sábado, agosto 31, 2024

Momento bisagra

 










La palabra “bisagra” se ha extendido de su significado de “gozne” a otros sentidos, ambos metafóricos. Uno de ellos es horrible; por la función flexiva entre el antebrazo y el hombro, para la raza nostra es un equivalente a axila, a sobaco, de ahí que no sea infrecuente oír “Le apestan las bisagras”, o peor: “Le jieden las bisagras”, con una jota que misteriosamente hace más pestífera la expresión. El otro caso no es ingrato: “Fue un momento bisagra”, que sirve para marcar los hitos, parteaguas o puntos de inflexión de algo o de alguien en una determinada temporalidad. En este último sentido me detendré, no en el nauseabundo.

Leo un post de esos que el algoritmo arrima tal y como opera el algoritmo: sin que lo solicitemos, despiadadamente. En ocasiones, sin embargo, se pone serio y no propala chistes, morras despampanantes o tutoriales para manualidades domésticas, sino textos más o menos bien elaborados y con asuntos de interés general. Uno de estos me cayó el jueves, y aborda sinópticamente la vida de Pete Best, quien pudo ser el baterista de Los Beatles. Me llamó la atención porque, mutatis mutandis, cuando ya somos algo viejos todos llegamos a pensar que hemos vivido uno, o quizá más, momentos bisagra en nuestro pasado. Best estaba ya en el grupo cuando al productor se le ocurrió que no cuadraba, que no poseía los atributos de Paul, John y George. Entonces le dio la noticia: saldría del grupo y su reemplazo sería Ringo. Lo que siguió en la trayectoria del cuarteto ya lo sabemos, así que huelga contarlo.

Para empezar, sé que el algoritmo no es nada pendejo. Si manda el material que manda, es porque ya nos tiene mediditos. Ni siquiera una madre conoce tan bien a sus hijos como el algoritmo a los innumerables navegantes del ciberespacio. Es la vigilancia total, absoluta, e incluye hasta nuestros apetitos más recónditos. Lo curioso es que, a diferencia de la vigilancia basada en la noción del panóptico, que incomodaba a los vigilados, ésta es invisible y bienvenida, tan aparentemente inocua que la dejamos entrar a nuestras vidas porque sería peor perder la sensación de independencia y dominio que alcanzamos mediante la pantalla táctil. Dado, entonces, que no vamos a renunciar así como así a las delicias de la navegación confesable e inconfesable, cabe por lo menos hacerse alguna pregunta, si queremos íntima, sobre las decisiones del algoritmo y por qué en el mostrador nos despacha ciertos productos y no otros.

Esto pensé ahora con el post sobre el tal Best y Los Beatles. Según la nota (lo común es no indagar si fue cierta o no, pues en la época de las noticias falsas la verdad es una categoría si no muerta, sí moribunda), “El golpe fue devastador. El éxito de The Beatles se convirtió en una herida abierta para Pete, quien no comprendía cómo había pasado de estar dentro del fenómeno cultural más grande del siglo a observarlo desde fuera. Pensó que su atractivo y talento le asegurarían una carrera, pero nadie volvió a fijarse en él. El dolor y el resentimiento lo consumieron”.

Best, abatido, trabajó dos décadas como empleado estatal, pero luego volvió a la música, alcanzó algo de reconocimiento y se embolsó “6 millones” (la nota no dice si de dólares o de qué). Pese a esto, “La prensa, al conocer la noticia, le lanzaba la pregunta hiriente: ‘¿Cómo se siente al saber que mientras usted cobró 6 millones, la fortuna de Ringo es de 400 millones?’”. El texto cierra con una especie de moraleja: “Aquel agosto de 1962 cambió la vida de dos bateristas para siempre. Esa decisión marcó un punto de quiebre tan claro que pocas veces se puede señalar un momento tan decisivo en el destino de alguien”.

¿En algún momento dije (el celular también nos escucha) o escribí algo con la orientación de la nota sobre Best? ¿Expresé que la vida me planteó alguna disyuntiva entre una realidad u otra tanto que el algoritmo ahora me lo enrostra? No sé. Pero esto es como los horóscopos: si nos esforzamos en que nos calce, nos calza. En mi caso, puedo ver varios momentos en los que por mi decisión o por ajenas causas avancé por un lado y no por otro, y es un hecho que uno nunca sabe, aunque lo especule contrafactualmente, qué hubiera sido de haber tomado otro derrotero. Insisto: no sé, pero es claro que la anécdota de Best trasluce la mugrosa y ubicua noción exitista del presente, la idea de que el segundo lugar es catastrófico. No por nada esta es la misma idea que vertebra la novela Número dos (Pinguin Random House, 2022), de David Foenkinos, que no he leído pero en una reseña pesqué que trata sobre los dos actores que llegaron a la final del casting para hacer la película Harry Potter; ya podemos imaginar qué destino le cayó encima al perdedor luego del momento bisagra que lo dejó fuera del film.

En la “Milonga del solitario”, Atahualpa Yupanqui nos regala esta estrofa: “El que me quiera ganar, / ha’e tener buen parejero. / Yo me quitaré el sombrero, / porque así me han enseñao, / y me doy por bien pagao, / dentrando atrás del primero”. No es falta de ambición, es sólo no dejarse engatusar, estemos o no estemos en un momento bisagra, por las paparruchas del éxito como única vara para medir el espesor de nuestras vidas.