miércoles, febrero 11, 2015

La máquina delincuente











A veces en un tuit puede caber, muy compactamente apretada, una idea apta para algún despliegue ulterior. Eso hago aquí. Hace poco escribí en el soporte de los 140 caracteres el siguiente barrunto: “Este es el paraíso del poder. Manipula el juego electoral, concede migajas, controla desde los medios, reprime a tiempo. Una máquina exacta”. Me refiero en tal puñado de palabras a lo que ahora llamaré “la máquina delincuente”, ese aparato aparentemente mal hecho, deficiente y destartalado pero en realidad perfecto, funcional a sus fines.
Esto que comparto es apenas una intuición, y sé que requeriría a su vez, como el tuit, mayor desarrollo. Pese a eso, no creo que se ubique tan lejos de la realidad. Los mexicanos de a pie sentimos y afirmamos todos los días, casi tras cualquier provocación, que nuestro gobierno, del nivel que sea, es una porquería. Percibimos que nada funciona bien, y en efecto nada funciona bien, como en el “primer mundo”. Si vamos a un hospital público, notamos que todo es precario, que la atención es menos que mediocre; si metemos las narices en el sistema educativo, advertimos que nuestros rezagos en la materia son catastróficos; si indagamos en la condición del medio ambiente, notamos que la cosa pinta horrible. Y así sucesivamente, todo parece estar tocado por el defecto, por el desacierto, por la carencia. Nada funciona en términos cercanos al ideal de buen funcionamiento, y así vivimos, siempre bajo el peso de una permanente e impotente insatisfacción.
Lo que no solemos pensar es esto: para que todo siga funcionando mal —o si mucho de manera mediocre— sin que la sociedad estalle es necesario que algo funcione muy bien, casi me atrevo a decir que de maravilla. Eso que funciona con excelencia en México es, precisamente, la máquina delincuente. El engranaje de este aparato es una proeza de la mecánica social. Si lo observamos con detenimiento, todas sus partes funcionan a la perfección, sin alterar nunca su exacto tic-tac.
Todo está previsto en esa máquina. Tiene elecciones legitimadas por los ciudadanos, pero el control y las reglas son propiedad exclusiva del aparato. Tiene, gracias al insumo electoral, el dominio de presupuestos y leyes, de manera que orienta todo hacia el beneficio de la misma máquina. Si algo sale mal, ella misma investiga y resuelve, por supuesto siempre a su favor. Y si hay desbordamientos, no le falla nunca el dispositivo para vigilar y castigar. Controla asimismo la información, el manual del usuario. En una palabra: controla todo.
Su principal virtud, sin embargo y como ya dije, es parecer defectuosa y hasta desechable. En suma, el triunfo de su perfección es hacernos creer que es imperfecta.