Prólogo
a Diálogos contrarreloj, libro en PDF
disponible gratuitamente en esta liga:
El género de la entrevista quizá nunca ha tenido gran visibilidad pese a que
es, a mi modesto parecer, uno de los más importantes en el ejercicio
periodístico. Tan valioso me parece que lamento su aparición tardía, su auge ya
muy entrado el siglo XX. He fantaseado incluso sobre lo que sería de la
civilización actual si la entrevista nos hubiera acompañado desde siempre.
¿Imaginan una entrevista a Sócrates? ¿Qué respondería Nerón frente a una grabadora?
¿Y Dante o Juana de Arco o Cervantes o Napoleón o Bolívar o Mary Shelley? Por
supuesto que a partir de sus escritos y u o de los escritos de sus
contemporáneos nos enteramos de sus ideas, de sus índoles, pero en tales
aproximaciones se nos esconden pliegues de la personalidad capaces de perfilar
los mejor, más ampliamente. Sólo como nota adicional señalo que no se me oculta
la existencia histórica de un género, el coloquio, que puede ser considerado
abuelo de la entrevista actual. Algunos casos famosos pueden ser los Diálogos platónicos o el Elogio de la locura.
La
entrevista, pues, apareció tarde, y más la grabada en video, valiosa porque en
ella no sólo escuchamos las respuestas, el ping-pong de preguntas y respuestas,
sino también la gestualidad del entrevistado, su humor comunicado mediante la
expresividad de las manos y la postura en el sofá. Es por esta razón por la que
he visto casi completas las entrevistas de Joaquín Soler Serrano a muchos
artistas famosos entabladas entre los setenta y parte de los ochenta. Escuchar
y ver en esos programas la soltura de Fuentes y Vargas Llosa, la contención de
Onetti y Rulfo, la lucidez de Borges y Carpentier, la excentricidad de Dalí, la
calidez de Yupanqui y muchos artistas más es un goce que podemos repetir cuantas
veces queramos gracias al repositorio de YouTube. E igual ocurre con las
entrevistas fraguadas en otras lenguas: las disfrutamos gracias a la muleta de
los subtítulos; oír/ver a Hannah Arendt, a Vladimir Nabokov, a Jean Paul
Sartre, a Cioran, a Clarice Lispector, a Umberto Eco y muchos más es un
privilegio de nuestro tiempo, un lujo para los devotos del periodismo esmaltado
de perdurabilidad.
Ahora
bien, debo aclarar que el gusto de la entrevista me nació por los libros. Es
decir, la entrevista me sedujo primero en el papel antes que en el soporte
audiovisual, y fue en los libros y no tanto en los periódicos donde hallé las
mejores muestras del género. Recuerdo particularmente cincotítulos que todavía
conservo, cómo no: Protagonistas de la
literatura mexicana, de Emmanuel Carballo; Conversaciones con escritores, de Federico Campbell; Perspectivas mexicanas desde París. Un
diálogo con Carlos Fuentes, de James R. Forston; Los nuestros, de Luis Harss, y El
oficio de escritor, colectivo.
Fueron
estos libros los que apuntalaron en mí una certeza: para el joven escritor
autodidacto que fui, escuchar con los ojos, quevedianamente, aquellos diálogos
era acopiar un amplio corpus de opiniones y posicionamientos estéticos, pero,
más importantes aún, una cantidad inaudita de referencias a libros y autores.
En otras palabras, leía las entrevistas más que nada para enterarme de lo que
habían leído los entrevistados, para anotar en mi agenda innumerables
pendientes bibliográficos. Luego, claro, vinieron más libros de la misma
naturaleza: las dos largas entrevistas de Fernando Sorrentino a Borges y Bioy,
el libro Conversaciones con
interrogatorios a Cioran (colectivo) e incluso la saga Todo México de Elena Poniatowska y las charlas de Ricardo Rocha y
Silvia Lemus con artistas e intelectuales. Y muchos más, incluidos los
productos en video de Cristina Pacheco, Fernando Sánchez Dragó o Cristina
Mucci, por citar sólo tres casos notables de buenas entrevistas televisivas.
Esta
justificación de mi gusto por la entrevista no podría estar completa si no
añado que tiene la apariencia de ser un género fácil, pero lejos está de serlo.
Por supuesto, implica lo que ya sabemos: preparación del entrevistador,
habilidad para preguntar y repreguntar, prudencia para no liarse a dimes y diretes
con el entrevistado y, al final, oficio para desgrabar/transcribir
adecuadamente las declaraciones cuando van a la prensa o al libro. Es una
técnica, en suma. Obviamente, no todo entrevistado o no todo tema se abordan
igual. En el caso del mundo artístico, a diferencia del político, la
incisividad es menos imperativa, pues por lo general las opiniones son íntimas,
personales, sin implicaciones vinculadas al interés concreto de las
comunidades, el llamado “bien común”.
Incluso
puede darse el caso de entrevistas a réprobos que no son severamente
interrogados. Para explicar esto traigo el ejemplo de mi amigo Ricardo
Ragendorfer, periodista boliviano-argentino, quien alguna vez declaró que al
entrevistar a represores de la dictadura nunca los contradecía ni les
repreguntaba con énfasis, sino que llevaba los diálogos apaciblemente. Lo
contrario, enfrascarse con ellos en un toma y daca de posicionamientos, ponía
en riesgo el desarrollo e incluso la viabilidad de la conversación, así que lo
mejor era dejarlos hablar con un resultado paradójico y notable: los criminales
soltaban la lengua y evidenciaban su monstruosidad no tanto porque se
exhibieran como monstruos, sino como personas normales con familia, fervor
religioso y despreocupación. En otros casos, no interrogarlos perrunamente
permitía que, con preguntas bien orientadas, respondieran hasta llegar a zonas
inquietantes de la condición humana. Es el caso de la esposa de un represor
(está en YouTube como “Mujeres de lesa humanidad. Capítulo 1: El héroe”) que ya
entrada en confianza habló sobre su truculento esposo como si se tratara de un
querubín.
Las
entrevistas con artistas o, más específicamente, con escritores suelen tener
otra tonalidad. Hay excepciones, pero en general discurren sin sobresaltos. Los
casos raros dependen más que nada de la personalidad del entrevistado o del
entrevistador, como ocurrió en el diálogo trunco entre Nicolás Alvarado y James
Ellroy (en YouTube aparece como “Cioran, James Ellroy, Nicolás Alvarado”).
Fuera de estos casos disruptivos, la mayoría avanza bien, sin turbulencia.
He
tenido el privilegio de entrevistar, pero he preferido leer entrevistas antes
que hacerlas. Es, como tanto en la vida, una elección. Además, por mi trabajo
de escritor me han sido planteadas varias entrevistas. Aunque sin exagerada
frecuencia, desde hace casi treinta años me han buscado periodistas y
estudiantes para dialogar sobre temas cercanos a mi enciclopedia y mi quehacer
permanente o coyuntural. Por cuestiones de tiempo y espacio, y dadas las
facilidades que hoy plantean las herramientas digitales, desde que recuerdo me
acostumbré a aceptar las preguntas (no hay razón para no hacerlo) y las he
solicitado por escrito para responderlas igualmente, mediante mi teclado, “a la
mayor brevedad posible”, para decirlo con una manida fórmula de la burocracia.
Completas o recortadas, muchas aparecieron en la prensa, algunas en libros y
otras tantas, las estudiantiles, sólo sirvieron, supongo, para obtener
calificaciones escolares. Salvo algunas pocas, no conservé las que fueron
publicadas, pero dado que las respuestas fueron escritas directamente por mí,
guardé los documentos en una carpeta digital y ahora los envaso en este libro.
Gracias a las preguntas pude desarrollar ideas que están espigadas ya en textos
más directos, como los de mi columna o mis artículos. Las entrevistas que aquí
traigo pueden ser tomadas como testimonios más o menos rápidos que develan en
algo lo que soy y pienso, así que su interés, si lo tiene, es complementario al
interés, si lo tiene, que pueden despertar mis publicaciones literarias y
periodísticas. En el título uso el adjetivo “contrarreloj” porque así fue como
respondí, apremiado por la promesa de devolver a tiempo los cuestionarios
respondidos.
En
todos los casos he contestado las entrevistas con respeto, incluso las
planteadas por estudiantes, pues siempre fui consciente de que los
entrevistadores se acercaron confiados en mi competencia para contestar. Esto
me recuerda que en no pocas ocasiones, cuando los temas no fueron de mi incumbencia,
rechacé las entrevistas con pena y agradecimiento, nunca por menosprecio al
entrevistador. Este libro es una edición nacida de mi pura iniciativa, casi
puedo decir que engendrada sólo para hacer provechoso alguno de mis ocios
vacacionales. La fecha de la primera entrevista que aquí traigo, 1999,
coincide, no sé si casualmente, con el momento en el que opté por alejarme del ejercicio
periodístico más intenso, el periodismo que no sólo trabaja con materiales
propios de la actualidad, sino que también permite el estimulante diálogo con
colegas en mesas de redacción e imprentas. Seguí en el periodismo, es verdad,
pero desde entonces y hasta hoy sólo me avine a la modalidad opinativa, como
articulista y columnista.
Decidí reunir las entrevistas porque son, sustancialmente, un diálogo con el sujeto que me habita, con el hombre que inevitablemente soy. Las respuestas aquí aglutinadas son, y también por ello las escribí y guardé, un intento por retener lo que pensé luego de recibir el estímulo de las preguntas. Hasta donde me fue posible, organicé cronológicamente el material; casi todo se relaciona con temas literarios, de modo que es importante tener en consideración que algunas ideas se trepan en la circunstancia que atravesaba yo al contestar un interrogatorio. Creo que nada más es necesario consignar, sólo agradecer desde ya a mis entrevistadores y, en este último renglón, a quien se tome el tiempo de leer lo que considere atendible.