Soy un tipo de muy bajo entusiasmo ante los furores
colectivos, y el eclipse no fue la excepción. Meses antes del 8 de abril, quizá
allá por octubre o noviembre del año pasado, escuché o leí que el fenómeno
astronómico se mostraría con toda su oscuridad a cuestas sobre nuestra región.
Ni paré oreja ni me sentí especialmente interesado, pues rápido intuí que sería
uno de esos acontecimientos que inevitablemente nos rozan aunque nos ocultemos
debajo de la cama. Conforme se acercaba la fecha, el pálpito se convirtió en certeza;
como el eclipse pasaría exactamente encima de nuestra estepa, la disponibilidad
de los hoteles comenzó a sufrir un fenómeno no astronómico, sino turístico.
Poco a poco, la capacidad de recepción de visitantes se fue agotando, esto sin
considerar la oferta de modalidades como el Airbnb o los domicilios
particulares de parientes y amigos. El caso es que para el fin de semana
previo, La Laguna experimentó una novedad en sus rutinas: teníamos la ciudad
copada por el turismo.
Fue en ese momento, el fin de semana pasado, cuando
comencé a pensar en el eclipse —por cierto, deberían tener nombres, como los huracanes,
para identificarlos con más facilidad— no como conocedor exprés del asunto,
sino como simple ciudadano de La Laguna, como persona que por el mero hecho de
estar aquí iba a ser testigo del acontecimiento.
Ese día, ayer (escribo esto el 9 de abril), comencé desahogando un trámite burocrático muy temprano en la mañana. Luego fui a la Ibero Torreón, universidad que había organizado toda una fiesta alrededor del eclipse. No pensaba mirarlo, pues supuse que debía buscar los famosos lentes especiales, pero no me esforcé en conseguirlos. Por suerte, en la universidad regalaban el aditamento, y junto con mi hija y su novio tomamos posición. Cuando poco antes comenzó a pardear, como a las 12 del mediodía, sentí una inquietud que aumentó gradualmente. Poco después, a las 12:19, se hizo la noche a plenitud, y entonces sí caí de bruces sobre el asombro de la oscuridad. Fueron cuatro o cinco minutos impresionantes, memorables, un ratito en el que la potencia del sol fue derrotada por la luna. Y pensé: un eclipse no se le niega a nadie, ni a un tipo ajeno a los temas astronómicos, como yo.
Nota. La foto que encabeza este post fue tomada por Chrystian Jurado.