miércoles, agosto 07, 2019

De leer a escribir














He tratado de explicarme por qué comencé a leer, y sospecho que eso se debió a mi flanco tímido. No soy antisocial, pero tampoco me he considerado nunca el alma de las fiestas. Tiendo entonces a la soledad, al aislamiento, zonas de la vida en las que no me siento nada mal. La timidez y la soledad en general tienen mala prensa, suelen ser etiquetadas como negativas en el mundo del exitismo, pero a mí me sirvieron para comenzar a leer. Un día descubrí que tener libros y leerlos me complacía, y repetí y repetí freudeanamente ese placer. Poco después de quedar asombrado ante los libros, di el siguiente paso: escribir. Por supuesto, desde entonces hasta la fecha leer me gusta más, y escribo como una consecuencia casi obligatoria de lo estimulante que ha sido para mí pasar los ojos por los libros.
Leer siempre es un viaje, como lo descubrí en el libro Maravillas del mundo. Un viaje imaginario, pero viaje al fin. Es decir, se trata de un desplazamiento, de una salida de nuestra circunstancia. Gracias a la lectura he podido saciar una necesidad que muchos resuelven con viajes reales, con el alcohol o las drogas, con el cine, con la música, con la locura o el suicidio. Leer me ha permitido conocer otras geografías, moverme en otros periodos de la historia, vagabundear en el alma de muchos hombres, turistear azoradamente en nuestra lengua, enterarme de conflictos que se libran sobre el papel, clavar la mirada en dichas y desdichas ajenas. Todo esto, en la noción vargaslloseana, ha enriquecido mi pobre experiencia individual y me ha granjeado diversas alegrías, como descubrir a Borges y releerlo o saber que Quevedo o Cervantes siempre estarán al alcance de la mano. No quiero decir que la lectura haya tenido, para mí, sólo fines utilitarios o terapéuticos, sino que gracias a la alegría que leer me produce he lidiado mejor con las miserias de la vida que, como cualquiera, enfrento. Esto significa que leer es para mí, en primer término, un acto estético, un ejercicio hedónico, y en segundo lugar todo lo demás.
No tengo hábitos de lectura, salvo quizá el de leer donde se pueda y a la hora en que se pueda, e igual pasa cuando se trata de escribir. Dado que soy padre de tres hijas, la situación material siempre me ha exigido trabajar mucho en lo que sé hacer, que es dar clases, editar, escribir para la prensa, coordinar talleres y cursos, dictaminar en concursos, todo eso, oficios que pueden dar para vivir pero no para hacer rico. El tiempo que me queda libre lo aprovecho esté donde esté para leer y escribir.