miércoles, abril 05, 2023

Lectura, escritura y trabajo








No hay escritor, no puede haber escritor digno de ser tenido en cuenta que se dedique a escribir sin haber leído. La culpa, por ello, de que existan escritores está atornillada a la lectura.  No es, sin embargo, un fenómeno automático, es decir, que los lectores se conviertan indefectiblemente en escritores. El número de quienes luego de leer se sienten impelidos a escribir es por fortuna bajo. Lo cierto es que hay una relación visceral entre lectura y escritura, una relación tan estrecha, tan inmediata como la hay entre el buzo y el agua.

Otras actividades demandan también el socorro de la lectura. La docencia es, en teoría, una de las que más, aunque lamentablemente no haya en la realidad una vinculación entre magisterio y libro, de ahí que se dé el caso de profesores sin vocación de lectores, que es como decir futbolistas que no tocan el balón. A lo que deseo llegar es a algo muy simple, a esta pregunta que parece innecesaria pero al parecer no lo es: ¿leer es un trabajo? Vista desde fuera, parece que no, que se trata de una actividad hedónica, un pasatiempo, una manera entre tantas de distraerse.

Aunque siempre puede ser un mero entretenimiento, hay profesionales que abrazan la lectura como parte sustancial de su trabajo, acaso la más importante. Para el escritor, señalé al principio, lo es de manera fundamental, y se podría afirmar que la lectura constituye el hueso, el esqueleto de su creatividad. Sin tal soporte, lo que se escribe casi siempre delata ingenuidad, una especie de lejanía candorosa de todo canon, verdor técnico.

Cierto que una persona puede leer un libro y luego escribir un texto maravilloso. Por desgracia, esto ocurre, si ocurre, una vez entre un millón de aspirantes, y se deberá a un genio especial, por no decir insólito. Por eso a los jóvenes que publican su primer libro (de poesía, por ejemplo) les pregunto qué han leído al respecto, y no falta que la respuesta se parezca a sus poemas: delatora de un candor y una fragilidad que se deshacen a la menor exigencia crítica.

Leer, por todo, es el piso de la escritura. Amonedar obras atendibles no se puede alcanzar sin la lectura, a menos de que suceda un verdadero milagro, una especie de revelación mágica de aquellas que, ya sabemos, no se dan en maceta.