miércoles, junio 11, 2025

Alba de la vocación

 








Recuerdo el día exacto en el que llegué por primera vez, en un vuelo de la peligrosa y desaparecida AeroCalifornia, a Tijuana. Fue el 23 de marzo de 1999. La mnemotecnia me ayudó a fijarlo: se cumplía exactamente un lustro del atentado que segó la vida de Colosio. Todo se anudaba para no olvidarlo: 23, marzo, Tijuana, Colosio. Fui en aquella ocasión a un encuentro cultural del Sistema Universitario Jesuita. Mi rol era el de coordinador del taller literario, y con mis talleristas organicé la edición de una plaquette con sus primeros textos. El título que elegí es casi el mismo que encabeza esta entrega: Alba de la semilla.

Pese a que lo concebí yo, no creo que sea malo. Suena bien, tiene el debido aire poético y, lo más importante, enunció el propósito de aquella publicación: mostrar que se trataba del amanecer de unas semillas, el amanecer de aquellos incipientes escritores. Siempre he tenido en el radar la idea sustancial de aquel viejo título: ¿en qué momento nace la vocación literaria? ¿Cómo surge y cómo se enterca en la conciencia de algunas almas indefensas? Las respuestas, obvio, no las tengo. En todo caso, tengo las mías porque en más de una ocasión he tratado de bucear en el recuerdo para tratar de hallar algo, lo que sea, sobre ese primer impulso.

Sé, por ejemplo, que antes de escribir ya era en cierto modo escritor. Lamentablemente, de tal realidad me di cuenta ya cuando escribía. En otras palabras, uno puede ser escritor sin saberlo, sobre todo en los primeros años de vida, cuando uno ni siquiera sabe dónde tiene las orejas. Digo que ya sabía por una fijación exacta: la de las palabras. En efecto, detecté que la obsesión por las palabras me acompañaba como el esqueleto desde pequeño. En mis recuerdos más remotos me aparecía la imagen de un niño asombrado por esos fugaces especímenes hechos de sonidos y de letras que, escritos, declaraban en silencio lo mismo que declaraban al pronunciarlas.

El alba de la vocación literaria —reitero que hablo de mi caso— estuvo en la extrañeza y la fascinación que me provocaba, que me provoca, un nombre propio, un adjetivo, una palabrota, un arcaísmo, una metáfora. En la profundidad del recuerdo encuentro la vocación que hasta la fecha, y hoy más que nunca, me sujeta.