Me
alcanzó la gripe de temporada, y si por lo común la cabeza no me da para para
pensar, así menos. En estos casos no está de más solicitar ayuda a los amigos o
buscar algo digno entre los muchos libros que afortunadamente están al alcance de
la vista. Hoy, pues, he hurgado en mis archivos postales y fíjense nomás que buena
suerte he tenido. Hace tres meses leí una pequeña biografía sobre Yupanqui y no
quiero que pase el 2012 sin reseñarla. Lo deseo porque en mayo se cumplieron
veinte años de su muerte y siento la obligación de recordarlo. Él es el
compositor y cantante que más admiro, y quiero que esa admiración se
materialice en textos elogiosos.
Pues
bien, el primero de febrero de 2008 recibimos una respuesta vía mail de mi
amigo David Lagmanovich (1927-2010), quien vivía en Tucumán, Argentina. Digo “recibimos”
porque nos carteábamos a tres bandas Juan Pablo Neyret (en Pensilvania, EUA), David y yo (en Torreón).
Esa correspondencia tripartita duró al menos cinco o seis años, y era muy
frecuente, de manera que son abundantes las cartas de David y de Juan Pablo que
puedo presumir.
La
carta que traigo se refiere a Yupanqui. No necesito añadirle nada, pues
cualquiera que la lea la entenderá y, sobre todo, verá la dimensión artística
que le atribuimos al folclorista mayor de América Latina. También verá lo que
yo siempre vi: que David Lagmanovich nos regalaba una atención epistolar al
mismo tiempo generosa y lúcida.
Esta
es la carta:
Hermanos:
Sí,
yo también he admirado y querido mucho, desde siempre (desde que venía a cantar
a LV12 Radio Tucumán, cuando yo tenía unos 15 años) a Atahualpa Yupanqui.
Recuerdo que entonces a un muchachito que amaba la guitarra y no tenía plata
para reponer cuerdas, sin conocerlo le regaló el juego completo; a otro hombre
que conocí por entonces le regaló una guitarra. Era un hombre de buen corazón,
aunque tuviera rasgos de un carácter aparentemente hosco.
Además,
lo que siempre me gustó de él fue la finura de sus canciones, que aunque
tocaran lo social no lo hacían con estrépito ni panfletariamente: "Es mi
destino / piedra y camino: / de un sueño lejano y bello, viday / soy
peregrino". Ese sueño lejano y bello correspondía a su vinculación con el
Partido Comunista, pero lo ponía así, para que entendiera quien quisiera
entenderlo, sin proclamarlo a grandes voces. Cuando la dictadura, su milonga
campera que comienza "Yo tengo tantos hermanos / que no los puedo
contar...", y termina con "y una hermana muy hermosa / que se llama
Libertad" me pareció siempre una de las más bellas piezas de aquella
época terrible.
Atahualpa
era hombre de la pampa, como bien se sabe, pero su compenetración con la
cultura popular del Noroeste argentino lo convirtió casi en un tucumano
más. No sé si la gente se da cuenta de que los vocativos "viday" y
"viditay", que aparecen constantemente en sus canciones, son
quechuismos, no usados fuera del Noroeste: tienen el sufijo -y, que es
el caso posesivo quechua (o quichua, como decimos por estos lados), de
modo que "viday" quiere decir "mi vida", una forma entrañable
de tratamiento en nuestro dialecto hispanoindio. Y sus versos para cantar (no
los de El payador perseguido, que están en la tradición de la
llanura) tienen la limpidez de las coplas populares del Noroeste. Él podría
haber escrito esta copla salteña, que sin embargo es anónima: "Apenitas
soy Arjona / nombre que no se ha'i perder; / y aunque me tiren al río, / sobre
la espuma he'i volver".
Así
volverá siempre también Atahualpa Chavero Yupanqui (como firmaba al comienzo),
después sólo Atahualpa Yupanqui o solamente Atahualpa: sobre la espuma del
canto, aunque se lo haya llevado el río del tiempo.
(Muy
linda, Jaime, tu columna sobre este prócer de la canción popular; mucho más que
el "maquinazo" con que, modesto como siempre, pretendes disimular el
valor de lo que escribes.)
Abrazos,
== David