sábado, agosto 11, 2018

Reyes humano















“Para ti es fácil”, me dicen con frecuencia quienes no escriben. Piensan erróneamente que escribir es, para uno, como enchilar gordas. Se equivocan. Salvo para algunos pocos privilegiados, escribir es una actividad que comporta tercas dificultades, serios dolores de parto. Nada más inquietante que una cuartilla (hoy monitor) en blanco, razón por la que no es nada infrecuente que los proyectos serios de escritura, los que aspiran al privilegio de la publicación, se demoren y a veces terminen por salir como jalados por un tirabuzón torpe y obstinado.
Me pasa pues que, como a la mayoría e indefectiblemente, escribir siempre es una actividad no ajena al disgusto. Quiero suponer que eso se debe, entre otros motivos, a que no es frecuente el casamiento de las expectativas con los resultados: uno tiene una idea más o menos redonda en la cabeza y a la hora de materializarla en el disco duro tal idea se torna esquiva, tan escurridiza que nos arrincona poco a poco en la frustración del cazador burlado por la liebre. He aprendido, sin embargo, a lidiar y a convivir con ese sentimiento: el de las expectativas altas y los resultados insatisfactorios. El consuelo, al final, es que uno hace lo que puede, no lo que quiere.
Por eso mi asombro al hallar, en un libro que leo por estos días y quiero reseñar dentro de poco, una confesión de Alfonso Reyes asentada en la intimidad de su diario. El polígrafo regiomontano se refiere en ella a los dolores de cabeza que en cierta oportunidad le provocó un texto. Hasta antes de leerla yo pensaba que el autor de Visión de Anáhuac jamás había sufrido para desahogar palabras, párrafos, cuartillas como quien arroja tortillas al comal. Con una producción bibliográfica como la que nos legó, es decir, descomunal, Reyes me dio siempre la impresión de que era un engranaje perfectamente aceitado para no sufrir a la hora de fraguar textos.
Pero no. Aunque quizá menos que el común de los escritores, Reyes también sufrió, como podemos notarlo en estas palabras: “Llevo como 10 días encerrado en casa, consagrado a la monografía sintética ‘Las letras patrias’ concebido por el secretario de Educación Jaime Torres Bodet, que hay que hacer a toda prisa: México y la cultura. Me ha costado mucho esfuerzo concebirlo, y lo he atacado tres veces, guardando los dos estados anteriores de lo que ya llevaba hecho sobre el siglo XVI, pues ha de caber todo en 100 páginas a máquina. Ni como ni duermo. ¡Terrible! Abandoné todo lo demás” (en Una amistad literaria. Correspondencia 1942-1955, FCE-Colección Tezontle, México, 2018, 431 pp.)
Casi da gusto que el indetenible Reyes también haya sufrido alguna vez durante el acto de escribir. Lo digo por la admiración que le guardo, pues lo consideraba una especie de semidiós. El párrafo citado me dejó ver que a veces fue humano, tan humano como cualquiera de nosotros.