miércoles, octubre 14, 2020

Borges en modo profe

 











No ha terminado el rescate de todo lo que Borges publicó y, ahora también, de todo lo que dijo en las conferencias dictadas (seguramente este verbo pedante no le hubiera gustado) en los confines de su vida. De natural tímido, más allá de la mitad de su amplia vida rompió la barrera que le impedía hablar en público y, un tanto escudado en su ceguera y otro tanto para sacar provecho a su creciente fama, encaró foros atestados de gente picada por la curiosidad de escuchar en vivo su lucidez. Uno de los primeros libros abocados a recoger aquella voz tiene un título elocuente: Borges oral (1979), ya un clásico del Borges conferencista; o Siete noches (1980), igual de clásico y enjundioso.

Otro casi recién publicado es El aprendizaje del escritor, que no hospeda conferencias en sentido estricto, sino el diálogo del escritor con un grupo de alumnos de la Universidad de Columbia, en Nueva York (la edición mexicana, de Lumen, apareció en 2016 y tiene 173 pp.). El encuentro data de 1971, y en el aula Borges estuvo acompañado todo el tiempo por Norman Thomas Di Giovanni, uno de sus muchos y más puntillosos traductores al inglés. Los estudiantes que charlan con él en efecto lo interpelan, a diferencia de lo que suele ocurrir en las conferencias unidireccionales. No son, además, alumnos reunidos al azar, sino estudiantes dedicados al aprendizaje de la escritura literaria, carrera que no es precisamente la de Letras que conocemos en México.

La arquitectura del libro se basa en lo que de verdad ocurrió: se divide en tres estancias, cada una ceñida en su traslado al español a la versión audiograbada en inglés durante tres reuniones. Se trata entonces de un libro que fluye como fluye la conversación, con las digresiones y la participación espontánea de los interlocutores. En todo momento se siente que Borges estuvo cómodo, que a esa altura de su vida (los 72 años) se manejaba ya muy bien en público pese a su timidez esencial.

En la primera parte los asistentes leyeron el cuento “El otro duelo”, y en seguida todos comienzan a examinarlo. Lo interesante aquí es algo que en general no ocurre con las conferencias y las entrevistas que tienen a Borges como centro; mientras en éstas se avanza por textos y temas misceláneos, en esta charla todos focalizan su mirada en un solo relato, de suerte que vemos el camino del análisis casi frase por frase, todo socorrido por la lupa del propio autor.

El apartado segundo concierne a la poesía, y opera de manera análoga al anterior: se dio lectura a tres poemas de Borges, y él, Di Giovanni y los alumnos escudriñaron cada verso, su sentido y sus posibilidades. No falta en ciertos casos que los estudiantes inquirieran a Borges con un tono que a la distancia puede parecer algo insolente. Esto, si fue así, puede deberse a la naturaleza de los jóvenes o a que la palabra impresa nos oculta el tono y el semblante. En cualquier caso, Borges los despachó con implacable amabilidad.

El tramo final, sobre traducción, es el más largo y el que al parecer motivó más interés en los alumnos. Las lecciones de Borges en este tema, dado que también fue traductor, están llenas de sutilezas y pueden ser de alto provecho para quienes se dedican al trasiego de textos.

Si algo queda, me queda, tras abrevar en estas páginas, es el siguiente aprendizaje: en literatura —Borges lo supo mejor que nadie— todas las palabras gravitan e irradian algo, un sentido preciso y a la vez difuso, de ahí que el autor de Ficciones haya conferido tanta importancia a cada una, sin excepción.