de dormir, sea para usarlo como soporífero, pues es agradable agarrar sueño leyendo algo; o para recrear la imaginación, informarse, divertirse, aprender, experimentar o tantas otras cosas más que ofrece la buena lectura. En reciente viaje por carretera, manejando, tuvimos la oportunidad de escuchar la lectura de La tía Tula y del Robinson Crusoe en un CD, ambos recursos, nuevos para mí, me resultaron muy entretenidos, a pesar de paradas, topes, vueltas y tráfico de todo tipo. El caso es que muy probablemente nos veremos obligados a ‘convivir’ con las nuevas tecnologías, aunque seamos premodernos en esencia y sigamos buscando el papel impreso para satisfacer nuestra costumbre. ¿Por cuánto tiempo más? Quién sabe. Te envió un saludo afectuoso. Federico”.
Además de mi agradecimiento, en mi respuesta le expuse a Federico una pregunta que no hice el miércoles y me parece al menos atendible: “Estimado Federico: Tú y yo, aunque sabemos picarle a la compu, somos animales alimentados con papel. Así seguiremos, pues es muy difícil acabar de golpe con un hábito tan arraigado. Pero he visto a los jóvenes de no más de veinte: ya no les importa el papel, sino su lap con internet. Allí encuentran todo, absolutamente todo. Luego de mandarlo al periódico, pensé que a mi texto de hoy le hizo falta una pregunta. Bueno, ya tendré tiempo para hacerla: ¿puede un hombre actual llegar a ser muy culto sin tocar un milímetro cuadrado de papel? La respuesta es contundente: sí. De allí concluyo, otra vez, que el libro, la revista y el periódico de papel están condenados. ¿Cuánto tiempo les queda? No sé, pero su suerte ya está echada, pese a nuestras nostalgias y/o nuestras alarmas. Mi abrazo más cordial”.
La computadora e internet nos hicieron reflexionar seriamente, pues, en el destino del libro (o, en un sentido más amplio, del papel) como soporte de la comunicación. Desde hace buen rato, sin embargo, convivimos con recursos tecnológicos útiles como avivadores de la letra impresa en papel. El cine, por ejemplo, le dio un empujón muy importante a la literatura, de la que hoy es frecuente complemento pues de hecho no hay historia que antes de ser llevada al guión nos sea primero, en esencia, un cuento o una novela.
Uno de los medios alternos para llegar a la literatura es mencionado por Federico Ramos en su carta. Se trata del audiolibro. Sirve, creo, para situaciones excepcionales, cuando por alguna razón no hay forma de sostener el libro con las manos y leerlo, como sucede al manejar un coche o en la ceguera temporal o permanente. A propósito de esto, recuerdo que de niño escuché varias veces un disco elepé con cuentos infantiles; aunque el exótico narrador tenía un marcado acento madrileño, las historias me resultaban muy atractivas, y hoy conjeturo que de allí acopié una parte del gusto que todavía tengo por la sonoridad de las palabras. El audiolibro puede ser también útil, creo, para que la niñez entre en contacto con la prosódica belleza de las palabras.
Una variante del audiolibro es lo que la UNAM promueve en su colección Voz viva. Se trata de una serie de obras literarias grabadas por varios autores con su propia voz, sin la intermediación de un locutor. Hace algunos días cayó en mis manos uno de sus más recientes ejemplares, el titulado Antología. Contiene 16 fragmentos de obras con igual número de autores al micrófono. Supongo que todo ese material pertenece a la fonoteca de la Universidad, y la verdad es un gusto escuchar tal miscelánea de timbres, cadencias y respiraciones. Puras lumbreras conviven en ese disco: Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Carlos Pellicer, Salvador Novo, José Gorostiza, Pablo Neruda, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Gracias a este testimonio accedemos a notables textos como “Visión de Anáhuac”, “El otro Borges” o fragmentos de Pedro Páramo y Rayuela, pero mejor todavía es sentir la voz de sus hacedores; desconocía las de Guzmán, Pellicer, Gorostiza y Castellanos, que me parecieron familiares, como la de cualquier amigo cercano. Sentí extrañas, tal vez demasiado juveniles, las voces de Paz, Vargas Llosa, García Márquez y Fuentes. Tal y como los recuerdo de cuando los escuché por primera vez, así sentí ahora a Reyes, Novo, Neruda, Borges, Rulfo, Sabines y Cortázar. Y dejo para el final al siempre reconocible Juan José Arreola, perfecto lector en voz alta, tanto como cuando en otro disco lo oí leer poemas de Nicolás Guillén.
Dentro de poco la discusión ya no se centrará, creo, en los soportes de la información, el conocimiento y la imaginación. Discutiremos más bien qué leemos y cómo lo asimilamos. Por lo pronto, con los nuevos sistemas de digitalización y amplio almacenaje se abre, entre otras, la bienvenida oportunidad de leer también con las orejas.