Desde hace diez años no llegan los primeros de diciembre sin
que recuerde la partida de doña Enriqueta Ochoa, y así ocurrió en los días
recién pasados. Entre los tumultos de la FIL de Guadalajara, el jueves o el
viernes reparé en la efemérides: “Ya viene el aniversario luctuoso de doña
Enriqueta”, pensé. También pensé en el año: ella murió el 1 de diciembre de
2008, así que se cumplía una década sin su presencia física, y yo debía
recordarlo. Pero el sábado pasado se atravesó la toma de posesión, a la que dediqué
unos párrafos. Hoy, de regreso en Torreón, ya sin sobresaltos, recuerdo a la
más alta poeta que ha dado el estado de Coahuila.
Poco antes de morir, como en 2006 o 2007, vino a Torreón. Fue
su última visita a la tierra donde nació. Lo hizo para participar en la
premiación del concurso nacional que lleva su nombre, pero sospecho que, como
ya no viajaba, ese retorno tuvo también un aire de despedida. No sé si alguna
vez he comentado, creo que sí, el alto honor que viví en aquella oportunidad.
Gracias a Fernando Martínez Sánchez, amigo muy cercano a doña Enriqueta y uno
de los colegas que más me han querido en La Laguna, recibí la invitación para
comer con ella y con la ganadora del concurso. En aquel momento, Fernando tenía
la obsesión de que la maestra y yo nos conociéramos, así que hizo todo lo
posible por reservarme un sitio a su lado. Recuerdo que la comida se celebró en
una especie de ala lateral al restaurante del hotel Marriott, y en efecto, entre
varias personas, la silla aledaña a doña Enriqueta estaba vacía. Llegué un poco
tarde; cuando aparecí, Fer se puso de pie, me saludó, me presentó y me dio el
lugar disponible a la izquierda de la escritora.
Por supuesto, yo estaba nervioso. Sentía que estar junto a
doña Enriqueta era como estar con una parte muy importante de la literatura
nacional, y así era. La maestra conversaba con todos, se habló de comida local
y de antiguos negocios de Torreón. Todavía no era tiempo de cámaras buenas en
los celulares para hacerme una foto, y entre otros errores, no llevé ningún
libro para solicitar una dedicatoria.
No importa. Me queda el recuerdo y persiste mi admiración por
su obra.