No hace mucho tiempo, digamos que quince o veinte años
atrás, ciertos creadores todavía diseñaban sus rutinas con la seguridad de
poder repetirlas sin freno, como si en cada caso fuera la primera vez que las
exponían. Un mago hacía sus trucos, un cómico disparaba sus chistes, un actor
soltaba sus monólogos o un conferencista propalaba sus ponencias con la
seguridad de que sus futuros públicos recibirían esos productos del ingenio
como novedades, no como refritos. Todo fue que las cámaras comenzaran a
aparecer por doquier, incorporadas en los celulares, para que las rutinas
comenzaran a peligrar: alguien graba al mago o al cómico, lo sube a las redes y
si aquello corre con suerte “quema” la futura sorpresa del espectáculo. Las
cámaras son un mal de nuestro tiempo en este caso y en muchos otros, qué le
podemos hacer, aunque, como ocurre con todas las nuevas tecnologías, también
tienen su lado bueno.
Gracias a ubicuidad de las cámaras fotográficas y de
video, hoy instaladas en un mismo aparato, y gracias también a la comunicación
inmediata y libérrima que suponen las redes sociales, a cada rato recibimos
memes, bendiciones, fotos, frases célebres, pornografía y en fin, toda una gama
de mensajes que van desde la más ociosa estupidez hasta, a veces, material vagamente
valioso al menos para pensar o sonreír.
Recién me llegó, por ejemplo, un pack (así llaman a la tanda de fotos en un mismo envío) con imágenes
de negocios provistos de nombres ingeniosos, juegos de palabras cuyo fin es
producir dos sentidos en uno gracias sobre todo a la semejanza fonética entre
el giro del establecimiento y un personaje popular. Por ejemplo, la lavandería
“Clean is Good”, la panadería “Bread Pitt”, la botella de “Miel Gibson”, la
“Cantina Turner”, la peluquería “Barber Streisand”, la tienda de ropa “Indiana
Jeans”, la huarachería “Chanclón Van Dam”, el empaque de pan “Elvis Cocho”, el
gimnasio “Gym Morrison” y varios más.
En este caso no es perjudicial que las cámaras y las redes sociales difundan, y por lo tanto “quemen”, una imagen chistosa o pícara localizada en la vida real. Así la gente no tendrá la inclinación a plagiar y la creatividad seguirá, como hasta hoy, sin tener orillas.