miércoles, mayo 30, 2012
Medio siglo de cronopios y de famas
Quizá ha pasado medio siglo (es decir, desde que nació esa etiqueta generacional) que la crítica y ciertos escritores y lectores han asumido como deporte o mero entretenimiento matar al Boom. Lo han matado muchas veces, pero el Boom no sólo ha sobrevivido a esos flechazos, sino a otros acaso peores, como las malas aunque bien intencionadas imitaciones, o la producción ulterior de quienes protagonizaron aquel amorfo o muy bien pensado movimiento literario que estalló a principios de los sesenta y dejó obras cuya vigencia nos permite visitarlas o revisitarlas sin el trauma de que perdemos nuestro tiempo.
Cierto que el Boom fue un rótulo sobreexplotado por el comercio y la crítica, pero eso no es culpa de los autores allí afiliados y, menos, de sus obras. Hoy nos puede caer muy pesado García Márquez, o ideológicamente repugnante Vargas Llosa, o desigual el recién ido Carlos Fuentes, o ya muy lejano el lejano e inextricable Carpentier, pero es un hecho todavía incuestionable, creo, que su irrupción artística fue un hito y sus obras, sus mejores obras, desafiaron lo que hasta ese momento habían propuesto las letras latinoamericanas no solo a nuestra América, sino al mundo entero.
Fuera del macanazo propinado por Darío a finales-principios del XIX-XX, la literatura latinoamericana había sido hasta mediados del siglo anterior una especie de eco siempre tardío de las realizaciones europeas. Esto se explica no sólo por el papel tutelar, económica y espiritualmente colonialista, de Europa sobre América, sino también por la lentitud de las comunicaciones. Mientras el Romanticismo hacía furor en el alma de los artistas europeos, las colonias de ultramar comenzaban apenas a desperezarse de su amplia dependencia virreinal. Cuando aparecieron los primeros románticos americanos ya en Europa jugaban con otras cartas, y así hasta bien entrado el siglo XX, pues incluso las vanguardias latinoamericanas no fueron otra cosa que meras y divertidas emulaciones, a veces verdaderas calcas, de lo que hacían los artistas en el viejo continente.
Aunque heredero de tradiciones foráneas, el Boom fue más que una repercusión. Es verdad que retomó técnicas que poco antes habían invadido la narrativa norteamericana y europea, pero también es cierto que por primera vez algunos escritores latinoamericanos comenzaron a trabajar sin complejos de inferioridad e innovaron y se adentraron en experimentaciones que antes sólo parecían permitidas a los artistas de mayor edad, a los europeos, sobre todo. Lo asombroso no fue tanto el nacimiento de una obra deslumbrante pero aislada. Lo que fascinó tanto al lector como a la crítica fue, creo, la simultaneidad, el hecho impresionante de que al mismo tiempo, sin un aparente caldo de cultivo, casi como quien da una patada a la puerta de la gran literatura, un grupo más o menos numeroso de escritores comenzó a notarse en todos lados. El mercado, es indiscutible, los favoreció y se favoreció con sus obras, pero más allá de los pesos y los centavos de ganancia nos quedaron obras que, sumadas y valoradas hoy por su contenido, no tienen equivalente en otra etapa de la historia literaria de América Latina. Fueron, sobre todo, novelas, pero también, con ese poderoso remolque, jalaron cuentos, ensayos literarios y políticos, e incluso hasta poesía, pues de golpe los ojos de la crítica no latinoamericana puso más atención en las letras de nuestro continente espiritual.
La lista de autores, más amplia de lo que suponemos, forma un conjunto de obras que apabulla. Un solo miembro de los imprescindiblemente mencionados como navegantes del Boom (Cortázar, por ejemplo) es en sí una literatura. El cómputo de sus obras equivale a miles de páginas en las que un hombre, ese argentino nacido en Bélgica y naturalizado francés, construyó un mundo que hasta la fecha, si nos despojamos de aniñadas rijosidades, es todavía un rico universo de tramas y personajes, de apuestas por el juego y desafíos a la lógica. Por eso digo: a esos autores no es posible matarlos con berrinches, con ex abruptos de renovador deslumbrante, sino con obras que sean definitivamente mayores o, mejor, no hay que matarlos, sino asimilarlos como parte de nuestro patrimonio, un patrimonio al que le podemos sumar lo que queramos luego de que el Boom dejó de ser el pan de cada día en la literatura latinoamericana.
Adrede mencioné a Cortázar porque es indiscutible que él fue, junto a tres o cuatro más, pináculo del Boom, pináculo de ventas y pináculo en todos los demás sentidos que queramos darle a esa metáfora orográfica. Han pasado sesenta, cincuenta, cuarenta años desde que aparecieron sus libros y muchos de ellos mantienen no nada más vigencia, sino clientela, que es a final de cuentas lo que le importa al frío mercado. Sabemos por ejemplo que, pasado el furor sesentero-setentero, Rayuela sigue siendo reeditada. Lo mismo pasa con Bestiario, con Final del juego, con Las armas secretas, con Deshoras o, en suma, con todos los libros de cuentos compilados en dos (o tres, según el sello editorial) gruesos volúmenes de su cuentística total. Uno de los libros ya entrados en años, cincuentón para más señas, es Historias de cronopios y de famas, publicado originalmente por la editorial Minotauro, de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1962, hoy hace exactamente cincuenta años.
No se trata de un libro caduco, olvidado, puesto ya en el muse de ganancia nos quedaron obras que, sumadas y valoradas hoy pan su contenido, no tienen equivra latinoamericana.
Adrede mencioné a Cortázar porque es indiscutible que él fue, junto a tres o cuatro más, pináculo del Boom, pináculo de ventas y pináculo en todos los demás sentidos que queramos darle a esa metáfora orográfica. Han pasado sesenta, cincuenta, cuarenta años desde que aparecieron sus libros y muchos de ellos mantienen no nada más vigencia, sino clientela, que es a final de cuentas lo que le importa al frío mercado. Sabemos por ejemplo que, pasado el furor sesentero-setentero, Rayuela sigue siendo reeditada. Lo mismo pasa con Bestiario, con Final del juego, con Las armas secretas, con Deshoras o, en suma, con todos los libros de cuentos compilados en dos (o tres, según el sello editorial) gruesos volúmenes de su cuentística total. Uno de los libros ya entrados en años, cincuentón para más señas, es Historias de cronopios y de famas, publicado originalmente por la editorial Minotauro, de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1962, hoy hace exactamente cincuenta años.
No se trata de un libro caduco, olvidado, puesto ya en el museo de los triques al que suele ser condenada xima a la voz call pan de cada día en la literatura latinoamericana.
Adrede mencioné a Cortázar porque es indiscutible que él fue, junto a tres o cuatro más, pináculo del Boom, pináculo de ventas y pináculo en todos los demás sentidos que queramos darle a esa metáfora orográfica. Han pasado sesenta, cincuenta, cuarenta años desde que aparecieron sus libros y muchos de ellos mantienen no nada más vigencia, sino clientela, que es a final de cuentas lo que le importa al frío mercado. Sabemos por ejemplo que, pasado el furor sesentero-setentero, Rayuela sigue siendo reeditada. Lo mismo pasa con Bestiario, con Final del juego, con Las armas secretas, con Deshoras o, en suma, con todos los libros de cuentos compilados en dos (o tres, según el sello editorial) gruesos volúmenes de su cuentística total. Uno de los libros ya entrados en años, cincuentón para más señas, es Historias de cronopios y de famas, publicado originalmente por la editorial Minotauro, de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1962, hoy hace exactamente cincuenta años.
No se trata de un libro caduco, olvidado, puesto ya en el museo de los triques al que suele ser condenada la mayor parte de los libros. Historias…, al contrario, es uno de los títulos más concurridos del argentino, y no está de más afirmar que el mote con el que identificamos a su autor proviene precisamente de esa obra: Cortázar es el “cronopio” porque tal fue el neologismo que más pegó, la palabrita que ahora, cincuenta años luego, identificamos con el totémico autor de Rayuela.
Historias… es un libro peculiar no sólo en el contexto de la obra cortazareana. Pocas creaturas había de su tipo no digo en aquel momento, y puedo asegurar que sigue siendo un objeto literario de suyo raro, tanto que así, de golpe, no se me ocurre otro para compararlo. Tal vez, no sé, alguno de Arreola, o de Monterroso, o uno de Filisberto Hernández o de Macedonio Fernández. Pero Historias… es uno de esos libros que son una prueba de permanente renovación. Aún hoy, leído de cabo a rabo, uno sale de allí con la sensación de desconcierto, de gozoso desconcierto. Está en la fantasía, en el desenfadado surrealismo que propone. Es disparatado, pero al mismo tiempo internamente lógico. Su prosa es poética, pero también transpira un coloquialismo que nos aproxima a la voz callejera.
Sabemos que Historias… está dividido en cuatro estancias: “Manual de instrucciones”, “Ocupaciones raras”, “Material plástico” e “Historias de cronopios y de fas textos? ¿Hay algún propósito simbólico en ellos o es sólo un desafío a las leyes de la lógica, un clavado en las más profundas aguas del ludismo? Creo que una clave para entender Historias…, y en general a casi todo Cortázar, está en su noción de lo fantástico, como lo declaró alguna vez en una conferencia: “Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico (…) ese extrañamiento está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo,te, absurdo, delirante, humorísticamente disparatado. Es, dice Durand, una “técnica de vaivén” en la que pasamos de la razón a la sinrazón sin avisos intermedios.
¿Qué quiso decir Cortázar con estos textos? ¿Hay algún propósito simbólico en ellos o es sólo un desafío a las leyes de la lógica, un clavado en las más profundas aguas del ludismo? Creo que una clave para entender Historias…, y en general a casi todo Cortázar, está en su noción de lo fantástico, como lo declaró alguna vez en una conferencia: “Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico (…) ese extrañamiento está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de viento interior…”.
Historias…, pues, es la zambullida más honda en esa concepción de lo fantástico, pues aquí el argentino camina con libertad por las calles de Buenos Aires y al mismo tiempo convive con un mundo completamente ajeno, interior, rico en insinuaciones y espeso de imágenes desconcertantes y maravillosas, arraigadas en el mundo del subconsciente.
Su vigencia está allí, precisamente: este libro prueba que junto a una obra atornillada a la realidad, al drama humano (el cuento “Reunión”), puede convivir una obra libérrima, jubilosa en la exploración de lo fantástico, risueña y digna de sobrevivir cincuenta, sesenta, muchos años, los que quiera tardar para convertirse en clásica.
Comarca Lagunera, 25, mayo y 2012