miércoles, octubre 16, 2019

Pacheco por Villoro
























Una de las ventajas de la colección Opúsculos publicada recién por El Colegio Nacional es que cada uno de sus títulos, obvio, es un opúsculo, es decir, una obra de extensión breve. Supongo que su distribución, como ocurre con todas las publicaciones auspiciadas por instituciones no dedicadas exclusivamente a la edición venal de libros, es, por decir lo menos, complicada. En mi caso, he encontrado estos títulos sólo en ferias del libro.
La semana pasada comenté uno de Luis Fernando Lara, y espalda con espalda, como se dice en el beisbol cuando dos peloteros pegan jonrón uno tras otro, tomé La vida que se escribe (2017, 59 pp.), opúsculo escrito por Juan Villoro. ¿De qué trata? El subtítulo lo aclara: “El periodismo cultural de José Emilio Pacheco”. Este puñado de páginas es, pues, un recorrido por el trabajo de Pacheco vinculado sobre todo a un producto: la columna “Inventario” nutrida durante cuatro décadas en diferentes periódicos y revistas, una suerte de proeza de la persistencia periodística.
En su paso por el Excélsior de Scherer y hasta el golpe del 76, Pacheco afinó lo que luego sería una de las aportaciones clave de Proceso. Sin dejar de manejarse con rigor, “El autor de Inventario fue ensayista desde el periodismo, lo cual equivale a decir que logró que la erudición pactara con los favores de la claridad y los imperativos de la hora”, dice Villoro. Esto significa que su columna solía detenerse en efemérides o conectar con hechos que la coyuntura informativa ponía en las primeras planas de los diarios, y esto le exigió un despliegue inagotable de temas y registros.
Sólo quien ha alimentado una columna a la manera de “Inventario” durante varios años sabe lo complicado que es no dejarla morir de inanición. Llueve o truene, el columnista a la manera de JEP trabaja las 24 horas aunque su colaboración semanal, quincenal, pueda ser leída en diez o quince minutos, pues detrás de cada entrega hay lecturas, cruce de datos, cuidado con el estilo y paciencia para no dejarse arrastrar por la sensación de vacío e inutilidad, dado que todo trabajo, por reconocido que parezca, hace un surco en el ánimo donde luego puede germinar cierta decepción por haber consagrado la vida al texto efímero.
Para nuestra alegría, los “Inventarios” de JEP no fueron aportes pasajeros, pues la mayoría permite relecturas sin merma de placer. Pacheco “aceptó el enciclopédico y extenuante desafío de ser Diderot una vez a la semana”, apunta Villoro. Tiene razón, y por esto aquellos “Inventarios” siguen gozando de cabal salud.