sábado, marzo 15, 2025

Diálogos contrarreloj


 











Prólogo a Diálogos contrarreloj, libro en PDF disponible gratuitamente en esta liga:

El género de la entrevista quizá nunca ha tenido gran visibilidad pese a que es, a mi modesto parecer, uno de los más importantes en el ejercicio periodístico. Tan valioso me parece que lamento su aparición tardía, su auge ya muy entrado el siglo XX. He fantaseado incluso sobre lo que sería de la civilización actual si la entrevista nos hubiera acompañado desde siempre. ¿Imaginan una entrevista a Sócrates? ¿Qué respondería Nerón frente a una grabadora? ¿Y Dante o Juana de Arco o Cervantes o Napoleón o Bolívar o Mary Shelley? Por supuesto que a partir de sus escritos y u o de los escritos de sus contemporáneos nos enteramos de sus ideas, de sus índoles, pero en tales aproximaciones se nos esconden pliegues de la personalidad capaces de perfilar los mejor, más ampliamente. Sólo como nota adicional señalo que no se me oculta la existencia histórica de un género, el coloquio, que puede ser considerado abuelo de la entrevista actual. Algunos casos famosos pueden ser los Diálogos platónicos o el Elogio de la locura.

La entrevista, pues, apareció tarde, y más la grabada en video, valiosa porque en ella no sólo escuchamos las respuestas, el ping-pong de preguntas y respuestas, sino también la gestualidad del entrevistado, su humor comunicado mediante la expresividad de las manos y la postura en el sofá. Es por esta razón por la que he visto casi completas las entrevistas de Joaquín Soler Serrano a muchos artistas famosos entabladas entre los setenta y parte de los ochenta. Escuchar y ver en esos programas la soltura de Fuentes y Vargas Llosa, la contención de Onetti y Rulfo, la lucidez de Borges y Carpentier, la excentricidad de Dalí, la calidez de Yupanqui y muchos artistas más es un goce que podemos repetir cuantas veces queramos gracias al repositorio de YouTube. E igual ocurre con las entrevistas fraguadas en otras lenguas: las disfrutamos gracias a la muleta de los subtítulos; oír/ver a Hannah Arendt, a Vladimir Nabokov, a Jean Paul Sartre, a Cioran, a Clarice Lispector, a Umberto Eco y muchos más es un privilegio de nuestro tiempo, un lujo para los devotos del periodismo esmaltado de perdurabilidad.

Ahora bien, debo aclarar que el gusto de la entrevista me nació por los libros. Es decir, la entrevista me sedujo primero en el papel antes que en el soporte audiovisual, y fue en los libros y no tanto en los periódicos donde hallé las mejores muestras del género. Recuerdo particularmente cincotítulos que todavía conservo, cómo no: Protagonistas de la literatura mexicana, de Emmanuel Carballo; Conversaciones con escritores, de Federico Campbell; Perspectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes, de James R. Forston; Los nuestros, de Luis Harss, y El oficio de escritor, colectivo.

Fueron estos libros los que apuntalaron en mí una certeza: para el joven escritor autodidacto que fui, escuchar con los ojos, quevedianamente, aquellos diálogos era acopiar un amplio corpus de opiniones y posicionamientos estéticos, pero, más importantes aún, una cantidad inaudita de referencias a libros y autores. En otras palabras, leía las entrevistas más que nada para enterarme de lo que habían leído los entrevistados, para anotar en mi agenda innumerables pendientes bibliográficos. Luego, claro, vinieron más libros de la misma naturaleza: las dos largas entrevistas de Fernando Sorrentino a Borges y Bioy, el libro Conversaciones con interrogatorios a Cioran (colectivo) e incluso la saga Todo México de Elena Poniatowska y las charlas de Ricardo Rocha y Silvia Lemus con artistas e intelectuales. Y muchos más, incluidos los productos en video de Cristina Pacheco, Fernando Sánchez Dragó o Cristina Mucci, por citar sólo tres casos notables de buenas entrevistas televisivas.

Esta justificación de mi gusto por la entrevista no podría estar completa si no añado que tiene la apariencia de ser un género fácil, pero lejos está de serlo. Por supuesto, implica lo que ya sabemos: preparación del entrevistador, habilidad para preguntar y repreguntar, prudencia para no liarse a dimes y diretes con el entrevistado y, al final, oficio para desgrabar/transcribir adecuadamente las declaraciones cuando van a la prensa o al libro. Es una técnica, en suma. Obviamente, no todo entrevistado o no todo tema se abordan igual. En el caso del mundo artístico, a diferencia del político, la incisividad es menos imperativa, pues por lo general las opiniones son íntimas, personales, sin implicaciones vinculadas al interés concreto de las comunidades, el llamado “bien común”.

Incluso puede darse el caso de entrevistas a réprobos que no son severamente interrogados. Para explicar esto traigo el ejemplo de mi amigo Ricardo Ragendorfer, periodista boliviano-argentino, quien alguna vez declaró que al entrevistar a represores de la dictadura nunca los contradecía ni les repreguntaba con énfasis, sino que llevaba los diálogos apaciblemente. Lo contrario, enfrascarse con ellos en un toma y daca de posicionamientos, ponía en riesgo el desarrollo e incluso la viabilidad de la conversación, así que lo mejor era dejarlos hablar con un resultado paradójico y notable: los criminales soltaban la lengua y evidenciaban su monstruosidad no tanto porque se exhibieran como monstruos, sino como personas normales con familia, fervor religioso y despreocupación. En otros casos, no interrogarlos perrunamente permitía que, con preguntas bien orientadas, respondieran hasta llegar a zonas inquietantes de la condición humana. Es el caso de la esposa de un represor (está en YouTube como “Mujeres de lesa humanidad. Capítulo 1: El héroe”) que ya entrada en confianza habló sobre su truculento esposo como si se tratara de un querubín.

Las entrevistas con artistas o, más específicamente, con escritores suelen tener otra tonalidad. Hay excepciones, pero en general discurren sin sobresaltos. Los casos raros dependen más que nada de la personalidad del entrevistado o del entrevistador, como ocurrió en el diálogo trunco entre Nicolás Alvarado y James Ellroy (en YouTube aparece como “Cioran, James Ellroy, Nicolás Alvarado”). Fuera de estos casos disruptivos, la mayoría avanza bien, sin turbulencia.

He tenido el privilegio de entrevistar, pero he preferido leer entrevistas antes que hacerlas. Es, como tanto en la vida, una elección. Además, por mi trabajo de escritor me han sido planteadas varias entrevistas. Aunque sin exagerada frecuencia, desde hace casi treinta años me han buscado periodistas y estudiantes para dialogar sobre temas cercanos a mi enciclopedia y mi quehacer permanente o coyuntural. Por cuestiones de tiempo y espacio, y dadas las facilidades que hoy plantean las herramientas digitales, desde que recuerdo me acostumbré a aceptar las preguntas (no hay razón para no hacerlo) y las he solicitado por escrito para responderlas igualmente, mediante mi teclado, “a la mayor brevedad posible”, para decirlo con una manida fórmula de la burocracia. Completas o recortadas, muchas aparecieron en la prensa, algunas en libros y otras tantas, las estudiantiles, sólo sirvieron, supongo, para obtener calificaciones escolares. Salvo algunas pocas, no conservé las que fueron publicadas, pero dado que las respuestas fueron escritas directamente por mí, guardé los documentos en una carpeta digital y ahora los envaso en este libro. Gracias a las preguntas pude desarrollar ideas que están espigadas ya en textos más directos, como los de mi columna o mis artículos. Las entrevistas que aquí traigo pueden ser tomadas como testimonios más o menos rápidos que develan en algo lo que soy y pienso, así que su interés, si lo tiene, es complementario al interés, si lo tiene, que pueden despertar mis publicaciones literarias y periodísticas. En el título uso el adjetivo “contrarreloj” porque así fue como respondí, apremiado por la promesa de devolver a tiempo los cuestionarios respondidos.

En todos los casos he contestado las entrevistas con respeto, incluso las planteadas por estudiantes, pues siempre fui consciente de que los entrevistadores se acercaron confiados en mi competencia para contestar. Esto me recuerda que en no pocas ocasiones, cuando los temas no fueron de mi incumbencia, rechacé las entrevistas con pena y agradecimiento, nunca por menosprecio al entrevistador. Este libro es una edición nacida de mi pura iniciativa, casi puedo decir que engendrada sólo para hacer provechoso alguno de mis ocios vacacionales. La fecha de la primera entrevista que aquí traigo, 1999, coincide, no sé si casualmente, con el momento en el que opté por alejarme del ejercicio periodístico más intenso, el periodismo que no sólo trabaja con materiales propios de la actualidad, sino que también permite el estimulante diálogo con colegas en mesas de redacción e imprentas. Seguí en el periodismo, es verdad, pero desde entonces y hasta hoy sólo me avine a la modalidad opinativa, como articulista y columnista.

Decidí reunir las entrevistas porque son, sustancialmente, un diálogo con el sujeto que me habita, con el hombre que inevitablemente soy. Las respuestas aquí aglutinadas son, y también por ello las escribí y guardé, un intento por retener lo que pensé luego de recibir el estímulo de las preguntas. Hasta donde me fue posible, organicé cronológicamente el material; casi todo se relaciona con temas literarios, de modo que es importante tener en consideración que algunas ideas se trepan en la circunstancia que atravesaba yo al contestar un interrogatorio. Creo que nada más es necesario consignar, sólo agradecer desde ya a mis entrevistadores y, en este último renglón, a quien se tome el tiempo de leer lo que considere atendible.