sábado, septiembre 08, 2018

Contra el lastre porril












Entre muchos perjuicios, uno de los beneficios que han traído las nuevas tecnologías de la información es el acopio de evidencias. Si bien la vida privada, y muy seguido hasta la íntima, se ve invadida por cámaras y micrófonos indiscretos cuyos productos luego atizan escándalos políticos y faranduleros, es indudable que la superabundancia de materiales captados sobre todo con teléfonos celulares genera pruebas que, bien usadas, rinden o pueden rendir formidables servicios a la justicia. Pongo como ejemplo las numerosas y clarísimas fotos de los porros que atacaron a estudiantes en la UNAM, documentos que no abren cancha a la duda sobre la actitud y los rostros de los agresores, de ahí que casi sea fácil dar con ellos.
No pasaba lo mismo en otros tiempos. A finales de los sesenta, traigo un caso similar que involucra a estudiantes en justa protesta, era más complicado retener en fotos la identidad de porros y reventadores. Las imágenes que tenemos del 68, recogidas por excelentes fotoperiodistas como Héctor García, jamás podían ser tantas como las que hoy, en un mundo lleno de cámaras, logran recogerse sobre cualquier acontecimiento público. Y un detalle adicional, no nimio: las fotos que hace poco circularon, relacionadas con los porros en tren de ataque contra los estudiantes, se complementaron con otras muchas de los mismos agresores en plan —digamos— casual, en poses de foto para redes sociales. Con tamaña evidencia no deja de sorprender que tras las denuncias esos tipos no están inmediatamente en el tambo.
Con voluntad (política o como queramos llamarla) es pues relativamente sencillo desarticular bandas porriles, bichos que por desgracia siguen pululando en las universidades públicas. Sabido es que en otros tiempos eran un tumor casi inextirpable, pues muchos funcionarios —directores, coordinadores, rectores y hasta maestros— creaban jaurías de golpeadores con el fin de mantener los feudos y los presupuestos a merced, de allí que no son pocos los casos de enriquecimiento a veces superlativo de quienes mantuvieron facultades o universidades enteras como principados a la usanza de los que desmenuzó Maquiavelo en su más famoso libro.
Tras lo acontecido en la UNAM da gusto que quien sea que haya azuzado al clan de porros sólo recoja muestras de repudio no sólo de la comunidad universitaria, sino de otras instituciones, de numerosísimos periodistas y de todos los que percibimos como inadmisible el regreso de prácticas violentas contra estudiantes y en general contra nadie.