domingo, diciembre 16, 2018

Reflexiones en torno al vaso de cristal















Un texto de mi hija publicado en la revista Estepa del Nazas número 63, Teatro Isauro Martínez, Torreón, octubre de 2018, p. 49.

Reflexiones en torno al vaso de cristal
Renata Iberia Muñoz

I.
Conocí el D.F. de la mano de mi padre. Era 2013 y de la ciudad me impresionó todo: el ritmo de la gente, cuánta gente, el ruido de los coches, cuántos coches, el metro, la magnitud de los edificios. Todo. No lo sabía aún, pero me había impresionado la fuerza de lo gigante, de las cosas que no se pueden medir y no se pueden controlar.

II.
Antes de dormir mi primera noche en la ciudad, mi padre colocó al borde de mi mesita de noche un vaso de cristal. “Por si tiembla”, me dijo. “¿Por si tiembla qué?”, respondí. “La tierra. La tierra puede temblar en cualquier momento y se caen los edificios en segundos”.

III.
Tengo 18 años. Vivo sola en la ciudad que conocí acompañada. Que la tierra tiembla, sí, pero eso no me concierne. A mí me sigue impresionando  el ritmo de la gente, cuánta gente, el ruido de los coches, cuántos coches.

lV.
El domingo de mi primera semana capitalina la alerta sísmica me despertó. Me puse mis zapatos confiada, pausada. Desde un octavo piso bajé las escaleras a paso acelerado, pero no desesperado. Cuando llegué ilesa al suelo, reí un poco para mis adentros y dije: “Papá, tu método del vaso es una tontería. La alerta te avisa todo. La alerta te ayuda a librarla. La alerta te da tiempo”.

V.
No tembló aquella vez, de todos modos. Ya abajo, entre la muchedumbre de vecinos, se me ocurrió decir que qué lástima, me hubiera gustado saber cómo se siente. Una señora volteó hacia mí y sentenció: “No sabes de lo que hablas”.

VI.
Dos años después, todavía no sabía de lo que hablaba. Seguía sin haber sentido temblar a la tierra y sentía un poco de orgullo por eso. Incluso, llegué a pensar que durante mi estadía en la ciudad, durara cuanto durara, no llegaría a conocer un sismo.

VII.
Llegó el 19 de septiembre, sin embargo. El 19 de septiembre de 2017. Tengo 20 años, menos cinismo y más miedo.

VIII.
Estaba sentada en mi cama leyendo un ensayo sobre Keats. ¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es sólo un sueño, / Y las escenas de dicha pasan como un fantasma? El primer movimiento fue un mareo. El vaso, ahí, se hubiera quebrado, y yo hubiera corrido despavorida. Pero no había ningún vaso en mi mesa. Tampoco hubo alerta. No hubo aviso de nada ni de nadie. La tierra agarró fuerza e hizo sentir sus entrañas. Sentí, por primera vez, el motor debajo. La fuerza de lo gigante, de las cosas que no se pueden medir y no se pueden controlar, estaba debajo de mis pies. Y debajo de mí, en otros pisos, personas, que a su vez tenían personas abajo.

IX.
Casi tres meses después, no puedo sacar de mi cabeza la imagen de miles y miles de personas bajando al mismo tiempo las escaleras. En ese descenso breve y confuso se decidió mucho de los días posteriores al 19 de septiembre. En el momento justo que yo bajaba, lo veo ahora, muchos dejaron de ser. El umbral de las escaleras: vives o no vives.
Nosabíadeloquehablabanosabíadeloquehablaba.

X.
Me paraliza saber que conozco la hora y el minuto exactos de la muerte de cientos.