Uno de los libros de Bauman que en su título
incluyen el adjetivo es Vigilancia
líquida (Paidós, 2013, Buenos Aires, 176 pp.). No es un ensayo tal cual,
sino un diálogo entre el polaco y David Lyon, su entrevistador. El tema es,
obvio, la vigilancia en el mundo actual, su manera de operar y de gravitar en
nuestras vidas. Dividido en siete capítulos, el libro es entonces un ping-pong
entre quien pregunta y quien responde, esto en el formato de entrevista
clásica. Las ideas de Bauman avanzan muy bien aguijadas por Lyon y dibujan un
cuadro general de la actualidad en materia de vigilancia y control social.
El filósofo pasa relativamente rápido por los métodos antiguos de vigilancia y castigo. Apela al ejemplo del panóptico como modelo de control. Antes de la era digital en la que ahora estamos, el poder ponía énfasis en la mirada directa del enjambre social, lo observaba y lo reprimía en caso de transgresiones o desacatos. Lo que garantizaba el control era pues una vigilancia amenazante. Por supuesto, Bauman cita a Bentham y Foucault: “Otra metáfora más antigua procede de Jeremy Bentham, el reformador utilitarista de las prisiones, que inventó una palabra construida a partir del griego para formar ‘panóptico’, la cual designa ‘un lugar desde el que se ve todo’. Pero esto no fue una ficción. Era un plan, un diagrama, un diseño arquitectónico. Y aún más que eso. Se planteaba como una ‘arquitectura moral’, una fórmula para remodelar el mundo”.
Más adelante, señala: “Foucault utiliza el
diseño panóptico como una ‘archimetáfora del poder moderno’. Los presos en una
estructura panóptica ‘no pueden moverse porque todos están bajo vigilancia; se
tienen que mantener en los sitios que les han asignado porque no saben, y no
tienen manera de saber, dónde se encuentran los vigilantes, que se mueven
libremente’”. Es decir, el poder predigital aspiraba a que la vigilancia fuera,
como la prisión de Bentham, panóptica, y para ello articuló el entramado de
medios de contención o represivos adecuados, como leyes, policía, sistemas judiciales y penitenciarios,
todo aquello que pudiera producir “trabajadores obedientes” e inhibir
refractarios.
Con el advenimiento de las herramientas
digitales se dio un paso adelante en la sofisticación de la vigilancia. Es un
paso asombroso, en verdad, pues supone el tránsito de la vigilancia como
sinónimo de incomodidad a la vigilancia como sinónimo de autosatisfacción, pues
“La vigilancia se ha difuminado especialmente en la esfera del consumo”. En
otras palabras, gracias a los atractivos del consumo en todas sus manifestaciones,
gracias al deseo y placer que genera, accedemos sin cortapisas a la voluntaria
exhibición de nuestras vidas y al consumo, lo que supone una acumulación infinita, para otros, de datos
que neutralizan toda posibilidad de anonimato y, de refilón, viabilizan el
suministro infinito de información valiosa para el control. “En el marketing a
partir de bases de datos, el objetivo es hacer creer a los clientes potenciales
que son importantes cuando lo importante es clasificarlos y, por supuesto,
sacarles más dinero en las futuras compras (…) Tal como yo lo veo, el modelo
panóptico está vivo y goza de buena salud, y de hecho está dotado de una
musculatura mejorada electrónicamente, como la de un ciborg, lo cual lo hace
tan fuerte que ni Bentham, ni siquiera Foucault, hubieran sido capaces de
imaginarlo”.
He aquí una de las derivaciones más
interesantes (vale decir alarmantes y paradójicas de la vigilancia y el control
actuales): que es voluntaria y hedonista. Un poco de pasada, Bauman menciona a
Étienne de la Boétie, aquel ensayista francés (si es que fue él) que escribió
sobre la “servidumbre voluntaria”: “Quienquiera que sea el autor (…) presagió
la estratagema que se llevó a cabo varios siglos más tarde, hasta alcanzar casi
la perfección en la moderna sociedad líquida de los consumidores”. La “perfección”
a la que se refiere es exactamente la alcanzada por la actual “servidumbre
voluntaria”: “los subordinados están tan acostumbrados a su nuevo papel de
autocontroladores que hacen inútiles las torres de control del esquema de
Bentham y Foucault”.
Hay en suma tal grado de perfección en el control
social (y neutralización de todo asomo de rebeldía) que torna irresistible lo que
antes amenazaba sí o sí con vulnerar nuestra privacidad: “En el modelo
panóptico no había zanahoria, sólo palo. Una vigilancia panóptica asume que el
camino de la sumisión del recluso pasa por la eliminación de la elección.
Nuestra actual vigilancia por parte del mercado asume que la manipulación del
gusto (a través de la seducción, y no la coerción) es la vía más segura para
llevar a los individuos a la demanda”, es decir, “hacer que la sumisión pueda
ser vivida como un progreso de la libertad y una prueba de la autonomía del que
decide”.
Vigilancia líquida es un libro denso, imposible de resumir en este modesto apunte. Atrevo sin embargo que su idea eje, su metáfora global, es que la humanidad está hoy casi inhabilitada para intentar cualquier proyecto de emancipación ya no de poderes políticos opresivos, vigilantes y punitivos, sino de un mercado que nos ha infundido la opción de elegirlo —mediante la seducción y el ansia de consumir con total libertad— sólo a él.