No
ha terminado el rescate de todo lo que Borges publicó y, ahora también, de todo
lo que dijo en las conferencias dictadas (seguramente este verbo pedante no le
hubiera gustado) en los confines de su vida. De natural tímido, más allá de la
mitad de su amplia vida rompió la barrera que le impedía hablar en público y,
un tanto escudado en su ceguera y otro tanto para sacar provecho a su creciente
fama, encaró foros atestados de gente picada por la curiosidad de escuchar en
vivo su lucidez. Uno de los primeros libros abocados a recoger aquella voz
tiene un título elocuente: Borges oral (1979),
ya un clásico del Borges conferencista; o Siete
noches (1980), igual de clásico y enjundioso.
Otro
casi recién publicado es El aprendizaje
del escritor, que no hospeda conferencias en sentido estricto, sino el
diálogo del escritor con un grupo de alumnos de la Universidad de Columbia, en
Nueva York (la edición mexicana, de Lumen, apareció en 2016 y tiene 173 pp.).
El encuentro data de 1971, y en el aula Borges estuvo acompañado todo el tiempo
por Norman Thomas Di Giovanni, uno de sus muchos y más puntillosos traductores
al inglés. Los estudiantes que charlan con él en efecto lo interpelan, a
diferencia de lo que suele ocurrir en las conferencias unidireccionales. No
son, además, alumnos reunidos al azar, sino estudiantes dedicados al
aprendizaje de la escritura literaria, carrera que no es precisamente la de
Letras que conocemos en México.
La
arquitectura del libro se basa en lo que de verdad ocurrió: se divide en tres estancias,
cada una ceñida en su traslado al español a la versión audiograbada en inglés
durante tres reuniones. Se trata entonces de un libro que fluye como fluye la
conversación, con las digresiones y la participación espontánea de los
interlocutores. En todo momento se siente que Borges estuvo cómodo, que a esa
altura de su vida (los 72 años) se manejaba ya muy bien en público pese a su
timidez esencial.
En
la primera parte los asistentes leyeron el cuento “El otro duelo”, y en seguida
todos comienzan a examinarlo. Lo interesante aquí es algo que en general no
ocurre con las conferencias y las entrevistas que tienen a Borges como centro;
mientras en éstas se avanza por textos y temas misceláneos, en esta charla
todos focalizan su mirada en un solo relato, de suerte que vemos el camino del
análisis casi frase por frase, todo socorrido por la lupa del propio autor.
El
apartado segundo concierne a la poesía, y opera de manera análoga al anterior:
se dio lectura a tres poemas de Borges, y él, Di Giovanni y los alumnos escudriñaron
cada verso, su sentido y sus posibilidades. No falta en ciertos casos que los
estudiantes inquirieran a Borges con un tono que a la distancia puede parecer
algo insolente. Esto, si fue así, puede deberse a la naturaleza de los jóvenes
o a que la palabra impresa nos oculta el tono y el semblante. En cualquier
caso, Borges los despachó con implacable amabilidad.
El
tramo final, sobre traducción, es el más largo y el que al parecer motivó más interés
en los alumnos. Las lecciones de Borges en este tema, dado que también fue
traductor, están llenas de sutilezas y pueden ser de alto provecho para quienes
se dedican al trasiego de textos.
Si algo queda, me queda, tras abrevar en estas páginas, es el siguiente aprendizaje: en literatura —Borges lo supo mejor que nadie— todas las palabras gravitan e irradian algo, un sentido preciso y a la vez difuso, de ahí que el autor de Ficciones haya conferido tanta importancia a cada una, sin excepción.