Hace como diez años, en el aniversario
treinta de la muerte de Picasso, publiqué este textito en Acequias, revista de la Universidad Iberoamericana Torreón. Creo
que no lo refritee en otro lado, así que ésta es la segunda vez que lo propalo.
Aprovecho, claro, el aniversario cuarenta, hoy, de la muerte de quien considero
el papá de los pollitos en el arte del siglo XX. Suena a lugar común, pero no
lo es. Se trata simplemente de una opinión generalizada, de un parecer casi
unánime en torno al genio malagueño y saleroso.
Picasso:
un decaloguista del arte moderno
Jaime Muñoz Vargas
En la historia del siglo xx acaso no hay un artista más
emblemático que Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de
los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Se puede afirmar (sin miedo a incurrir en hipérboles descabelladas) que el pintor malagueño
sintetiza mejor que ningún otro los afanes y los logros del arte contemporáneo.
Si el arco de su vida —abierto en 1881 y cerrado hace treinta años, en 1973—
cubre la mayor parte de la pasada centuria, el arco de su obra representa
cabalmente, y con genial esplendidez, la “estrategia lingüística
globalizadora”, la nueva gramática global de la que nos habla Subirats.
Proponer a Picasso como el summum del arte moderno es demasiado simplista, ciertamente, pero es por medio de esas síntesis como establece sus primeras coordenadas el estudio de las corrientes estéticas. ¿Hay un autor más paradigmático que Góngora para compendiar el barroco literario español? ¿Hay un realizador más significativo que Buñuel para perfilar al cine surrealista? ¿Alguien puede competir contra Hugo si queremos resaltar a la figura más sobresaliente del romanticismo francés? La vida y la obra de Picasso son, para el caso, suma y espejo de modernidad, ruta indispensable para acceder al conocimiento de la actitud creativa asumida por los artistas del xx.
Si el autor del Guernica es eso, entonces podemos repensar su propuesta como clave. Para comprender a Picasso, y al mismo tiempo las nociones básicas del arte vigesimista, se puede observar la secuencia de sus obras; puesto que se trata de un pintor, hacer eso es lo más indicado. Pero hay otra puerta de acceso, siquiera una rendija, a Pablo Ruiz: la que se nos abre tras la lectura de sus declaraciones. En ellas está condensada la visión de Picasso y es posible convertirlas en un decálogo que abraza —a veces ceñidamente y a veces no tanto— a buena parte de los protagonistas del arte moderno. Tal es el propósito de este acercamiento, espigar las palabras del malagueño y convertirlas casi en tabla mosaica de quienes renovaron y dieron vida a la pintura del siglo recién ido.
En Picasso, poemas y declaraciones (México, Darro y Genil, 1944), nuestro artista vuelca una serie de opiniones que acusan un sentido conglobador, sintético. Habla de su experiencia personal, en efecto, pero dicha experiencia irradia su luz hacia múltiples destinos y parece que está hablando, con o sin permiso, por la tribu entera, por Gris, por Braque, por Mondrian, por Grosz, por tantos otros. He aquí, mirada a vuelatecla, una tentativa de decálogo picasseano:
Proponer a Picasso como el summum del arte moderno es demasiado simplista, ciertamente, pero es por medio de esas síntesis como establece sus primeras coordenadas el estudio de las corrientes estéticas. ¿Hay un autor más paradigmático que Góngora para compendiar el barroco literario español? ¿Hay un realizador más significativo que Buñuel para perfilar al cine surrealista? ¿Alguien puede competir contra Hugo si queremos resaltar a la figura más sobresaliente del romanticismo francés? La vida y la obra de Picasso son, para el caso, suma y espejo de modernidad, ruta indispensable para acceder al conocimiento de la actitud creativa asumida por los artistas del xx.
Si el autor del Guernica es eso, entonces podemos repensar su propuesta como clave. Para comprender a Picasso, y al mismo tiempo las nociones básicas del arte vigesimista, se puede observar la secuencia de sus obras; puesto que se trata de un pintor, hacer eso es lo más indicado. Pero hay otra puerta de acceso, siquiera una rendija, a Pablo Ruiz: la que se nos abre tras la lectura de sus declaraciones. En ellas está condensada la visión de Picasso y es posible convertirlas en un decálogo que abraza —a veces ceñidamente y a veces no tanto— a buena parte de los protagonistas del arte moderno. Tal es el propósito de este acercamiento, espigar las palabras del malagueño y convertirlas casi en tabla mosaica de quienes renovaron y dieron vida a la pintura del siglo recién ido.
En Picasso, poemas y declaraciones (México, Darro y Genil, 1944), nuestro artista vuelca una serie de opiniones que acusan un sentido conglobador, sintético. Habla de su experiencia personal, en efecto, pero dicha experiencia irradia su luz hacia múltiples destinos y parece que está hablando, con o sin permiso, por la tribu entera, por Gris, por Braque, por Mondrian, por Grosz, por tantos otros. He aquí, mirada a vuelatecla, una tentativa de decálogo picasseano:
1. No buscar, sino encontrar. Se opone aquí a la
cristalización del arte por medio de pesquisas deliberadas o de investigación.
Para Picasso, la búsqueda no es nada en sí misma, pues cualquiera puede tener
esa voluntad. El éxito del arte, entonces, radica no en la exploración, sino en
el hallazgo de las nuevas rutas de navegación. “Lo que cuenta es lo que se hace
y no lo que se tenía la intención de hacer”, dice.
2. El artista miente, pero dice la verdad.
Picasso entiende la palabra arte como fingimiento, como mentira o
subjetivación de lo real. Éste es uno de los puntos caros a la retórica del
artista contemporáneo, pues gravita, llevado a sus consecuencias últimas, en el
resultado del arte moderno: la abstracción de la realidad, la demolición del
modelo comúnmente llamado figurativo. “Me gustaría saber si alguien ha
visto una obra de arte natural”, señala con ironía. Por supuesto que no, nadie
la ha visto, dado que la naturaleza es naturaleza y el arte es arte. De allí
parte, pues, la noción del producto artístico como mentira, una mentira que en
sus pliegues esconde el rostro de la verdad.
3. El arte no evoluciona. Picasso contradice
radicalmente la idea de evolución artística. “Para mí no hay en el arte ni
pasado ni futuro. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente no
se la debe tomar en consideración”. Contrapone a la idea de evolución la de
realización. Dependiendo de cada época, de cada caldo de cultivo, el arte
producido queda peor o mejor realizado, y de allí su eternización, su
perdurable presentismo. “Si se pudiera expresar gráficamente la historia del
arte como en una tabla de las que usan las enfermeras para anotar los cambios
de temperatura del enfermo, se vería el mismo perfil montañoso, prueba de que
en el arte no hay progreso ascendente, sino alzas y bajas que pueden ocurrir en
cualquier momento. Lo mismo sucede con la obra del artista individual”.
4. La pintura es, indefectiblemente, dibujo, composición y color.
Moderna o antigua, la pintura es dibujo, composición y color. En el caso del
cubismo, como en el de cualquier otra escuela, observa Picasso, se han usado
esos elementos pero con diferentes temas, “pues hemos introducido (...) objetos
y formas enteramente ignorados. Hemos abierto la mente a lo que nos rodea”.
5. El arte se construye con caprichos. La
cristalización de una obra de arte no depende de la preconcepción sino del
capricho. Terminar un cuadro, pues, es una sorpresa, una inesperada revelación.
“Un cuadro no se proyecta ni se decide de antemano. Al hacerse, va cambiando a
la par que nuestras ideas. Y cuando se termina sigue cambiando según el estado
de ánimo del que lo mire”.
6. El arte abstracto no existe. La abstracción pura
es imposible, dado que el punto de partida siempre será un referente que, trabajado
por la mano del artista en un proceso de supresión-adición de elementos que borren
la realidad, dejará de todos modos una huella de lo que fue al comienzo. “No
existe el arte abstracto. Hay que comenzar siempre con algo y después se pueden
quitar todas las huellas de realidad. Entonces ya no hay peligro, porque la
idea del objeto habrá dejado una marca indeleble”.
7. La pintura está hecha de figuras.
Para Picasso no hay arte “figurativo” ni arte “no figurativo”, pues toda la
pintura se crea con figuras. Una persona, un árbol, es una figura tanto como lo
pueden ser un círculo y un triángulo. Cuando una figura ha perdido su nexo con
el referente lo único que hace es abreviar el camino hacia su impresión en la
mente.
8. Todo objeto es materia del arte. No
existen objetos de primera ni objetos de segunda. Todo, absolutamente todo
entra o debe entrar en arte con el mismo valor: el cielo, la tierra, un pedazo
de papel, una telaraña, lo grande y lo pequeño, todo puede ser motivo del arte.
9. No existe entrenamiento académico para la belleza. El
arte no se rige por un canon, sino por lo que el instinto y el cerebro son
capaces de trazar.
10. El arte no se comprende. El valor del arte no radica en
la comprensión, sino en la emoción inexplicable que produce. “Todo el mundo
quiere comprender el arte. ¿Por qué no tratan de comprender el canto de un
pájaro? ¿Por qué amamos la noche, las flores y todo lo que nos rodea sin tratar
de comprenderlo? Pero si se trata de un cuadro, todos tienen que comprender”.
He allí, sucintamente
expuesto, un decálogo del arte moderno, con todo lo que tenga de incompleto y
perfectible. Con respecto de dicho decálogo se podrán destacar, insistimos,
coincidencias o disidencias de un cuadro a otro, de un pintor a otro, y como
ejemplo de esa síntesis picasseana podemos tomar un cuadro de Juan Gris (Le
taureangeau, por ejemplo) para verificar que le son aplicables todas o casi
todas las ideas del pintor andaluz. En lo que sí podemos estar totalmente de
acuerdo es en que el genio de Picasso comprendió la esencia del nuevo arte y
por ello desató, como bien sabemos, la revolución pictórica más importante de
los tiempos modernos.
A treinta años de su muerte
(Mougins, Francia, 8 de abril de 1973) el pintor malagueño sigue tan vivo que
cuando uno recorre sus obras emana la impresión (releamos el punto tres del
hipotético decálogo) de que cada día pinta mejor.