sábado, enero 25, 2025

La deshumanización del meme


 








Es harto conocido el ejemplo que sale a flote cuando se desea describir la ambivalencia de las herramientas necesarias en los quehaceres del ser humano: el que aparece primero es el del cuchillo, objeto que lo mismo sirve para ayudarnos a confeccionar nuestros alimentos que para matar. Esta bipolaridad de uso ha sido trasladada con facilidad a las nuevas tecnologías: internet sirve para acercarnos y hacer más fluida nuestra comunicación, pero también para propalar las más inmundas bajezas del hombre.

Las redes sociales, como uno de los muchos subproductos de internet, han permitido la creación incontable de “contenido”, como se le llama ahora a cualquier mensaje, sea profundo, convencional o descaradamente estúpido. Las posibilidades son diversas: videos sin audio, videos con voz en off, video con texto y música de fondo, fotos, fotos con audio, fotos con texto, fotos con texto y audio, dibujos, composiciones de collage, etcétera. Los temas son infinitos, desde información y comentarios de tipo científico hasta chistes, caídas, memorabilia, sketches, bailes sensuales y un larguísimo etcétera, todo en vertiginosa e inasible producción.

Este cosmos de “contenidos” induce a reflexionar en la importancia que tiene hoy la imagen en dos sentidos: como vena en la que se puede tomar el pulso a la realidad y como formadora del imaginario colectivo. Sería inocente pensar que la “inflación semiótica” —como la llama Bifo Berardi— de imágenes es inocua y no tiene gravitación en el formateo de subjetividades, de allí que se torne necesario observar las tendencias de la comunicación, los usos que se van imponiendo entre los productores y consumidores de “contenido”.

El mismo Berardi ha expresado con pesar y alarma que nuestra atención vive asediada, es decir, que en la “economía de la atención” somos víctimas de una frenética disputa por captar nuestro interés. La superabundancia de mensajes y la disponibilidad inconsciente para engullirlos perturba el “pensamiento lógico secuencial”, es decir, que antes de digerir una idea de manera ordenada pasamos a otra, y a otra, y a otra, infinitamente, en un brinco irrefrenable hacia fragmentos de sentido que a la postre impiden pensar, detener la mente en algo. En este incesante tiktokismo, por llamarlo así, los “contenidos” tienden forzosamente a adquirir los rasgos de producto diseñado para el consumo rápido, lo menos denso posible, que ahora es el equivalente al cine de pastelazo que vieron nuestros abuelos.

En el aluvión de mensajes, y jalonado por la tendencia al humor (o la ligereza) que destacó Lipovetsky desde los ochenta, asistimos al éxito de lo cómico que se apoya en la crueldad. Si fuera esporádico, escaso, no sería problema, pues miserabilidad espiritual siempre ha habido y habrá; el problema es que ahora cunde y se ha naturalizado tanto que ya apela a temas totalmente ajenos a lo humorístico y no como gracejada de sobremesa, sino como “contenido” audiovisual cuyo fin es la viralización e incluso el usufructo económico. El camino fácil para remediar eso, si es que tiene remedio, no es gritar censura o cancelación, sino hacer consciencia de que la crueldad no puede ser dinamo de la risa.

Gordos, mancos, cojos, enanos, negros, feos, gangosos, chimuelos, locos, jorobados, locas (homosexuales), bizcos, todo el repertorio de tipos humanos que no encajen en el ideal de equilibrio helénico o al menos con el de “normalidad”, son carne de meme o reel, la delicia de algunos generadores de “contenido” (siempre entrecomillaré esta palabra cuando me refiera a ese contenido). Ahora bien, algunos personajes usan su peculiaridad porque el anzuelo de hacerse virales es muy poderoso, además de que seguramente hay casos en los obtienen retribución por generar risa o morbo, tal y como ocurría en otros tiempos con los circos o las ferias y su exhibición cobrada de rarezas (un caso del pasado, célebre y atroz, fue el de pagar para ver a los siameses Donnie y Ronnie).

La inclinación omnipresente a celebrar con carcajadas la crueldad es también visible en el llamado stand up; en este género de comedia no es infrecuente que se busque la risa, entre otros abordajes, a partir de la discapacidad, la raza, la apariencia, la clase social, y sus rutinas terminan por alimentar el mundo audiovisual. Todavía en 2012, un cómico de la capital hizo un chiste sobre las víctimas de la guardería ABC; aunque todavía anda allí, en su momento y casi por unanimidad fue vapuleado en las redes que apenas tenían un lustro de uso en el planeta.

Los tiempos han cambiado, como pude verlo sin tapujos en un meme que me escupió Facebook. Lo describo solamente, pues no lo reenviaré ni siquiera para exhibir la crueldad que de él escurre. Es la foto real de una excavación en la que se ven una tibia y un peroné rematados en el pie con un calcetín y un tenis. Es todo, pero quien la reprodujo añadió este comentario: “Ojalá que mi hijo pronto nos mande dólares”. Luego de ver el seudochiste, hice lo que casi no: asomarme a los comentarios. No miento si digo que leí como treinta y terminé asqueado: salvo dos o tres que pedían respeto por las familias con parientes desaparecidos, los demási celebraban y pedían a los inconformes que se largaran a otro lado si no les gustaba.

Podrá decirse que no encuesté ni usé el método científico para llegar a una conclusión al menos provisional, pero con todo y que la mía es sólo evidencia anecdótica, creo que, como señalé al principio, se puede percibir prima facie que la ruindad moral va ganando la batalla frente a la sensatez, la solidaridad y el respeto, palabras que ya suenan casi obsoletas y de un plumazo se les descalifica como “superioridad moral” en las “redes antisociales”, como bien las llama Horacio Verbitsky.

En síntesis, no debemos tener en poco la influencia de los mensajes humorísticos apuntalados en la crueldad, pues no son inocuos. Antes bien, su muchedumbre y su penetración en el alma es tan eficaz y profunda que termina por moldear al ciudadano y, entre otras aberraciones, convertirlo en dócil votante de sujetos a los que luego, cuando los neodéspotas alcanzan legitimidad democrática para ejercer el poder, se les debe suplicar un poco de misericordia.