miércoles, junio 19, 2013
Frase de a tostón
Si alguien afirma "no hay que confundir la
libertad con el libertinaje", quiere decir que no ha leído ni a Yordi
Rosado.
domingo, junio 16, 2013
Homenaje en San Pedro
Hace casi un mes leí estas palabras en el homenaje a los escritores Concha Luna y Alfredo Hernández. Eso ocurrió en el auditorio de la Casa de la Cultura de San Pedro de las Colonias, edificio donde vivió Francisco I. Madero y en el que escribió La sucesión presidencial en 1910. El homenaje fue organizado por el ingeniero Isidro Pérez, responsable del departamento de difusión cultual de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro Unidad Laguna en coordinación con el Instituto Sampetrino de Cultura que encabeza el maestro Cornelio Cepeda.
Concha
y Alfredo: la cultura como eje de vida
Jaime Muñoz Vargas
I
No puedo disimular
distancia, frialdad o sequedad en un apunte sobre Cocha Luna y Alfredo
Hernández. Pese a que los he tratado poco, desde hace más de veinte años les
guardo un respeto y una admiración no exentos de cariño. Sé desde entonces que
son lo que ustedes ya saben que son: dos excelentes escritores y dos
incansables abejas de la promotoría cultural en La Laguna, particularmente en
San Pedro de las Colonias. Eso, para mí, es suficiente base para apoyar el aprecio
que les tengo.
Debo decir de paso que
el lugar donde Concha y Alfredo más han sembrado es un espacio que estimo
profunda y desinteresadamente. Por muchas razones, todas ellas inmateriales,
quiero a San Pedro. La primera, porque aquí estudió mi abuelo, Eduardo Vargas
Rodríguez (por él, mi segundo nombre es “Eduardo” y mi segundo apellido es
“Vargas”), a principios del siglo XX; aquí vivió y escribió mi prócer favorito,
Madero, también a principios del siglo XX; aquí nació el general Francisco L.
Urquizo; de aquí fue, asimismo, el mejor pintor lagunero de la historia: Xavier
Guerrero; aquí nació uno de mis mejores amigos: Raymundo Tuda Rivas; y de aquí
son, claro, Concha y Alfredo. Todas esas razones me llevaron a fechar en San
Pedro, aunque fuera en términos ficticios, una novela disfrazada de memoria,
esto para enraizar en mí la idea de que pertenezco en algo, aunque sólo sea en
el plano de la fabulación, al espacio sampetrino.
Así pues, no dudé ni
tantitito en decir sí cuando Isidro Pérez, responsable del área cultural en la
benemérita Antonio Narro Unidad Laguna, me convidó al homenaje para Concha y
Alfredo. ¿Cómo no sumarme, pensé, al reconocimiento de dos personajes que
armados de silencio, talento y humildad han mantenido viva la flama de la buena
literatura en un municipio tan querido de mi ya de por sí querida comarca
lagunera. Voy, pensé, porque será grato estar con Concha y Alfredo, porque será
un honor decirles sus verdades frente a frente, como lo hago ahora mismo.
II
Comienzo con Conchita.
Ella nació en San Pedro, ha sido maestra, promotora cultural y poeta. Las
primeras publicaciones de sus trabajos vieron la luz en la capital del país.
Más adelante aparecen sus poemas en revistas como Parva, órgano literario de la OPIC, edición que se difunde por
varios países de Latinoamérica. Ha sido invitada a leer su obra en varios
lugares de la república, entre los que destacan el ex Convento de Santo
Domingo, en Oaxaca, y el canal 11 de Televisión del Politécnico Nacional, esto
dentro de la serie “Poetas de México”. Recibió homenajes del gobierno del
Estado de Coahuila y de la Universidad Autónoma de Coahuila, y la revista Casa de Coahuila la incluyó en sus
páginas. En 1969, la Universidad Autónoma de Coahuila le publicó Poemas y el ayuntamiento de Torreón, en
1983, Poemas en el agua. Su presencia
es constante en los diarios y revistas de Coahuila. Perteneció al patronato
fundador de la primera biblioteca de San Pedro. En 1976 fue cofundadora, junto
con Alfredo Hernández, del Centro Cívico Cultural “Francisco I. Madero”, que
generó la Casa de la Cultura de San Pedro, donde fue directora honoraria hasta
1995. Tiene presencia constante en encuentros culturales y colaboró con el
gobierno del estado durante varios años en la selección de becarios en artes.
La asociación de sampetrinos radicados en el DF le otorgó la medalla al mérito,
y la asociación de periodistas de San Pedro, el reconocimiento por el impulso que
ha dado a la cultura popular. El Sindicato Nacional del SNTE, en Coahuila, le
entregó un reconocimiento por su trayectoria. El ayuntamiento de su ciudad
natal, por conducto del Instituto Sampetrino de Cultura, le entregó la presea
“Mitote” con que distingue a los ciudadanos que hacen una aportación valiosa a
la comunidad. El mismo ayuntamiento la declaró ciudadana distinguida en
ceremonia popular en septiembre de 2011.
Esta ficha biográfica
apenas insinúa parte de los múltiples haceres culturales de Concha Luna.
Destaca en la enumeración, por supuesto, su flanco literario. Ahora que he
releí parte de la poesía de nuestra
homenajeada arribo a una conclusión que, creo, tardé en redondear: Concha Luna
no es la mejor poeta sampetrina actual, sino una de las dos o tres mejores de
Coahuila, y cuando digo “la mejor” no necesariamente estoy pensando en términos
genéricos, sólo en las mujeres. Me atrevo a señalar esto porque en sus poemas
hay hondura, sobre todo ese toque de sutil asombro ante los enigmas de la vida
que, dichos con música verbal, son una poesía que cala hasta los huesos.
El asombro, pues,
camina por los versos de Cochita. Sus temas son variados, como debe ser en todo
poeta abierto a la diversidad de la vida humana. Por eso conviven, por ejemplo,
los poemas paisajísticos con lo filosóficos, los familiares con los que
atesoran un tenue ímpetu social.
En “Tierra mía,
periférico sol”, la autora dibuja nuestro entorno con fuerza telúrica y
entrañable. No está aquí el verso chovinista, la exaltación gritona de la
belleza ambiental que nos cupo en mala o buena suerte, sino la descripción azorada
ante el vigor de nuestro espacio:
Ríos subterráneos
alimentaron esta vastedad
que se tiende a los aires
como espiga o flor
o fruto abierto. (…)
Aún en ella palpitan otras eras.
Aún corre el ígneo rumor
que ondula sus entrañas.
Tierra, llanura, valle,
ola en el mar de arenas. (…)
La muerte es el ayer,
el tiempo roto.
La vida aquí amanece, flor abierta
en el cristal del cielo,
los árboles asoman su ropaje
y en el bajo relieve de los campos
el universo a la semilla canta
como canta el azul en el paisaje. (…)
Deseo convertirme en tu sol,
calcinarme en tu arena.
Pueblo sereno y limpio
acomódame en tu mano.
Ríos subterráneos
alimentaron esta vastedad
que se tiende a los aires
como espiga o flor
o fruto abierto. (…)
Aún en ella palpitan otras eras.
Aún corre el ígneo rumor
que ondula sus entrañas.
Tierra, llanura, valle,
ola en el mar de arenas. (…)
La muerte es el ayer,
el tiempo roto.
La vida aquí amanece, flor abierta
en el cristal del cielo,
los árboles asoman su ropaje
y en el bajo relieve de los campos
el universo a la semilla canta
como canta el azul en el paisaje. (…)
Deseo convertirme en tu sol,
calcinarme en tu arena.
Pueblo sereno y limpio
acomódame en tu mano.
En “La noche”, nuestra
poeta deambula por su interior, explora su alma y en ella podemos vislumbrar la
nuestra cuando la oscuridad nos arropa:
Aparece la noche
rigurosa,
ajena a los
cumpleaños
eterna y lúcida.
Sus calles
sobreviven
a mis calles.
Vienen entonces,
como una fiesta,
sueños
presentidas
palabras,
sueltos gritos.
Mi voz de pobre
amarrada a mi
historia.
O éste titulado “Niño
de la calle”, donde el grito de denuncia se eleva frente a la llaga con unos
versos que nos toman de la mirada y nos hacen ver de otra manera lo
omnipresente y doloroso:
Sueños perdidos,
infancia
subterránea,
juegos adormecidos con dolor,
con hambre
larga.
La cajita de dulces,
gran tesoro.
Mientras dormita
cotidiana
la indiferencia
en nuestros
ojos.
A su tristeza se
acostumbra el viento.
III
Paso ahora hacia
Alfredo Hernández. No sé si he contado que a él lo conocí en 1984, hace casi
treinta años. Fue en la calle 12 casi esquina con la avenida Juárez, en
Torreón, lugar donde estaba ubicada la oficina del Departamento de Difusión
Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila Unidad Torreón. Allí recibió
Alfredo el primer lugar del premio Magdalena Mondragón en el género de cuento,
y en la ceremonia estaba el jurado, Rafael Ramírez Heredia. Asistí porque
aparte de los tres primeros lugares, el jurado otorgó dos menciones honoríficas,
una de las cuales me tocó. Fue la primera vez que concursé en algo y no
recuerdo un momento de mayor alegría literaria. Conservo el recorte de La Opinión con la nota sobre aquella
ceremonia. Tiene foto de Alfredo Hernández y allí, perdido en algún párrafo,
aparece mi nombre.
Pasaron muchos años,
décadas incluso, y de Alfredo me llegaban vagas noticias. Su nombre, asociado
siempre al de mi admirada Conchita, era y sigue siendo, para mí, sinónimo de
cultura en San Pedro. Amigos comunes de Torreón lo mencionaban de vez en
cuando, siempre con afecto y respeto, pues Alfredo ha sabido ganarse, sin
aspavientos, la amistad de muchos que tal vez él ni siquiera imagina que lo
admiran o admiramos.
Ahora que me invitaron
a presentar una partecita de sus prosas me ha contentado mucho. Leerlo ha sido
confirmar que es un narrador agudo, ágil, malicioso para el articulado de
relatos en los que brillan el ingenio y la prosa poética. Confieso que me
sorprendió, no exagero, su colmillo de microrrelatista. Ignoro si es conciente
de su destreza como artífice de piezas que no le piden nada a las
microficciones de los microficcionistas consumados. Junto a los apellidos
totémicos de Torri, Arreola, Monterroso, Denevi, Shua, Valenzuela, Goloboff, Brasca,
Epple y Lagmanovich el de Hernández no desluciría en lo absoluto. Y creo, lo
cual es apenas una corazonada, que microrrelata a partir de la intuición, del
olfato, no tanto de un acercamiento a las teorías, hoy de moda, sobre el texto
súbito, el fragmento o como queramos llamar a las piezas narrativas brevísimas.
Hay en Alfredo
Hernández una suerte de atrayente desenfado. Me gusta, por ejemplo, que en su
“Pequeña biografía” no se tome nada en serio y cuente todo como si todo hubiera
sido, acaso porque en esencia todo lo es, producto del, a veces, dadivoso azar.
La ficha de vida, digamos, seria, describe que Alfredo Hernández, de profunda
raíz sampetrina, publicó por primera vez en México, DF, en 1965. Estudió teatro
en el Instituto Cultural Hispano Mexicano y en el Foro Isabelino de la UNAM.
Colaboró en la revista femenina Mujer de
Hoy y en el Diorama de la Cultura de Excélsior.
En julio de 1970 y en mayo de1973 intervino como dramaturgo y director en los
festivales de primavera del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1974
colaboró en el suplemento Meridiano
del diario La Opinión. Participó un
tiempo Noticias, y en ambos
periódicos, fuera de los suplementos, publicó comentarios acerca de la
actividad cultural lagunera, particularmente de Torreón. En 1974, dentro del
primer Concurso Regional de Cuento auspiciado por la Casa de la Cultura de
Torreón y el Comité Organizador de la Feria del algodón, obtuvo el primer
lugar. En 1985 conquistó el primer lugar en el primer concurso de cuento
“Magdalena Mondragón, organizado por la Universidad Autónoma de Coahuila. Su
texto apareció en la antología de “Escritores Coahuilenses”, de la propia
Universidad, luego en la revista “Cultura Norte”, del Programa Cultural de las
Fronteras, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha escrito y
dirigido varias obras de teatro escritas por él. Una de ellas, para niños,
viajó en las presentaciones del “Teatrailer”, del patronato del Teatro Isauro
Martínez, y llegó a más de cien representaciones en varias ciudades del estado
de Coahuila, incluida la capital del estado y el Festival Nacional de Teatro en
Monterrey. Ha presentado sus obras en el teatro Mayrán, en el Martínez de
Torreón, en el Auditorio Municipal y en la Casa de la Cultura de San Pedro.
También en colonias, plazas públicas, el Bosque Venustiano Carranza y varios
espacios de Torreón. Llevó sus trabajos al Teatro de la Ciudad, en la capital
del estado. En México dirigió una obra en la “Sala Chopin”. Actualmente
colabora en la revista Qué Onda, San
Pedro, que dirige su hija Jimena Hernández Luna.
Esta descripción fría,
curricular, puede ser contrapunteada por el relato que de sí mismo ha trazado
en la “Pequeña biografía”, un relato salpimentado con pasajes que a la postre
nos perfilan el contexto en el que nuestro homenajeado se movió:
Por
mi barrio pasaba el tren, allá en Torreón, donde ocurrió casi toda mi infancia.
A las doce del día venía el tren de Durango, por eso el barrio se llama “La
Durangueña”. Por las noches eran dos o tres los que arrullaban mi sueño, de modo
tal que aprendí a dormir con el traca traca y el cimbrar de rieles y
durmientes. Les comento que aplasté redondas monedas de cobre de cinco centavos
en las vías. Y muchas veces llegué a pensar que mis amigos y yo, al colocar
esas monedas, de seguro habíamos provocado algún descarrilamiento. Pero la
policía nunca fue por nosotros, así que a lo mejor los trenes se descarrilaban
por otras causas. De cuando en cuando sigo escuchando un largo silbido a
medianoche.
Observé hace algunos
párrafos que me ha sorprendido la destreza con la que Hernández se mueve en los
territorios de la minificción, sobre todo por la calidad de su prosa y por la
eficacia en el bruñido de cada idea. “El pez”, por ejemplo, es un portento de
relato onírico, y si no fuera porque me detiene la mesura, yo lo colocaría sin
vacilar al lado de los mejores apuntes arreolanos, aquellos del Bestiario:
Amada:
el pez viene a ser un ente prodigioso que se desliza en silencio por el agua y
por los sueños. Su inventor es el mismo que diseñó la naranja, la espada, el
huevo y la bicicleta.
Lo
mismo que la naranja, es el más remoto símbolo de la caducidad de los imperios,
la veleidad y belleza de los adolescentes y la eternidad de las querellas entre
los amantes.
Su
vestidura ha sido creada a partir de una aleación alquímica entre la plata, el
diamante y las lágrimas. Su ojo redondo representa al anillo de Saturno y por
eso entre algunos disidentes coptos suele llamársele sábado.
El
pez original, el padre de todos los peces, viaja invisible por las constelaciones.
Le conocen en los nueve planetas y en todos es objeto de la misma veneración.
El paso de los diluvios ha ido modificando la forma de su cuerpo y se dice que
hoy es ya sólo una minúscula esfera transparente.
Debo
decirlo todo: En el año del pez también te amo.
Ignoro si Alfredo tiene
organizadas sus brevedades en algún engargolado. Si no es así, no sé qué espera
para hacerlo y luego para buscar pronto su edición. Más de uno se llevará la
misma sorpresa que me llevé yo al contemplar microficciones como “El adivino” o
textos que están más cerca de la prosa poética, pero igualmente notables, como “La
cebolla”. De la tanda que me compartieron, mi brevedad favorita es “De
fantasmas”, puñado de palabras que no puede envidiarle nada a Torri:
La
vieja casona que parecía encontrarse a punto de caer tiene ahora manos hábiles
encargándose de su restauración. Hay un movimiento inusual de trabajadores
durante el día y buena parte de la noche. Se reponen vidrios de ventanas, se
repintan muros, techos…
Dos
inquilinos, quienes aparentemente realizan una inspección rutinaria en el
edificio, de pronto detienen sus pasos.
Pálido
el rostro, temblorosa la voz, el más joven se vuelve a su compañero y expresa,
de manera casi inaudible: ¿Oíste? ¿Escuchaste ese ruido como de cadenas
arrastrándose?
—Escuché,
claro, pero más que ruido de cadenas debe ser alguien arrastrando varillas de
metal para construcción o quizá de aluminio.
—Son
cadenas, insisto ¿Y ese ruido de puertas que se cierran de golpe? ¿Notaste un
aire helado que cala hasta los huesos?
—Si…Alguna
puerta que alguien olvidó cerrar; recuerda que es invierno.
—Alguien
gime…
—Es
el viento.
—¿Y
ese grito?
—No,
no, es alguien que canta.
—¿Viste?
—Nada…
—Qué
miedo —murmura—.Tengo los nervios casi destrozados. Esta interacción entre
vivos y difuntos me molesta. Odio que se me aparezcan los vivos en estos
caserones aparentemente abandonados.
Por todo lo anterior, y
por todo lo que se queda en el tintero, Alfredo Hernández es, junto con Concha
Luna, referente de la literatura lagunera. Y miren qué maravilla: Alfredo y
Concha son pareja, y más maravilloso para mí es que sé que me tienen por amigo.
En literatura nunca es tarde para reconocer el valor de una obra. Lo reconozco
ahora.
sábado, junio 15, 2013
Geometría del cuento

Urdí estas rápidas notas para
usarlas como guía en una conferencia celebrada en la biblioteca municipal José
García de Letona, en Torreón. La ofrecí el 30 de enero de 2013 y nunca tuve ni
me di tiempo para aplicarles una mano de gato que viabilizara su publicación al
menos en el único lugar que me permite hacerlo sin cortapisas: este blog. Hice hoy
la revisión y aquí está el resultado. Advierto que apenas retoqué, así que
estas palabras debemos imaginarlas complementadas —aderezadas— con
explicaciones en estilo oral. En las conferencias no me gusta leer tal cual,
pero tampoco dejar todo a la espontaneidad. El texto que viene da una idea de
los apuntes que suelo sancochar como “acordeón” de conferenciante. Ojalá sirvan
de algo ya rebarnizadas y puestas en un formato cercano al artículo.
Geometría
del cuento: apuntes en moto sobre un género movedizo
Jaime Muñoz Vargas
He pasado mi vida de
cuentista creyendo y desconfiando de todo lo que sé sobre el cuento, género con
el que comencé a escribir y género con el cual todavía no firmo mi divorcio. Me
sé, pues, esencialmente cuentista, malo o regular, ya que no puedo decir bueno,
pero cuentista al fin. He pasado por todos los demás moldes literarios y
periodísticos, pero siempre, así deje de escribirlos, me consideraré creador de
esas ficciones breves denominadas cuentos.
En el camino he escrito
muchos, claro, y también he leído algo de teoría e incluso mi “decálogo”
quiroguesco, pero lo que más me ha enseñado a valorarlo, a entenderlo, a
gozarlo como género (porque el goce estético es a fin de cuentas lo más noble que
tiene todo arte), es la lectura de muchos, de ya innumerables cuentos. Voy a espigar
aquí, pues, algunas opiniones sobre lo que creo ha sido el cuento, sobre
algunos de sus más importantes cultores y principalmente sobre las dos,
digamos, brechas por las que suele caminar la mayoría de los cuentos, todo eso
en diez apresurados trancos. Al final ofreceré mi lista para una antología
tentativa, si alguna vez me la encargaran y no tuviera yo cómo eludir esa solicitud.
El
protocuento
El cuento entendido
como forma de relato breve es tan viejo como los cerros y la palabra
articulada. Allí donde un grupo humano comenzó a colocar palabra tras palabra,
a transformar la realidad en discurso, fue el cuento lo primero que afloró, lo
primero que pudieron crear aquellos primeros y peludos hermanos nuestros. La
primera explicación para todos los fenómenos, lo sabemos, fue mítica, y esto
significa que si los homínidos primigenios querían entender el rayo, el sol, la
lluvia y demás, apelaron al relato, crearon dioses adecuados, seres
todopoderosos que de la nada eran capaces de provocar tormentas o iluminar el
firmamento. Todavía hoy, claro, hay incontables vestigios de esa explicación
mítica de todo lo visible y lo invisible, explicación enunciada en pequeños
relatos, en protocuentos, por llamarlos de algún modo.
Los
mil y un cuentos
Porque estos apuntes buscan
una inteligencia rápida de la criatura llamada cuento y no permiten detenernos
demasiado, demos un salto de miles de años. Siglos más, siglos menos, los
griegos y los romanos afinaron muy bien su gusto por los relatos. Cuántas
historias cortas y aleccionadoras hay en ambas literaturas, cuántos escritores no
practicaron el arte de inventar personajes y destinos. Lo hacían, sin embargo,
sin una conciencia clara de la independencia que podía tener el relato breve en
relación con otras formas de escritura, con el drama. Ese gusto de las dos
antigüedades clásicas llega hasta finales de la Edad Media y produce, por
ejemplo, series como Los cuentos de
Canterbury, de Chaucer, y por esas mismas fechas, el Decamerón, de Boccaccio. Poco antes, en el siglo IX y por rumbos no
europeos, alguien compuso Las mil y una
noches, obra que ocho siglos después tuvo extraordinaria recepción en la
Europa del siglo XIX.
El
ABC de Poe
Los manuales de cuento
citan de cajón a Edgar Allan Poe como el creador del cuento moderno. A
diferencia de otros, el norteamericano visibilizó una noción que hasta la fecha
es importante en toda forma breve, como el cuento: “La consideración primordial fue ésta: la dimensión. Si una
obra literaria es demasiado extensa para ser leída en una sola sesión, debemos
resignarnos a quedar privados del efecto, soberanamente decisivo, de la unidad
de impresión; porque cuando son necesarias dos sesiones se interponen entre
ellas los asuntos del mundo, y todo lo que denominamos el conjunto o la
totalidad queda destruido automáticamente”. En
su famoso Método de composición, Poe
describe las características que debe tener en cuenta quien encare un texto
cuyo propósito sea lograr esa “unidad de impresión”. En todo ese ensayo examina
los rasgos que no sólo hicieron posible “El Cuervo”, sino también el primer
cuento moderno de la historia, “Los crímenes de la calle Morgue”, que a su vez
fue el primer relato policial que creó un clima de suspenso, de incertidumbre,
con pistas, detectives y todo lo que ya sabemos, eso que luego sería ingrediente
fundamental para los textos policiales y para todos los relatos con estructura
cuentística moderna. Por eso mismo se puede afirmar que el cuento es quizá el
único género con lugar y fecha precisos de nacimiento: su cuna fue la Graham's
Magazine, de Filadelfia, en su edición de abril de 1841.
Boom
del cuento
Gracias a Poe y “Los
crímenes de la calle Morgue” el cuento alcanzó su independencia
genérica. Por fin se había convertido en un espécimen autónomo, con reglas precisas,
capaz de seducir a muchos escritores que, atraídos por la novedosa forma, se
vieron desafiados y compusieron relatos que aspiraban a la “unidad de
impresión” que el bostoniano había propuesto tanto en la teoría y como en la
práctica.
La
sombra de la novela
El cuento legislado, el
cuento en el que los escritores se imponen la tarea de trabajar una estructura
cerrada, nació pues en el llamado “siglo de la novela”. Frente a muchas obras
gigantescas, frente a genios descomunales como los de Víctor Hugo, Flaubert,
Dickens, Dumas, Stevenson, Verne, Tolstoi, Destoyevski, Zolá y tantos otros, el
cuento se abrió paso a codazos y logró convertirse en un género importante. Sin
embargo, la sombra de la novela fue tan pesada que hasta la fecha predomina,
colma el mundo editorial e impide que el cuento se haga de un público mayor.
Consolidación
en América Latina
La suerte del cuento
quedó marcada en el siglo de la novela, el XIX. Chejov, Conan Doyle y
Maupassant fueron sus principales impulsores, y el eco de estos tres europeos,
junto con el de Poe, llegó a Latinoamérica. Aquí lo acogió, sobre todo, el
uruguayo Horacio Quiroga, con una producción numerosa y terrible, muy en la
línea poesca. También lo asimiló Darío, siempre con su estilo lleno de
suntuosidades, y Leopoldo Lugones, quien a mi juicio es el primer gran
cuentista de nuestro continente espiritual; basta leer, para probarlo, Las fuerzas extrañas, libro de cuentos
publicado en 1906.
Grandes
presencias en AL
Ya bien aclimatado el
cuento entre nosotros, a mediados del siglo XX aparecen los nombres que podemos
identificar con mayor facilidad, puesto que siguen muy al alcance de la mano en
cualquier biblioteca o librería. Cortázar, Borges, Bombal, Arlt, Arreola,
Monterroso, Rulfo, Valadés, García Márquez, Onetti, Filisberto, Carpentier,
Fuentes, Walsh, Benedetti, Anderson Imbert, Ribeyro y muchos más, lograron lo
que quizá parezca inverosímil, pero que a mi juicio es verdad: que América
Latina reuniera en unas cuantas décadas, dos o tres apenas, a los mejores
cuentistas del mundo. Sin embargo, la novela, el género del Boom, continuó la
rectoría de la narración mayor sobre la breve, al menos desde el punto de vista
editorial.
Continuadores
El peso de escritores
como Rulfo y García Márquez, incluso de Vargas Llosa, quien sólo ha escrito un
libro de cuentos, dio como resultado que el cuento terminara por convertirse en
una presencia habitual y con muy estimables continuadores todavía vivos. Me
refiero a escritores como Piglia, José Agustín, Abelardo Castillo, Luisa
Valenzuela, Guillermo Saccomanno, Soriano, Eduardo Antonio Parra, entre otros
muchos. En todos ellos todavía puedo notar una línea de trabajo que arranca
desde Poe y sigue, sin solución de continuidad, hasta casi finalizado el siglo
XX. Es decir, creo notar que, unos más, otros menos, todos tienen presente que
el cuento debe aspirar a lo que Poe quería, la famosa “unidad de impresión” que
determina gran parte del oficio. En esto pensó también Borges cuando en el
ensayo “El arte narrativo y la magia” observa que “Todo episodio, en un
cuidadoso relato, es de proyección ulterior”, un proceso de escritura que
denomina “mágico”, pues en él “profetizan los pormenores”. Esta noción se
corresponde con la expresada por Piglia en su “Tesis sobre el cuento”: “un
cuento siempre cuenta dos historias (…) El arte del cuentista consiste en saber
cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. [es decir] Un relato
visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario. El
efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en
la superficie”.
Adiós
a los candados
El otro proceso
destacado por Borges es el “natural”, “que es el resultado de incontrolables e
infinitas operaciones”; a él se ciñeron muchos escritores abrazados, por
decirlo de manera esquemática, a la estética de la posmodernidad, aquella que
suele renunciar a los grandes discursos no sólo en política, sino en todo lo
que tenga tufo de cartabón academicista, esteticista. Esos escritores producen
cuentos en cierto modo bukowskianos, historias breves que parecen estampas de
vida, instantáneas, recortes de la realidad cruda y descreída que les tocó en
suerte. Pedro Juan Gutiérrez (El
insaciable hombre araña), Guillermo Fadanelli (Más alemán que Hitler) y Roberto Bolaño (Putas asesinas) son tres ejemplos de esa cuentística ya
despreocupada del corsé a lo Poe. Los cuentos de estos escritores no se ciñen
entonces a una estructura predeterminada, no piensan en las peripecias con
“proyección ulterior”, y más bien buscan que el humor negro, la frescura
insolente de la prosa, la pavorosa gravitación de la rutina, el sinsentido de
la existencia y todo eso sea lo que sostenga cada relato.
El
mismo problema
El cuento moderno, pese
a sus casi dos siglos de vida, sigue frenado, sofocado por la novela. Esto
articula una paradoja interesante: suponemos que ahora no hay mucho tiempo para
leer, pero las editoriales y el lector siguen prefiriendo la novela. Y voy más
lejos: salvo algunos esfuerzos editoriales, las grandes corporaciones ya no
reciben nuevos cuentos ni siquiera para dictaminarlos negativamente. O sea, los
descartan de antemano, tras enterarse de que son cuentos. Pese a eso, el género
sigue allí, haciendo su vida de salmón desde que nació con la forma de una historia
policial ocurrida en la famosa calle Morgue.
Veinte
cuentos que siempre releeré
Toda selección es
discriminatoria. Ofrezco esta lista de veinte cuentos sólo para no terminar
recomendando cincuenta o más. De cada autor me gustaría citar varios, pero opté
por escoger uno de cada uno para tratar de que cupiera exactamente la veintena.
“La carta robada”,
Edgar Allan Poe
“El Sur”, Jorge Luis Borges
“¡Diles que no me
maten!”, Juan Rulfo
“Yzur”, Leopoldo
Lugones
“Deshoras”, Julio
Cortázar
“Los gallinazos sin plumas”, Julio Ramón Ribeyro
“Escenas en la vida de
un monstruo doble”, Vladimir Nabocov
“Enoch Soames”, Max
Beerbohm
“El cuervero”, Juan
José Arreola
“Tu rastro de sangre en
la nieve”, Gabriel García Márquez
“La clave literaria”,
María Elvira Bermúdez
“La aventura de las pruebas de imprenta”,
Rodolfo Walsh
“La fiesta brava”, José
Emilio Pacheco
“El candelabro de
plata”, Abelardo Castillo
“La loca y el relato
del crimen”, Ricardo Piglia
“La muerte tiene
permiso”, Edmundo Valadés
“El crimen de San
Alberto”, Fernando Sorrentino
“La muerte”, Mario
Benedetti
“El caso de los
crímenes sin firma”, Adolfo Pérez Zelaschi
“19 de diciembre de 1971”, Roberto
Fontanarrosa
domingo, junio 09, 2013
El magnate
1. Naces. 2. Te heredan una fortuna. 3. Ganas un torneo. 4.
Celebras peor que mi tío el borracho. 5. Eres TT nacional. 6. Sigues en Forbes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)