A
veces en un tuit puede caber, muy compactamente apretada, una idea apta para
algún despliegue ulterior. Eso hago aquí. Hace poco escribí en el soporte de
los 140 caracteres el siguiente barrunto: “Este es el paraíso del poder. Manipula el juego electoral, concede migajas,
controla desde los medios, reprime a tiempo. Una máquina exacta”. Me refiero en
tal puñado de palabras a lo que ahora llamaré “la máquina delincuente”, ese
aparato aparentemente mal hecho, deficiente y destartalado pero en realidad
perfecto, funcional a sus fines.
Esto que comparto es apenas una intuición, y sé que
requeriría a su vez, como el tuit, mayor desarrollo. Pese a eso, no creo que se
ubique tan lejos de la realidad. Los mexicanos de a pie sentimos y afirmamos
todos los días, casi tras cualquier provocación, que nuestro gobierno, del
nivel que sea, es una porquería. Percibimos que nada funciona bien, y en efecto
nada funciona bien, como en el “primer mundo”. Si vamos a un hospital público,
notamos que todo es precario, que la atención es menos que mediocre; si metemos
las narices en el sistema educativo, advertimos que nuestros rezagos en la
materia son catastróficos; si indagamos en la condición del medio ambiente,
notamos que la cosa pinta horrible. Y así sucesivamente, todo parece estar
tocado por el defecto, por el desacierto, por la carencia. Nada funciona en
términos cercanos al ideal de buen funcionamiento, y así vivimos, siempre bajo
el peso de una permanente e impotente insatisfacción.
Lo que no solemos pensar es esto: para que todo siga
funcionando mal —o si mucho de manera mediocre— sin que la sociedad estalle es
necesario que algo funcione muy bien, casi me atrevo a decir que de maravilla.
Eso que funciona con excelencia en México es, precisamente, la máquina
delincuente. El engranaje de este aparato es una proeza de la mecánica social.
Si lo observamos con detenimiento, todas sus partes funcionan a la perfección,
sin alterar nunca su exacto tic-tac.
Todo está previsto en esa máquina. Tiene elecciones
legitimadas por los ciudadanos, pero el control y las reglas son propiedad
exclusiva del aparato. Tiene, gracias al insumo electoral, el dominio de
presupuestos y leyes, de manera que orienta todo hacia el beneficio de la misma
máquina. Si algo sale mal, ella misma investiga y resuelve, por supuesto
siempre a su favor. Y si hay desbordamientos, no le falla nunca el dispositivo
para vigilar y castigar. Controla asimismo la información, el manual del usuario.
En una palabra: controla todo.
Su principal virtud, sin embargo y como ya dije, es
parecer defectuosa y hasta desechable. En suma, el triunfo de su perfección es
hacernos creer que es imperfecta.