sábado, noviembre 14, 2009

Ciudadano ejemplar



No hay día sin malas noticias. De hecho ahora, con internet, no hay minuto sin malas noticias, sin información sobre conflictos, muertes, transas, desastres, agandalles, abusos y todo lo que ya sabemos. México es un excelente muestrario de la desventura noticiosa, así que el periodismo tiene materia prima eterna para mantener sólida nuestra depresión de consumidores informativos. En este escenario, la política y sus protagonistas son pasto habitual del lector, del radioescucha o del televidente. Por eso aquella sabia adivinanza: ¿en qué se parece un político a un plátano? Luego de pensarla y no saber, la respuesta: en que no sale un cabrón derecho. Y por las mismas andan muchos funcionarios públicos, sobre todo los que ocupan un nivel alto en la nómina. Para empezar, sus sueldos suelen alcanzar cotas desmesuradas, rangos de insulto en un país cuyos salarios mínimos no pueden mantener dignamente a una persona, ya no digamos a una familia. Además de eso, cuántas veces no hemos leído que legisladores, asesores, directores y demás fauna salvaje recibe bonos o compensaciones que agravan, si esto es posible, la miseria moral de esos sujetos que sin empacho reciben “prestaciones” muy cercanas al bandidaje.
En todo eso y más pensé cuando, como casi todos los días, vi al compa que se instala en la avenida Bravo y calzada Colón para dirigir el tráfico que allí es comúnmente pesado. Ese amigo padece sin duda (¿sin duda o tal vez?) algún problema mental, pues no parece haber sido convocado por nadie para hacer lo que hace con tanto entusiasmo, como si de veras fuera un agente de tránsito, un Pedro Chávez de ATM interpretado por nuestro querido Pedro Infante. El amigo de la Colón no tiene como única peculiaridad la de agilizar el flujo de vehículos con sus señas y sus gritos. Lo hace además con un toque surrealista, un detalle que seguramente hubiera hincado de asombro al mismísimo Salvado Dalí: nuestro amigo labora como tránsito espontáneo tocado con un sombrero charro. Sí, con un sombrero charro que de inmediato genera la imagen más alucinante que haya visto la calzada Colón en toda su historia. Así pues, mientras uno espera el verde en el semáforo, o mientras uno pasa a todo trapo por allí, el señor tránsito/charro nos orienta con cuidadosos aspavientos de oficial interesado en que sigamos adelante si está en verde o nos detengamos de inmediato se ha llegado la luz roja. El hombre suma (calculo quizá mal, pues la pobreza tiene la maldita costumbre de añadir años a la facha de cualquiera) unos sesenta y tantos, como setenta. Es moreno y su descuidada barba ya pinta algunas canas, como dice en “Mujeres divinas” el liróforo celeste Martín Urieta. Así, con esa traza híbrida de vagabundo-charro-hombre de la tercera edad, el improvisado agente ayuda a descongestionar el área, o al menos eso intenta.
En un mundo donde nadie hace nada por los demás sin pedir algo a cambio, en una realidad en la que los funcionarios de cierto estatus no se sacian con lo que ganan sin hacer más que lo estrictamente necesario (en algunos casos sólo “estar”, sólo “existir”), la actividad desinteresada de un hombre anónimo merece reconocimiento y respeto, más allá de que padezca algún problema de desubicación. En todo caso, él está quizá más ubicado que nosotros, pues se supone que los generosos, los pulcros, los responsables, los manirrotos somos los normales, aunque muy lejos estemos de instalarnos, como el tránsito/charro, en un jale diario sin pedir un solo cinco a cambio.
En ciertos países, un castigo de trabajo comunitario por faltas menores consiste en ayudar a los transeúntes a pasar por zonas de tráfico, como lo hemos visto en programas gringos. Su ganancia, en ese caso, es la conclusión de la pena. Nuestro personaje, en contraste con ese tipo de chamba a favor de la comunidad, no gana nada, ni un peso, y si algún centavo gana es en la subchamba de barrendero de estacionamiento que también le he visto desempeñar. No creo que suene mal, por todo, esta propuesta: que el ayuntamiento le dé un reconocimiento, la medalla al servicio comunitario desinteresado (si puede añadir un billetito, mejor). No es una puntada, sino una forma de revelarnos que todavía existe la gente que da sin pedir nada a cambio, nada.