sábado, febrero 22, 2025

Libertad condicional

 












Debemos la alegoría de lo “líquido” al polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), quien la usó en numerosas obras para explicar diferentes realidades del mundo contemporáneo caracterizado, en sustancia, por la inestabilidad, la incertidumbre, la laxitud y, en general, la sensación de fluidez que se deja sentir en la subjetividad de las personas en contraste con la “solidez” de otros tiempos en los que una idea política o religiosa firmes nos procuraban la certeza de que pisábamos en terreno duro. Para explicarlo con un ejemplo simple, esta es la razón por la que muchos adultos tienen una mirada rígida (digamos monogámica) sobre la sexualidad, mientras los jóvenes admiten posibilidades y combinaciones fluidas y por ello inestables. Lo mismo se podría decir de la política: mientras los adultos se ciñen a una ideología que da seguridad a sus convicciones, los jóvenes pueden pasar sin conflicto de una adscripción a otra o directamente no abrazar ninguna, mantenerse al margen de toda elección.

   

Uno de los libros de Bauman que en su título incluyen el adjetivo es Vigilancia líquida (Paidós, 2013, Buenos Aires, 176 pp.). No es un ensayo tal cual, sino un diálogo entre el polaco y David Lyon, su entrevistador. El tema es, obvio, la vigilancia en el mundo actual, su manera de operar y de gravitar en nuestras vidas. Dividido en siete capítulos, el libro es entonces un ping-pong entre quien pregunta y quien responde, esto en el formato de entrevista clásica. Las ideas de Bauman avanzan muy bien aguijadas por Lyon y dibujan un cuadro general de la actualidad en materia de vigilancia y control social.


El filósofo pasa relativamente rápido por los métodos antiguos de vigilancia y castigo. Apela al ejemplo del panóptico como modelo de control. Antes de la era digital en la que ahora estamos, el poder ponía énfasis en la mirada directa del enjambre social, lo observaba y lo reprimía en caso de transgresiones o desacatos. Lo que garantizaba el control era pues una vigilancia amenazante. Por supuesto, Bauman cita a Bentham y Foucault: “Otra metáfora más antigua procede de Jeremy Bentham, el reformador utilitarista de las prisiones, que inventó una palabra construida a partir del griego para formar ‘panóptico’, la cual designa ‘un lugar desde el que se ve todo’. Pero esto no fue una ficción. Era un plan, un diagrama, un diseño arquitectónico. Y aún más que eso. Se planteaba como una ‘arquitectura moral’, una fórmula para remodelar el mundo”.


Más adelante, señala: “Foucault utiliza el diseño panóptico como una ‘archimetáfora del poder moderno’. Los presos en una estructura panóptica ‘no pueden moverse porque todos están bajo vigilancia; se tienen que mantener en los sitios que les han asignado porque no saben, y no tienen manera de saber, dónde se encuentran los vigilantes, que se mueven libremente’”. Es decir, el poder predigital aspiraba a que la vigilancia fuera, como la prisión de Bentham, panóptica, y para ello articuló el entramado de medios de contención o represivos adecuados, como leyes, policía, sistemas judiciales y penitenciarios, todo aquello que pudiera producir “trabajadores obedientes” e inhibir refractarios.


Con el advenimiento de las herramientas digitales se dio un paso adelante en la sofisticación de la vigilancia. Es un paso asombroso, en verdad, pues supone el tránsito de la vigilancia como sinónimo de incomodidad a la vigilancia como sinónimo de autosatisfacción, pues “La vigilancia se ha difuminado especialmente en la esfera del consumo”. En otras palabras, gracias a los atractivos del consumo en todas sus manifestaciones, gracias al deseo y placer que genera, accedemos sin cortapisas a la voluntaria exhibición de nuestras vidas y al consumo, lo que supone una acumulación infinita, para otros, de datos que neutralizan toda posibilidad de anonimato y, de refilón, viabilizan el suministro infinito de información valiosa para el control. “En el marketing a partir de bases de datos, el objetivo es hacer creer a los clientes potenciales que son importantes cuando lo importante es clasificarlos y, por supuesto, sacarles más dinero en las futuras compras (…) Tal como yo lo veo, el modelo panóptico está vivo y goza de buena salud, y de hecho está dotado de una musculatura mejorada electrónicamente, como la de un ciborg, lo cual lo hace tan fuerte que ni Bentham, ni siquiera Foucault, hubieran sido capaces de imaginarlo”.


He aquí una de las derivaciones más interesantes (vale decir alarmantes y paradójicas de la vigilancia y el control actuales): que es voluntaria y hedonista. Un poco de pasada, Bauman menciona a Étienne de la Boétie, aquel ensayista francés (si es que fue él) que escribió sobre la “servidumbre voluntaria”: “Quienquiera que sea el autor (…) presagió la estratagema que se llevó a cabo varios siglos más tarde, hasta alcanzar casi la perfección en la moderna sociedad líquida de los consumidores”. La “perfección” a la que se refiere es exactamente la alcanzada por la actual “servidumbre voluntaria”: “los subordinados están tan acostumbrados a su nuevo papel de autocontroladores que hacen inútiles las torres de control del esquema de Bentham y Foucault”.


Hay en suma tal grado de perfección en el control social (y neutralización de todo asomo de rebeldía) que torna irresistible lo que antes amenazaba sí o sí con vulnerar nuestra privacidad: “En el modelo panóptico no había zanahoria, sólo palo. Una vigilancia panóptica asume que el camino de la sumisión del recluso pasa por la eliminación de la elección. Nuestra actual vigilancia por parte del mercado asume que la manipulación del gusto (a través de la seducción, y no la coerción) es la vía más segura para llevar a los individuos a la demanda”, es decir, “hacer que la sumisión pueda ser vivida como un progreso de la libertad y una prueba de la autonomía del que decide”.


Vigilancia líquida es un libro denso, imposible de resumir en este modesto apunte. Atrevo sin embargo que su idea eje, su metáfora global, es que la humanidad está hoy casi inhabilitada para intentar cualquier proyecto de emancipación ya no de poderes políticos opresivos, vigilantes y punitivos, sino de un mercado que nos ha infundido la opción de elegirlo —mediante la seducción y el ansia de consumir con total libertad— sólo a él.