viernes, julio 23, 2010

Celebraciones al vapor



Si en tiempos de bonanza era un mal visible, en los de crisis como el que vivimos puede llegar al colmo. Me refiero a la improvisación de las acciones de gobierno, al hecho de trabajar programas, iniciativas, planes, estrategias y celebraciones al cuarto para las doce y sobre las rodillas. Ese gesto, el de la improvisación, es notorio en montones de planteos generados por la estructura de gobierno. Me viene a la mente uno: el del registro de celulares. ¿Para qué sirvió eso? ¿Para qué amenazaron “oficialmente” con un corte a los incumplidos si al final no pasó nada y todo el montaje sirvió para maldita la cosa? U otro: aquellos cien días que se dieron nuestras máximas autoridades para paliar la inseguridad en un acto recordado por la frase “si no pueden, renuncien”. ¿Quién renunció? ¿Pasó algo luego de las promesas fraguadas al vapor? Sí, pasó algo: la inseguridad creció.
La bacteria de la improvisación también ha encontrado nicho en la comisión designada para organizar los festejos por el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Ni sé si a otros les queda claro cómo va la cosa hasta el momento, pero a mí me da la impresión de que aquello es un barullo. Tan lo siento así que se me ocurre proponer una prórroga, que organicemos y festejemos hasta dentro de cien años, para prepararnos con calma y que todo salga estupendamente bien.
Esa mala impresión que creo comparten muchos mexicanos no es sólo una impresión, sino una realidad, esto si nos atenemos a las declaraciones ofrecidas por Alonso Lujambio, titular de la Secretaría de Educación Pública, quien acaba de expresar que también aprecia un “desorden” en la coordinación de los festejos.
Faltan menos de dos meses para, en teoría, lanzar los cohetes desde las plazas públicas y no se siente todavía el espíritu festivo en ningún rincón del país. Más allá de que la pomposa efemérides sea injustificada para muchos, lo cierto es que se trata de otra de las acciones sin concierto encabezadas por el gobierno federal. Eso es lo que, en todo caso, preocupa más: si no son capaces de organizar un fiestón loco de bailes, música, luces y oratoria ditirámbica ciertamente hueca, ¿cómo están haciéndole para coordinar los servicios de salud, educación, vivienda, vías de comunicación, cultura y, sobre todo, seguridad pública?
Los cambios frecuentes de timón son la prueba de que el calderonato ha tomado muy a la ligera los festejos. El manejo de la batuta ha recaído en personas que por una razón u otra no le han dado el valor a la celebración de las dos principales fechas del santoral cívico. El desapego llega al extremo de que, como ha observado Lujambio y dieron a conocer los medios, “aún no se ha determinado cuál será el costo final de las celebraciones, que hasta ahora asciende a 2 mil 900 millones de pesos”.
El festejo ha padecido la falta de un comisionado con personalidad, pragmático y con ambiciones estrictamente intelectuales, no políticas. Ha pasado incluso en algunas entidades y en numerosos municipios: con la peregrina idea de ser incluyentes y “cuidadanizar” el festejo a extremos poco viables, se ha dejado de lado la operatividad, el imperativo de sacar los festejos a como dé lugar y con el necesario lucimiento. Además, se tiene en general miedo a incluir personajes históricos y excluir a otros, temor que se desvanecería si lo celebrado fuera la gesta, el acontecimiento, la lucha popular, no héroes muchas veces mentirosamente encaramados en el pedestal de la gloria, tan venerados por unos como deturpados por otros.
En resumen, las fechas están encima y todavía no se sabe con claridad cómo celebrarlas. Por si las moscas, gritemos ¡que (sobre)viva México!