Es
harto conocido el ejemplo que sale a flote cuando se desea describir la
ambivalencia de las herramientas necesarias en los quehaceres del ser humano:
el que aparece primero es el del cuchillo, objeto que lo mismo sirve para
ayudarnos a confeccionar nuestros alimentos que para matar. Esta bipolaridad de
uso ha sido trasladada con facilidad a las nuevas tecnologías: internet sirve
para acercarnos y hacer más fluida nuestra comunicación, pero también para
propalar las más inmundas bajezas del hombre.
Las
redes sociales, como uno de los muchos subproductos de internet, han permitido
la creación incontable de “contenido”, como se le llama ahora a cualquier
mensaje, sea profundo, convencional o descaradamente estúpido. Las
posibilidades son diversas: videos sin audio, videos con voz en off, video con texto y música de fondo,
fotos, fotos con audio, fotos con texto, fotos con texto y audio, dibujos,
composiciones de collage, etcétera. Los temas son infinitos, desde información
y comentarios de tipo científico hasta chistes, caídas, memorabilia, sketches, bailes sensuales y un
larguísimo etcétera, todo en vertiginosa e inasible producción.
Este cosmos de “contenidos” induce a reflexionar en la importancia que tiene hoy la
imagen en dos sentidos: como vena en la que se puede tomar el pulso a la
realidad y como formadora del imaginario colectivo. Sería inocente pensar que
la “inflación semiótica” —como la llama Bifo Berardi— de imágenes es inocua y no
tiene gravitación en el formateo de subjetividades, de allí que se torne
necesario observar las tendencias de la comunicación, los usos que se van
imponiendo entre los productores y consumidores de “contenido”.
El
mismo Berardi ha expresado con pesar y alarma que nuestra atención vive
asediada, es decir, que en la “economía de la atención” somos víctimas de una
frenética disputa por captar nuestro interés. La superabundancia de mensajes y
la disponibilidad inconsciente para engullirlos perturba el “pensamiento lógico
secuencial”, es decir, que antes de digerir una idea de manera ordenada pasamos
a otra, y a otra, y a otra, infinitamente, en un brinco irrefrenable hacia
fragmentos de sentido que a la postre impiden pensar, detener la mente en algo.
En este incesante tiktokismo, por llamarlo así, los “contenidos” tienden forzosamente
a adquirir los rasgos de producto diseñado para el consumo rápido, lo menos
denso posible, que ahora es el equivalente al cine de pastelazo que vieron
nuestros abuelos.
En
el aluvión de mensajes, y jalonado por la tendencia al humor (o la ligereza) que
destacó Lipovetsky desde los ochenta, asistimos al éxito de lo cómico que se
apoya en la crueldad. Si fuera esporádico, escaso, no sería problema, pues
miserabilidad espiritual siempre ha habido y habrá; el problema es que ahora
cunde y se ha naturalizado tanto que ya apela a temas totalmente ajenos a lo
humorístico y no como gracejada de sobremesa, sino como “contenido” audiovisual
cuyo fin es la viralización e incluso el usufructo económico. El camino fácil
para remediar eso, si es que tiene remedio, no es gritar censura o cancelación,
sino hacer consciencia de que la crueldad no puede ser dinamo de la risa.
Gordos,
mancos, cojos, enanos, negros, feos, gangosos, chimuelos, locos, jorobados,
locas (homosexuales), bizcos, todo el repertorio de tipos humanos que no
encajen en el ideal de equilibrio helénico o al menos con el de “normalidad”, son carne
de meme o reel, la delicia de algunos
generadores de “contenido” (siempre entrecomillaré esta palabra cuando me
refiera a ese contenido). Ahora bien, algunos personajes usan su peculiaridad
porque el anzuelo de hacerse virales es muy poderoso, además de que seguramente
hay casos en los obtienen retribución por generar risa o morbo, tal y como
ocurría en otros tiempos con los circos o las ferias y su exhibición cobrada de
rarezas (un caso del pasado, célebre y atroz, fue el de pagar para ver a los
siameses Donnie y Ronnie).
La
inclinación omnipresente a celebrar con carcajadas la crueldad es también
visible en el llamado stand up; en este
género de comedia no es infrecuente que se busque la risa, entre otros
abordajes, a partir de la discapacidad, la raza, la apariencia, la clase social,
y sus rutinas terminan por alimentar el mundo audiovisual. Todavía en 2012, un
cómico de la capital hizo un chiste sobre las víctimas de la guardería ABC;
aunque todavía anda allí, en su momento y casi por unanimidad fue vapuleado en
las redes que apenas tenían un lustro de uso en el planeta.
Los
tiempos han cambiado, como pude verlo sin tapujos en un meme que me escupió
Facebook. Lo describo solamente, pues no lo reenviaré ni siquiera para exhibir
la crueldad que de él escurre. Es la foto real de una excavación en la que se
ven una tibia y un peroné rematados en el pie con un calcetín y un tenis. Es
todo, pero quien la reprodujo añadió este comentario: “Ojalá que mi hijo pronto
nos mande dólares”. Luego de ver el seudochiste, hice lo que casi no: asomarme
a los comentarios. No miento si digo que leí como treinta y terminé asqueado:
salvo dos o tres que pedían respeto por las familias con parientes
desaparecidos, los demási celebraban y pedían a los inconformes que se largaran a
otro lado si no les gustaba.
Podrá decirse que no encuesté ni usé el método científico para llegar a una conclusión al menos provisional, pero con todo y que la mía es sólo evidencia anecdótica, creo que, como señalé al principio, se puede percibir prima facie que la ruindad moral va ganando la batalla frente a la sensatez, la solidaridad y el respeto, palabras que ya suenan casi obsoletas y de un plumazo se les descalifica como “superioridad moral” en las “redes antisociales”, como bien las llama Horacio Verbitsky.
En síntesis, no debemos tener en poco la influencia de los mensajes humorísticos apuntalados en la crueldad, pues no son inocuos. Antes bien, su muchedumbre y su penetración en el alma es tan eficaz y profunda que termina por moldear al ciudadano y, entre otras aberraciones, convertirlo en dócil votante de sujetos a los que luego, cuando los neodéspotas alcanzan legitimidad democrática para ejercer el poder, se les debe suplicar un poco de misericordia.