Mario
Vargas Llosa fue un escritor todoterreno. O casi, pues de los géneros
disponibles para la escritura sólo marginó la poesía. Se le conoce y respeta (con
algo aproximado a la unanimidad) sobre todo como novelista, pero muchos libros
dejó fraguados en los moldes del ensayo, el periodismo, el teatro, uno de
cuento y uno de memorias. Todo hace una suma aterradora de títulos que podrían definirse
con uno de ellos, como bien me lo comentó Gerardo García: La tentación de lo imposible.
Y sí,
parece imposible que en una vida, aunque haya durado 89 años, quepan tantos
libros, la mayoría de innegable mérito. Ahora, tras su muerte, son legítimos
todos los elogios, las críticas en contra principalmente por sus posiciones
políticas y aún los ninguneos basados en extrañas nociones de calidad y
perduración literarias; el caso es que el peruano no pasó inadvertido como
escritor y hombre público, y para muchos, entre los que me cuento, su obra seguirá
siendo atractiva como lo es hoy la de los clásicos. Eso sí, creo que no pasará
mucho tiempo para que el personaje que opinaba sobre la coyuntura sociopolítica
y alentaba a lo peor de la derecha mundial se diluya en la Nada que merece y
sólo conservemos su tremenda obra literaria.
Entre los libros que dejó hay, dije ya, ensayos, algunos amplios como los que dedicó a García Márquez, Flaubert, Arguedas o Hugo. ¿En qué momento pudo escribir eso, qué hizo para fraguar aquellas indagaciones que parecen no dejar tiempo para nada más? En varias entrevistas y por sus propias confesiones sabemos que desde muy joven decidió organizar su vida milimétricamente, con el rigor de Cristiano Ronaldo, para escribir. Apenas llegó el primer éxito editorial (a sus 26 años, con La ciudad y los perros), renunció a los “trabajos alimenticios” y apostó todas sus fichas al encierro literario. En sus temporadas creativas se aisló cuanto pudo y se impuso horarios inflexibles, de manera que los distractores de la escritura no cercenaran la continuidad de su trabajo.
Pocos ejemplos hay que puedan equipararse a su disciplina de escritor. Desde muy joven observaba la realidad, tomaba notas, leía mucho y escribía como si de eso dependiera, porque así era, su vida, una vida que recién concluyó el domingo pasado pero seguirá viva en cinco, diez, quince libros asombrosos entre los muchísimos que urdió.