sábado, agosto 22, 2009

Declaración. Artistas por la paz



Texto completo de la declaración del encuentro Artistas por la paz. La imagen corresponde a la portada del cuadernillo que fue repartido en el Teatro Nazas el 18 de julio de 2009.

Artistas por la paz

México atraviesa por uno de sus momentos más difíciles. Sumada a la crisis económica y al déficit de credibilidad en las instituciones políticas, económicas y sociales, la violencia ha venido a perturbar un bien que los mexicanos sentíamos definitivamente conquistado: la tranquilidad. Hoy, lejos de vivir en paz, casi todo el territorio del país ha sido secuestrado por una guerra cuya funesta hostilidad no discrimina a nadie. Aunque las razones estructurales de la violencia se incubaron lentamente, de unos años a la fecha se han disparado todos los indicadores de la inseguridad. Estamos viviendo, por ello, una época de horror, el México desconocido en el que nadie está seguro.
Ante tamaño problema es necesario insistir que la violencia es efecto de una crisis generalizada en casi todos los renglones del accionar nacional. En el rubro económico, la contumaz aplicación de un modelo generador de riqueza, pero, al mismo tiempo, depredador del medio ambiente e inequitativo en el reparto de los bienes, ha provocado durante más de dos décadas el deterioro sostenido de nuestros ecosistemas y un incremento geométrico de pobreza en estado terminal. Nunca como ahora son más los desposeídos de bienes y servicios, los desocupados, los olvidados por la mano del progreso, los adultos en edad productiva que por millones engrosan las filas del sub y el desempleo, los ancianos sometidos a la zozobra diaria de su incierta manutención, los jóvenes errantes entre las calles y los vicios, los niños abandonados a su suerte en el mar de la desdicha que sólo les depara un futuro clausurado, los miles de campesinos arrancados de sus raíces por el entorno expulsivo en el que sobreviven. A los errores internos en materia económica, la virulencia de la crisis mundial ha venido a profundizar el abismo que media entre los privilegiados y los menesterosos, entre los ciudadanos con esperanza de bienestar y los ciudadanos condenados al cotidiano sufrimiento.
Aunado al factor económico en quiebra, hay bancarrotas igualmente visibles en otras áreas. La educación, por ejemplo, atraviesa su peor momento, enquistados como están el añejo corporativismo y el uso del magisterio como instrumento lucrativo en términos político-electorales. En una coyuntura como la que vivimos es imperativo el mejoramiento de la educación, pues ella es base firme para la edificación de una sociedad más justa y civilizada; al contrario, parece intencional el proyecto de pulverizar el sistema educativo y vedar el progreso de nuestras capacidades técnicas y nuestro desarrollo académico, lo que a su vez provoca una mayor dependencia del exterior en materia de innovación científica y tecnológica.
Es evidente, por otro lado, que la impartición de justicia en México no es lo que idealmente postula la Constitución. Por desarreglos atávicos, la justicia es administrada de acuerdo a lo que ofrecen los afectados en cualquier querella, de suerte que todo pasa por la compra-venta de favores que imposibilitan el ejercicio del derecho y lubrican la maquinaria de la ilegalidad. Las cárceles son un buen ejemplo de ese reparto desigual de la justicia: llenas de pobres, atiborradas de seres humanos que no alcanzan a pagar el precio de su libertad, en ellas no están todos los que son ni son todos los que están. La imponidad, por tanto, se enseñorea en todo el país.
En este México de desigualdades y desequilibrios es notable el caso de quienes ejercen el poder político, se ubiquen en el puesto que sea. Casi sin excepción, las nóminas de gobiernos municipales, estatales y federales lucen infladas, desproporcionadas, rayanas en la más insultante fantasía. Como en pocos países del mundo, en México se da el caso de alcaldes o legisladores que ganan más que primeros ministros de otras naciones, lo que sangra con escándalo el erario y limita el crecimiento de la obra pública. Los altos sueldos de la clase política han impuesto a sus actores una imagen que la ciudadanía juzga perniciosa. Los partidos, tomados por asalto para distribuir prerrogativas oficiales entre muy pocos miembros, no son ya confiables para los mexicanos, lo que ha tornado cada vez más jugoso el negocio de esas franquicias políticas convertidas en auténticas agencias de colocaciones que piensan en todo, menos en la salud de la República. A los políticos debemos sumar la voracidad de las grandes corporaciones, poderes que hacen valer sus granjerías a costa de lo que sea.
Al caos descrito se sumó, como su más negativo engendro, la violencia de los grupos criminales. Las cifras de muertos, contabilizadas ya por miles, son elocuentes. México es un país con ciudades prácticamente sitiadas por el miedo, aterrorizadas por la sensación de que cada vez es más estrecha la frontera entre la vida y la muerte. Ante los embates del crimen organizado, la respuesta del gobierno, cualquiera que sea el signo o el color de quienes lo encabecen, es más violencia, y hay pocos indicios de que se estén abriendo alternativas viables, de plazo amplio, que den oportunidades de trabajo, educación y esparcimiento a los mexicanos desheredados. Esto garantiza, por un lado, que el ejército nacional de reserva esté asegurado para la delincuencia, y, por otro, que la cuantiosa inversión en seguridad pública se diluya sin dejar resultados sólidos y visibles.
La sociedad, mientras tanto, se debate entre los vaivenes de la economía y el pavor a las calles. En esta circunstancia, lo más común es la impotencia o la parálisis, el freno a la exigencia que la sociedad puede hacer para demandar una mejoría fehaciente en todos los órdenes de la vida comunitaria. Esa parálisis ciudadana, de hecho, es también parte del problema, pues resulta obvio que el empeoramiento o la solución de los conflictos sociales pasan, respectivamente, por la inactividad o la participación del ciudadano. Varios artistas laguneros, deseosos de romper las inercias del quietismo o el silencio, hemos decidido proponer y encabezar un encuentro que aglutine a la ciudadanía en torno al arte como manifestación de lo mejor que puede producir el espíritu humano. Se trata de un encuentro político, en efecto, pero absolutamente ciudadano, es decir, sin identificación ni subsidio de instituciones públicas o privadas, laico, ajeno a iglesias, partidos e ideologías acaso legítimos, pero no pertinentes en este caso, pues con el objeto de alcanzar una total pluralidad, plantea la necesidad de que el individuo se manifieste en cuanto tal, como individuo, como ciudadano que antepone a sus valores personales un ideal superior: que todos alcancemos la paz necesaria para desarrollar nuestras actividades sin el riesgo de caer victimados en la escalada de violencia.
La paz, creemos, no será alcanzada entonces con medidas de choque. En el escenario violento que vivimos es fundamental pensar en políticas de largo aliento, pues resulta inadmisible imaginar que debamos acostumbrarnos al miedo y a la superabundante presencia de las fuerzas de seguridad municipales, estatales y federales. Lo deseable es, por supuesto, alcanzar los estadios de paz a los que estábamos relativamente habituados, pero tan importante como eso es pensar que dicha paz no excluye el imperativo de alcanzar justicia social, oportunidades de trabajo, educación y, en general, una vida digna para todos los mexicanos. El uso de la fuerza debe ser por ello, apenas, un dique coyuntural y focalizado en puntos en donde el desbordamiento de la violencia alcance cotas que atenten contra la vida del ciudadano inerme, pero de ninguna manera podemos considerar que tal uso de la fuerza pública deba ser el eje dominante de las políticas gubernamentales para establecer la paz.
Los artistas proponemos y queremos materializar lo contrario: una sociedad en la que cunda el gusto por la cultura, donde las expresiones del espíritu abunden como patrimonio principal de las comunidades, donde los niños y los adultos, donde las mujeres y los hombres, todos juntos, conformemos un espacio digno y respetuoso de las diferencias, plural, abierto a la armonía social que genera la convivencia con el bienestar material y la práctica del arte. El encuentro Artistas por la paz y la no violencia convoca a varios artistas, es verdad, pero lo más importante es que procura ser un llamamiento al ciudadano, al hombre común de todos los días cuya libertad ha sido conculcada por el miedo y que por medio del arte puede participar en la construcción de ciudadanía. Tal es un primer paso; la aspiración que guarda esta propuesta es la de repetir actividades públicas, gratuitas y voluntarias en las que gracias al arte musical, teatral, visual y literario sean expresadas las inquietudes de una sociedad que necesita conductos de expresión.
En suma, Artistas por la paz y la no violencia es un encuentro pacífico que sirve para comunicar una legítima exigencia: que nadie tiene derecho a confiscar la tranquilidad social, y que el Estado en todos sus niveles debe garantizar no sólo la paz, sino el pleno desarrollo de las potencialidades humanas en el trabajo, en la educación y en la justicia.
Paz con justicia social: he allí, pues, la divisa motriz de este primer acercamiento de los artistas y la ciudadanía.
Comarca Lagunera, julio 18 de 2009

Firmantes:
1. Armando Cuty Martínez, músico
2. Jaime Muñoz Vargas, escritor
3. Adolfo Nalda, promotor cultural
3. Eduardo Guayo Valenzuela, dibujante
4. Armando Monsi Monsiváis, cartonista
5. Alonso Licerio, grabador
6. Adela Murillo, fotógrafa
7. Prometeo Murillo, comunicador
8. Miguel Espino, fotógrafo
9. Francisco Aguirre, fotógrafo
10. Édgar Salinas, escritor
11. Martha Chávez, actriz
12. Édgar Badillo, actor
13. Erasmo Bernadac, dibujante y músico
14. Freddy Peniche, pintor
15. Guillermo Colmenero, escultor
16. Fernando Todd Rodríguez, abogado
17. Juan Carlos Esparza, músico
18. Carlos Reyes, escritor
19. Julio César Félix, escritor
20. Isidro Pérez, poeta
21. Miguel Valdés Villarreal, ciudadano
22. Guillermo Chávez, músico
23. Rafael Nájera, comunicador
24. Jaime Sifuentes, dibujante
25. Gustavo Montes, pintor
26. Fernando Lozano, fotógrafo
27. Raúl Jáquez, músico
28. Adriana Vargas, comunicóloga
29. Oswaldo Luévano, pintor y músico
30. Ana Villar, pintora
31. Daniel Maldonado, escritor
32. Alam Sarmiento, actor
33. Juan Antonio Martínez, músico
34. Pablo Ulloa, actor
35. Miguel Canseco, grabador
36. Vanessa García B., comunicadora
37. Irma Martínez M., ciudadana
38. Erón Vargas, mimo
39. Héctor Moreno, fotógrafo
40. Adolfo Perales, músico
41. Karla Bórquez, ciudadana
42. Alejandro Montes, músico
43. Francisco Zamora, músico
44. Manuel Martínez M., físico-matemático
45. Ivonne G. Ledezma, escritora
46. Paulo Gaytán, escritor
47. Cecilia Rojas Orozco, fotógrafa
48. Francisco Vanegas, músico
49. Rodolfo Rivera, músico
50. Carlos Velázquez, mscritor
51. José Valdez Perezgasga, dibujante
52. Miguel A. Valenzuela, mimo
53. Guadalupe Lozano, ciudadana
54. Arón González, actor
55. Evert Olague, músico
56. Héctor Cota, músico
57. Daniel Román, músico
58. Daniel Castillo, músico
59. Olaf Lozoya, músico
60. Renata Chapa, comunicadora
61. Claudia Galván, músico
62. Ricardo Kikín Placencia, músico
63. Daniel Villavivencio, músico
64. Eduardo Soto, músico
65. Iván Alicona, músico
66. Gilberto Herrera, músico
67. Gilberto Mendoza, actor
68. Héctor Iván González, actor
69. Cony Múzquiz, actriz
70. Antonio Valles, cardenchero
71. Fidel Elizalde, cardenchero
72. Genaro Chavarría, cardenchero
73. Guadalupe Salazar, cardenchero
74. Mirna Valdés, pintora y poeta
75. Sergio Pérez Corella, pintor
76. Jaqueline Mota, músico
77. Aldo Hermosillo, músico
78. Cristina Pérez, músico
79. Manuel Gallegos, músico
80. Luis Montañez, músico
81. Daniel Raddi, comunicador
82. Arturo Valenzuela, fotógrafo