Quizá el
único espacio que me queda como lector hedónico es el de la poesía. Todo lo
demás, así sea placentero, tiene algo de utilitario, de pragmático: los cuentos
para escribir cuentos, las novelas para aprender a escribir novelas, los
ensayos para aprender a observar mejor tal o cual asunto, los artículos y las
columnas para obtener información. Esto es aproximadamente así, supongo, para
quien escribe: que en todo o casi todo lo que lee hay un tufillo a búsqueda de dividendos
que van más allá del mero gusto.
La poesía,
digo, no presupone en mi caso una necesidad de nada, salvo la de obtener el
mayor placer estético posible. Creo incluso que esto debe ser así, aunque
también debo suponer que los poetas leen poesía para hacerse de herramientas
que les puedan ser útiles a la hora de escribir. Como mi aspiración al leer
poesía es casi virginal, leo poemas para encontrar semejanzas con mi propia
experiencia de ser humano. En otras palabras, cuando cruzo un poema me agrada
hallar en él la sencillez de una vivencia que me roce, un eco de mi propia
circunstancia, la sensación de que yo ya lo había intuido y por ello debí
escribirlo.
Esto se me
ocurrió pensar a propósito de Islas a la
deriva (Siglo XXI, México, 1976), libro de José Emilio Pacheco. Como
siempre, el azar me deparó algunas piezas que de inmediato establecieron un
nexo con mi experiencia. Doy sólo un ejemplo: este poema me trajo a la memoria
un viejo recuerdo, aquel en el que me juré jamás sentir aburrimiento ante un
juguete amado. Como se lee: de niño me juré no abandonar nunca un juguete. Me
lo había comprado mi padre como regalo para la navidad de 1971. Lo usé y lo
guardé a diario durante meses, siempre azorado por su funcionamiento y los
detalles de su diseño. No sé cuándo ni dónde lo abandoné. El título del poema de
JEP es “Los juguetes”, y es breve: “Cuando la infancia pasa / los juguetes se
vuelven tristes / Una melancolía sorda aparece / en sus desgarradores ojos de
vidrio // Sienten su muerte / Saben que los espera en un desván / su infinito
destierro de cadáveres / y con ellos han muerto para siempre / los días del
niño // Oso conejo ardilla de un bosque antiguo / hecho ceniza / Ni ahora ni
nunca volverán a los brazos / que acompañaron”.
¿Por qué algunos poemas? Porque son, quizá, un espejo de la memoria.