sábado, octubre 23, 2021

Un Redactario para todos

 











Comienzo este apunte sobre Redactario, libro cuyo tema es la enseñanza de la escritura, con una referencia al arte musical, ya que escribir y hacer música, aunque son dos actividades distintas, apuntan de cierto modo al mismo fin. Hace algunos años descubrí en YouTube una entrevista a Alfredo Kraus, gran cantante clásico español, tenor ligero; pueden encontrarla como “Alfredo Kraus habla de técnica vocal”. Toda su explicación es notable, pero, desde que la vi, no olvido su última respuesta, la que empieza más o menos en el minuto 22. Allí, el maestro Kraus hace un resumen de lo que lleva comentado en aquel diálogo y observa que cantar supone el dominio de muchas pericias, como cuidar la respiración, la colocación de las vocales, la gestualidad, la memoria de la letra, la dicción, el control del cuerpo… parece demasiado al mismo tiempo, de ahí que, enfatiza el maestro, quien desee aprender canto debe ser, en primer término, paciente, y trabajar mucho.

En efecto, el canto es un oficio complejo, demandante de muchas destrezas que deben actuar al alimón, y aunque su teoría puede ser explicada en líneas muy generales y más o menos asequibles, lo difícil es cristalizarla en la práctica, introyectarla de manera que parezca natural, no aprendida. Y casi como el canto es la escritura: para escribir bien, es decir, para redactar como es debido, con claridad e incluso con belleza, es menester hacerse de numerosas pericias, saber ortografía, de entrada, pero esto es apenas lo primero; seguiría tener nociones de gramática, ampliar el vocabulario, quizá un poco de etimología, mucho sentido de la lógica, “oído” si se quiere imprimir musicalidad a las frases, conocimiento de los tropos, ubicación de los géneros literarios y periodísticos (ya que cada molde prefigura un registro) y por supuesto un mínimo dominio del tema para no proferir banalidades. Escribir, en suma, tampoco es una actividad de ejecución sencilla.

Por esta razón es siempre agradecible la confección de manuales o compendios para el aprendizaje de la escritura como Redactario (Océano, México, 2021.336 pp.), el nuevo libro de Eric Araya. Oriundo de Antofagasta, en el norte chileno, Araya es comunicólogo especializado en lengua escrita y análisis lingüístico. Tiene cerca de veinte años dedicado a la edición y corrección de estilo, traducción e investigación del lenguaje pragmático y literario. Es también maestro, entre otras materias, de gramática, retórica, narrativa, poesía y ensayo. Desde 2006 vive en México, específicamente en Torreón, así que ya podemos considerarlo lagunero.

Redactario, libro hermano de Abecé de redacción (Océano, 2010) urdido por el mismo autor, lleva un subtítulo que anticipa el contenido: Sencillas recetas para redactar con soltura y distinción. En efecto, Eric Araya ha reunido 33 recetas (no por nada casi son la misma palabra redactario y recetario) encaminadas a socorrer redactores no sólo primerizos, pues otros escribidores un poco menos rezagados, entre los que me cuento, podrán encontrar de mucha utilidad el menú temático dispuesto por el filólogo de Chile radicado en La Laguna. El libro, por esto, es amplio y enjundioso en el sentido que da la RAE a esta palabra en su segunda acepción: “sustancioso, importante”. En las “recetas” de Redactario, como en un libro de cocina, no bastan los ingredientes, y por ello son acompañados por cuantiosos ejemplos que equivalen al “modo de hacerlo” habitual en los recetarios. Muchos de los ejemplos, además, fueron transcritos de obras importantes, de suerte que resulta imposible reprochar falta de autoridad.

Este nuevo título de Eric Araya es, como él lo advierte en las páginas liminares, un extenso curso sobre las malicias que debe adquirir todo aquel que aspire a redactar con claridad/calidad. El procedimiento en cada receta es similar, y esto produce la sensación de orden en un tema (la redacción) que por su naturaleza tiende a dispersar el pensamiento. ¿Por dónde comenzar la enseñanza de la redacción, con qué receta? El autor ha tenido forzosamente que establecer un orden, una especie de plano en el que se ven 33 colonias, todas ubicadas en la misma ciudad, afines en diferente grado, pero también distintas. De esta manera evita que el arte de escribir sea un laberinto —lo que parece ser a simple vista—, sino un espacio con zonas bien delimitadas.

Asimismo, este Redactario ha evitado el lenguaje técnico, pues su lector meta de momento no lo necesita. Si apela a uno que otro término especializado, es básico para designar tal o cual fenómeno, nunca para oscurecerlo o por pedantería. Pienso, por citar un solo caso, en la “coma explicativa”. La llama también “coma paréntesis” o “coma incidental”. Mencionadas así, estas comas pueden ser de difícil digestión para el redactor recién iniciado, pero el autor pasa rápido a la explicación y de inmediato a los ejemplos. La teoría, entonces, importa aquí menos que la práctica, así que la concatenación de temas y subtemas se engarza con abundancia de ejemplos correctos e incorrectos, e incluso con cuadros que sintetizan gráficamente lo tratado.

Y a propósito de cuadros y otros sistemas gráficos, Redactario es un portento de trabajo editorial, quizá una parte no muy visible de estos manuales, pero fundamental para alcanzar el objetivo de enseñar. Me refiero al cuidadoso manejo de redondas, cursivas, versalitas, negritas, cuadros, cabezas de descanso, notas en punto menor, sangrados y demás que dan al libro la eficacia anunciada en su propósito: ser un curso. Quiero suponer que, en este punto, el autor trabajó en apretada coordinación con los diseñadores, pues es imposible que un libro de este tipo se organice formalmente solo, nomás dejando caer el Word sobre la caja impresa.

He dejando al final una opinión íntima sobre la enseñanza de la redacción, o más bien sobre su eficacia. Desde hace mucho tiempo no soy muy optimista al respecto, y más bien sospecho que desde el exterior de esta enseñanza se piensa que es posible aprender a redactar con claridad y hasta belleza mediante clases y manuales. La respuesta que tengo vacila entre creer que es posible y creer que no lo es. Quizá es una perogrullada lo que diré, pero siento que la diferencia entre aprender a redactar y no aprender, como en todo lo complejo y aun en lo simple, está en la voluntad. Si la persona lo desea con alguna mínima convicción, si en su “proyecto de vida”, como dicen, está escribir con decoro, no hay obstáculo que impida tal fin. Si no, si escribir correctamente no es siquiera un minúsculo apetito, las clases y los manuales están de sobra.

Ahora bien, para las personas con interés por redactar con pulcritud, este Redactario es, desde ya, una herramienta estupenda porque quien lo articuló sabe bien, demasiado bien de lo que escribe y ha comprendido en la práctica académica que la única manera de ingresar en los misterios de la escritura es develándolos, mostrando que detrás de cada oración simple o complicada se esconde un mecanismo con engranes, pernos y resortes. Ese mecanismo, esos engranes, esos pernos, esos resortes están profusa y diáfanamente organizados en el curso de las páginas que al lector con voluntad, no al lector indiferente, podrán orientarlo hacia la arquitectura de textos en los que sonría la claridad del pensamiento y quizá, por qué no imaginarlo así, de la belleza.

Felicito a Eric Araya por la edificación de este valioso libro.

Nota. Texto leído en la presentación de Redactario celebrada en el atrio de Cimaco Cuatro Caminos. Participamos el autor y yo.