miércoles, mayo 29, 2019

Ocho segundos












Hace unos días asistí a una conferencia sobre la generación Y o centennial, una franja etaria (¿así se dice?) que abarca a los jóvenes nacidos con celular, y no torta, bajo el brazo. Esos chicos ahora deben tener, creo, alrededor de 16 o 17 años, y están por ello a punto de acceder a la universidad. No sé si entendí bien, pero entre sus características más visibles están, claro, el apego visceral al celular, su casi total incapacidad para hilar una conversación, su fobia a quedarse desconectados y lo que más me alarmó: su dificultad para centrar la atención por más de ocho segundos seguidos. Supongo que es una exageración, pues no puedo imaginar la vida sin la atención prolongada que permite aprender a profundidad o, simplemente, escuchar a un conferencista o a un amigo sin la inquietud de salir huyendo. Pero es así, dijo el experto: un centennial fija ocho segundos su mirada en un asunto y después de eso debe brincar a otro. Pedirle más es casi imposible.
Quienes oímos, padres y/o maestros, esa exposición participamos en general de ciertas características centennial: también encendemos el celular (con ansia) al despertar, también volvemos a casa como locos si llegamos a olvidarlo y también le echamos permanentemente el ojo a la pantallita en charlas, misas, conferencias o juntas de trabajo, pero creo que somos todavía capaces de concentración, al menos la mínima para dar la impresión de que nos interesa lo que escuchamos. Gracias a esta capacidad (la capacidad de atender algo) podemos escuchar una conferencia sobre la falta de atención de los centennials y al final sacar la conclusión de que debemos hacer algo.
Lo que inquieta —y en esto hay, seguro, mucho de ancianidad en mi pensamiento— es que las soluciones que nos planteamos siempre tienden a dar por su lado a quienes se nos escapan, es decir, resolvemos que si los jovencitos no hacen caso en el aula debemos hacer que nuestra clase sea “dinámica”, echar maromas, hacer magia, stand-up, diversificar nuestro hacer magisterial en peripecias que logren conquistar la atención de los chamacos ya reacios a escucharnos.
¿Estará bien hacer eso? No lo sé. Sospecho que no totalmente, pues lo que haremos es fomentar la cultura del divertimento, del fragmentarismo y la superficialidad. Calculo que el método debe apuntar, más o menos, a un pacto con los jóvenes: nosotros nos acercamos a su mundo, chateamos y todo, pero ellos también deben leer un poco y estar dispuestos a rebasar los ocho segundos de atención sin celular.