Comercial de Banamex. Llega un tipo a un vestidor de hombres
(hay lockers al lado) y otro se
asombra: “¿Y eso?”. La pregunta se refiere a la gorra que porta el recién
llegado: está rotulada con los logos de Telcel y CitiBanamex. El tipo responde:
“Me la regaló mi amigo Checo Pérez”. Al decir ese nombre, el otro se asombra
todavía más. Luego aparece el auténtico Checo Pérez para decir que ha olvidado
firmar la gorra; el tipo del vestidor, ya de por sí asombrado, mira con arrobo
al gran Checo. El anuncio continúa con una breve
narración sobre las bondades de no sé qué producto, y al final Checo Pérez
aparece de nuevo a cuadro, esta vez solo, y dice que si compras no sé qué, te
ganarás más boletos “o una experiencia conmigo”. Luego de verlo sentí lástima
de sólo imaginar a dos tipos reales emocionados ante la posibilidad de tener
una experiencia con Checo Pérez. Eso, creo, suena lógico en un quinceañero o
una quinceañera que desean conocer (“tener una experiencia”) con Selena Gómez o
Justin Bieber, no en un par de verijones que se derriten ante la fama. ¿El
mundo ya es así? ¿Es común que dos tipos de 35 o 40 años se ilusionen con la
posibilidad de conocer a “un famoso”? Si es así, qué pena.
Esta descripción permite ver hasta dónde se ha alimentado
la superstición de la fama. Y peor todavía: de la fama ganada a punta de
frivolidades. Creo que fue Cioran en su Breviario
de podredumbre quien afirmó que la fama es una vulgaridad. Pero no importa si
fue el rumano quien dijo eso: lo cierto es que, en efecto, la fama, cualquier
fama, es una vulgaridad. Hoy llegamos al colmo: si antes la fama era
conquistada por héroes o villanos que arriesgaban el pellejo para conquistarla,
pasamos a la fama puramente mediática de los cantantes o los deportistas, seres
que en ciertos casos pueden forrarse de millones en función de una fama
vinculada sobre todo a los aparatos de mercadotecnia que, prestos, la traducen
en ganancias. Estas famas modernas parecían la Última Tule a la que podía
llegar la popularidad, pero ocurrió un fenómeno que rizó el rizo: la fama puede
conseguirse con solo existir, y allí están los casos de los y las, sobre todo
las, socialités que en canales de
paga y redes sociales atolondran, sin hacer nada, los sentidos de millones de
personas. Hay casos de chicas que con fotos voluptuosas en Instagram llegan a
públicos que jamás pudo soñar cualquier otro cabezahueca de la historia.
En fin. El mundo, como nunca, inclinado ante La
Nada.