domingo, junio 29, 2008

Más sobre el agua lagunera y la marcha



Va el texto publicado por Paco Valdés hoy en La Opinión:

Primera Marcha
Francisco Valdés Perezgasga
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El pasado 24 de junio, día de San Juan, más de mil laguneros marchamos de Torreón a Gómez Palacio y de regreso para mostrar por vez primera nuestra decisión por hacernos cargo de nuestro futuro.
Marchamos porque las laguneras y los laguneros tenemos un grave problema de agua. Por cada litro de agua que se filtra al acuífero, se extraen más de dos. Cambie el agua por pesos e imagine el acuífero por una alcancía de marranito y verá que las cuentas no salen. Si el marranito estaba pleno de monedas, llegará el día en que quede vacío. La ruina hacia la que nos dirigimos es cierta y total. Sin agua, nuestra comunidad de desierto que tanto nos enorgullece, perecerá. Toda. Sin agua no hay agricultura, ni ganadería, ni industria, ni comercio, ni servicios. Sin agua no hay vida y nos la estamos acabando.
¿O será que ya nos la hemos acabado? Si atendemos a la pobre calidad del agua que bebemos, la respuesta es deprimentemente positiva: Casi ya no nos queda agua para consumo humano. Decía el Dr. Marcos Adrián Ortega de la UNAM, uno de los geólogos que más han estudiado el origen del arsénico en el acuífero lagunero: "En 1990 ustedes tenían una burbuja de agua potable rodeada de un mar de arsénico. Hoy, la burbuja está reducida a unos pequeños lunares que están desapareciendo con celeridad".
¿Porqué hemos llegado a esta situación de alarma donde el promedio del contenido de arsénico en los pozos de Torreón es de 20 microgramos por litro, el doble de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud? ¿Cómo es que habitantes de colonias como Senderos, están recibiendo agua con más de nueve veces lo recomendado por la OMS? Todo apunta a que es la sobre-explotación del acuífero la que está provocando la creciente presencia del veneno. Concurren en esta apreciación la CNA, la UNAM, el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua y universidades internacionales como la Universidad Leibniz de Hannover, Alemania.
¿Quien está sobreexplotando el acuífero de esta manera, provocando una crisis de salud pública sin par en nuestro país? La agricultura. De cada diez litros que se extraen del acuífero, nueve se usan en esta actividad. De cada diez litros que la agricultura extrae, casi cuatro se extraen de manera ilegal.
A pesar de la gravedad de la situación es enorme, la autoridad ha sido complaciente con los intereses de la agroindustria. Por ello es que marchamos. Porque los ciudadanos activos tenemos que alzar nuestra voz y poner un alto a conductas que nos están enfermando y que están cancelando el futuro de nuestras comunidades.
Paradójicamente, los responsables forman parte también de los afectados. En un diáfano caso de autogol ambiental, la leche lagunera está afectada por el arsénico. En un estudio publicado en 1997 pero con muestras de 1992, Irma Rosas, investigadora de la UNAM y sus colaboradores, encontraron que diez porciento de las muestras de leche analizadas tenían niveles de arsénico inaceptables. Hoy, dieciséis años después la situaciòn podría ser peor. Puede usted mismo buscarlo en la red de redes. (fvaldes@nazasvivo.com)
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N. del E. La foto que encabeza este post es cortesía de mi ex alumna Vanesa García.

Dos temas del DF



El cierre de la semana me tomó en el sobresalto de deambular en el DF, ciudad siempre abrumadora para mí, ranchero acostumbrado al ritmo todavía bucólico de La Laguna. No puedo ocultar que estos días en la capirucha han sido un descanso del calor: es impresionante lo grato que es el fresco de estas fechas por acá, un fresco húmedo que contrasta con la endemoniada lumbre que nos cae del cielo en la comarca. En fin, sigo pensando que no deja de tener algo de heroico vivir en la adversidad climática del Nazas. Pero escribo estos apremiados párrafos en la bien denominada ciudad de los palacios, y dos notas sobresalientes veo en casi todos los diarios del sábado Distrito Federal: hoy se cumple una semana del estúpido percance del New’s Divine. Y digo estúpido porque no se le puede calificar de otra manera al operativo policial en el que murieron doce personas y quedaron en entredicho las estrategias oficiales para controlar el consumo de drogas en los antros de la capital.
El desaguisado pasó casi en automático del ámbito policial al político. Dada la notabilidad de Marcelo Ebrard como futuro candidato del PRD a la presidencia de la república, notabilidad que vio crecer desmesuradamente en los meses cercanos, sus opositores aprovecharon la desgracia del New’s Divine para tratar de cortarle las prematuras alas de presidenciable. Anudaron, incluso, el caso reciente con el linchamiento de Tláhuac, suceso en el que Ebrard Casaubón también estuvo cerca como autoridad responsable. La politización llegó al extremo cuando los inmaculados Calderón y Mouriño tomaron los micrófonos para referirse al tema: lo hicieron menos para exigir justicia que para tirar pedradas a un Ebrard que en la semana que concluye padeció los peores días de su administración. La prensa le dio a diario las primeras planas, y en ningún momento dejó de insistir en su responsabilidad como cabeza de los operativos que, se dice, “criminalizan a los jóvenes”.
Más allá del sesgo político que tomó el hecho (Germán Martínez, atento como siempre a la cacería de opositores políticos, ha exigido la renuncia o la licencia de Ebrard, por ejemplo) lo único cierto es que no han dejado de ser troglodíticos los mecanismos que la fuerza pública usa en casos delicados, como lo son todos los que incluyen muchedumbres embravecidas o asustadas. El aplastamiento multitudinario del New’s no pudo ser más torpe y asesino, pues una regla elemental en espacios públicos cerrados es que cuenten con salidas de emergencia amplias y permanentemente desahogadas. No fue el caso. Además de que eran escasas, las salidas estaban bloqueadas, lo que paradójicamente abrió las puertas al horror que ya hemos visto gracias a las videograbaciones y las fotos. En otras palabras, todo lo que no debe aplicarse en un operativo de tal naturaleza fue habilitado con impericia criminal, y es evidente que los culpables son los mandos policíacos que no planearon el camino a seguir en ese operativo que, si viviéramos en un país normal, ya debería ser de rutina. Todavía le queda cola a la matanza del New’s; los enemigos de Ebrard no dejarán que se apague tan temprano.
Otro tema relevante del fin de semana deefeño es el de la megamarcha del orgullo gay. Se ha calculado que el desfile reunirá a más de 150 mil personas, número muy alto en función de que se cumplen treinta años de marchas de esta índole en el DF. La celebración se desarrollará en grande, pues, y en ella participarán los organizadores históricos de las manifestaciones. Voceros de la comunidad gay han pedido que esta vez se ponga menos atención en la lentejuela y el colorete y las miradas se detengan más que nada en las consignas sobre la tolerancia y sobre las propuestas legislativas para ampliar leyes con resonancia federal.
Aprovecharé la coyuntura y por primera vez veré un desfile gay. Espero tener tiempo y humor, luego, para trazar una breve crónica desde mi perspectiva. Como hetero, como “buga”, he tratado siempre de pensar en términos de absoluta tolerancia y respeto a la diversidad no sólo sexual. Sé que es un tema polémico, erizado permanentemente de argumentos con filo. Iré a ver, sin embargo. Nada se pierde con echar un vistazo a lo desconocido. Este ranchero lopezvelardeano también tiene derecho a mirar; ahora, por suerte, desde una primera fila en el Paseo de la Reforma.
o
N. del E. La foto del apolo nalgón y sus amigos corresponde a la marcha del 29 de junio de 2008, es decir, la que menciono en el texto. La tomé yo. Espero hacer la crónica para publicarla el miércoles 2 o el jueves 3 de julio en La Opinión, subirla luego al blog y complementarla con otras fotos que pude hacer por allá.

Libros a granel



Firmada por Óscar Ocampo Vilchis, la “Crónica de un remate anunciado (La Opinión, 26/6/08) ilustra de un plumazo lo que ocurre con el libro y la lectura en México. Por un lado, el megarremate muestra el tamaño del desdén que le dedicamos al hábito de la lectura: dos y medio libros consumidos al año por cabeza es casi como decir que en nuestro país no se lee nada. Eso, además, bajo el presupuesto de que la cifra sólo se refiere a libros en abstracto y no considera qué tipo de libros son. Por otro, que la concentración de la oferta bibliográfica impide la llegada de miles de títulos a la provincia. El vestíbulo del Auditorio Nacional es la prueba fehaciente de esas dos anomalías, y al parecer no hay más remedio que caer en una especie de fatalismo.
Contrasto lo que veo hoy (apuradamente escribo esto en la ciudad de México) con lo que vi ayer miércoles en la plaza de armas de Torreón. Mientras en el megarremate cunden libros de calidad, valiosas y muchas veces impensables documentos de todas las disciplinas, la trashumante feriecita lagunera da cancha casi exclusivamente a libros de ínfima categoría, como presuponiendo casi que los habitantes de la comarca sólo se pueden interesar en basura esotérica, ufológica o motivacional.
No se piense, sin embargo, que sólo esos tenderetes de papel irrelevante distribuyen información que muy poco o nada tiene que ver con el conocimiento. Muchas librerías establecidas, formales, cadenas comerciales de gran prestigio, ofrecen en sus anaqueles, en gran número, libros que deshonran a Gutenberg. Esto lleva a pensar que el problema de la lectura en México tiene más aristas de las que solemos pensar. La crisis es tan grave y multiforme que ya no se puede afirmar, a secas, que leer es recomendable, pues de nada sirve consumir 2.5 libros al año si de todas maneras las páginas leídas sólo contenían prejuicios, frivolidades, supersticiones y demás. Da lo mismo, o da casi lo mismo, leer o no leer, aunque suene duro.
La venta de saldos, en su mayoría de buenos libros, debería ser por eso compartida en todos los estados de la república. Es, para lectores asiduos, una oportunidad áurea en la cual se pueden hacer de títulos a veces inaccesibles por su precio de lanzamiento. No resuelve el problema general del libro y la lectura en un país que lo padece agudamente, como el nuestro, pero al menos abre una puerta amplia a obras que de otra manera no se venden con facilidad.
La crónica de Ocampo Vilchis explica las razones de este peculiar mercado de libros: "Las leyes dictan que las editoriales que tienen un superávit de libros en sus bodegas no pueden donarlos a menos que paguen impuestos por hacerlo. Tampoco es rentable mantenerlos almacenados porque se consideran como “activos” y también habrá que pagar. Por esto, el destino de los ejemplares rezagados, libros que son difíciles de colocar en las librerías, es la inminente destrucción. Para evitar este absurdo desperdicio, situación que quizá sólo ocurra en un país como el nuestro, 75 editoriales con el apoyo del GDF se han reunido para rematar esos desolados libros y salvarlos de las navajas de la trituradora —y de paso ganarse una lanita—. Por ello, durante esta semana el vestíbulo del Auditorio Nacional se halla repleto de ávidos compradores de literatura y de obras de toda especie".
Si eso tuviéramos en todo el país, otro gallo cantaría para el lector en México. Seguro.

jueves, junio 26, 2008

Arte de aludir



No recuerdo si Borges dijo (o dijo que alguien dijo) que Cristo predicó en parábolas para no comprometerse. Si éste alcanzó a predicar lo que predicó y a hacer lo que hizo fue precisamente, añado hoy, porque salvó el pellejo gracias al tiempo extra ganado mediante el uso en su discurso del, por así llamarlo, estilo elíptico. No expresar frontalmente, con pelos y señales, lo que era necesario expresar, abrió la oportunidad para que sus poderosos enemigos tardaran en descifrar los mensajes emitidos por el protohippie metido a redentor de la extraviada (hasta la fecha) humanidad.
El caso es que, frente al poder (frente a cualquier poder) que reprime a su antojo no queda otra, si mucho, que el arte de aludir. ¿Y qué es aludir? Este verbo es usado por lo regular de manera imprecisa, como sinónimo de “mencionar”. En efecto, aludir es mencionar, pero de manera velada, elíptica, esquinada. La siguiente frase sería, entonces, incorrecta: “Vicente Fox gobernó de 2000 a 2006; el aludido tenía la costumbre de…”. Aquí el verbo no puede ser “aludir”, puesto que el personaje es mencionado con su nombre y apellido; la que sigue es una frase correcta: “Quien gobernó a México de 2000 a 2006 dijo muchos disparates; el aludido tenía la costumbre…”. Aquí sí, el sujeto es aludido, su figura es apenas insinuada, por tanto el verbo es justo.
Tenemos pues que en situaciones de peligro extremo no queda otro camino que el de la alusión o, como en el caso del Mesías, de la parábola, el te digo Juan para que entiendas Pedro. Aún con rodeos, sin embargo, la situación encierra gravedad, dado que nadie puede garantizar que los mensajes no sean traducidos con demasiada inquietud por parte del poder, de tal manera que lo lleven a actuar en consecuencia para sofocar impertinencias, por veladas que parezcan. En síntesis, hay tres rutas de expresión cuando los tentáculos represivos se mueven sin control: la comunicación abierta, el silencio absoluto y el estilo alusivo. Todavía hace algunos meses, la comunicación se había mantenido en una tesitura más o menos abierta. Con reservas, cierto, se podía opinar de todo sin que cundiera la paranoia; hoy, a diferencia de aquellos cercanos ayeres, el silencio absoluto ha sentado su imperio. Ya no se dice ni se escribe nada sobre algunos temas, y es aquí donde el rumor avanza con mayor fluidez, como serpiente que se arrastra de alma en alma.
Quizá pocos escritores en el mundo vieron y describieron mejor que Kafka el movimiento de los miedos colectivos. Ante el pánico social, el autor de La metamorfosis acuñó grandes metáforas en las que un solo personaje podía representar a todo el conjunto de seres asfixiados por el terror de la existencia. Su procedimiento era indirecto. Si el reportaje era imposible, la estrategia de inventar una parábola literaria servía para insinuar lo oculto, lo anómalo, lo aberrante. Eran otros tiempos, es verdad, y aunque el ser humano siempre ha sido lobo del ser humano, se conservaban aún ciertas mínimas reglas de lealtad incluso en medio de la guerra, cualesquiera que fueran los rivales.
Hoy, la fiera posmodernidad de la agresión, la falta total de un código que no sea el de la falta total de un código, hacen casi imposible pensar hasta en estratagemas oblicuas. El silencio se erige en tal escenario como un medio de supervivencia, de suerte que el Estado, responsable de garantizar las garantías, no tiene ni siquiera la incomodidad de recibir críticas, pues todo suele ser callado en medio de una guerra donde la regla es que no hay reglas de ninguna especie.
Todo este choro para decir que no me gustó la película del Pato Donald que vi ayer. Hubiera sido mejor rentar la de Garfield. Esa película sí que alude a lo que quiero aludir.

miércoles, junio 25, 2008

Agua: la hora del tercer sector



La emergencia de grupos ubicables en ese ente por lo general amorfo llamado “sociedad civil” ha obedecido, en lo sustancial, a la ineptitud mostrada por el Estado frente al imperativo de resolver problemas específicos. Allí donde los gobiernos no han podido o no han querido hacer nada, o lo han hecho con resultados irrelevantes, los ciudadanos han tenido que actuar más que para resolver, para demandar una acción de gobierno organizada y eficaz. Lo común es que tales movimientos tengan un signo positivo y busquen defender un bien público frente a la depredación o frente al intento de. El vacío que deja el Estado en la atención de un problema con repercusión social es llenado entonces por la ciudadanía más o menos identificada con “la causa”, y en estos casos nada importan las filiaciones partidistas, religiosas o étnicas, pues de lo que se trata es de defender un bien público cuya pérdida afectaría por igual a todo el conjunto de la sociedad.
Las experiencias de lucha de la sociedad civil han surgido a veces con cierta apariencia de espontaneidad, aunque vale decir que todo problema que convoca a las masas suele haber incubado largamente hasta que se revela como tal, como problema colectivo. Así el agua. Durante décadas los laguneros hemos sabido que he allí nuestro principal desafío. Hemos convivido con el fantasma del arsénico y la sobreexplotación del acuífero y hasta ahora la presión social he sido casi simbólica, pese a que el mal nos puede pegar a todos. Una rama de la economía ha acaparado el uso y el abuso del agua, y frente a las evidencias de deterioro ambiental y debido a intereses suicidas, la autoridad no ha hecho más que estirar la mano para dar más agua a quienes ya de por sí la han devorado y puesto en peligro a toda una región.
El hueco que no ha querido ocupar la autoridad tendrá que ser llenado, en esta lucha de vida o muerte ya no tan a largo plazo, por la sociedad civil, por el llamado “tercer sector”: “La expresión tercer sector ha sido empleada en años recientes para definir la multiplicidad de organizaciones sociales, individuos voluntarios, fundaciones e institutos empresariales que desarrollan actividades con fines públicos. En la visión de algunos, la emergencia del llamado tercer sector representa una revolución asociativa global (…) que tiene un papel fundamental en el contexto de la desaparición del gobierno de la vida de las comunidades. Así, el tercer sector se suma en igualdad de condiciones al sector privado y al sector público como componente de la vida pública…”, dicen Evelina Dagnino, Alberto Olvera y Aldo Panfichi en La disputa por la construcción democrática en América Latina (FCE, 2006).
Parece, pues, que la hora del tercer sector ha llegado para encarar el problema del agua en La Laguna. Años, decenas de años han pasado en espera de que el gobierno tome, como dicta el lugar común, “cartas en el asunto” y vea por los intereses de la comunidad, pero nada: hasta el momento no deja de avanzar un solo día la sombra de una catástrofe de dimensiones insospechadas, y nuestros científicos alertan con tablas comparativas sobre el riesgo de deterioro ambiental y los grados de envenenamiento a los que ha sido sometida la población por el exceso de arsénico en el agua.
En lo personal he visto, con orgullo por un lado y por otro con tristeza, que son los adultos o los adultos mayores quienes se muestran más preocupados por el problema. Digo orgullo porque no dejan de ser encomiables y ejemplares los esfuerzos de las personas mayores que buscan un mejor porvenir para todos; con tristeza, porque el agua mala o inexistente golpeará a los niños y a los jóvenes de hoy, y ellos no se han sumado a la defensa de lo que nos queda. La presión (social y del agua) será otra cuando los jóvenes salgan y sumen su voz a la consigna y sus pasos a la marcha en defensa de la vida.

domingo, junio 22, 2008

De lo nice y de lo naco



Me pide Sergio Antonio Corona Páez, cronista de Torreón, que le dé mi parecer sobre un reciente aporte de su crónica en línea. Muchos años dialogamos sobre ese tema, y lo seguimos haciendo cada vez que conversamos. Lo extraño es que para muchos tal asunto no merece ni siquiera atención, cuando se trata exactamente de un debate que es basamento de la tolerancia y del respeto. Llevar a la superficie de la conciencia lo que comenta el doctor Corona nos pone por necesidad ante la disyuntiva de seguir obnubilados en la idea de que nadie nos supera o abrirnos al mundo con la mayor pluralidad posible. La lección sirve, sobre todo, a quienes apoyan su presunta (presunta por ellos y por quienes les creen) superioridad en el pedestal del poderío económico. Con cuánta frecuencia hemos oído que un acaudalado pontifica sin un adarme de vacilación y cree que lo que afirma no sólo es cierto, sino digno de seguidores y reverencias. Eso se manifiesta con mucha claridad en regiones como la nuestra, dedicadas con casi exclusivo tesón a las tareas económicas más concretas y todavía sin una base humanística siquiera mediocre. La vocación lagunera ha sido la del trabajo agrícola, industrial y comercial, y tal rasgo se nota por ejemplo en el menú de carreras ofrecidas en nuestras universidades: hay de todo para la industria, el comercio y la agricultura, pero es hora todavía que no contamos con licenciaturas vinculadas a las artes o a la filosofía. Lo que se puede advertir en esta dinámica es que el engranaje social está dado para que los mandones de la estructura productiva se sientan autorizados para opinar sobre cualquier materia, siempre bajo el entendido de que la verdad (La Única Verdad, que por supuesto ellos poseen) se apuntala en el éxito material que los arropa. Un poco de modestia no le viene mal a nadie. Un poco de modestia y, si gustan, leer, porque es muy atinada, la reflexión que cito del doctor Corona Páez:
“Cuando una persona comenta que otra ‘no tiene cultura’, no puedo evitar sonreír, aunque sin ánimo de ofender a nadie. Y pienso en el sentido tan restringido que por lo general se le da al término ‘cultura’.
Ordinariamente, se habla de cultura queriendo significar ‘conocimientos y habilidades de calidad, propios de las clases instruidas’. Pero en realidad, en su sentido antropológico, cultura es una manera aprendida de ser, compartida por un grupo o clase social. La cultura, en última instancia, consiste en el conjunto de ‘reglas del juego’ (conocimientos, habilidades, actitudes) que le permiten a la gente ser aceptable para su grupo social. El idioma, los modismos, los acentos del lenguaje hablado, la manera de comer, de vestir, de conducirse, de cortejar, de vivir; el gusto por determinadas cosas y el rechazo por otras; la manera de interpretar las conductas de los demás, y también la manera de valorarlas. Todos esos son rasgos de cultura, compartidos por grupos. Parafraseando al evangelista, diremos que ‘en la cultura y gracias a la cultura, vivimos, nos movemos y somos’.
Así que, en este sentido, no hay grupo ni clase social que carezca de cultura. Las clases populares urbanas comparten muchísimas cosas, por aprendizaje, y han aprendido a valorarlas. Las clases medias urbanas también tienen su propia manera de entender el mundo, de relacionarse con él y con los demás. Huelga decir que lo mismo sucede entre las clases más afortunadas, económicamente hablando.
Las conductas aceptables y las rechazables son materia de aprendizaje desde que el niño nace. Sin embargo, la cultura también suele ser una prisión vitalicia cuando el individuo es incapaz de entender el valor puramente relativo o consensual que posee su propia cultura. La cultura debiera ser solamente un pedagogo, un guía que nos introdujera en el mundo. En la práctica suele suceder que, cuando el individuo o grupo se confronta con individuos o grupos de otra cultura, surge la defensa de lo propio y la ridiculización y ataque de lo que es diverso. Es decir, tanto los individuos como los grupos están ‘casados’ con sus maneras aprendidas de ver y vivir la vida.
Esto es muy fácil verlo cuando se cruzan en la calle grupos de muchachos que proceden de clases sociales diferentes. Casi de inmediato comienza la burla, el insulto y la agresión. Las clases económicamente más solventes tienden a autoerigirse en los árbitros de ‘La Cultura’ (como si existiese sólo una) a la cual, desde luego, identifican con la suya propia. Desde ahí, desde ese lugar social, los miembros de las clases medias y populares son catalogados como ‘nacos’, ‘bagres’, ‘pelados’, ‘raspa”, ‘pelusa’, ‘tájuaros’, etc. Lo más interesante (y divertido) es que cada clase social tiene su propia definición de ‘naco’ y no coinciden en lo absoluto.
Cuando el ser humano no entiende que las culturas son las costumbres en común de diversos grupos humanos, y que ninguna es ‘mejor’ ni ‘más válida’ que las otras, sino que simplemente son diferentes, sólo entonces podrá comenzar a tener una actitud cosmopolita, verdaderamente culta, humilde y respetuosa ante la diversidad y la alteridad. De nada le sirve a un individuo ir cien veces a Europa si no logra aprender algo tan básico, tan sencillo, algo que podría aprender en las calles de Torreón si sólo abriera bien los ojos y la mente. Pero no, sus ojos están cegados por el apego a su propia cultura. ‘Fuera de mis costumbres, todo es Cuautitlán’”.

sábado, junio 21, 2008

El olor de la reacción



En materia de participación política sólo hay de una sopa: o se participa en política o se participa en política. De ahí que se diga con frecuencia que la abstención es una forma nada pasiva de participación: con el no hacer se hace, se ratifica un statu quo. En tiempos electorales, cuando la gente vive con los sentidos más alerta en virtud del bombardeo propagandístico, muchos afirman, por ejemplo, que no votarán, pues hacerlo sería apoyar causas indefendibles. Así, la acción de la inacción apoya con toda contundencia personal la causa indefendible equis o zeta. Por ello, nada mejor para los que ahora tienen la sartén asida por el mango: pudrirse cada vez más, desalentar la participación de la gente y seguir, de esa manera, pudriéndose cada vez más.
Al husmear en el Ortiba, página argentina, hallo un artículo de Orlando Barone que aclara esta situación en pocas líneas. Su título es “El auge del ciudadano ‘apolítico’”, y se relaciona con el actual problema que se vive allá con los productores del campo. Basta cambiar algunas palabras para que la explicación embone con muchos “apolíticos” mexicanos: “El ciudadano apolítico es político y todavía más que el político. Pero no lo reconoce, o lo que es peor: no lo sabe. Se aparta de cualquier filiación partidaria agitando la bandera Argentina. Aún votando lo hace a disgusto y enseguida que vota se arrepiente. Si por él fuera el voto sería calificado. Y él se incluiría como votante. Habla con desprecio de los políticos; y aún más de quienes están en funciones públicas. Y proclama que ningún gobierno le dio nada y que es más lo que le quitan. Es proclive a creer en cualquier dicho o rumor que descalifique a un gobernante o lo acuse de corrupto. El ciudadano apolítico repite frases como que ‘los que no trabajan es porque no quieren’, ‘Los sindicalistas son una manga de ladrones’ o ‘Aquí lo que hace falta es disciplina’. Extraña el orden de las dictaduras. Y no entiende que haya que esclarecer tragedias del pasado. El ciudadano apolítico se horroriza más por la inseguridad que por el origen social que la provoca.
Se aterra más ante un delincuente morocho que ante uno rubio. Aún siendo él morocho. Podría aplaudir un linchamiento sin juez, solo por sospechar del ajusticiado. Reniega de los fallos que no condenen a cadena perpetua y desprecia a los abogados defensores. Le atraen los líderes episódicos que enfrentan al poder público con rigor cívico; así como los líderes populares le parecen ramplones.
Cree en Dios, pero descree de quienes creen en otros dioses, o no creen. Pregona no tener prejuicios contra nadie salvo contra los que se los merecen. Piensa que hay demasiada inmigración que no es la apropiada. Considera también inapropiados a los homosexuales, travestis y prostitutas. Sólo sale a la calle cíclicamente por arrebatos que él llama espontáneos, aunque se autoconvoque con intención por cadena de Internet o por teléfono. Nunca esos arrebatos expresan demandas laborales y nunca coinciden con los trabajadores. Siente placer en demostrar descontento público. Y que esa demostración luzca diferente a las otras marchas de gente heterogénea y desordenada a la que traen de cualquier parte. Por eso protesta por el barrio; para que al lado suyo estén otros como él: no distintos. Cree no estar ideologizado: no comprende que su apoliticismo es ya una ideología. Solo sabe quienes son los enemigos: llevan la marca en el orillo: siempre hablan de la desigualdad y la pobreza. Está seguro que el país sería mejor sin políticos, sin vagos, sin delincuentes, y sin razas indeseables. Pero no explica cómo lo conseguiría y quien estaría a cargo del diseño. Acaso imagina un gran gerente nórdico, y un gabinete de técnicos impolutos que gobernaran con un barbijo. El ciudadano apolítico presume estar en una posición neutra en el centro perfecto. Pero está a la derecha”.

viernes, junio 20, 2008

Puro primerísimo lugar



Los mexicanos podemos ser malos o mediocres en muchas actividades, pero no en votar cuando nos retan para ver si somos o no picudotes. Todo es cuestión de que nos pongan una encuesta para que exacerbemos nuestro chovinismo ancestral y estemos puestazos, listos para emitir nuestro sufragio a favor de la camiseta tricolor. Escuchadme, pues, extranjeros del orbe: como México no hay donas. Eso se ve claro ahora en la votación que un diario español está haciendo para determinar, mediante su página web, qué bandera es la más bonita del mundo. Hasta ahora el resultado es que vamos ganando, y sólo se nos acerca el lábaro peruano. Pero vamos a ganar, de eso estoy seguro, pues los mexicanos somos duchos en patriotismo barato y no nos dejamos arrebatar las canicas así como así. Propongo entonces nuevos temas para más votaciones. Eso, sin duda, nos alzaría la autoestima. Ganaremos si encuestan sobre cuál país tiene en el mundo:
-La profesora más rica, oportunista y gandalla.
-El secretario de Hacienda que nunca usó Fataché.
-El prófugo de la justicia minero más buscado por las autoridades.
-El equipo de futbol que invierte más millones y gana menos puntos.
-El sistema impositivo que grava menos a quienes ganan más.
-La ciudad más contaminada.
-La guerra contra el narco más deshilachada y fallida.
-El sistema educativo menos eficaz.
-El presidente sobre el que pesan más dudas sobre su triunfo en las urnas.
-La mejor lucha libre.
-La mayor cantidad de decapitados per cápita.
-La selección de futbol más desproporcionada entre inversión y resultados.
-El mayor consumo de tacos de suadero, nana y nenepil.
-El país donde se mienta más la madre nomás porque sí.
-Las dos televisoras menos educativas.
-El instituto electoral mejor controlado por los partidos.
-El gobernador más precioso.
-El niño más anciano que sale los domingos en la tele.
-El tipo fresota y rubio que se cree más cábula y tiene programas de tv.
-La inmigrante argentina más chichona.
-El comentarista de espectáculos más golpeado por su mayate.
-El senador que tarda más en reconocer sus travesuras sexuales por cálculos políticos.
-La mayor cantidad de días festivos oficiales, extraoficiales y privados.
-El número más alto de policías barrigones.
-El mayor número de grupos de pasito duranguense.
-La limosna más grande para el clero católico.
-El ex presidente con la esposa más metiche.
-La esposa de ex presidente con el marido más mandilón.
-El mayor insumo de caguamas y caguamones.
-El entrenador de selección de futbol que paga más alta renta por un departamento.
-El cronista de futbol más mamón y versallesqueee.
-El payaso más entreguista y tenebroso.
-La actriz veracruzana más chaparra y sabrosa de Hollywood.
-El más precoz y exitoso director de cortometrajes plagiados.
-Los charros que cantan el género ranchero con menor virilidad.
-El secretario de Estado más mentiroso sobre su nacionalidad.
-El estadio de futbol donde los jugadores se deshidratan más rápido.
-La ciudad donde son invertidos más millones en un distribuidor vial efímero.
-La región que en poco tiempo se quedará sin agua y la sigue derrochando.

jueves, junio 19, 2008

Cimientos de la música



Entrevisto a Armando Martínez (Cuty para sus muchos cuates) y omito mis preguntas, pues quedan subsumidas en las amables respuestas.
1. Después de estar entregado a la educación musical una buena parte de mi vida y de que salta a la vista la imperiosa necesidad de una escuela de música formal (preferentemente una licenciatura), me di a la tarea, hace tres años, de emprender este proyecto como una aportación a mi ciudad y a la región lagunera con la finalidad de capacitar, sobre todo, a aquellos jóvenes que ven en la música una posible y muy digna profesión. Un claro ejemplo de esto son mis dos hijos (Armando y Francisco, quienes actualmente estudian, respectivamente, en Saltillo y el DF; Armando estudia canto operístico; Francisco, guitarra clásica y composición), que no pudieron estudiar en su ciudad natal pues esto simplemente no era posible en aquel entonces.
2. Con los alumnos hemos desarrollado sus conocimientos y capacidades musicales suficientes para presentar un examen de admisión para licenciatura. Quisiera aclararte que en toda escuela superior y conservatorio del país es requisito indispensable comprobar que se ha estudiado formalmente música por tres años. Te comento que los alumnos que se gradúan han formado desde hace un año un grupo de jazz llamado “Le blue band” y que orgullosamente es el primero hecho en La Laguna, es decir, que son alumnos que se han formado académicamente y por su esfuerzo han llegado hasta este nivel. Te aclaro que por supuesto ha habido y hay otros grupos de jazz, pero estos han sido formados regularmente con músicos que interpretan otros géneros musicales y que no necesariamente tienen formación académica y jazzística.
3. Tres de los seis graduados actualmente se encuentran presentando examen de admisión en la ciudad de México; con los otros tres hemos sostenido pláticas para darle continuidad a sus estudios a través de cursos con maestros venidos sobre todo del DF, como el curso de “Introducción a la improvisación” que tuvimos el honor de llevar con el maestro Eugenio Toussaint y con quien tenemos proyectado impartir la segunda parte. También te comento que algunos alumnos que no necesariamente han terminado la carrera técnica con nosotros han sido aceptados y se encuentran estudiando en otras ciudades del país.
4. Las principales dificultades son y siguen siendo: a) económica, pues hasta la fecha no contamos con un presupuesto fijo para nuestra escuela, y esto trae como consecuencia el punto b) cultural, pues nuestras autoridades federales y sobre todo estatales y municipales no alcanzan a ver que la música es como cualquier profesión y además podría ser fuente de trabajo, así como también motivo de crecimiento regional y del país (no olvidemos las palabras de Octavio Paz: en México en el único renglón en el que somos del primer mundo es en el arte).
5. La educación musical en La Laguna aún deja mucho que desear; sin embargo, pienso que estamos dando el ejemplo de que es más bien cuestión de educación y voluntad y la muestra es que en el Centro de Educación Musical A.C. se graduará la primera generación de la Carrera Técnica en Música en toda la historia de nuestra región.
Según su director, el Centro tiene como objetivo proporcionar a los estudiantes formación académica y la capacitación musical que les permita desenvolverse en el aspecto académico, laboral o creativo para aspirar a una licenciatura en música, docencia en primaria o secundaria y creación de grupos musicales. Hoy a las 19:30 horas se celebrará el recital de graduación en el Teatro Alvarado. La entrada es libre. Por anticipado, una felicitación a Cuty Martínez y a sus egresados.

miércoles, junio 18, 2008

Visión de los mendigos



Mi amigo pasa un mes en un poderoso país capitalista del remoto Oriente. Trae una valija llena de visiones, de recuerdos, de anécdotas. Mi amigo es un gran amigo, y es un alegre, lo digo sin ironía, defensor del capitalismo justo, si lo hay. De hecho, se declara ajeno a las ideologías; la buena fe, la información y el deseo de mejores niveles de vida para todos que norman su criterio fueron expuestos a un país desarrollado y las impresiones que recogió lo convencieron de que tenía razón: hay un capitalismo no salvaje, o al menos no tan salvaje, un capitalismo que genera riqueza repartida de una manera menos desigual. Su conversación no cesa de elogiar lo que vio; claro, es una obra humana y tiene sus defectos o sus asegunes, pero en general es aprobatoria la calificación que le pone en los rubros básicos del bienestar social. Me informa que su entusiasmo decayó al pisar suelo mexicano. Cuando al fin estuvo de nuevo en nuestros cruceros, vio con otros ojos a la enorme población que se mantiene de milagro con la mendicidad. “En una mano extendida está todo el presente de un padre que anda con su hijo en los cruceros. Hasta que volví a México reparé en que no vi un solo mendigo en las calles de aquel país”.
En México, ya lo sabemos, no es necesario ser pordiosero para vivir en condiciones de extrema pobreza; viven así millones de trabajadores que, con salarios tamaño piojo, padecen junto a sus hijos todo lo que conlleva el macabro círculo de la pobreza: hambre, mala atención médica, pésima vivienda, falta de oportunidades educativas y culturales, lamentables servicios públicos, exposición virginal al manipuleo electorero y mediático, violencia de clase y violencia intrafamiliar, vulnerabilidad ante la seducción de la delincuencia. Las pulgas de lo detestable se le cargan, lo sabemos, a los perros más flacos.
No es necesario ser pordiosero para andar con una mano adelante y otra atrás, pero serlo garantiza, si no la total inutilidad del pordiosero que tal vez finge serlo, sí la enorme capacidad que tiene este país para producir mendigos en cantidades que ya quisiera la Nike para producir tenis. Los hallamos por doquiera que uno va, sin remedio. Si uno hace la prueba de salir a la calle con veinte, treinta pesos de “feria” en el bolsillo, en menos de medio día ya nos deshicimos del dinero si damos un peso por piocha. A veces no es necesario salir, pues a casa llega cualquier cantidad de pedigüeños con las historias más creíbles e increíbles diseñadas para generar recursos de supervivencia.
Ante esa abundancia de la pobreza extrema, me declaro incompetente para decidir tajantemente si doy o no limosna. Tan indeciso estoy sobre el tema que a veces doy y a veces no, siempre con conflicto interno cuando elijo cualquiera de los dos caminos. Si doy, pienso de inmediato que es inútil, que no remediaré nada, que etcétera. Si no doy, me parte el alma saber que dispongo de unos pesos sueltos en el bolsillo y la señora con su hijo desnutrido e insolado se va sin obtener nada de mí. Con frecuencia me asombro, por ello, ante las personas que seguras, firmes, de una sola pieza, dicen “no, yo nunca doy nada”. Los argumentos son variados: desde el que dice que no trabaja para los demás, hasta el que presupone montones de dinero de los actorales pordioseros, pasando por los que (muy sociológicos) plantean que la limosna no ayuda a paliar en nada los problemas estructurales.
Se trata, claro, de una decisión siempre polémica. En muchos sentidos, todos los argumentos, los que están a favor y en contra, tienen mucho de razón y de sinrazón. Lo que no deja de apantallarme es la seguridad de algunos que nunca dan nada porque presuponen fingimiento del menesteroso. El fingimiento, debo decir, también es un trabajo. Un trabajo extraño, cierto. Lo usan por igual mendigos y políticos, por ejemplo. Hay algo anormal en el hecho de que, por simular, a los políticos sí les paguen y a los mendigos no. El tema es complejo, de ahí que las decisiones implacables me impresionen.
N. del E. Es mía la foto que encabeza este post. La tomé en Buenos Aires. Me llamó la atención que la madre y su hijo fueran rubios de tez blanca. En México, ya lo sabemos, la mendicidad es desgracia casi exclusiva de morenos.

domingo, junio 15, 2008

Aforismos de Praxedis Guerrero: magonismo en cápsulas



“No hay ensayo más breve que un aforismo”, ha escrito Gabriel Zaid. Para definir al aforismo, pues, el ensayista mexicano ha fabricado uno. Con las reservas del caso, podemos aceptar que, en efecto, el aforismo es la forma más condensada de la opinión personal sobre alguna materia. Como a otras formas breves, le falta la densidad explícita de la elaboración discursiva, el juego de las explicaciones que terminan por decir a las claras de qué trata tal o cual asunto. La forma breve frena, detiene la expresión y obliga a la complicidad del lector, quien debe necesariamente hacer la tarea siguiente: redondear el sentido, terminar la pieza, co-crearla. Poco más adelante veremos por qué reflexiono sobre esto.
Al hojear el ladrillo Regeneración, 1900-1918, reitero que el valor de las luchas sociales se agiganta cuando ha quedado un testimonio escrito sobre sus avatares. No sé qué tan justo haya sido la historia de México con el periodismo de los magonistas, y no sé siquiera si alguna historia del periodismo mexicano le ha dado el lugar (los clásicos de la oratoria dirían señero) que merece. Un cúmulo bárbaro de información y opiniones campean en esta que es apenas una compilación de los textos que el periódico de los magonistas publicó durante casi veinte años de accidentada vida. Asombra que, en medio del fragor, entre huidas y zozobras, a salto de mata, como dice la gente, los militantes del Partido Liberal se hayan dado tiempo para redactar, con un resplandor estilístico y una compacta fortaleza ideológica, infinidad de párrafos que a la postre serviría para incitar a la rebelión. Más allá de los resultados (como en el caso de Viesca), la propuesta del magonismo vale ahora como símbolo de congruencia y tesón. Las páginas de su periódico testimonian, como pocos, que algo profundamente firme movía el interior de aquellos hombres. Si muchas veces parece suficiente dedicar la inteligencia y la palabra a las causas de la emancipación, los hombres que hicieron Regeneración estaban un paso más allá de eso que les hubiera parecido cómodo: junto a la escritura, por debajo de la escritura incluso, estaba la lucha directa, la organización del partido, el esfuerzo hormiga de perseguir un ideal y sacrificarlo todo en su procura.
He rehojeado el tomote de Regeneración, número 88 de Lecturas Mexicanas que en 1987 reimprimieron la SEP y la editorial Era. No tiene página de desperdicio, desde el prólogo de Armando Bartra. Abrirlo en cualquier sitio es encontrar el filo de la expresión literariamente bien lograda en conjunción con el brío ideológico. Hoy en la mañana, al conversar con Saúl Rosales, dijo algo que alienta mi entusiasmo de escritor frente a una obra de naturaleza política: “No sé por qué no hay tesis de literatura sobre esos textos periodísticos”. Es verdad: la fuerza huracanada de las ideas vuela con viril empaque en la prosa de quienes hicieron de Regeneración el periódico más radicalmente propositivo en los albores del siglo XX mexicano. Ignoro qué tanto crédito recibirá el magonismo en las fiestas del centenario, pero los levantamientos de Viesca, Las Vacas y Palomas sirven para hacer notar que nuestros historiadores de la revolución deben también echar un ojo a la enérgica fuerza motriz que tuvieron las ideas del Partido Liberal y que fueron expresadas con fidelidad en Regeneración.
Uno de los colaboradores más incisivos fue, sin duda, Praxedis Gilberto Guerrero. En sus textos, el poder de sus ideas convivía con un encanto literario difícil de igualar por sus coetáneos. Era, creo, un escritor metido a político por la fuerza de la realidad, no un político metido a escritor. En una de sus colaboraciones, acaso conciente de que el pensamiento de los liberales debía quedar mejor estampado en la memoria de quienes leyeren, encapsuló en aforismos varias de las ideas que en otros textos suyos aparecen desarrolladas con mayor amplitud, la amplitud que le permitía el espacio periodístico. Ese texto lleva como título “Puntos rojos”. Si alguna vez fue usada en México la hipercondensación ideológica de muro o de pancarta, el aforismo, esta fue una de ellas, tal vez la más lograda. Escribió el anarquista Guerrero estos aformismos que encierran buena parte de su axiología:
-Proletario, ¿qué es tu vida que la amas tanto, que la cuidas del viento revolucionario y la metes gustoso al molino de la explotación.
-La pasividad y la mansedumbre no implican bondad, como la rebeldía no implica salvajismo.
-La justicia no se compra ni se pide de limosna; si no existe, se hace.
-Hay muchos impacientes por la hora de la libertad; pero ¿cuántos trabajan para acercarla?
-Derechos escritos, nada más escritos, son burlas al pueblo, momificadas en las constituciones.
No era, por lo que se ve, un pensamiento sistematizado, programático, sino la reducción a su mínimo tamaño del viento interior que movía la acción magonista. Esas ideas tenían valor, y empujaron a muchos hombres a seguirlas. Tal vez ahora sus ensayos en miniatura nos suenen excesivos, desproporcionados, tan excesivos y desproporcionados, casualmente, como los lastres sociales que seguimos arrastrando. Saquemos conclusiones y digamos si tuvo razón Prexedis Guerrero y si la tuvieron, de paso, todos los que convivieron con él en el mismo credo político que en Viesca tuvo uno de sus más representativos escenarios.

sábado, junio 14, 2008

Exmo. Sr. D.



Convertido en un estadista exprés, Felipe Calderón ha hecho su agosto mediático en España. Las televisoras mexicanas, con todo el peso de su influencia, le han dado una cobertura de oro y han seguido un guión celebratorio sin tapujos. Por otra parte, Ciro Gómez Leyva se lamenta de que en la madre patria lo reciban con el bombo de Manolo y en México sólo coseche desprecios y protestas. Será, quizá, porque una buena parte de los mexicanos seguimos en la idea de que es un presidente espurio, y lo que se funda en un fraude no merece reconocimiento. El gobierno y el monarca españoles lo aplauden por una razón práctica: hay jugosos proyectos de inversión en marcha y otros pueden prosperar si dentro de tres años, como anhelan, el coterráneo delfín Mouriño se hace de la candidatura por la presidencia azteca. En ese escenario, ¿cómo tratar mal al Exmo. Sr. D. Felipe Calderón? Al contrario, dicen Juan Carlos de Borbón, Rodríguez Zapatero, Rajoy y compañía: bienvenido sea.

Feliz cumpleaños, Guevara



Pese a los infundios y pese a las verdades dichas a medias o fuera de contexto, el rosarino merece un abrazote de cumpleaños: tiene 80 de vida y tan fresco, tan como si nada. Aunque cada vez es más difícil extender su ejemplo de tesón y su sincera rebeldía contra lo injusto, el tipo sigue allí, como referente de cualquier lucha que repita la de David contra Goliat. Más allá de la foto de Korda —como lo han señalado algunos alegres jilguerillos del imperialismo que no ha dejado de ser imperialismo ni ha dejado de ser yanqui, la foto ahora sirve lo mismo para decorar mantas de protesta que playeras de metrosexual—, el hombre está vivo y permanece joven. Hoy es octogenario, y eso que murió a los 39.
¿Qué regalo hacerle? No aceptaría ninguno, pues hasta sus enemigos reconocen que fue duro en melindres y no se dejaba apapachar así nomás. Era, se sabe, reacio para la vanidad; “algo que al sobrio revolucionario argentino siempre repugnó”, dijo el mejor escritor peruano, quien lo malquiere. Así fue Guevara, un tipo que hacía o trataba de hacer caso a su ideal del hombre nuevo. Ceñido a la utopía, al pie de su propio sueño, murió para vivir, como dijo el poeta, en la eternidad de los que, con excesos, con errores, humano al fin, no transigen en la voluntad de servir, de dar mucho y recibir nada o muy poco, que lo suyo no era eso de acomodarse a las oportunidades mullidas, sino buscar, como Quijote con fusil, los escenarios propicias para desfacer entuertos.
Cortázar, y ese es el regalo que el rosarino tal vez sí aceptaría en su ochenta aniversario justito, escribió lo mejor que sobre él ha podido escribirse. Es un cuento. Lo tituló “Reunión”, y narra el desembarco de los barbudos que en el Granma viajan desde Tuxpan y llegan a la isla donde, con las uñas, harán una revolución; allí, Che es el protagonista. Le regalo, me regalo, este cuento sin dueño. Lo publicó Cortázar en 66:

Reunión
Julio Cortázar

Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida.
Ernesto Che Guevara, en La sierra y el llano, La Habana, 1961.

Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con el poco tabaco que se conservaba seco porque Luis (que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordamos de nuestros nombres hasta que llegara el día) había tenido la buena idea de meterlo en una caja de lata que abríamos con más cuidado que si estuviera llena de escorpiones. Pero qué tabaco ni tragos de ron en esa condenada lancha, bamboleándose cinco días como una tortuga borracha, haciéndole frente a un norte que la cacheteaba sin lástima, y ola va y ola viene, los baldes despellejándonos las manos, yo con un asma del demonio y medio mundo enfermo, doblándose para vomitar con si fueran a partirse por la mitad. Hasta Luis, la segunda noche, una bilis verde que le sacó a las ganas de reírse, entre eso y el norte que no nos dejaba ver el faro de Cabo Cruz, un desastre que nadie se había imaginado; y llamarle a eso una expedición de desembarco era como para seguir vomitando pero de pura tristeza. En fin, cualquier cosa con tal de dejar atrás la lancha, cualquier cosa aunque fuera lo que nos esperaba en tierra —pero sabíamos que nos estaba esperando y por eso no importaba tanto—, el tiempo que se compone justamente en el peor momento y zas la avioneta de reconocimiento, nada que hacerle, a vadear la ciénaga o lo que fuera con el agua hasta las costillas buscando el abrigo de los sucios pastizales de los mangles yo como un idiota con mi pulverizador de adrenalina para poder seguir adelante, con Roberto que me llevaba el Springfield para ayudarme a vadear mejor la ciénaga (si era una ciénaga, porque a muchos ya se nos había ocurrido que a lo mejor habíamos errado el rumbo y que en vez de tierra firme habíamos hecho la estupidez de largarnos en algún cayo fangoso dentro del mar, a veinte millas de la isla...); y todo así, mal pensado y peor dicho, en una continua confusión de actos y nociones, una mezcla de alegría inexplicable y de rabia contra la maldita vida que nos estaban dando los aviones y lo que nos esperaba del lado de la carretera si llegábamos alguna vez, si estábamos en una ciénaga de la costa y no dando vueltas como alelados en un circo de barro y de total fracaso para diversión del babuino en su Palacio.
Ya nadie se acuerda cuánto duró, el tiempo lo medíamos por los claros entre los pastizales, los tramos donde podían ametrallarnos en picada, el alarido que escuché a mi izquierda, lejos, y creo fue de Roque (a él le puedo dar su nombre, a su pobre esqueleto entre las lianas y los sapos), porque de los planes ya no quedaban más que la meta final, llegar a la Sierra y reunirnos con Luis si también él conseguía llegar; el resto se había hecho trizas con el norte, el desembarco improvisado, los pantanos. Pero seamos justos: algo se cumplía sincronizadamente, el ataque de los aviones enemigos. Había sido previsto y provocado; no falló. Y por eso, aunque todavía me doliera en la cara el aullido de Roque, mi maligna manera de entender el mundo me ayudaba a reírme por lo bajo (y me ahogaba todavía más, y Roberto me llevaba el Springfield para que yo pudiese inhalar adrenalina con la nariz casi al borde del agua tragando más barro que otra cosa), porque si los aviones estaban ahí entonces no podía ser que hubiéramos equivocado la playa, o lo sumo nos habíamos desviado algunas millas, pero la carretera estaría detrás de los pastizales, y después el llano abierto y en el norte las primeras colinas. Tenía su gracia que el enemigo nos estuviera certificando desde el aire la bondad del desembarco.
Duró vaya a saber cuánto, y después fue de noche y éramos seis debajo de unos flacos árboles, por primera vez en terreno casi seco, mascando tabaco húmedo y unas pobres galletas. De Luis, de Pablo, de Lucas, ninguna noticia; desperdigados, probablemente muertos, en todo caso tan perdidos y mojados como nosotros. Pero me gustaba sentir cómo con el fin de esa jornada de batracio se me empezaban a ordenar las ideas, y cómo la muerte, más probable que nunca, no sería ya un balazo al azar en plena ciénaga, sino una operación dialéctica en seco, perfectamente orquestada por las partes en juego. El ejército debía controlar la carretera, cercando los pantanos ala espera de que apareciéramos de a dos o de a tres, liquidados por el barro y las alimañas y el hambre. Ahora todo se veía clarísimo, tenía otra vez los puntos cardinales en el bolsillo me hacía reír sentirme tan vivo y tan despierto al borde del epílogo. Nada podía resultarme más gracioso que hacer rabiar a Roberto recitándole al oído unos versos del Viejo Paricho que le parecían abominables. “Si por lo menos nos pudiéramos sacar el barro”, se quejaba el Teniente. “O fumar de verdad” (alguien, más a la izquierda, ya no sé quién, alguien que se perdió al alba). Organización de la agonía: centinelas, dormir por turnos, mascar tabaco, chupar galletas infladas como esponjas. Nadie mencionaba a Luis, el temor de que lo hubieran matado era el único enemigo real, porque su confirmación nos anularía mucho más que el acoso, la falta de armas o las llagas en los pies. Sé que dormi, un rato mientras Roberto velaba, pero antes estuve pensando que todo lo que habíamos hecho en esos días era demasiado insensato para admitirse así de golpe la posibilidad de que hubieran matado a Luis. De alguna manera la insensatez tendría que continuar hasta el final, que quizá fuera la victoria, y en ese juego absurdo donde se había llegado hasta el escándalo de prevenir al enemigo que desembarcaríamos, no entraba la posibilidad de perder a Luis.
Creo que también pensé que si triunfábamos, que si conseguíamos reunimos otra vez con Luis, sólo entonces empezaría el juego en serio, el rescate de tanto romanticismo necesario y desenfrenado y peligroso. Antes de dormirme tuve como una visión: Luis junto a un árbol, rodeado por todos nosotros, se llevaba lentamente la mano a la cara y se la quitaba como si fuese una máscara. Con la cara en la mano se acercaba a su hermano Pablo, a mí, al Teniente, a Roque, pidiéndonos con un gesto que la aceptáramos, que nos la pusiéramos. Pero todos se iban negando uno a uno, y yo también me negué, sonriendo hasta las lágrimas, y entonces Luis volvió a ponerse la cara y le vi un cansancio infinito mientras se encogía de hombros y sacaba un cigarro del bolsillo de la guayabera. Profesionalmente hablando, una alucinación de la duerme vela y la fiebre, fácilmente interpretable. Pero si realmente habían matado a Luis durante el desembarco, ¿quién subiría ahora a la Sierra con su cara? Todos trataríamos de subir pero nadie con la cara de Luis, nadie que pudiera o quisiera asumir la cara de Luis. “Los diadocos”, pensé ya entredormido. “Pero todo se fue al diablo con los diadocos, es sabido”.
Aunque esto que cuento pasó hace rato, quedan pedazos y momentos tan recortados en la memoria que sólo se pueden decir en presente, como estar tirado otra vez boca arriba en el pastizal, junto al árbol que nos protege del cielo abierto. Es la tercera noche, pero al amanecer de ese día franquearnos la carretera a pesar de los jeep y la metralla. Ahora hay que esperar otro amanecer porque nos han matado al baqueano y seguimos perdidos, habrá que dar con algún paisano que nos lleve a donde se pueda comprar algo de comer, y cuando digo comprar casi me da risa y me ahogo de nuevo, pero en eso como en lo demás a nadie se le ocurriría desobedecer a Luis, y la comida hay que pagarla y explicarle antes a la gente quiénes somos y por qué andamos en lo que andamos. La cara de Roberto en la choza abandonada de la loma, dejando cinco pesos debajo de un plato a cambio de la poca cosa que encontramos y que sabía a cielo, acomida en el Ritz si es que ahí se come bien. Tengo tanta fiebre que se me va pasando el asma, no hay mal que por bien no venga, pero pienso de nuevo en la cara de Roberto dejando los cinco pesos en la choza vacía, y me da un tal ataque de risa que vuelvo a ahogarme y me maldigo. Habría que dormir, Tinti monta la guardia, los muchachos descansan unos contra otros yo me he ido un poco más lejos porque tengo la impresión de que los fastidio con la tos y los silbidos del pecho, y además hago una cosa que no debería hacer, y es que dos o tres veces en la noche fabrico una pantalla de hojas y meto la cara por debajo y enciendo despacito el cigarro para reconciliarme un poco con la vida.
En el fondo lo único bueno del día ha sido no tener noticias de Luis, el resto es un desastre, de los ochenta nos han matado por lo menos a cincuenta o sesenta; Javier cayó entre los primeros, el Peruano perdió un ojo y agonizó tres horas sin que yo pudiera hacer nada, ni siquiera rematarlo cuando los otros no miraban. Todo el día temimos que algún enlace (hubo tres con un riesgo increíble, en las mismas narices del ejército) nos trajera la noticia de la muerte de Luis. Al final es mejor no saber nada, imaginarlo vivo, poder esperar todavía. Fríamente peso las posibilidades y concluyo que lo han matado, todos sabemos cómo es, de qué manera el gran condenado es capaz de salir al descubierto con una pistola en la mano, y el que venga atrás que arree. No, pero López lo habrá cuidado, no hay como él para engañarlo a veces, casi como a un chico, convencerlo de que tiene que hacer lo contrario de lo que le da la gana en ese momento. Pero y si López...
Inútil quemarse la sangre, no hay elementos para la menor hipótesis, y además es rara esta calma, este bienestar boca arriba como si todo estuviera bien así, como si todo se estuviera cumpliendo (casi pensé: “consumando”, hubiera sido idiota) de conformidad con los planes. Será la fiebre o el cansancio, será que nos van a liquidar a todos como a sapos antes de que salga el sol. Pero ahora vale la pena aprovechar de este respiro absurdo, dejarse ir mirando el dibujo que hacen las ramas de árbol contra el cielo más claro, con algunas estrellas, siguiendo con ojos entornados ese dibujo casual de las ramas y las hojas, esos ritmos que se encuentran, se cabalgan y se separan, y a veces cambian suavemente cuando una bocanada de aire hirviendo pasa por encima de las copas, viniendo de las ciénagas. Pienso en mi hijo pero está lejos, a miles de kilómetros, en un país donde todavía se duerme en la cama, y su imagen me parece irreal, se me adelgaza y pierde entre las hojas del árbol, y en cambio me hace tanto bien recordar un tema de Mozart que me ha acompañado desde siempre, el movimiento inicial del cuarteto La caza, la evocación del alalí en la mansa voz de los violines, esa transposición de una ceremonia salvaje a un claro goce pensativo. Lo pienso, lo repito, lo canturreo en la memoria, y siento al mismo tiempo cómo la melodía y el dibujo de la copa del árbol contra el cielo se van acercando, traban amistad, se tantean una y otra vez hasta que el dibujo se ordena de pronto en la presencia visible de la melodía, un ritmo que sale de una rama baja, casi a la altura de mi cabeza, remonta hasta cierta altura y se abre como un abanico de tallos, mientras el segundo violín es esa rama más delgada que se yuxtapone para confundir sus hojas en un punto situado a la derecha, hacia el final de la frase, y dejarla terminar para que el ojo descienda por el tronco y pueda, si quiere, repetir la melodía. Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotras a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último término la lleve a tina victoria que sea como la restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allegro final que sucede al adagio como un encuentro con la luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en este momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra devuelta a sus hijos. Sí, es la fiebre. Y cómo se reiría Luis aunque también a él le guste Mozart, me consta.
Y así al final me quedaré dormido, pero antes alcanzaré a preguntarme si algún día sabremos pasar del movimiento donde todavía suena el halalí del cazador, a la conquistada plenitud del adagio y de ahí al allegro final que me canturreo con un hilo de voz, si seremos capaces de alcanzar la reconciliación con todo lo que haya quedado vivo frente a nosotros. Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo sino ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis, con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor, un juez que empieza por ser el acusado y el testigo y que no juzga, que simplemente separa las tierras de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una patria de hombres en un amanecer tembloroso, a orillas de un tiempo más limpio.
Pero otra que adagio, si con la primera luz se nos vinieron encima por todas partes, y hubo que renunciar a seguir hacia el noreste y meterse en una zona mal conocida, gastando las últimas municiones mientras el Teniente con un compañero se hacía fuerte en una loma y desde ahí les paraba un rato las patas, dándonos tiempo a Roberto y a mí para llevarnos a Tinti herido en un muslo y buscar otra altura más protegida donde resistir hasta la noche. De noche ellos no atacaban nunca, aunque tuvieran bengalas y equipos eléctricos, les entraba como un pavor de sentirse menos protegidos por el número y el derroche de armas; pero para la noche faltaba casi todo el día, y éramos apenas cinco contra esos muchachos tan valientes que nos hostigaban para quedar bien con el babuino, sin contar los aviones que a cada rato picaban en los claros del monte y estropeaban cantidad de palmas con sus ráfagas.
A la media hora el Teniente cesó el fuego y pudo reunirse con nosotros, que apenas adelantábamos camino. Como nadie pensaba en abandonar a Tinti, porque conocíamos de sobra el destino de los prisioneros, pensamos que ahí, en esa ladera y en esos matorrales íbamos a quemar los últimos cartuchos. Fue divertido descubrir que los regulares atacaban en cambio una loma bastante más al este, engañados por un error de la aviación, y ahí nomás nos largamos cerro arriba por un sendero infernal, hasta llegar en dos horas a una loma casi pelada donde un compañero tuvo el ojo de descubrir una cueva tapada por las hierbas, y nos plantamos resollando después de calcular una posible retirada directamente hacia el norte, de peñasco en peñasco, peligrosa, pero hacia el norte, hacia la Sierra donde a lo mejor ya habría llegado Luis.
Mientras yo curaba a Tinti desmayado, el Teniente me dijo que poco antes del ataque de los regulares al amanecer había oído un fuego de armas automáticas y de pistolas hacia el poniente. Podía ser Pablo con sus muchachos, o a lo mejor el mismo Luis. Teníamos la razonable convicción de que los sobrevivientes estábamos divididos en tres grupos, y quizá el de Pablo no anduviera tan lejos. El Teniente me preguntó si no valdría la pena intentar un enlace al caer la noche.
—Si vos me preguntás eso es porque te estás ofreciendo para ir —le dije. Habíamos acostado a Tinti en una cama de hierbas secas, en la parte más fresca de la cueva, y fumábamos descansando. Los otros dos compañeros montaban guardia afuera.
—Te figuras —dijo el Teniente, mirándome divertido—. A mí estos paseos me encantan, chico.
Así seguimos un rato, cambiando bromas con Tinti que empezaba a delirar, y cuando el Teniente estaba por irse entró Roberto con un serrano y un cuarto de chivito asado. No lo podíamos creer, comimos como quien se come a un fantasma, hasta Tinti mordisqueó un pedazo que se le fue a las dos horas junto con la vida. El serrano nos traía la noticia de la muerte de Luis; no dejamos de comer por eso, pero era mucha sal para tan poca carne, él no lo había visto aunque su hijo mayor, que también se nos había pegado con una vieja escopeta de caza, formaba parte del grupo que había ayudado a Luis y a cinco compañeros a vadear un río bajo la metralla, y estaba seguro de que Luis había sido herido casi al salir del agua y antes de que pudiera ganar las primeras matas. Los serranos habían trepado al monte que conocían congo nadie, y con ellos dos hombres del grupo de Luis, que llegarían por la noche con las armas sobrantes y un poco de parque.
El Teniente encendió otro cigarro y salió a organizar el campamento y a conocer mejor a los nuevos; yo me quedé al lado de Tinti que se derrumbaba lentamente, casi sin dolor. Es decir que Luis había muerto, que el chivito estaba para chuparse los dedos, que esa noche seríamos nueve o diez hombres y que tendríamos municiones para seguir peleando. Vaya novedades. Era como tina especie de locura fría que por un lado reforzaba al presente con hombres y alimentos, pero todo eso para borrar de un manotazo el futuro, la razón de esa insensatez que acababa de culminar con una noticia y un gusto a chivito asado. En la oscuridad de la cueva, haciendo durar largo mi cigarro, sentí que en ese momento no podía permitirme el lujo de aceptar la muerte de Luis, que solamente podía manejarla como un dato más dentro del plan de campaña, porque si también Pablo había muerto el jefe era yo por voluntad de Luis, y eso lo sabían el Teniente y todos los compañeros, y no se podía hacer otra cosa que tomar el mando y llegar a la Sierra y seguir adelante como si no hubiera pasado nada. Creo que cerré los ojos, y el recuerdo de mi visión fue otra vez la visión misma, y por un segundo me pareció que Luis se separaba de su cara y me la tendía, y yo defendí mi cara con las dos manos diciendo: “No, no, por favor no, Luis”, y cuando abrí los ojos el Teniente estaba de vuelta mirando a Tinti que respiraba resollando, y le oí decir que acababan de agregársenos dos muchachos del monte, una buena noticia tras otra, parque y boniatos fritos, un botiquín, los regulares perdidos en las colinas del este, un manantial estupendo a cincuenta metros. Pero no me miraba en los ojos, mascaba el cigarro y parecía esperar que yo dijera algo, que fuera yo el primero en volver a mencionar a Luis.
Después hay como un hueco confuso, la sangre se fue de Tinti y él de nosotros, los serranos se ofrecieron para enterrarlo, yo me quedé en la cueva descansando aunque olía a vómito y a sudor frío, y curiosamente me dio por pensar en mi mejor amigo de otros tiempos, de antes de esa cesura en mi vida que me había arrancado a mi país para lanzarme a miles de kilómetros, a Luis, al desembarco en la isla, a esa cueva. Calculando la diferencia de hora imaginé que en ese momento, miércoles, estaría llegando a su consultorio, colgando el sombrero en la percha, echando una ojeada al correo. No era una alucinación, me bastaba pensar en esos años en que habíamos vivido tan cerca uno de otro en la ciudad, compartiendo la política, las mujeres y los libros, encontrándonos diariamente en el hospital; cada uno de sus gestos me era tan familiar, y esos gestos no eran solamente los suyos sino que abarcan todo mi mundo de entonces, a mí mismo, a mi mujer, a mi padre, abarcaban mi periódico con sus editoriales inflados, mi café a mediodía con los médicos de guardia, mis lecturas y mis películas y mis ideales. Me pregunté qué estaría pensando mi amigo de todo esto, de Luis o de mí, y fue como si viera dibujarse la respuesta en su cara (pero entonces era la fiebre, habría que tomar quinina), una cara pagada de sí misma, empastada por la buena vida y las buenas ediciones y la eficacia del bisturí acreditado. Ni siquiera hacía falta que abriera la boca para decirme yo pienso que tu revolución no es más que... No era en absoluto necesario, tenía que ser así, esas gentes no podían aceptar una mutación que ponía en descubierto las verdaderas razones de su misericordia fácil y a horario, de su caridad reglamentada y a escote, de su bonhomía entre iguales, de su antirracismo ele salón pero cómo la nena se va a casar con ese mulato, che, de su catolicismo con dividendo anual y efemérides en las plazas embanderadas, de su literatura de tapioca, de su folklorismo en ejemplares numerados y mate con virola de plata, de sus reuniones de cancilleres genuflexos, de su estúpida agonía inevitable a corto o largo plazo (quinina, quinina, y de nuevo el asma). Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido. Y en eso estaba cuando entró el Teniente a la carrera y me gritó que Luis vivía, que acababan de cerrar un enlace con el norte, que Luis estaba más vivo que la madre de la chingada, que había llegado a lo alto de la Sierra con cincuenta guajiros y todas las armas que les habían sacado a un batallón de regulares copado en una hondonada, y nos abrazamos como idiotas y dijimos esas cosas que después, por largo rato, dan rabia y vergüenza y perfume, porque eso y comer chivito asado y echar para adelante era lo único que tenía sentido, lo único que contaba y crecía mientras no nos animábamos a mirarnos en los ojos y encendíamos cigarros con el mismo tizón, con los ojos clavados atentamente en el tizón y secándonos las lágrimas que el humo nos arrancaba de acuerdo con sus conocidas propiedades lacrimógenas.
Ya no hay mucho que contar, al amanecer uno de nuestros serranos llevó al Teniente y a Roberto hasta donde estaban Pablo y tres compañeros, y el Teniente subió a Pablo en brazos porque tenía los pies destrozados por las ciénagas. Ya éramos veinte, me acuerdo de Pablo abrazándome con su manera rápida y expeditiva, y diciéndome sin sacarse el cigarrillo de la boca: “Si Luis está vivo, todavía podemos vencer”, y yo vendándole los pies que era una belleza, y los muchachos tomándole el pelo porque parecía que estrenaba zapatos blancos y diciéndole que su hermano lo iba a regañar por ese lujo intempestivo. “Que me regañe”, bromeaba Pablo fumando como un loco, “para regañar a alguien hay que estar vivo, compañero, y ya oíste que está vivo, vivito, está más vivo que un caimán, y vamos arriba ya mismo, mira que me has puesto vendas, vaya lujo...” Pero no podía durar, con el sol vino el plomo de arriba y abajo, ahí me tocó un balazo en la oreja que si acierta dos centímetros más cerca, vos, hijo, que a lo mejor hacés todo esto, te quedás sin saber en las que anduvo tu viejo. Con la sangre y el dolor y el susto las cosas se me pusieron estereoscópicas, cada imagen seca y en relieve, con unos colores que debían ser mis ganas de vivir y además no me pasaba nada, un pañuelo bien atado ya seguir subiendo; pero atrás se quedaron dos serranos, y el segundo de Pablo con la cara hecha un embudo por una bala cuarenta y cinco. En esos momentos hay tonterías que se fijan para siempre; me acuerdo de un gordo, creo que también del grupo de Pablo, que en lo peor de la pelea quería refugiarse detrás de una caña, se ponía de perfil, se arrodillaba detrás de la caña, y sobre todo me acuerdo de ése que se puso a gritar que había que rendirse, y de la voz que le contestó entre dos ráfagas de Thompson, la voz del Teniente, un bramido por encima de los tiros, un: “¡Aquí no se rinde nadie, carajo!”, hasta que el más chico de los serranos, tan callado y tímido hasta entonces me avisó que había una senda a cien metros de ahí, torciendo hacia arriba y a la izquierda, y yo se lo grité al Teniente y me puse a hacer punta con los serranos siguiéndome y tirando como demonios, en pleno bautismo de fuego y saboreándolo que era un gusto verlos, y al final nos fuimos juntando al pie de la selva donde nacía el sendero y el serranito trepó y nosotros atrás, yo con un asma que no me dejaba andar y el pescuezo con más sangre que un chancho degollado, pero seguro de que también ese día íbamos a escapar y no sé porqué, pero era evidente como un teorema que esa misma noche nos reuniríamos con Luis.
Uno nunca se explica cómo deja atrás a sus perseguidores, poco a poco ralea el fuego, hay las consabidas maldiciones y “cobardes, se rajan en vez de pelear”, entonces de golpe es el silencio, los árboles que vuelven a aparecer como cosas vivas y amigas, los accidentes del terreno, los heridos que hay que cuidar, la cantimplora de agua con un poco de ron que corre de boca en boca, los suspiros, alguna queja, el descanso y el cigarro, seguir adelante, trepar siempre aunque se me salgan los pulmones por las orejas, y Pablo diciéndome oye, me los hiciste del cuarenta y dos y yo calzo del cuarenta y tres, compadre, y la risa, lo alto de la loma, el ranchito donde un paisano tenía un poco de yuca con mojo y agua muy fresca, y Roberto, tesonero y concienzudo sacando sus cuatro pesos para pagar el gasto y todo el mundo, empezando por el paisano, riéndose hasta herniarse, y el mediodía invitando a esa siesta que había que rechazar como si dejáramos irse a una muchacha preciosa mirándole las piernas hasta lo último.
Al caer la noche el sendero se empinó y se puso más que difícil, pero nos relamíamos pensando en la posición que había elegido Luis para esperamos, por ahí no iba a subir ni un gramo. “Vamos a estar como en la iglesia”, decía Pablo a mi lado, “hasta tenemos el armonio”, y me miraba zumbón mientras yo jadeaba una especie de pasacaglia que solamente a él le hacía gracia. No me acuerdo muy bien de esas horas, anochecía cuando llegarnos al último centinela y pasarnos uno tras otro, dándonos a conocer y respondiendo por los serranos, hasta salir por fin al claro entre los árboles donde estaba Luis apoyado en un tronco, naturalmente con su gorra de interminable visera y el cigarro en la boca. Me costó el alma quedarme atrás, dejarlo a Pablo que corriera y se abrazara con su hermano, y entonces esperé que el Teniente y los otros fueran también y lo abrazaran, y después puse en el suelo el botiquín y el Springfield y con las manos en los bolsillos me acerqué y me quedé mirándolo, sabiendo lo que iba a decirme, la broma de siempre:
—Mira que usar esos anteojos —dijo Luis.
—Y vos esos espejuelos —le contesté, y nos doblamos de risa, y su quijada contra mi cara me hizo doler el balazo como el demonio, pero era un dolor que yo hubiera querido prolongar más allá de la vida.
—Así que llegaste, che —dijo Luis.
Naturalmente, decía “che” muy mal.
—¿Qué tú crees? —le contesté igualmente mal. Y volvimos a doblamos como idiotas, y medio mundo se reía sin saber por qué. Trajeron agua y las noticias, hicimos la rueda mirando a Luis, y sólo entonces nos dimos cuenta de cómo había enflaquecido y cómo le brillaban los ojos detrás de los jodidos espejuelos.
Más abajo volvían a pelear, pero el campamento estaba momentáneamente a cubierto. Se pudo curar a los heridos, bañarse en el manantial, dormir, sobre todo dormir, hasta Pablo que tanto quería hablar con su hermano. Pero como el asma es mi amante y me ha enseñado a aprovechar la noche, me quedé con Luis apoyado en el tronco de un árbol, fumando y mirando los dibujos de las hojas contra el cielo, y nos contamos de a ratos lo que nos había pasado desde el desembarco, pero sobre todo hablamos del futuro, de lo que iba a empezar cuando llegara el día en que tuviéramos que pasar del fusil al despacho con teléfonos, de la sierra a la ciudad, y yo me acordé de los cuernos de caza y estuve a punto de decirle a Luis lo que había pensado aquella noche, nada más que para hacerlo reír. Al final no le dije nada, pero sentía que estábamos entrando en el adagio del cuarteto, en una precaria plenitud de pocas horas que sin embargo era una certidumbre, un signo que no olvidaríamos. Cuántos cuernos de caza esperaban todavía, cuántos de nosotros dejaríamos los huesos como Roque, como Tinti, como el Peruano. Pero bastaba mirar la copa del árbol para sentir que la voluntad ordenaba otra vez su caos, le imponía el dibujo del adagio que alguna vez ingresaría en el allegro final, accedería a una realidad digna de ese nombre. Y mientras Luis me iba poniendo al tanto de las noticias internacionales y de lo que pasaba en la capital y en las provincias, yo veía cómo las hojas y las ramas se plegaban poco a poco a mi deseo, eran mi melodía, la melodía de Luis que seguía hablando ajeno a mi fantaseo, y después vi inscribirse una estrella en el centro del dibujo, y era una estrella pequeña y muy azul, y aunque no sé nada de astronomía y no hubiera podido decir si era una estrella o un planeta, en cambio me sentí seguro de que no era Marte ni Mercurio, brillaba demasiado en el centro del adagio, demasiado en el centro de las palabras de Luis como para que alguien pudiera confundirla con Marte o con Mercurio.

viernes, junio 13, 2008

Carta sobre la talacha nuestra de cada día


o
Me llegó una carta de esas que enorgullecen y, al mismo tiempo, sonrojan gratamente. Muerdo el rebozo y, con autorización del autor, la reproduzco:

De talacha literaria y palíndromos
Luis Felipe Rodríguez

En su columna Ruta Norte del domingo 25 de mayo publicada en La Opinión Milenio, el escritor Jaime Muñoz, comentaba los avatares a que se vio sometido en una semana de arduo trabajo —talacha J. M. dixit— por cumplir con las actividades que su oficio literario le demanda. Como un Monsiváis lagunero, su don de la ubicuidad es asombroso —se sospecha que tiene varios clones—. Su incansable labor no se circunscribe al oficio literario (escribe cuentos, novelas, reseñas, crónicas), es editor, catedrático, mantiene una columna periodística, un blog, presenta libros, da conferencias, es su propio agente literario. No hay revista lagunera de calidad que se resista a tenerlo como huésped distinguido (Acequias, Estepa del Nazas, Fragua, Nomádica), colabora en otras publicaciones fuera de la región, ha sido multipremiado y es auque a él no le guste ser “ajonjolí de todos los moles”, lo es de hecho. Ni modo, se lo ha ganado a pulso. Jaime Muñoz se ha convertido junto con Saúl Rosales, en una referencia obligada de la buena literatura lagunera con calidad nacional e internacional.
Jaime Muñoz reflexionaba en su artículo “Por amor a la talacha”, como a pesar de estos monumentales esfuerzos en pro de la cultura lagunera, no existe aún una compensación monetaria decorosa, que permita a los creadores sobrevivir con dignidad en beneficio de la cultura regional. Si bien existen becas, premios, apoyos mínimos de las instituciones culturales regionales, la magnitud del actual “boom cultural” que vive La Laguna, no ha tenido su correspondiente avance en materia de compensación monetaria y reconocimiento a los creadores. Sobra decir que el auge cultural que vivimos ha sido posible en buena medida por la perseverancia de gentes como Jaime Muñoz y Saúl Rosales entre otros.
Ya Carlos Castañón señalaba en Luna de enfrente del viernes 30 de mayo, en su artículo “La industria cultural en Torreón”, la relativa bonanza de la cultura lagunera, en especial de los museos, y reflexionaba sobre las posibilidades de que la cultura, sin perder su objetivo básico, puede llegar a constituirse en la región como una fuente de ingresos que le permita su propia retroalimentación y crecimiento, como sucede en otras regiones y países. También José Lupe González en su periódico cultural Kiosco, hacia referencia a la necesidad de que se revalorice el trabajo literario, sobre todo en los medios impresos y electrónicos con mayores recursos financieros.
Detrás de cada poema, crónica, reseña, cuento, articulo, ensayo y reportaje, hay un buen número de horas de reflexión, de lecturas previas, de redacción, de corrección, etc., que sumadas —siguiendo la lógica del viejo Marx—, serían horas de trabajo abstracto, que se van a materializar en una obra cultural concreta. Por lo cual todo escrito esta impregnado de valor que difícilmente es apreciado como tal, y que los creadores hacen bien en ponerlo en el tapete de las discusiones, Existe de alguna forma una extracción de plus valor que escapa de las manos del creador. A veces se queda en manos de la comunidad a veces no, a veces queda en manos de la industria cultural que señalaba Castañón. Sirvan pues estas líneas como una contribución mínima a la discusión que esta pendiente, sobre este proceso incipiente de revaloración y redimensionamiento del trabajo intelectual lagunero.
Y como reconocimiento a la labor incansable de Jaime Muñoz, van estos palíndromos a su salud:

Gol, blog
La ruta norte, metro natural
Desamar temía Jaime, trama sed
O su polisemia, Jaime si lo puso
Ama el arte, la letra le ama
Ateo poeta


Luis Felipe Rodríguez:
luferod@hotmail.com
Economista, nacido en Torreón (1956). Ha colaborado en los principales diarios locales, y en revistas y periódicos universitarios con artículos, reseñas y ensayos sobre temas culturales y de interés general.

N. del E. La imagen que encabeza el post es un dibujo digital, en Paint, de mi hija Ivana, de seis años. Con una hermosa falla ortográfica, lo tituló "Cuvos". No le pide nada a Mondrian.

Este mentado calorón



Agobiado por el calor, con el rostro herido de sudoración, un buen amigo suelta un latigazo de palabras sin mayor preámbulo: “Esto es el ácido úrico del demonio”. Después de reír, ambos procedemos a comentar que, sea lo que sea, el calor de estos brutales días está más allá de lo humano. “Mi vida —dice— es andar de tienda en tienda buscando refrescos y airecito acondicionado. Los fines de semana los paso casi íntegramente en lugares públicos cerrados y con refrigeración, sitios donde uno puede engañar al sol por un momento”.
Todos o casi todos los que vivimos aquí tenemos plática sobre el calor. Cuando hablamos sobre él no falta que lo hagamos casi con orgullo, como sabiendo que en nosotros hay algo de heroicidad al soportarlo. Celebramos incluso, y esto ya es un lugar común, que los enemigos del Santos se achicharren con nuestro clima y salgan hechos mierda a jugar los segundos tiempos. En el cofre del coche, dicen otros, se puede guisar un huevo con total seguridad.
¿De dónde viene este mentado calorón? ¿Por qué parece que está más allá de lo diabólico? Vi en la más reciente emisión de Cambios, el programa sabatino de Multimedios, que un grupo de especialistas dialogaban con Luis Rivera y Wálter Juárez sobre las afecciones provocadas por el sol y por las altas temperaturas. Uno de los invitados enfatizó lo que ya sabemos: en pocas décadas nuestra región, como muchas otras, ha experimentado un alza de varios grados en su temperatura promedio. A estas alturas ya no me alarma tanto lo que hemos hecho, sino lo que podríamos hacer. ¿Imaginamos la suma de tres o cuatro grados más al clima tórrido que ya padecemos? ¿Qué gasto de energía se requiere para paliar esos calores? No soy técnico, pero cuando siento el flagelo de la lumbre sobre mis espaldas de lagartija supuestamente acostumbrada a esta horrible meteorología, reparo en todo lo que no hemos hecho y seguimos sin hacer para precavernos del feo futuro que se lima los colmillos en espera de nuestras vidas. Pongo el caso de nuestra indiferencia comunitaria al problema del agua; sí, uno que otro activista lanza consignas, se organiza, lucha, propone, critica, pero la comunidad en su conjunto suele ser indiferente a esos problemas en apariencia inexistentes. Abrimos la llave y todavía sale agua, es cierto, y mientras eso siga ocurriendo no parecen importantes los clamores de los científicos que alertan sobre el negro porvenir del agua lagunera.
Sobre esto, a varios medios y a varios periodistas nos escribió ayer el atento ciudadano Héctor Astorga Zavala. Alguna vez, con respeto, lo motejé “el radar” Astorga, eso porque está pendientísimo del desarrollo político y social del país. Pues bien, sobre el agua, que tiene una relación directa con el calor, dice: “Nuestra madre naturaleza dotó desde hace miles de años a nuestra Región Lagunera, de una riqueza por demás abundante llamada 'agua' y que nos la dotó de buena calidad para uso humano, uso público, uso agropecuario y uso industrial. En los últimos 68 años ésta riqueza ha venido siendo sobrexplotada y en éstos momentos apunta a que en pocos años más tengamos que enfrentar una verdadera catástrofe social y económica porque habremos agotado dicha riqueza y lo que entonces obtengamos del subsuelo será totalmente insuficiente y de calidad no apta para el consumo humano. La sobrexplotación de nuestro acuífero se ha detectado desde hace muchos años. La Comisión Nacional de Zonas Áridas estableció en su momento que de 1940 a 1980 el nivel del acuífero había descendido 56 metros. ¿Y que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) en 2003 dio a conocer que dicho nivel descendía 3.8 metros cada año. En consecuencia, de 1940 a 2008 hemos perdido más de 150 metros de profundidad de nuestro lago subterráneo”. El saqueo del agua, la deforestación, el abuso del coche. Todo se relaciona con todo. De ahí también este calor.

jueves, junio 12, 2008

Salud por Viesca 1908



El martes tuve el gusto, un gusto que fue más bien un honor, de compartir mesa redonda (“Viesca y la vigencia del magonismo actual”) con Saúl Rosales y Sergio Antonio Corona. Con esta actividad arrancó formalmente la recordación de la toma de Viesca ocurrida del 24 al 25 de junio de 1908, acontecimiento que, impulsado por el Partido Liberal que encabezaba Ricardo Flores Magón, preludió lo que después se desparramaría por todo el país con el descontento de 1910. La mesa a la que me refiero se celebró en el auditorio de la UAL, duró un par de horas, y en ella Saúl Rosales expuso una amplia descripción de las circunstancias, los personajes, las fechas, los lugares y las repercusiones que tuvo la gesta revolucionaria viesquense. Apoyado en algunas obras que han reflexionado sobre el magonismo como dinamo de la lucha contra la tiranía, el escritor leyó y repensó algunos pasajes relacionados con el sentido que le dieron los magonistas a su aspiración política.
Por su parte, el doctor Corona Páez reflexionó sobre el peso de la prensa proporfirista como sofocadora y/o tergiversadora de la incursión liberal en Viesca. Con ejemplos de periódicos publicados en la época y muy poco conocidos en el México actual, el historiador apoyó su comentario en torno al torvo repudio que la prensa dócil al poder le dedicó a la lucha del Partido Liberal: “Los periódicos mexicanos de junio-julio de 1908 lanzaron de inmediato sobre los revolucionarios magonistas de Las Vacas (Acuña) y Viesca, el epíteto de ‘ladrones’, proclamando a los cuatro vientos que no se trataba de revolucionarios. Y esto aunque algunos de estos revolucionarios, ya presos, declararon serlo. Y en cuanto al periódico El Diario que dijo que efectivamente se trataba de revolucionarios, reconociendo con ello de manera implícita que en México existían agravios sociales por saldar, los otros diarios lo tildaron de ‘traidor’”.
Mi participación, que espero reproducir completa más adelante en estas páginas, sólo hizo hincapié en el valor del trabajo periodístico que legaron los magonistas, un periodismo enderezado siempre con muy beligerante honestidad y asombroso cuidado de la forma, como se puede comprobar en el tremendo corpus de Regeneración, 1900-1918, compilado y prologado por Armando Bartra y del cual me serví para citar unos aforismos anarquistas de Praxedis G. Guerrero. La mesa fue moderada por Salvador Hernández Vélez, subsecretario de Desarrollo Regional en La Laguna e integrante de la Fundación Colosio Filial Torreón A.C., quien hizo énfasis en la necesidad de recordar la toma de Viesca y anunció las actividades que en los días venideros serán ofrecidas en su conmemoración. Las enumero.
El viernes 13 a las 17:00 horas, en la Universidad Tecnológica de Torreón, la exhibición de la película Cascabel, dirigida por Raúl Araiza; esta función de cine-debate será presentada por Esteban Osorio Domínguez. El martes 17 a las 19:00 horas, otra vez en el auditorio de la UAL, la mesa redonda “El magonismo norteño”, en la que participarán el periodista Mario Gálvez Narro, el doctor José de la Luz Ornelas y el historiador Ilhuicamina Rico Maciel; modera Norma González. El viernes 20, en el mismo foro y a la misma hora, la mesa “Situación prerrevolucionaria en Viesca y La Laguna”, con el historiador Roberto Martínez, el escritor de origen viesquense Emilio de los Ríos y Jesús Arreola Pérez; moderará Javier Villarreal. En el ágora de Viesca, el lunes 23 a las 10:00 horas, la mesa “El movimiento popular magonista en Viesca”, con los historiadores y periodistas Manuel Terán Lira, Gregorio Martínez y Felipe de Jesús González. Allí también cerrará los festejos, esto a las 17:00 horas, el director teatral Gerardo Moscoso con la conferencia “El germen magonista en la Comarca Lagunera”. Como se ve, Viesca 1908 no pasará inadvertida, al menos aquí, en 2008.

N. del E. En la foto aparezco junto a Sergio Antonio Corona Páez, Saúl Rosales Carrillo y Salvador Hernández Vélez.