Al lado de una carretera rural de La Laguna vi este heroico anuncio.
Me estremeció su soledad, su indefensión, su color chillante en medio de la
nada. Al verlo así bajé del coche y le tomé la foto. Miré alrededor y vi un
cuartito de adobe como a cien metros, y más allá, al fondo, la estepa lagunera
y los cerros pelones, como siempre. No es por nada, pero me sentí Abundio
Martínez pasando por Comala, como en la puerta del Purgatorio. Me hubiera dado
gusto tener necesidad de cemento o de cal, para ver quién se aparecía a
venderme esos productos. Nada ocurrió. Bajé, tomé la foto, volví al coche y el
anuncio quedó allí, solo y estoico.