miércoles, junio 19, 2024

Narrativa turbo de Juan Romagnoli

 





















Los nombres de los géneros son convencionales. Los aceptamos para saber más o menos de qué hablamos, pero en el fondo da lo mismo el molde, sea el que sea. Podría decirse pues que lo importante no es el continente, sino el contenido. Así, y más allá de las pequeñas variantes que pueda suponer una escritura u otra, llamamos al relato corto de distintas maneras sólo para que la desorientación no nos abrume: microficción, microrrelato, micronarración, narración breve, cuento súbito, cuento brevísimo, minificción…

Pasa algo similar con ese género nacido ambiguo que solemos llamar novela corta, noveleta o, con regodeo galicista, nouvelle. ¿Por qué no llamarle micronovela? Fuera del gélido contexto académico da igual no ceder a la manía nominativa, creo, pues en el caso de la micronovela lo importante, también, es el contenido, no el recipiente que la acoge ni su rótulo. Veamos dos libros con relatos de esta índole.

La micronovela Una bala lleva tu nombre (Macedonia, Morón, 2024, 48 pp.), de Juan Romagnoli (La Plata, 1962), es un relato convincente, eficaz y tenso, legible a velocidad turbo, lo que calza muy bien con su trama de road movie.  Dos delincuentes, Gómez y la Rubia, algo así como Bonnie & Clyde del Gran Buenos Aires, perpetran un robo en Adrogué. El relato comienza cuando, dinero en mano, recién comienzan su escapatoria en el entorno oeste de la capital argentina. No han hecho ni un disparo, pero de todos modos se cuidan de la policía mientras avanzan en su huida. Pasan en esa agitación por Campana y otros lugares cercanos. Su idea es, de hotelito en hotelito, escurrirse por el norte hacia la frontera con Brasil. El problema, sin embargo, no es rajar ante el pálido acecho de la justicia, sino de Tino, expareja de la Rubia. En esto se basa el suspenso de la aerodinámica narración.

Lamentablemente para Tino, quien gozó los favores de la Rubia mientras Gómez mordía barrote, la pareja de ladrones sabe que el tercero en discordia los perseguirá, y ni la Rubia quiere regresar con él ni Gómez desea tenerlo cerca. Contar más es adelantar con imprudencia, “espoilear”, como se dice ahora. Sólo es necesario añadir que Romagnoli ha escrito un cortometraje textual en el que la velocidad juega un rol fundamental: velocidad en los autos, velocidad en las decisiones de los protagonistas, velocidad en la resolución del conflicto. Sólo falta añadir a esto la velocidad en la lectura de quien pase su mirada por las páginas de Una bala lleva tu nombre. El final llegará pronto y, estoy seguro, nadie se sentirá defraudado.

Del mismo autor, el libro Eran viejos conocidos (Macedonia, Morón, 2024, 56 pp.) presenta las mismas características a la obra anterior y añade otra que enfatiza la peculiaridad del género. Esta nueva característica es, precisamente, la que fuerza el uso de la etiqueta “micronovela” y no “macrocuento”. Si bien por extensión se podría pensar todavía en un cuento largo, en Eran viejos conocidos hay un protagonista, Tomás, que sirve como eje de la historia, pero es el despliegue de hechos y personajes distribuido en capítulos brevísimos lo que amplía y desborda las lindes del cuento. Es una sola historia, en efecto, como si fuera una sola bala, pero es expansiva, se abre a muchas subhistorias, lo que añade el ingrediente novelístico.

Del género fantástico —no creo que sea ciencia ficción al uso—, el relato narra un acontecimiento largamente imaginado por la humanidad: la llegada a nuestro globo de seres extraterrestres. El revuelo que provoca la noticia es visto desde la modesta realidad de Mendoza, Argentina, donde vive Tomás. Nuestro protagonista sigue desde aquella provincia vitivinícola las noticias que fluyen a través de los medios de comunicación. Lee y escucha lo que se sabe y se especula sobre los visitantes, y lo que los políticos y los científicos sueltan a confusos chorros por los afluentes del periodismo. La historia avanza y tiene un vuelco cuando un dato inquietante brota al público: los extraterrestres son neandertales alguna vez secuestrados de la Tierra y llevados a un planeta remoto donde no se extinguieron y, claro, siguieron su extraña evolución. Otro elemento significativo es la aparición, no sin humor, de Diana, una científica mendocina que casualmente trabaja en la NASA y tiene cierto parentesco con Tomás. Hasta su inesperado cierre, el relato se precipita en acontecimientos que colocan a Mendoza en el centro de la actualidad mundial. De nuevo, pues, el autor ha contado vertiginosamente una historia cuyos capítulos nos bombardean como luz estroboscópica.

En las dos obras mencionadas, la novela corta, llamada “micronovela” por su autor, nos abre la ventana a un tipo de narración mestizo en el que la amplitud y la pluralidad de la novela se comprimen y avanzan como la pedrada que suele ser el cuento. Es, en todo caso, una mixtura atrayente y harto atendible, una fusión que calza bien al tiempo que vivimos de fragmentarismo, rapidez y eficacia literaria.