sábado, noviembre 25, 2023

Encuentros fortuitos, el cuento como desafío










Entre otras, una de las responsabilidades del editor es, a veces, cuando no hay quién lo materialice o se lo piden, escribir el texto que aparecerá en la espalda del libro, aquel lugar que todos hemos visto ubicado en lo que la mayoría conoce como “contraportada” y en el argot editorial denominamos “cuarta de forros”. Suele ser un texto no firmado y siempre, sistemáticamente, elogioso, pues lo que procura es invitar al potencial lector a comprar el libro y quizá también, si no es mucho pedir, a leerlo. Por ello, es muy difícil, por no decir imposible, encontrar que este género de escritura consigne que el libro es aburrido o prescindible. El texto de la cuarta de forros presupone el aplauso, el espaldarazo y muchas veces el confeti más irresponsable.

Cuando escribí y firmé las palabras para la cuarta de forros del libro Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) ya estaba segurísimo de mis afirmaciones, sobre todo de la última línea. Cito el convite: “El dolor, la rabia, el humor, la desesperanza, el vacío y la incertidumbre son algunas de las estaciones del alma que atraviesa Encuentros fortuitos, segundo libro de cuentos de Miguel Báez Durán. Armado con una prosa más que bien templada y en todo momento espesa de literatura, el autor nos lleva a convivir con personajes que habitan la frontera simbólica entre México y Canadá, sujetos cuya inestabilidad nos permite suponer, por extensión sinecdóquica, la inestabilidad de la vida, el monstruo que acecha detrás de cualquier rutina o sensación de bienestar. Así, una turista canadiense entregada a la caridad indolora pierde misteriosamente la vida en Cancún, una madre alucina con las caricaturas niponas que podrían contaminar a su hijo, unos pelagatos edifican a punta de memeces su indestructible ego, una mujer es acosada por los arañazos del amor y la maternidad, un escritor revisa su fracaso en el espejo del reconocimiento ajeno y remotísimo, un inquilino con anhelos de serial killer reflexiona sobre el cese taxativo del ruido en su vecindario y, por último, un sujeto queda hecho pomada por la belleza fugaz e inalcanzable. He aquí, dicho de manera muy sintética, el contenido de Encuentros fortuitos, libro que evidencia la pericia narrativa de Miguel Báez Durán, escritor pleno de imaginación y de recursos para usarla, sin duda un maestro del nocaut cuentístico”.

Insisto: al escribir lo anterior sabía que el minitexto de la cuarta debía terminar de manera categórica y subrayar que Miguel Báez Durán (Monterrey, NL, 1975) es un “maestro del nocaut cuentístico”. Razonar esta afirmación aparentemente excesiva es el propósito de los renglones que ofrezco a continuación.

Diré en esta nueva oportunidad, para empezar, lo que he repetido muchas veces sobre todo en los talleres literarios: que el cuento es un género literario peliagudo, fácil nada más para quienes lo observan desde la otra orilla del río. Es pues un error juzgarlo por su complexión breve, pensar que el cuentista es un tipo que se sienta, relata una anécdota y termina en la cuartilla dos o cinco o diez, cuando la aventura narrada ha terminado. Así de sencillo y así de falso. Se le minusvalora en principio por su brevedad: ¿qué tan difícil puede ser sancochar un texto corto?, piensan muchos. Lamento decir que la brevedad es apenas su característica más saliente, la punta de un iceberg que debajo esconde —cuando el cuento es eficaz, cuando el cuento es, como quería Poe, impactante— un montón de malicias, tantas que por ello muchos narradores le sacan la vuelta y optan por la escritura quizá más relajada de la novela, género que asimismo demanda otras pericias.

Pues bien, digo que Miguel Báez es un maestro del cuento no por capricho o por los imperativos de la amistad, sino porque sus cuentos son dispositivos literarios que admiten la lectura más puntillosa. En Encuentros fortuitos no asistimos a la escritura de un aprendiz, de alguien que apenas tantea con paso titubeante el terreno movedizo del cuento. Al contrario, en este libro estamos frente a la presencia de un narrador ya dueño de todos los recursos necesarios para articular historias compactas, emotivas, dignas de figurar en la biblioteca más rigurosa. Pienso de nuevo en la extensión; pese a que se trata de cuentos largos, la apretada intensidad de cada pieza crea la impresión de vertiginosidad, rasgo propio del cuento, casi como si en la lectura asistiéramos a un viaje en caída libre.

Los cuentos avanzan sin detalles que queden librados al azar, sin distracciones parasitarias, siempre al servicio del asunto central, siempre apegados al conflicto del protagonista. Desde cada uno de los arranques sabemos de un propósito, de un deseo clavado como daga en el espíritu de cada personaje principal, y hacia allá, a ver cumplido o frustrado ese deseo, avanzamos guiados por una prosa que no se da reposo en su fluidez, casi frenética en el despliegue de las peripecias y sin embargo espesa de belleza literaria, henchida de giros que nos permiten apreciar la soltura de un narrador que se apodera de un tono y no lo suelta hasta persuadirnos de que lo contado está muy bien contado, con las medidas justas de velocidad, introducción de detalles y verosimilitud.

En los siete cuentos que habitan este libro conviven las mejores herramientas de la narrativa. Por ejemplo, una que no es frecuente encontrar en otros escritores: la capacidad para bucear minuciosamente en el alma de los personajes, la destreza para sumergirse en interiores atormentados, en vidas que encallan en miedos, en odios, en obsesiones, en tristezas recónditas, en muy pocos, poquísimos o de plano nulos motivos de alegría. No se ha equivocado Saúl Rosales, quien tras leer los cuentos de Encuentros fortuitos me comentó que, natural o aprendido, hay algo de destoyevskiano en los microcosmos urdidos por Miguel Báez. Y sí, la mayor parte de los personajes que deambulan por estas páginas son sujetos sujetos a un pequeño infierno, seres incrustados en la urbe que bajo la cutícula de civilización no pueden evitar los manotazos de la soledad y la barbarie.

He compartido con su autor los títulos de mis relatos preferidos. Con los libros de cuentos, como ocurría antes con los discos y sus canciones, siempre pasa esto: uno selecciona en la cabeza las piezas que más le cuadran. No citaré aquí cuáles son, para no prejuiciar más al lector con mi opinión. Sólo diré, como cierre de mi reseña, que este libro es un dechado de libro de cuentos, que todos sus párrafos han sido concebidos, problematizados, ejecutados y revisados con lupa por un escritor lagunero desbordante de talento literario y voluntad creativa, por Miguel Báez Durán, un narrador que ha aceptado los desafíos del cuento y ha salido airoso como lo que es: “un maestro del nocaut cuentístico”.

Comarca lagunera, 22, noviembre y 2023

Nota. Texto leído en la presentación de Encuentros fortuitos (UANL-Ibero Torreón, 2023) celebrada el 22 de noviembre de 2023 en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez, Torreón. Participamos Mariana Ramírez Estrada, el autor y yo.