sábado, diciembre 13, 2025

Literatura lagunera: conferencia completa










Conferencia completa titulada “Medio siglo de literatura lagunera. Hitos y pendientes”, que en julio ofrecí en Durango (Feria Duranguense del Libro) y en octubre en Torreón (La Tinta Cafebrería). En este espacio ya había publicado un fragmento. Va aquí el texto completo al que le faltan las imágenes que proyecté de modo presencial, además de los gestos y los énfasis que sin remedio se pierden en la exposición escrita:


Medio siglo de literatura lagunera. Hitos y pendientes

Jaime Muñoz Vargas


Preámbulo necesario

De entrada, una pregunta retórica: ¿por qué el título de esta anotación se refiere a medio siglo? ¿Antes de 1975 no había literatura en La Laguna? Por supuesto, sí la había. No mucha, pero la había. Hacia mediados de los setenta destacaban varios escritores locales, todos con poca o nula proyección nacional. Eran escritores que desde su juventud, en la década de los cuarenta, se habían hecho notar como poetas o ensayistas sobre todo en las páginas de nuestros diarios. Las dos o tres librerías de viejo que todavía existen en Torreón dan fe, por los ex libris, de que aquellos autores tenían bibliotecas muy decorosas, y varios acometieron la publicación de sus propios trabajos en ediciones presumiblemente pagadas y cuidadas por ellos mismos, y es muy probable que su repercusión en la vida cultural de la comarca no haya pasado de los círculos sociales en los que se movían.

El producto más notable de aquella época —estoy hablando de los cincuenta y los sesenta—, fue la revista Cauce, alimentada y editada por el grupo organizado bajo mismo nombre. Su periodicidad era variable, como ocurre con casi todas las publicaciones culturales de provincia, y sus contenidos se ceñían al tratamiento de temas literarios o filosóficos, comentarios sobre libros, poemas y textos en prosa que no llegaban a ser cuentos. El mayor logro de Cauce fue recoger material de y sobre Pedro Garfias, quien vivió un breve periodo de su vida en Torreón.

En la década de los setenta, los integrantes de Cauce, quienes se dedicaban a la docencia, al periodismo o a profesiones cercanas al derecho y la administración, ya eran hombres entrados en años, y colaboraban con artículos y columnas en la prensa local, con poca producción bibliográfica. Aunque no en todos los casos, sus trabajos literarios no eran ingenuos. Tenían, sin embargo, un cierto tono oratorio, muy solemne, a veces con demasiadas concesiones al color local y una mirada conservadora. Sus modelos no eran malos, sólo algo anticuados. Digamos que en el caso de la poesía, por ejemplo, Darío o Nervo todavía andaban por allí, en sus creaciones. La idea del verso medido y rimado marcaba a fuego su labor literaria, y con dificultad se animaron a la práctica de la narrativa, por eso no les heredamos cuentos ni novelas.

Nuestra región no tenía un movimiento literario efervescente, pero algo había y se manifestaba sobre todo en los pocos rincones culturales que ofrecían las páginas de la prensa local. Los nombres que puedo mencionar entre aquellos escritores son Enrique Mesta, Salvador Vizcaíno, Rafael del Río, Emilio Herrera, Joaquín Sánchez Matamoros, Raymundo de la Cruz, José León Robles y algunos más, ninguna mujer. Debo subrayar que Enriqueta Ochoa fue alumna de Rafael del Río, pero su radicación, su formación y lo mejor de su producción ulterior no se dieron en nuestra región, y un desarrollo similar se había dado años antes en las carreras de Magdalena Mondragón y Francisco L. Urquizo.

Reviso ahora, por periodos, cómo avanzó nuestra literatura, el arte que más logros ha dado a La Laguna, lo que es posible probar estadísticamente si nos atenemos a un dato: la cantidad de premios nacionales que ha obtenido en la disciplina. Todo se ha logrado casi desde la Nada, sin muchos respaldos institucionales, a puro pulmón individual.


Los setenta y un taller de arranque

Hacia mediados de los setenta La Laguna tuvo una grata noticia: se había inaugurado la Casa de la Cultura de Gómez Palacio y gracias a esto el INBA, instancia administradora de tales espacios, impulsó varios programas de trabajo en La Laguna. Uno de ellos fue la creación del Taller Literario de La Laguna, Talitla, gestionado por el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, y cuyo moderador fue el poeta zacatecano José de Jesús Sampedro. El Talitla sesionaba cada quince días en dos sedes, las Casas de la Cultura de Torreón y de Gómez Palacio. Allí comenzó a brotar una nueva mirada, con modelos literarios más modernos. Los integrantes de aquel taller no crearon alguna revista sólida ni formaron bloque en algún suplemento cultural de periódico, pero sí comenzaron a escribir de otra manera, más actualizada. Entre sus participantes estuvieron Joel Plata, Antonio Jáquez (quien luego tendría una brillante carrera como reportero en la revista Proceso), Jorge Rodríguez, Rocío Lazalde, Marco Antonio Jiménez y Francisco José Amparán. Los más destacados, pues ganaron premios nacionales y publicaron fuera de nuestro espacio, fueron los dos últimos, autores que ya basaban su escritura en modelos contemporáneos. El caso de Amparán fue tan restallante que se convirtió de golpe en el narrador más conocido de La Laguna en el contexto nacional, esto sin abandonar su residencia en nuestra región. Amparán —o Panchín, como se le conocía— ganaría el premio de cuento de SLP en 1985 y hasta 2010 siguió publicando literatura en abundancia además de artículos para la prensa.

A finales de los setenta se da otro rasgo favorable para la literatura del Nazas: La Opinión, el diario más antiguo de la región, comenzó a acusar en sus páginas editoriales la presencia de colaboradores con una postura más cercana a lo que ya desde entonces se ubicaba bajo el abanico del llamado progresismo. Para identificarse usaron el acrónimo Codeliex (Comité de defensa de la libertad de expresión). No todos eran escritores, pero entre sus intereses intelectuales no dejaban de aparecer el cine, el teatro, la política, la filosofía y obviamente la literatura. El periódico estaba bajo la dirección de Velia Margarita Guerrero, quien tenía una mirada abierta en relación con lo social, de suerte que, entre otras iniciativas, tuvo en sus páginas el servicio informativo de CISA, la agencia informativa de la revista Proceso, fundada en 1976, y la columna diaria de Manuel Buendía.

Había sólo un taller literario y cuatro o cinco librerías; las universidades y los ayuntamientos aún no publicaban nada, pero, pese a esto, los setenta terminaban con buenos augurios para la década siguiente.


Ochenta, todo se acelera

Los ochenta fueron un periodo de aceleración de la literatura lagunera. Hay en estos diez años al menos cinco o seis hitos que bien vale traer acá. Uno de los primeros se dio cuando el ayuntamiento de Torreón comenzó el auspicio de algunas publicaciones en formato de libro. No fueron numerosos, pero al menos determinaron que el presupuesto público destinado a la cultura también podía ser canalizado hacia la publicación. Entre otros, recuerdo la reedición de una novela de Magdalena Mondragón y un breve poemario de Saúl Rosales.

Y a propósito de Saúl, su regreso de 1981 a La Laguna, su tierra, es un hecho bisagra para la literatura lagunera. Había vivido veinte años en la capital del país y tras su vuelta comenzó a proponer un corpus de lecturas que determinaría un salto sustancial y definitivo a lo moderno entre los jóvenes aspirantes a escritores.

Saúl Rosales se reinstaló en La Laguna y comenzó a laborar en el diario La Opinión como corrector de estilo; pronto, también, arrancó su trabajo como profesor en la carrera de Comunicación del Iscytac, universidad privada. Entre 1982 y 1983, junto con Agustín Velarde y Enrique Rioja del Olmo encabezó el proyecto de la Opinión Cultural, suplemento dominical de La Opinión. Ya hacia 1984 asumió solo el trabajo de editor. Se trataba de un tabloide de ocho páginas encartado cada semana entre las páginas del periódico. Este fue un medio de vanguardia en la región, ya que sus contenidos se alejaban de los modelos más o menos asentados entre los lectores. De golpe, aparecieron textos de y sobre escritores que en aquel momento marcaban el tono de la actualidad, de las vanguardias, del Boom. Muchos lectores, entre los que me incluyo, conocieron en aquellas páginas a Mayakovski, Brecht, Faulkner, Cortázar, Vallejo, Borges, por citar sólo algunos nombres que en general jamás habían circulado en la prensa lagunera. Junto con esto, el editor compartía obras de y sobre nuestros clásicos, como Cervantes y Sor Juana. Asimismo, y esto fue el rasgo más relevante del tabloide, las páginas se abrieron a la escritura de muchos colaboradores, la mayoría jóvenes que en aquel espacio encontramos un vehículo para volcar nuestro apetito por publicar lo que escribíamos y en general se apartaba o quería apartarse de la estética todavía predominante en nuestro entorno, la del color local y el verso rimado. En las páginas de aquel suplemento aparecieron los primeros poemas y ensayos de Gilberto Prado, sólo para señalar el caso más saliente de aquella emergencia literaria.

A la par de la Opinión Cultural, Saúl Rosales orientó el trabajo del grupo literario Botella al Mar, al que pertenecí desde su primera reunión. Modestia al margen, fue la asociación de su tipo más destacada de La Laguna en los ochenta, sobre todo en su segundo lustro. Excluyo mis aportes, si es que alguno tuve en aquel momento, pero basta decir que nos convertimos en colaboradores asiduos del suplemento editado en La Opinión y comenzamos a ganar premios literarios. En todo, Gilberto Prado fue siempre el más adelantado: publicó el primer libro del grupo (Exhumación de la imagen, un poemario autofinanciado) y antes de que cerrara la década ganó dos certámenes nacionales de ensayo.

Los ochenta vieron igualmente otros avances. Creció la infraestructura cultural de La Laguna con el rescate y la restauración del Teatro Martínez y poco después la del Teatro Nazas, instituciones que pronto se convirtieron en escenarios de numerosas actividades artísticas. Circularon tres revistas de corte cultural: Suma, de particulares, La Paloma Azul, de la Casa de la Cultura de Torreón, y El Juglar, del Departamento de Difusión Cultural de la UAdeC, y fueron convocados dos concursos locales de literatura: el Magdalena Mondragón de cuento y ensayo propuesto por la UAdeC, y los Juegos Florales del Iscytac para los géneros de cuento, poesía y ensayo; ambos certámenes despertaron fuerte interés en la comunidad lagunera.


Noventa, momento de talleres y revistas

La década de los noventa tuvo en las revistas un enclave importante para la literatura lagunera. En 1990 apareció Brecha, revista que contuvo un suplemento cultural llamado La Tolvanera, que recogió abundantes textos de todos los géneros y sirvió de foro para la literatura crítica y creativa. Poco tiempo después fue lanzada la Revista de Coahuila, que abrió parte de sus páginas sobre todo a la crítica literaria con tendencia a la polémica y a veces al destazamiento. El Teatro Martínez lanzó Estepa del Nazas, revista exclusivamente literaria, que coordinó Saúl Rosales casi desde su arranque hasta 2015. Hacia 1997 salió el primer número de Acequias, revista de la Universidad Iberoamericana cuyos contenidos literarios y académicos se sostienen hasta la fecha. La misma Ibero Torreón comenzó también su trabajo editorial en libros académicos y de creación literaria.

A principios de la década desapareció el grupo Botella al Mar, pero en esos años nacieron otros talleres literarios, como el del Teatro Martínez, el de la UAdeC (que venía de finales de los ochenta) y el de la Ibero Torreón. Estos espacios fueron dinamo de numerosas vocaciones, tanto que allí se formaron escritores que más de veinte años después gozan de lectores y reconocimiento, como Vicente Alfonso, Daniel Herrera, Miguel Báez, Carlos Velázquez, Carlos Reyes, Angélica López Gándara, Idoia Leal, Salvador Sáenz, Daniel Lomas y, mucho más recientemente, Elena Palacios y Alfredo Castro, la mayoría ya publicados al menos una vez por sellos foráneos.

También en este periodo se afianzó el crecimiento de la infraestructura cultural, en donde destaca la articulación del Museo Arocena. El TIM abrió el primer grupo de lectura formal de La Laguna: el Café Literario que hasta hoy sigue en funciones.

 

Nuevo milenio, andanada de libros y de premios 

La llegada del nuevo milenio trajo como noticia literaria para nuestra región un aumento considerable de las publicaciones en libro. El ayuntamiento de Torreón impulsó la edición de colecciones y la Ibero Torreón fortaleció su trabajo editorial; en general, ambas instituciones han continuado, sin solución de continuidad, con esta labor.

Fue creada por aquellos años una Escuela de Escritores encabezada por la escritora Teresa Muñoz, y varios escritores laguneros ganaron importantes premios nacionales. La popularización de internet trajo como posibilidad la creación de blogs, a la que adhirieron muchos escritores, aunque la mayoría pronto los abandonó. Varios escritores de nuestra región, como Gerardo García, Fernando Fabio Sánchez, Édgar Valencia, Gilberto Prado, Vicente Alfonso y Frino, cambiaron de radicación y se fueron a vivir, por estudios o trabajo, a otras ciudades del país o de Estados Unidos y Canadá.

La primera década del nuevo milenio fue en general de asentamiento de lo proyectado al final de los noventa, pero resultó notoria la desaparición o caída en desgracia de las publicaciones periódicas relacionadas con la cultura en general y con la literatura en particular.


Quince años finales

Los quince años que van de 2010 a la fecha han fortalecido el cuerpo disperso pero sólido de la literatura lagunera. No hay grupos destacables, pero las individualidades han ramificado sus logros en varios sentidos: han sido ganadores de muchos más premios y becas, han publicado en sellos comerciales de gran difusión, han obtenido grados académicos de maestría y doctorado y con frecuencia publican en medios de prensa nacionales con gran llegada al lector. Se ha dado el caso, incluso, de que han sido traducidos a idiomas como el griego, el inglés y el italiano. Un ejemplo en el que convergen todos estos méritos es el de Vicente Alfonso, sin duda el escritor que más proyección internacional ha alcanzado en la historia de nuestra literatura.

Dos fenómenos destacables junto a la saludable inercia, aunque siempre insuficiente, de los talleres y las ediciones hemero y bibliográficas, es el de los clubes de lectura que se han popularizado en la región; están configurados sobre todo por mujeres, y poco a poco han asentado este tipo de trabajo literario nada desdeñable en una región con un número siempre escaso de lectores. El otro fenómeno es el de la publicación de autor. Gracias a las posibilidades de la impresión por demanda, que permite tirajes de veinte ejemplares en adelante, muchos escritores han nutrido el ambiente editorial lagunero con sus libros de cuentos, poemas, novelas, ensayos y obras de otros géneros. En esto ha ayudado la aparición de una figura que prácticamente no existía hace veinte años en La Laguna: la del editor, profesión bien asumida por jóvenes como Ruth Castro, Mariana Ramírez, Fernando de la Vara, Germán Cravioto y Nadia Contreras, entre otros.


Algunos pendientes

La Laguna literaria es un bicho extraño. No ha tenido gran apoyo aparte del recibido por los directamente interesados en la lectura y la escritura, pero se mantiene fuerte y rica en propuestas y logros. Todo ha sido fruto de la espontaneidad, más mérito de individuos que de instituciones. No es mala idea pensar que es hora de añadir a los hitos ya citados, muchos de los cuales son un buen punto de partida, otro tipo de realizaciones, para lo cual se requieren las iniciativas públicas y privadas. Por ejemplo, la formalización en el mundo académico de alguna instrucción relacionada con lo literario, el asentamiento de una feria del libro en La Laguna, el impulso a la publicación de más libros y la creación de librerías y talleres en otras ciudades laguneras además de Torreón, nuevos concursos y quizá un encuentro que atraiga personalidades capaces de estimular a los jóvenes escritores de la región.

Se ha logrado mucho casi sin nada, tanto que La Laguna es una rara potencia literaria pese a que se trata de una región sin capitales políticas, pero es un hecho que a todo se podrían sumar nuevos emprendimientos, proyectos que trasciendan lo individual y den por fin un soporte social a la literatura lagunera. Que así sea.