sábado, febrero 15, 2020

Miradas al vagabundo
















Fue un título de Flaubert lo que aplacó, para mí, una idea por lo general desgreñada: ¿de dónde llega buena parte de nuestro ser adulto, cómo se construyen ciertos valores bajo nuestro pellejo? Sabemos que la familia, la escuela, la iglesia, el Estado modelan nuestra manera de ser, que nos van haciendo poco a poco como el carpintero una silla o el alfarero un jarro. En los espacios institucionales hay una educación formal, pero no es la única que nos configura. Hay otra quizá igual de poderosa, la (flaubertiana) educación sentimental con la que hoy nos referimos, sobre todo, al sistema de símbolos que introyectamos para movernos en lo emocional e interpretar los sentimientos del otro.
Es indudable que nuestra educación sentimental está ligada hoy, y desde hace varias décadas, con los medios de comunicación y sus nada inocuos productos de entretenimiento. La música, por ejemplo, es una potente inoculadora de valores, de ahí que no perciba igual un fanático de Molotov que otro de Mocedades. Tengo un ejemplo puntual de las muy divergentes miradas que pueden tener dos canciones relacionadas con el mismo tema, en este caso la representación del vagabundo. En una charla reciente, Miguel Báez Durán, amigo ya erudito, me dio noticia de una pieza franquista titulada “Balada del vagabundo”, cuya letra es un elogio al rechazo de la otredad: “Un vagabundo es un hombre que va siempre / de un lado a otro caminando por el mundo, / sin ambición, sin ansia ni esperanza (…) Jamás nosotros seremos vagabundos / vivimos del amor y de ilusiones / ni tú ni yo iremos por el mundo / viviendo con temor como aquel hombre. // En esta vida hay pobres y hay ricos, / igual que existen flores bellas y marchitas / igual que el sol alumbra y no la luna / y existe Satanás y un alma pura…”.
La otra es argentina, más antigua, y su título es “La canción del linyera” (“linyera” allá es vagabundo). Su estribillo dice: “Linyera soy / corro el mundo y no sé a dónde voy / linyera soy / lo que gano lo gasto o lo doy. / No sé llorar / ni en la vida deseo triunfar / no tengo norte / no tengo guía / para mí todo es igual…”.
En el primer caso hay una clara antipatía, casi odio; en el otro, lo contrario, una suerte de admiración por el sujeto sin brújula, libre, pobre e indiferente al desprendimiento, casi hasta cariño por quien se atreve a tanto. Un sentimiento educado con una u otra miradas reaccionará diferente, sin duda, ante la realidad. Todo nos forma, incluso las canciones.