miércoles, agosto 21, 2024

Estudio del último ritual


 










Voltaire sostenía que el respeto de un pueblo se refleja en la atención  y en el cuidado que los vivos tienen hacia la última morada de sus deudos”, dice Antonio Guerrero Aguilar casi en el arranque de “Los entierros en el noreste mexicano”, ensayo (disponible gratis en la página de la Secretaría de Cultura de Coahuila) que indaga en las ceremonias funerarias de los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, trabajo que da pie a la reflexión de lo que hoy implican los rituales mortuorios, pues es claro que nuestra relación con la muerte y con la ceremonia de despedida es histórica y, por ello, no ha permanecido inmutable por más que el acabamiento biológico sea el mismo. 

En su estudio, el investigador indaga en los cambios acontecidos primero en el espacio a donde van a parar los restos y cómo las Leyes de Reforma determinaron que el gobierno, casi siempre municipal, sucediera a la Iglesia en el manejo de los panteones. Este cambio, en apariencia pequeño, modificó el destino último de los difuntos, quienes ya no fueron depositados en contigüidad con los templos, sino en las afueras de los pueblos.

La visita a los cementerios, así, motivaba un recorrido más largo y la amplitud del espacio abrió la posibilidad de construir evidencias de apego más grandes, elaboradas y hasta lujosas. El crecimiento geográfico y demográfico de las ciudades y el paso del tiempo provocaron la desaparición de muchos panteones y la aparición de otros de carácter privado, lo que hoy representa un negocio muy rentable del mundo moderno.

Como ya señalé, “Los entierros en el noreste mexicano” permite asomarnos a la historia de los rituales mortuorios de la tradición judeocristiana y abre la posibilidad, de paso, para que recordemos nuestra relación con esos ámbitos también llamados “camposantos”. Creo que, sin mucho temor a errar, las personas de mi edad o un poco menores pertenecemos a una generación que quizá será la última vinculada alguna vez a los cementerios.

La negación a aceptar la vejez y la muerte, aunado a la comercialización/modernización de los espacios mortuorios, ha provocado que los jóvenes no quieran tener ya ningún trato con los cementerios, zonas de reunión habitual en el pasado. He visto incluso que cuando deben dar un pésame (a un maestro, por ejemplo) sufren mucho porque han quedado muy lejos del ritual. Pueden dar unas palabras de solidaridad, pero jamás ir a un panteón.