sábado, marzo 23, 2019

Micronarrativa ubicua




















La micronarrativa es más antigua de lo que suponemos. De hecho, creo que acompaña al hombre desde que a gruñidos comenzó a contar historias, a codificar en pequeños relatos su experiencia diaria, desde la caza del bisonte hasta la compra vía internet del nuevo Ipad. Más allá de que hoy la llamemos así (micronarrativa, microficción, microrrelato, microtexto, microloquesea), la historia armada en poco espacio y cuyo propósito es divertir, edificar, informar, adoctrinar y demás desde siempre ha estado allí, como el dinosaurio de Monterroso. La micronarrativa, pues, es ubicua, se cuela por todos los poros de la realidad y no le pertenece sólo a los micronarradores. Es tal vez, por ello, el más democrático de los géneros, pues basta compartir un café para que nazcan, con o sin intención estética, pequeñas historias que harán de nuestras vidas un amplio repositorio de microhistorias.
El microrrelato entonces es antiguo y acusa decenas de fisonomías. Hoy mismo, por ejemplo, cunde el brevísimo de una o dos líneas gracias a las nuevas tecnologías, sobre todo a la plataforma de Twitter que fuerza la hechura de los llamados tuits en 280 caracteres o menos. Nunca como ahora hubo relatos, nunca como ahora proliferaron las microhistorias que son ya la forma predominante del arte narrativo, de suerte que los estudiosos del género deban estar atentos sobre todo para destilar y obtener lo mejor en el inagotable menú que tiene hoy sobre la mesa.
Parte del trabajo que es posible perfilar en este inabarcable universo consiste, lo sabemos, en delimitar, describir, historiar aquellos productos que sin ser micronarrativa en estado químicamente puro bordean, rozan, atraviesan este territorio y confirman que contar en un palmo de papel es una de las prácticas incisivas del ser humano. Finalmente, reitero, la micronarrativa y las formas aledañas del relato no son patrimonio de los micronarradores, ni siquiera de los escritores en general, sino de todo aquel que desee contar algo y observe un mínimo propósito estético, así sea fallido, así sea rupestre.

(Este texto es un fragmento, el arranque, del ensayo “Balas contadas y cantadas: micronarración de la violencia en el corrido mexicano” contenido en el libro Rostros de la agresión. Aproximaciones a la diversidad de la violencia, Ibero Torreón, 2018, pp. 65-80).