miércoles, enero 21, 2009

Inmensidad de Poe



La obamanía impidió a los mismísimos norteamericanos que subrayan las efemérides recordar y celebrar, como era menester, el bicentenario del nacimiento del, quizá y sin quizá, más influyente escritor norteamericano de toda la historia: Edgar Allan Poe (19 de enero de 1809). Por encima de Whitman, Twain, Faulkner, Updike y de todos los que queramos añadir, Poe fue artífice de una obra que se convirtió en detonante de un modo distinto de asumir, principalmente, el arte de narrar. Además, lo hizo casi a ciegas, armado sólo con su genio innato y antes de llegar a los cuarenta años, que por cierto fue toda la edad que pudo vivir, pues murió en 1849. Hoy, a doscientos años de su nacimiento en Boston, la sombra de Poe cae sobre un montón de productos artísticos generados por la sociedad occidental.
En efecto, el sello de Poe está presente, para empezar, en gran parte de la literatura de terror escrita desde mediados del siglo XIX a la fecha. Igualmente, su impronta es innegable en toda la literatura policial, en buena parte de la literatura psicologista, en la poesía maldita y, de paso, en mucho del cine que se ha filmado con sello de terror, thriller y detectivesco. El universo de Poe es tan poderoso que hasta un equipo de futbol profesional, los Cuervos de Baltimore, lo homenajea, eso por el ave del famoso poema y la ciudad donde fue compuesto y donde al fin murió su autor.
De esos aportes donde más, creo, podemos destacar a Poe es en el de la literatura policial. El bostoniano no sólo introdujo el tema por primera vez, sino que, de un golpazo de dados, postuló las reglas básicas del género. A los 32 años, sin saber bien a bien qué diabluras hacía su talento, Poe publicó "The Murders in the Rue Morgue" (traducido de muchas formas; una de ellas, “Los crímenes de la calle Morgue”), considerado unánimemente como el primer relato policial propiamente dicho. Allí, en ese puñado de páginas se aloja lo que luego sería trabajado por infinidad de escritores: un asesinato misterioso, una serie de pistas, un investigador sumamente astuto, una carga ansiosa de suspenso y un final tan lógico como sorpresivo. Lo demás es historia, una cauda sin fin de artistas que le adeudan el patrón a Poe: Wilkie Collins, Raymond Chandler, Conan Doyle, Agatha Christie, Georges Simenon, Jorge Luis Borges, Rodolfo Walsh, Manuel Vázquez Montalbán, Paco Ignacio Taibo II y muchos otros creadores de la literatura y el cine, hombres y mujeres que han hallado en la veta de Poe un desafío de escritura que deviene desafío de lectura.
Para explicar mejor el plus de Poe digamos que antes de que aparecieran sus propuestas narrativas los relatos avanzaban regidos por una suerte de impulso “natural”. El escritor no reparaba demasiado en el “efecto” de su obra, en los hilos que moverían al lector hacia tal o cual rumbo. De ahí los novelistas decimonónicos, hombres que inundaban al lector con verdaderos ríos de palabras. Poe, al plantear lo policial como tema, concentra su atención en los detalles: diseña una armazón, elige las pistas que el investigador verá junto al lector, esconde o insinúa ciertos detalles, crea una atmósfera de suspenso, habilita la hermosa y fría lógica en la sordidez del crimen, reflexiona incluso en la extensión de la historia, pues su propósito no es escribir sin ton ni son, sino calculadamente, con el objetivo de accionar ciertas palancas en la imaginación de los lectores. Eso y más, creado por Poe, sobrevive y, para acabar pronto, ha provocado que Hollywood gane millones de dólares y el mundo goce con la resolución inteligente de enigmas delictivos.
Cierro con unas palabras de Borges: “Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales, son su inmortalidad”.