lunes, abril 08, 2013

Picasso: un decaloguista del arte moderno




















Hace como diez años, en el aniversario treinta de la muerte de Picasso, publiqué este textito en Acequias, revista de la Universidad Iberoamericana Torreón. Creo que no lo refritee en otro lado, así que ésta es la segunda vez que lo propalo. Aprovecho, claro, el aniversario cuarenta, hoy, de la muerte de quien considero el papá de los pollitos en el arte del siglo XX. Suena a lugar común, pero no lo es. Se trata simplemente de una opinión generalizada, de un parecer casi unánime en torno al genio malagueño y saleroso.

Picasso: un decaloguista del arte moderno

Jaime Muñoz Vargas

En la historia del siglo xx acaso no hay un artista más emblemático que Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Se puede afirmar (sin miedo a incurrir en hipérboles descabelladas) que el pintor malagueño sintetiza mejor que ningún otro los afanes y los logros del arte contemporáneo. Si el arco de su vida —abierto en 1881 y cerrado hace treinta años, en 1973— cubre la mayor parte de la pasada centuria, el arco de su obra representa cabalmente, y con genial esplendidez, la “estrategia lingüística globalizadora”, la nueva gramática global de la que nos habla Subirats.
Proponer a Picasso como el summum del arte moderno es demasiado simplista, ciertamente, pero es por medio de esas síntesis como establece sus primeras coordenadas el estudio de las corrientes estéticas. ¿Hay un autor más paradigmático que Góngora para compendiar el barroco literario español? ¿Hay un realizador más significativo que Buñuel para perfilar al cine surrealista? ¿Alguien puede competir contra Hugo si queremos resaltar a la figura más sobresaliente del romanticismo francés? La vida y la obra de Picasso son, para el caso, suma y espejo de modernidad, ruta indispensable para acceder al conocimiento de la actitud creativa asumida por los artistas del xx.
Si el autor del Guernica es eso, entonces podemos repensar su propuesta como clave. Para comprender a Picasso, y al mismo tiempo las nociones básicas del arte vigesimista, se puede observar la secuencia de sus obras; puesto que se trata de un pintor, hacer eso es lo más indicado. Pero hay otra puerta de acceso, siquiera una rendija, a Pablo Ruiz: la que se nos abre tras la lectura de sus declaraciones. En ellas está condensada la visión de Picasso y es posible convertirlas en un decálogo que abraza —a veces ceñidamente y a veces no tanto— a buena parte de los protagonistas del arte moderno. Tal es el propósito de este acercamiento, espigar las palabras del malagueño y convertirlas casi en tabla mosaica de quienes renovaron y dieron vida a la pintura del siglo recién ido.
En Picasso, poemas y declaraciones (México, Darro y Genil, 1944), nuestro artista vuelca una serie de opiniones que acusan un sentido conglobador, sintético. Habla de su experiencia personal, en efecto, pero dicha experiencia irradia su luz hacia múltiples destinos y parece que está hablando, con o sin permiso, por la tribu entera, por Gris, por Braque, por Mondrian, por Grosz, por tantos otros. He aquí, mirada a vuelatecla, una tentativa de decálogo picasseano:
1. No buscar, sino encontrar. Se opone aquí a la cristalización del arte por medio de pesquisas deliberadas o de investigación. Para Picasso, la búsqueda no es nada en sí misma, pues cualquiera puede tener esa voluntad. El éxito del arte, entonces, radica no en la exploración, sino en el hallazgo de las nuevas rutas de navegación. “Lo que cuenta es lo que se hace y no lo que se tenía la intención de hacer”, dice.
2. El artista miente, pero dice la verdad. Picasso entiende la palabra arte como fingimiento, como mentira o subjetivación de lo real. Éste es uno de los puntos caros a la retórica del artista contemporáneo, pues gravita, llevado a sus consecuencias últimas, en el resultado del arte moderno: la abstracción de la realidad, la demolición del modelo comúnmente llamado figurativo. “Me gustaría saber si alguien ha visto una obra de arte natural”, señala con ironía. Por supuesto que no, nadie la ha visto, dado que la naturaleza es naturaleza y el arte es arte. De allí parte, pues, la noción del producto artístico como mentira, una mentira que en sus pliegues esconde el rostro de la verdad.
3. El arte no evoluciona. Picasso contradice radicalmente la idea de evolución artística. “Para mí no hay en el arte ni pasado ni futuro. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente no se la debe tomar en consideración”. Contrapone a la idea de evolución la de realización. Dependiendo de cada época, de cada caldo de cultivo, el arte producido queda peor o mejor realizado, y de allí su eternización, su perdurable presentismo. “Si se pudiera expresar gráficamente la historia del arte como en una tabla de las que usan las enfermeras para anotar los cambios de temperatura del enfermo, se vería el mismo perfil montañoso, prueba de que en el arte no hay progreso ascendente, sino alzas y bajas que pueden ocurrir en cualquier momento. Lo mismo sucede con la obra del artista individual”.
4. La pintura es, indefectiblemente, dibujo, composición y color. Moderna o antigua, la pintura es dibujo, composición y color. En el caso del cubismo, como en el de cualquier otra escuela, observa Picasso, se han usado esos elementos pero con diferentes temas, “pues hemos introducido (...) objetos y formas enteramente ignorados. Hemos abierto la mente a lo que nos rodea”.
5. El arte se construye con caprichos. La cristalización de una obra de arte no depende de la preconcepción sino del capricho. Terminar un cuadro, pues, es una sorpresa, una inesperada revelación. “Un cuadro no se proyecta ni se decide de antemano. Al hacerse, va cambiando a la par que nuestras ideas. Y cuando se termina sigue cambiando según el estado de ánimo del que lo mire”.
6. El arte abstracto no existe. La abstracción pura es imposible, dado que el punto de partida siempre será un referente que, trabajado por la mano del artista en un proceso de supresión-adición de elementos que borren la realidad, dejará de todos modos una huella de lo que fue al comienzo. “No existe el arte abstracto. Hay que comenzar siempre con algo y después se pueden quitar todas las huellas de realidad. Entonces ya no hay peligro, porque la idea del objeto habrá dejado una marca indeleble”.
7. La pintura está hecha de figuras. Para Picasso no hay arte “figurativo” ni arte “no figurativo”, pues toda la pintura se crea con figuras. Una persona, un árbol, es una figura tanto como lo pueden ser un círculo y un triángulo. Cuando una figura ha perdido su nexo con el referente lo único que hace es abreviar el camino hacia su impresión en la mente.
8. Todo objeto es materia del arte. No existen objetos de primera ni objetos de segunda. Todo, absolutamente todo entra o debe entrar en arte con el mismo valor: el cielo, la tierra, un pedazo de papel, una telaraña, lo grande y lo pequeño, todo puede ser motivo del arte.
9. No existe entrenamiento académico para la belleza. El arte no se rige por un canon, sino por lo que el instinto y el cerebro son capaces de trazar.
10. El arte no se comprende. El valor del arte no radica en la comprensión, sino en la emoción inexplicable que produce. “Todo el mundo quiere comprender el arte. ¿Por qué no tratan de comprender el canto de un pájaro? ¿Por qué amamos la noche, las flores y todo lo que nos rodea sin tratar de comprenderlo? Pero si se trata de un cuadro, todos tienen que comprender”.
He allí, sucintamente expuesto, un decálogo del arte moderno, con todo lo que tenga de incompleto y perfectible. Con respecto de dicho decálogo se podrán destacar, insistimos, coincidencias o disidencias de un cuadro a otro, de un pintor a otro, y como ejemplo de esa síntesis picasseana podemos tomar un cuadro de Juan Gris (Le taureangeau, por ejemplo) para verificar que le son aplicables todas o casi todas las ideas del pintor andaluz. En lo que sí podemos estar totalmente de acuerdo es en que el genio de Picasso comprendió la esencia del nuevo arte y por ello desató, como bien sabemos, la revolución pictórica más importante de los tiempos modernos.
A treinta años de su muerte (Mougins, Francia, 8 de abril de 1973) el pintor malagueño sigue tan vivo que cuando uno recorre sus obras emana la impresión (releamos el punto tres del hipotético decálogo) de que cada día pinta mejor.