Mi segunda pequeña, la de en medio, comenzó a indagar en uno
de mis gustos más escondidos: la música italiana. No se trata, aclaro, de un
placer aparatoso, de ésos que uno anda gritoneando por doquier, como loco, pues
sospecho la pedantería que conlleva externar una afición de tal naturaleza. No.
Desde hace veinte años, tal vez más, oigo el pop de aquel país por la simple necesidad de escuchar el idioma
aunque no lo entienda. Me gusta su sonoridad, el sabor a poesía que tienen
hasta sus frases más ordinarias. En el lapso mencionado he podido recorrer
algunas voces muy queridas: la de Pavarotti es mi favorita, lo escribí alguna
vez, y abajito del gordo de Módena se encuentran, en este orden, Al Bano,
Adriano Celentano, Lucio Dalla, Nicola di Bari y algún otro.
Pues bien, un día de hace dos años, durante una charla
cualquiera conversé con mi hija sobre esto y para mi sorpresa desperté su
interés, lo que a la postre se convirtió en uno de los nexos más fuertes que
nos han unido en este lapso. Ella, como cualquier joven de acá, oía
preferentemente música en inglés y en español, y en los dos casos ya tiene un
dominio estándar de ambos idiomas. Ahora, porque la brevedad de su edad permite
estas hazañas, con velocidad pasmosa sumó un notable número de canciones italianas
cuyas letras ha aprendido gracias a la buena memoria, capacidad que por cierto
nunca tuve y la que tuve ya se extinguió en mí.
La triple combinación, entonces, de juventud, interés e
internet han provocado que sin clases formales y gracias a la música ella comprenda
el italiano en un nivel ciertamente básico aunque no desdeñable dado el
autodidactismo del que partió. Tan enterada está ahora de aquel pop —tal vez uno de los mejores del
mundo—, que este año, por estos días, me tiene junto a ella metidísimo en el
festival de San Remo para seguir a su cantante favorito, un tal Ermal Meta,
albanés nacionalizado italiano, quien al lado de Fabrizio Moro, otro joven,
participa con la canción “Non mi avete fatto niente”, pieza antibelicista que
en su video oficial recorre algunas guerras recientes para cuestionar, por
supuesto, su flagrante estupidez. El video tiene una
peculiaridad que entronca con los tiempos de globalización que vivimos:
mientras Moro y Meta cantan, desfilan imágenes de miscelánea barbarie (fogonazos,
bombas, destrucción…). Debajo, al pie, va apareciendo el subtítulo de cada
verso en un idioma distinto.
Escribí hace poco que el mundo es ya una canica. Que una niña
en Torreón esté pendiente del San Remo lo demuestra.