sábado, diciembre 15, 2018

Reyes en el Servicio Exterior




















Heredamos del Romanticismo el estereotipo más recurrente del escritor. Quien escribe, pensamos, suele ser un tipo sombrío, melancólico, astroso, impráctico, inepto para trabajar en equipo y asiduo a los paraísos artificiales del alcohol y sus adláteres. Puede ser que, mutatis mutandis, tal o cual escritor abrace alguna o algunas de esas características estandarizadas, pero no son pocos los casos de escritores que son casi lo contrario. Uno de ellos es, fue, Alfonso Reyes.
Hace más de quince años reseñé Misión diplomática (FCE, 2001), un valioso par de tomos que reúne textos escritos por el polígrafo regiomontano en su paso de dos décadas por el Servicio Exterior mexicano. Antes y después de tales libros, he ido reuniendo su correspondencia con diferentes personalidades, y ya voy para diez libros de ese corte, el epistolar. Nunca, desde que comenzó mi admiración a Reyes, ha dejado de asombrarme esa fabulosa combinación: con una mano atendía asuntos en legaciones y embajadas, y con la otra escribía. ¿Cómo logró esto? ¿Fue fácil?
Podemos hallar una respuesta a las dos preguntas retóricas —así son llamadas, y también “erotema” y “exsuscitatio”, las preguntas que uno mismo se formula en un texto o en una conversación— en el libro Alfonso Reyes, diplomático (UANL, 2017, Monterrey, 68 pp.), de Francisco Valdés Treviño. Es una obra breve pero muy ilustrativa sobre el itinerario trazado por el autor de Visión de Anáhuac como representante de nuestro país en tierras lejanas. Aunque ingrato a momentos, el trajín diplomático del escritor fue ejemplar, y nos deja claro que esa labor no reviste el glamour que le suponemos. Al menos no en los tiempos de Reyes, de 1920 a 1940. Entre apreturas y sobresaltos, logró don Alfonso representar a nuestro país con sobrada dignidad y al alimón armar, como sabemos, una de las obras más importantes de la lengua castellana. Es, por todo, un librito muy valioso, como lo evidencian estas palabras de Reyes citadas por Valdés Treviño: “La labor del diplomático es toda de abnegación y sacrificio (…) llevan una vida contra natura, de extranjería perpetúa hasta en su propio país (…) Si la tierra es posada provisional para todos, para el diplomático lo es en grado sumo”.