Rectifico.
Una vez dije que la correspondencia entre escritores, fuente valiosa de
información para analizar sus filias y sus fobias, se había perdido con la
llegada de las nuevas tecnologías. No es tan así, si nos atenemos a las
capacidades técnicas del resguardo de datos. La información podrá sobrevivir al
menos un tiempo, tanto como dure en condiciones funcionales la tecnología de
soporte, pero es un hecho que, en el caso del género epistolar, nada mejor que
la carta de papel para garantizar una permanencia mayor de los mensajes, una durabilidad de décadas e incluso de siglos. El papel y la tinta son más resistentes que los bits.
Todavía
hoy estamos en fechas adecuadas para rescatar miles de mails enviados entre
escritores hace veinte años o poco más. El problema no está tanto, por ahora,
en la caducidad de los soportes, sino en otros asegunes prácticos. ¿Los escritores comparten sus contraseñas antes
de morir? ¿Se toman la molestia de copiar las cartas en Word o de imprimirlas?
¿Escriben todavía mails o migraron a la comunicación desprolija de Whatsapp? En
un mundo saturado de mensajes, ¿hay tiempo y voluntad para escribir misivas electrónicas con la extensión y el buen ánimo estilístico de las cartas de
papel? Estas preguntas, y las que no se me ocurren, me dejan la sensación de
que la literatura epistolar entre escritores ha muerto, que ya no hay
corresponsales y el universo de lo postal entró de golpe en la dinámica de la
aceleración y la abundancia que hoy torna imposible resucitar esos diálogos, si
los hubiera. ¿Quién se animaría a hurgar en las cartas digitales cruzadas entre dos
escritores?
Por
supuesto, no es el género mayor ni lo más valioso de la producción de un escritor,
pero las cartas permiten, y por eso son organizadas y publicadas, inmiscuirnos
en el terreno de la intimidad, de la confianza, del trato inteligente y amistoso
la mayor parte de las veces. Entre los escritores que más cultivaron este
género está Alfonso Reyes, quien fue tan afecto a la correspondencia que, casi
puedo asegurarlo, dejó su archivo postal muy bien organizado porque sabía que sería investigado, que otros ojos se adentrarían en aquella
escritura aparentemente fraguada para un solo destinatario. Reyes escribió miles
de cartas porque era de natural atento, además de que en muchos casos representaba
parte de su trabajo y era una de las vertientes de su vocación. Todos los días
dedicaba varios minutos a responder, a co-responder, así que el material
disponible de este tipo da la impresión de ser tan abundante como su obra
directamente pública.
En
otra oportunidad he escrito sobre algunos de sus libros epistolares. Son muchos,
y por lo general han sido publicados como debe ser: no las cartas de Reyes a
muchos destinatarios en un solo libro, sino a uno solo en cada volumen. Del que
deseo ocuparme brevemente en estas líneas es del organizado para compartir el
diálogo postal entre el regiomontano y Germán Archinegas (1900-1999), escritor,
periodista, profesor y diplomático colombiano, quien desde que descubrió la
obra de Reyes profesó por ella y por su autor una admiración devota.
De
Arciniegas había leído dos libros: Biografía
del Caribe (Porrúa, México, 1983) y Este
pueblo de América (SEP-Setentas, México, 1974). El primero es, para mí, uno
de los mejores que he atravesado de la siempre querida colección Sepan cuantos…,
y desde 1990 no he dejado de recomendarlo cuando se habla de la conquista de
América cuyo primer escenario fundamental fue el Caribe. Es un libro tan
documentado como hermoso por su estilo, un libro de historia escrito con temple
estético.
Ahora,
en Algo sobre la experiencia americana.
Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas (El Colegio de
México, México, 1998, 131 pp.) me entero con felicidad que estos dos grandes
dialogaron de lejos: uno, el mexicano entrado en años, instalado ya en la
Ciudad de México luego de su largo recorrido por Europa y Sudamérica como
funcionario de nuestro Servicio Exterior; el otro, Arciniegas, como viajero
frecuente en su papel de diplomático y profesor, sobre todo, en universidades
norteamericanas. La curaduría y el prólogo de esta correspondencia fue
realizada por Serge I. Zaïtzeff, a quien por cierto creo que conocí, pues si no
recuerdo mal vino a Torreón, al TIM, para presentar, junto con Emmanuel Carballo, la correspondencia de Reyes con Torri publicada por la UNAM en 1995.
Las
cartas AR-GA cubren un periodo de quince años, de 1935 a 1959. La última de
Reyes a su amigo bogotano fue enviada el 24 de julio del 59, es decir, cinco
meses antes de morir. No es un flujo epistolar muy apretado, las cartas son esporádicas,
pero no tan pocas como para no dar cuerpo a un libro que, es lo principal, resulta suficiente para afirmar que GA, esforzándose con cierto pudor por mostrar un
trato relajado y hasta socarrón, no puede dejar de volcar palabras de plena
admiración a su corresponsal mexicano.
En
ellas se intercambian elogios, se envían y comentan libros recientes y proyectos
editoriales tanto bibliográficos como hemerográficos; a veces se reclaman los
silencios que GA justifica, con razón, por lo agitado de su agenda entre
viajes y más viajes. AR, ciertamente, tenía al menos la ventaja de estar fijo ya
en su biblioteca, mientras el colombiano andaba en su plenitud física volcada a
lo laboral.
El libro exhibe la prosa magnífica de Reyes, quien hasta en las cartas añade como condimento la rara gracia de su estilo. Un ejemplo. En una carta del 18 de abril de 1945, dice:
Querido
Germán:
Por
su carta del 3 del actual veo que se perdió una anterior de usted.
Mi
casi hermano Cosío Villegas es mal conducto para recados. Su laconismo
espartano deriva cómodamente hacia el olvido. No he visto la Revista de
América. Espero con ansia los números que me anuncia.
Mañana
o pasado le enviaré colaboraciones con el mayor gusto. Entre tanto aquí van mis
datos biográficos y bibliográficos y aquí va un retratillo. Entre los honores
recibidos, no cuento aún la Cruz de Boyacá, porque la noticia que usted me da
es la primera que recibo. Pero no hace falta siquiera tan altísimo honor para
que yo me sienta unido a Colombia, donde mi primer libro de adolescente
encontró su público más numeroso e ilustrado.
Lo
abraza muy cordialmente su constante amigo
Alfonso Reyes
El libro cierra con ocho artículos de GA sobre AR. En todos late lo mismo: un respeto, una veneración sin orillas.