Como todo
mundo no sabe, vivo en el suroriente de la ciudad, quizá una de las zonas más abandonadas
del municipio si la comparamos con las del nororiente, el sector que abraza a las
colonias donde vive la gente que sí merece ser bien atendida dado que pertenece
a nuestra pequeña oligarquía lechera. De todos modos no es tanta la diferencia,
pues es un hecho que, salvo las ínsulas pudientes, toda la ciudad y sus
alrededores tienen como rasgo más visible el caos, una falta de planeación que
difícilmente se resuelve con giros viales y demás improvisaciones postcolapso.
Además de
otros rezagos, la zona suroriente padece el del suministro de agua. No digo
nada nuevo, nada que no sepa toda la población. Sé que la escasez del “vital
líquido” —como decían los viejos periodistas alarmados por no tener un sinónimo
para “agua”, que no lo tiene, así que el sinónimo de “agua” es “agua”— es
generalizada, pero se agudiza en unos puntos más que en otros. En el que resido,
supongo, es de los que más sufren este horror. Apenas llega el calor, que como
sabemos en nuestra región tiene la capacidad hasta de matar, el agua se nos
esconde y tenemos que cazarla sin descanso. La zozobra ante su falta es el pan
de cada hora, no de cada día.
Para medir
la inquietud que produce su escasez y a veces su plena carencia, basta asomarse
a un recurso de moda en nuestra época: los grupos de whatsapp generalmente
armados por quienes viven en colonias cerradas. El intercambio de mensajes es
frenético, y como pasa en un medio fácil de emplear y muy inexpresivo pese a
todo, el cruce a veces se torna ríspido y lleno de preguntas y respuestas sin
orden ni concierto, un claro síntoma de la desesperación en la que cae
cualquier ciudadano cuando ve que no hay agua ni para lavar un plato.
Porque lo sabemos, es innecesario subrayar la importancia del agua en cualquier lugar y momento, tanto que hasta la fecha no existe civilización humana que no se haya formado cerca de ríos o veneros cuya munificencia es la base de toda sociedad. En Torreón, muchas colonias, como la mía, sobreviven condenadas a la preocupación, al miedo de no tener el bien básico para la existencia. Algo tendrán que hacer nuestras autoridades en un futuro ya muy próximo. A nadie se le niega un tinaco de agua.