Pagué los derechos de la licencia de manejo y luego, en los
sebosos pasillos del lugar, recibí la información: para proseguir el trámite es
necesario aparecer en el edificio de Recaudación a eso de las cuatro de la
madrugada, pues cada día, a las nueve, entregan las “fichas” que permiten
continuar en el laberinto tramitológico ese mismo día. “No reparten muchas,
como setenta y tantas”, me dijo alguien. No le creí. Si el objetivo de
expedición de licencias y placas es, como siempre, turbiamente recaudatorio,
¿por qué la autoridad va a permitir que la recaudación se ralentice? Debe ser
falso que el trámite sea tan tortuoso, pensé.
Parecía ser un asunto desagradable, pero en realidad fue
horrible. Desperté a las cuatro de la madrugada con el fin de prepararme para
la aventura. Me bañé, tomé algo de alimento y cerca de las cinco emprendí el
camino a las espantosas oficinas de Recaudación. Al llegar, el estacionamiento
dejaba ver algunos coches desperdigados, pero no vi luces, ni gente, nada.
Estaba muy oscuro. Por un instante pensé en reclinar el asiento y esperar allí,
semidormido, a que hubiera un poco de claridad. ¿Y si en efecto hay gente y me
ganan el lugar? Bajé de mi nave en la tiniebla y caminé hacia donde presentí
que hubiera algo. Al acercarme, vi una fila como de treinta personas en un
paredón, tiré un buenos días al aire y recibí respuestas soñolientas. “¿Aquí es
lo de la licencia?”, pregunté a quien fuera. “Sí”, me respondió sin énfasis.
Volví a panear con la mirada y vi que los dos o tres primeros lugares de la
fila eran ocupados por sujetos que, tendidos en el suelo y cobijados,
seguramente dormían; supe luego que eran “coyotes”, apartadores de fichas. Me sumé
al extremo que me tocaba y poco después de mi llegada aparecieron más sombras
que continuaron la fila. Decidí esperar, faltaban cuatro horas para que
abrieran las oficinas. Tras una hora de inquietud, incomodidad y asco por la
autoridad que maltrata así a los ciudadanos, desistí. Dije a quien me seguía en
la fila: “Señor, puede recorrerse a mi lugar”, y me largué.
Mientras estuve esperando en aquella lobreguez pude hacerme
un cuadro de la situación. A la autoridad no le interesa que el ciudadano tenga
licencia, sino que la pague, por eso el pago es el primer paso del trámite. Ya
pagada la licencia, lo que sigue es lo de menos, de ahí que no importe dar
pocas fichas, ni abrir más sucursales ni provocar humillantes filas en la
madrugada.
“Cargaré el recibo de pago en la guantera —pensé—; este papel
será mi licencia”.